1.1.11

El año del desengaño


1ª quincena enero 2011



El expresidente Julio María Sanguinetti afirma, en un reportaje reciente, que su mandato no tuvo en el inicio dificultad mayor con la oposición política, pero sí con el movimiento sindical, escollo insalvable desde el comienzo en su marcha presidencial[1]. Esa apreciación suena a actualidad, curiosamente, en las expresiones del propio presidente en ejercicio, José Mujica, quien entiende que la conflictividad sindical prospera en razón de la benevolencia del gobierno[2]. Los desagradecidos que señala con el dedo Mujica y los fanáticos que estigmatiza Sanguinetti coinciden sin embargo en una única referencia de la conflictividad acerba, atribuida a un mismo movimiento sindical.

Se podría contraponer razonablemente a ese paralelo entre figuras presidenciales, que las dos circunstancias denostadas por diferentes titulares del Poder Ejecutivo no corresponden al mismo período, distingo entre condiciones determinantes que inhabilitaría la analogía que surge de uno y otro contexto crítico. Sin embargo, esas dos impugnaciones de la conflictividad exceden con mucho el período de los respectivos mandatos presidenciales, de forma tal que quedan comprendidos en una perspectiva histórica que corresponde al último cuarto de siglo.

A lo largo del mismo reportaje Sanguinetti no deja de impugnar a los gremios tan activos hoy como ayer, ni se priva de integrarlos en la clásica oposición radicales/atrasados versus moderados/aperturistas, clave estilística de la fantasmagoría ideológica agitada por la “modernización” colorada del 85’. En cuanto a la perspectiva histórica de Mujica, tal como habitualmente ocurre con las expresiones del presidente en ejercicio, no podría ser más acrobática conceptualmente. Según una acepción letal para la legitimidad democrática, Mujica entiende que los sindicatos debieran agradecerle la posibilidad que les otorga de reivindicar ante tan generoso palacio. Desde ese punto de vista encaramado en las instituciones, no parece que Mujica se considere obligado políticamente ante las bases subjetivas, particularmente obrero-estudiantiles, cuyo caudal electoral le ha permitido alcanzar el curioso galardón de subversivo jubilado de presidente.

Sanguinetti nos sigue invitando a mirar el mundo bajo una óptica inverosímil, sobre todo si se tiene en cuenta la abrumadora defección electoral que su partido hereda, como efecto de la conducción que el autocomplacido expresidente le inoculara durante 20 años; mientras Mujica nos invita a ver el mundo como se veía en un pasado ya remoto: “dignidad arriba y regocijo abajo”, según la consigna de Aparicio Saravia[3], cuya nervadura nacionalista parece cundir ahora por debajo de la banda presidencial (sin que deba entenderse tal “banda” como una alusión a ninguna conducta sediciosa del gabinete que dirige).

La pirotecnia presidencialista estalla en el más alto cielo de una carpa de circo, instalada a tales efectos por la racionalidad a granel de la comunicación masiva. La misma que ha hecho del sistema político una razón de ser politológica de la democracia representativa y de esta última la clave de bóveda de la sistematicidad moderna. Sin embargo, los sistemas dan quiebra sistemáticamente, porque su razón de ser antecede a la formalización que cristalizan[4]. Pagamos intelectualmente un precio muy grande por el culto devoto a un racionalismo pacato de la sistematización representativa, cuando lo único representativo de la sistematización cristaliza un equilibrio provisorio, efímero y transitorio (es decir, discursivo). El tiempo en que el discurso perforó la representación, en cuanto sostuvo la transparencia de lo dicho en la opacidad que lo enunciaba, corresponde al tiempo en que la pluralidad de los movimientos sociales y las redes más tarde, perforó a su vez el lado interno de los estados nacionales y su militante partidocracia de instituciones públicas[5]. Hoy, la visión del Estado democrático representativo más poderoso del mundo es la de un contenedor de fugas, del que mana Wikileaks.

Leída de esa manera, la “historia” que nos cuentan Sanguinetti y Mujica en un duelo a dúo, se convierte en el dos de lo mismo: desde el 85 en adelante la lenta pero inevitable porosidad de los partidos políticos ha dejado filtrar el agua de la sustancia política desde el sistema de Estado (no otra cosa es el famoso “sistema político”) hacia la napa subterránea de la actividad militante anclada en la diversidad soberana (y no en un soberano diversificado) que inviste actualmente la misma condición pluralista y democrática.

Cierto tiempo atrás destacaba la significación que adquiere un análisis desde el extranjero y por un extranjero[6], en cuanto fue el primero en vincular la victoria del Frente Amplio en el 2004, con el sucesivo recurso a los referéndums para hacer valer la voluntad popular. La iniciativa plebiscitaria, con sus victorias y derrotas electorales, no debe ser entendida tan solo como una palanca que removió una y otra vez los obstáculos puestos en el camino de los derechos públicos en el Uruguay, sino ante todo como la continuidad del extraordinario movimiento anti-totalitario que se produjo bajo el terrorismo de Estado uruguayo, en cuyo marco se gestó la primera ecúmene de sensibilidades reivindicativas diferenciadas como tales de una estrategia pública estatista.

