2.7.13

Brasil vs. Uruguay: el partido del contragobierno

                         

1ª quincena julio 2013 



El paralelo establecido por un dirigente sindical uruguayo[1] entre la crisis política del Brasil y la reivindicación salarial de la educación pública en el Uruguay, no guarda proporción alguna con la información, salvo si se considera tal paralelo bajo un criterio de verosimilitud. Pese a semejantes diferencias, entre dos contextos que registran una disimilitud que salta a la vista, nunca las semejanzas fueron tan ostensibles.  Ahora, la verosimilitud en este caso no es mero parecido, sino notable sincronía, a partir de circunstancias que aproximan curiosamente a dos países limítrofes, aunque divididos por una desproporción que no redunda sólo a favor del tamaño, como lo demuestra incluso la escala micrométrica que permite apreciar un partido de fútbol.[2]

Las diferencias de tamaño a escala (territorial, demográfica, económica), de tradición institucional (estatal, local, asociativa), de marcas de identidad (religiosa, educativa, idiosincrática), cedieron paso a una diferenciación común en la movilización reivindicativa contra el sistema político. Pese a la mundialización de pantalla que propone la FIFA, una característica compartida entre Brasil y Uruguay, percibe en las estructuras representativas una fuente de desigualdad y opresión, cuando no pura y simplemente, de corrupción pública.[3] La semejanza entre David y Goliath no se puede establecer en términos de magnitudes nacionales, en cuanto a partir del cuestionamiento de la representación pública, los escenarios políticos se tornan semejantes entre sí, pese a conservar todas las disimilitudes de escala que debieran, en razón de bases de sustentación tan contrapuestas, diferenciarlos a rajatabla. Esta relativización de las condiciones que distanciarían inapelablemente, a favor de un rasero sugerido por comportamientos similares, proviene de un corte transversal entre la constitución del sistema político y los registros de la identidad ciudadana.

Este corte parece intervenir en tres vectores que se aceleran recíprocamente entre sí:

a)    El aislamiento del sistema político en la opinión ciudadana y la marginación del sistema de partidos en tanto ámbito generador de identidad colectiva

b)   El corte transversal del campo de la izquierda política y sindical con relación a la movilización reivindicativa de su propia base social

c)    La substitución de la pirámide de lugares institucionales por la red que articula un mundo de redes

Una transformación que proviene de la implosión de estructuras representativas, a partir de la crisis del sistema  (político-industrial-militar) de bloques instaurado por la Guerra Fría, habilitó su propio desarrollo con base en una condición clave, que ahora genera un efecto entrópico generalizado, en la completa substitución de la ideología por la tecnología. De esta última se ha retenido en la memoria colectiva el influjo del prefijo “tecno-”, mientras como tal actúa sobre el sufijo “-logía”, que pauta una inteligencia que de por sí, ya es el mundo.[4] En efecto, el mundo de la modernidad cristaliza en la autonomía de la representación, como tal supone el conocimiento, que no se sustenta sino en la inteligencia humana.

La ideología (término en que coinciden el sentido lato y el histórico) concebía un camino al mundo bajo el criterio de la ciencia, que pretendía fundar metódicamente (Condillac) o a la que se oponía como su falsificación (Marx). Sin embargo, en todos los casos la ideología pautaba la consistencia entre el mundo que protagonizaba y el conocimiento que instauraba (por virtud o por falencia científica). Por el contrario, la tecnología no se vale sino de su procedimiento operativo para acceder a una consistencia pragmática, en cuyo curso el mundo se convierte en efecto obtenido y la ideología se disuelve en gestión instrumental.[5] Esta subordinación de la ideología a la tecnología se ha vuelto transparente en las tecnologías mediáticas, que incluyen en calidad de ideología (en cualquiera de los sentidos del término) el núcleo mismo de la teoría del conocimiento: el método (el medio para alcanzar el conocimiento).

Por esa razón en las estructuras mediáticas cristaliza la forma más aguda de la descomposición del mundo de la representación, así como esas mismas estructuras le contraponen, a toda existencia previa, una configuración artefactual del mundo: allí se produce la división entre la visión del mundo (sinónimo de ideología) y la visión a distancia (sinónimo de tele-tecno-visión), que desarticula el cuerpo social. Mientras el cuerpo social exige reciprocidad en base a una naturaleza compartida, la tecnología sólo permite a cada uno el acceso a un procedimiento indiferente a cada quién. Por lo tanto, la unidad de visión que proveía la ideología, fuente y horizonte de un destino compartido, se disuelve en la polaridad que habilita la interfaz, que ante todo separa,  por medio de la neutralidad metodológica del procedimiento mediático. Anunciarle a un interlocutor que en adelante no depende sino de una instrumento para vincularse a otro, supone que desde entonces no actúa obligado por nadie.