La pregunta que sugiere esa perspectiva sobre la situación que arranca en el 85’, en vez de dejarnos el sempiterno anatema de Sanguinetti contra la izquierda retrógrada por irrecuperable, o el amargo reproche de Mujica a los desagradecidos que lo llevaron a presidente para infortunio de su militancia suburbana, nos plantea la cuestión de la cesión de derechos políticos que benefició al Frente Amplio y que hoy parece retirársele desde su base militante.

La pregunta es entonces: ¿por qué el pluralismo anclado en la diversidad idiosincrática, cristalizado en la audaz participación contra el régimen cívico-militar totalitario, depositó su confianza en la estrategia de centralidad estatal que el Frente Amplio proclamó desde siempre?

Quizás 2010 luce como el año del desengaño porque la sensibilidad que se forjó entre el 68’ y el 83’ cifró la esperanza de una alternativa, tras la derrota en el 89’ del primer plebiscito contra la ley de caducidad, en una reciprocidad entre la movilización y la tradición. Esa transferencia de legitimidad a las estructuras cristalizadas produjo una postergación de inclinaciones que una canción de Drexler expresa en un trazo límpido: “Era mayo del 68 / pero en Montevideo del 83”[7].

El partidizado sesentismo uruguayo recién vino a expresarse contraculturalmente década y media después, de cara a un régimen socialmente liberticida, es decir, totalitario. Se cumplió tardíamente el designio de diferenciación idiosincrática, recurso propio de la libertad ante el encorsetado orden público de la modernidad, retraso que evidenció la dificultad uruguaya para sortear la racionalidad de los sistemas públicos partidocráticos y estatistas.

La gran fuerza acumulada por la vía de la movilización contra el régimen totalitario, se aglutinó en torno al plebiscito contra la ley de caducidad del 89’, cuya honrosa derrota significó, sin embargo, un ensayo general de la vía plebiscitaria que seguirían muchos de los mejores episodios de la lucha contra la globalización, que comenzó a gestarse por instinto social en los 90’. En el mismo año 89’ se produce la victoria del Frente Amplio en las elecciones municipales de Montevideo, que llevaron a Tabaré Vázquez al mandato municipal. Por primera vez la izquierda histórica construía un hito de victoria, circunstancia que llevó a percibir en la vía electoral una hendija compartida y exitosa.

La transferencia de confianza desde la movilización social hacia la estructura político- partidaria estaba signada ya por entonces, mal que le pesara a muchos designios de organicidad partidaria, por los rasgos propios que llevaron a la apertura democrática del 85’, pautada a su vez por la diferenciación hacia la racionalidad estatal totalitaria. En lo sucesivo, tanto la individuación de la experiencia personal por la vía de la capacitación tecnológica, como la subordinación de la democracia representativa a la articulación mediática, generarían sin embargo, lejos de la vista del empirismo de “evidencias estadísticas” (es decir, de trivialidades), la desafección ideológica generalizada.

En su momento señalamos, en febrero de 2005[8], que la gestión iniciada por entonces acarrearía el desencanto ante una égida estatal necesariamente contrapuesta, en clave antropológica, a una experiencia inscripta en redes intersubjetivas e individuaciones emergentes. El período presidencial de Vázquez, al tiempo que cumplió significativas reformas que minaron el corporativismo de la derecha, particularmente en la salud y el sistema tributario, manifestó una necesaria inclinación de los estados nacionales a la integración bajo el signo de la globalización del poder, con episodios que fueron en ciertos casos (y en otros no) contrarrestados por la movilización de la izquierda social.

Con ese signo de disconformidad relativa de la propia militancia de izquierda, la candidatura de Mujica abrió la perspectiva explícita de un giro a la izquierda, anhelado ante todo por los sectores históricos de la militancia frenteamplista, pero que asimismo representaba un sentimiento de necesario anclaje reivindicativo, concitado por los mismos arraigos de la izquierda en la correlación de fuerzas. En tal sentido, la reducción de la desigualdad, la culminación de la lucha contra la impunidad y la contraposición al regionalismo bajo la égida estadounidense, lucían como anhelos prioritarios, que creían percibir en Mujica el trasfondo inalterable de una izquierda atada al Uruguay profundo.