En cuanto la estructura social obstaculiza la transmisión de los desplazamientos de opinión, supeditando el desarrollo pluralista a la soberanía estatal, la vinculación en red favorece la precipitación mediática de los movimientos de protesta. De ahí la significación democrática que reviste, en contextos de insuficiente desarrollo representativo de las estructuras públicas, la manifestación colectiva concitada (antes que convocada) por una libertad de expresión mediática. Asimismo, esa aceleración se convierte en un veloz catalizador de la movilización, cuando las estructuras democráticas existen pero se encuentran neutralizadas por la manipulación del poder. El caso de Brasil parece estar a medio camino entre la insuficiencia democrática (de las estructuras reivindicativas) y la velocidad de alerta de los sectores movilizados (en razón de un extendido acceso al vínculo mediático).[6]

El caso del Uruguay opera como contraejemplo que ilustra el mismo proceso de catarsis tecnológica de la ideología, en cuanto el cuestionamiento del estereotipo representativo que predomina en el sistema político, proviene del sector con mayor articulación social relativa (la educación). En efecto, no sólo la educación ha sido el vector del desarrollo social del Uruguay a partir de la redistribución del excedente agropecuario, sino que además su estructura ideológica lo vincula estrechamente a la misma izquierda política que administra el gobierno nacional por un segundo período consecutivo. Tradicional y estratégicamente la izquierda uruguaya, en sus distintas vertientes singularizadas, ha encontrado el mayor caudal de adhesión y apoyo en el ámbito de la educación nacional. Ese contexto otorga un sentido razonable a la sentencia de Carlos Quijano: “La universidad es el país”.

La segunda razón por la cual Uruguay presenta un significativo contraejemplo, es que la misma izquierda en el poder ha introducido la substitución de la ideología, en su propio núcleo paradigmático que ilustra la educación pública, por la tecnología representada por un Plan Ceibal,[7] cuyos efectos educativos siguen en tela de juicio, particularmente en cuanto el designio de “igualar oportunidades” pareció confundirse con “propiciar la excelencia”. Sin embargo, el binomio “igualdad-excelencia” supone una reciprocidad del cuerpo social en su organicidad, que en razón de la declinación de la representatividad progresista, la tecnología en su fase de culminación mediática no puede sino disgregar. Por el contrario, el presente parece indicar que la articulación entre la tecnología y la educación se establece, por la latitud que ha alcanzado la primera, en el propio campo de la sociedad, por lo cual el designio de convertir tal conmutación socio-técnica en vector educativo singular, parece destinado a ahondar aún más la brecha de la desigualdad.

Por esta razón, la movilización contra la política educativa del propio sector por el que el gobierno uruguayo ha pretendido, a través del Plan Ceibal, hilvanar su estrategia de articulación tecnológica (la educación pública y particularmente primaria), parece destinada a consolidar en su pliegue más íntimo la estrategia de contragobierno.[8] Tanto como la movilización convocada por las redes brasileñas para oponerse a un fútbol de pantalla, proyectado para disimular la desigualdad más estentórea, que pese a un destello de mundial, cunde en la calle.





[1] “No es sólo brasilera” Montevideo Portal (24/06/13) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_204357_1.html
[3] “Promueven proyecto para topear en $14.305 sueldo de legisladores y ministros” LaRed21 (02/07/13)
[4] Kant, I. (1935) Antropología en sentido pragmático, Revista de Occidente, Madrid, pp.7-8. Versión on-line en la dirección http://bibliophiliaparana.wordpress.com/2011/07/29/kant-immanuel-antropologia-en-el-sentido-pragmatico/ (acceso el 02/07/13)
[5] Lyotard, J-F. (1987) La condición Posmoderna, Cátedra, Madrid, p.16. Versión on-line en la dirección http://espanol.free-ebooks.net/ebook/La-condicion-postmoderna/pdf/view (acceso el 02/07/13) 
[6] “Políticos brasileños, atónitos ante las protestas” El Observador (20/06/13) http://www.elobservador.com.uy/noticia/253495/politicos-brasilenos-atonitos-ante-las-protestas/
[7] “Objetivos” en  Portal Plan Ceibal http://www.ceibal.org.uy/index.php?option=com_content&view=article&id=44&Itemid=56 (acceso el 02/07/13)
[8] Ver en este blog “Renuncia, regresión y reagrupamiento: contragobernar en 2013” http://ricardoviscardi.blogspot.com/2013/01/renunciaregresion-y-reagrupamiento.html
Edición en papel en el suplemento “Tiempo de Crítica” (Rev. Caras y Caretas), 25-01-13.