In limine, la razones que desengañan de tales visos de autenticidad insospechable, se encuentran contenidas en las recriminaciones que hacia este fin de año dos hombres políticos tan diferentes como Sanguinetti y Mujica lanzan, con tenor tan similar, contra la conflictividad social. Mientras la larga marcha del Partido Colorado hacia el fracaso, tras su debilitamiento a partir del pachecato, se explica por la imposibilidad de recuperar el desborde de las mismas vertientes redistributivas e igualitarias que el propio batllismo colorado había propiciado, el disgusto tupamplista (contracción adjetiva de “tupamaros frenteamplitas”) del presidente con la hirsuta movilización reivindicativa, se explica por la renuncia a la rebeldía social que implicó trocar la campera guerrillera por el traje a medida (de Estado). Sin embargo, las sendas mutaciones se predisponen, como las de muchas especies en vías de extinción, por un impulso de sobrevivencia.

Estamos ante una reserva ecológica de estatalidad. Uruguay Natural es mucho más que la imagen de marca del turismo a puro cielo abierto, es ante todo la bocanada asfixiada de un organismo en vías de extinción representativa, descreimiento mediante, sobre todo si recordamos que la primigenia noción de naturaleza, contrapuesta al sentido sobrenatural, fue “representación humana”[9]. No en vano quienes pudieran usufructuar del pedido de pase electoral de amplios sectores en búsqueda de horizonte político, pero no necesariamente partidario, expresan cautamente su escepticismo acerca del reclutamiento de los desencantados del Frente Amplio[10]. La secularización cunde y es ingrata con las alturas.

Sobre todo desde que Sanguinetti ha sido desplazado por la derecha de su propio partido y hoy luce como la promesa de deshuese más provechosa de un cementerio de navíos pretendidamente socialdemócratas. Mientras Mujica saluda incólume a una barra que lo mira, desde una columna cada vez más lejana, tomar rauda distancia de cierta noción de “Frente Grande”, que nadie sabe con qué fin habría propuesto Sendic, si se trataba tan sólo de una extensión del Frente Amplio. ¿Tendría tal Frente Grande una diferencia de concepto con un Frente Amplio que se volviera más abarcador? ¿Consiste tal agrandamiento conceptual del Frente Amplio en afiliar más blancos y colorados (como por ejemplo Nin Novoa o el senador Saravia)? ¿O la única razón de ser del Frente Grande propondría, como explícitamente lo enunció Sendic, integrar también a los movimientos sociales? ¿Sendic fundó el Movimiento por la Tierra, tras su liberación en el 85’, para integrarlo al Frente Amplio?

La obscenidad de la chatarra histórica y la del oportunismo miope se parecen en mucho, si se las mira desde el punto de vista del soplete que no necesita ver más lejos que lo que tiene que desmontar. Conviene desde ya alzar la copa y festejar con alegría la llegada del 2011, como año de constructiva recuperación del material de desecho.



[1] Sarthou, H. Lauro, J. García, A. “La prensa siempre molesta y te hace agarrar alguna rabieta” (reportaje a Julio M. Sanguinetti) Voces Nº 283 (16/12/10) Montevideo, p.18.

[2] “El congreso uruguayo aprueba presupuesto 2011 en medio de huelgas y reclamos” América Economía 30/11/10) http://www.americaeconomia.com/economia-mercados/congreso-uruguayo-aprueba-presupuesto-2011-en-medio-de-huelgas-y-reclamos

[3] “106 años de la muerte de Aparicio Saravia” Alianza Nacional (10/09/10) http://alianzanacional.com.uy/web/columnas/106-anos-de-la-muerte-de-aparicio-saravia/

[4] En tal sentido Foucault señala que (incluso) el sujeto debe ser elidido para que la representación pueda darse como “pura representación”. Foucault, M. (1966) Les mots et les choses, Gallimard, Paris, p. 31.

[5] El vínculo recíproco entre discurso, crisis de la representación y emergencia de los momientos sociales se presenta en Viscardi, R. (1991) Después de la política, Juan Darién, Montevideo, p.9.

[6] Secretan, J. “Privatisations hors la loi en Uruguay”, Le Monde

Diplomatique (décembre 2004) Paris.

[8] Viscardi, R. 1994 Revista Arjé Nº 1 (abril 2005) http://arje.atspace.org/Archivo/abril/1994_viscardi.html (el número en papel está datado en febrero 2005).

[9] Derrida contrapone la noción de “razón natural” en Descartes a la noción de “lengua natural”, señalando así la oposición entre dos nociones de naturaleza, en cuanto la primera vehicula el sentido “representación reflexiva” y la segunda el sentido “representación delegada”. Derrida, J. (1995) El lenguaje y las instituciones filosóficas, Paidós, Barcelona, pp.30-31. Asimismo, esta distinción se encuentra en las consideraciones de Derrida acerca de “representación” en Heidegger. Derrida J. “Envío” en Derrida en Castellano http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/envio.htm

[10] Abdala, W. “¿Mujica pierde el control?” Voces Nº 279 (18/11/10) Montevideo, p. 4.

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