1.7.09

Partidocrisis: hacia la crisis de partido

1ª quincena julio 2009



Hemos pasado de la partidocracia a la partidocrisis. La vía de tal tránsito es deflacionaria. Su impulso es, sin embargo, reactivo: el temor a una radicalización de quienes necesitan tomar partido, quienes son el partido de la necesidad. ¿Porqué entonces tal necesidad no se traduce en mayor movilización?

La polarización social (ver en este blog ¿Elecciones internas o interiores? del 15/06/09) incide contra la movilización electoral -cuya escasa convocatoria un Ministro de la misma Corte Electoral intenta justificar (http://www.larepublica.com.uy/politica/370874-una-escasa-concurrencia), porque la radicalización de las expectativas políticas en términos de necesidades no cuenta, en la tradición nacional, con suficiente traducción en términos de memoria cultural. Esta exige, en el Uruguay, que los partidos de fracciones se mancomunen, en tanto colectividades cohesionadas en la disputa interpartidaria, en torno a liderazgos movilizadores del conjunto de una bandería tradicional. El Frente Amplio no cumple con ese perfil presidenciable porque su candidato no trasunta, en razón del mismo efecto social polarizador sobre la tradición partidaria, sino una representatividad populachera insolvente, en tanto es percibida desde el sesgo bienpensante y culto de la matriz fundacional frentista, anclada en las clases medias post-batllistas.

Es probable que el Frente Amplio no logre resolver esa disfasia interna respecto a la matriz electoral nacional y se hunda en un aparatismo trasnochado de la movilización, sin percibir una vez más, que el devenir simbólico cunde inmediatamente cuando se propaga mediáticamente por las ondas hertzianas. Tanto la explicación dada por Mujica de la movilización blanca y la atonía frentista (http://www.larepublica.com.uy/politica/370879-mujica-avizora-mas-votantes-para-la-izquierda-en-octubr), como la contraposición que instala en esa misma declaración con su colaborador más directo, respecto a la mejor forma de resolver la fórmula presidencial con Astori (http://www.larepublica.com.uy/politica/370877-para-huidobro-el-plenario-de-lfa-debera-ser-una-ceremonia ), muestran que por allí no se entiende lo que pasa.

Obstaculizada en su natural expresión por la izquierda, la acumulación de energía destructiva que genera la misma polarización social puede manifestarse, sin embargo, a través de un auge de la actividad reactiva de la derecha ante la posible profundización de los cambios. Estos ya han cundido aunque más no sea por la vía administrativa de las reformas frenteamplistas, en el plano impositivo, de la salud y de la concertación salarial, entre otros. No sólo la derecha económica, sino incluso la desamparada teme, más allá, algo mucho más simple: la matriz de significación igualitaria que no se reduce a escenarios puntuales ni negociados, sino que pugna por instalarse como cariz vinculante, éter público.

El irresistible ascenso de Lacalle señala, en tanto radicalización que la victoria de Bordaberry en el otro partido derechista consolida, que se instala una anomia representativa, como efecto implosivo del horrori vacui electoral. Los procesos de falencia representativa generan una inclinación incontenible a la compensación simbólica en el plano corporativo, a través de una “figura” que cristalice la “garantía de orden”. Lacalle lo percibió tanto en el tema de la seguridad como en el de la redistribución social, con claros gestos en dirección de la autoridad y del patrimonio privado. Su candidatura es la del miedo al cambio en dirección de la igualdad y por eso puede movilizar también en Montevideo, donde prevalece incluso sobre el “progresismo blanco”, que se vuelve de más en más la pesadilla del fracaso wilsonista.

El segundo emergente de la crisis partidocrática es el escándalo intelectual de las encuestas. Eduardo Botinelli sostuvo ante pantallas de Canal 4 en el mismo domingo 28, que la diferencia entre las previsiones y la concurrencia a las urnas se debió a que para la población es de “buen tono” declarar que se vota, pero que la decisión, en el coleto íntimo, no era tal. ¿Debiéramos entonces psicoanalizar a los encuestados? ¿O a los encuestadores que les formularían señales interpretables subjetivamente? ¿Dónde queda la eficacia de transparencia cifrada que nos asegura que lo que digitamos en la calculadora es lo que la gente piensa?

Mientras algunos encuestadores y politólogos (Oscar Botinelli o Constanza Moreira) admitieron el fracaso de las previsiones respecto a la participación, otros intentan escudarse detrás de la relativa correspondencia en términos de las disputas internas en cada partido. Sin embargo, de lo que todos discutimos, más allá o más acá de las cifras, no es de lo interno de cada partido, sino de dos aspectos en los cuales todas las encuestas marraron: el porcentaje de participación y la delantera en el número de sufragios por partido. Mientras las encuestadoras vaticinaron una ventaja del Frente Amplio en votos expresados que en algunos pronósticos llegaba a 10 puntos (http://www.montevideo.com.uy/notspolitica_85967_1.html), sucedió lo contrario y por más de 5 puntos (http://www.montevideo.com.uy/notelecciones_86298_1.html). Quince puntos de diferencia entre lo vaticinado y lo ocurrido para algunas encuestadores, diez para otras y sin embargo, tales cassandras parecen, en muchos casos, satisfechos con acertar en aquello que no preocupa mayormente. En verdad, la victoria de uno u otro candidato no es lo decisivo para la condición partidaria como tal, sino la movilización electoral de la población y la correlación de fuerzas con los otros partidos medida en votos emitidos. En esos dos terrenos, donde la gente piensa mas allá de personas, las encuestadoras perdieron pie.

La significación de este traspié consiste en que señala la claudicación del “núcleo duro” de la programación política, en lo que Vattimo[1] ha denominado “sociedad transparente”. El vínculo entre técnica e imagen, en tanto difusión pública de una versión programada de la realidad, constituye desde esa perspectiva “el piloto” o “órgano de los órganos” que gobierna y concentra la “recolección y ordenamiento” de informaciones, en una perspectiva de simultaneidad de la “comunicación generalizada”. El desorden del núcleo cerebral de la programación política, sitúa al sistema de partidos en régimen de concentración a distancia (telepolítica) bajo una perspectiva de avestruz degollada a la carrera.

Un tercer elemento de crisis partidaria consiste en el grado de desarrollo que han adquirido formas alternativas de incidencia en temas relevantes para el conjunto de la población, que ésta puede protagonizar por encima de ideologías trasnochadas y de percepciones consagradas institucionalmente. Desde ya se anuncian dos campañas de la izquierda: una por los cargos en disputa, la otra por la anulación de la desigualdad jurídica instalada por la ley de caducidad. Asimismo, la eventual falencia de la izquierda política en la representación de la polarización de los necesitados abrirá creciente cauce a la manifestación de reivindicaciones y movimientos, que no por singulares en el conjunto de la coyuntura pública, dejan de significar alternativas que pautan el destino de la comunidad en temas cruciales. Coincidió con la instancia electoral la instalación de una reivindicación primordial[2] del derecho a la vivienda, fantasma que seguramente aterroriza las noches de quienes pretendían que el Uruguay tan sólo vota y milita en lugares abrigados de la intemperie movilizada. La instalación de un escenario pautado crecientemente por la política de los movimientos y las preferencias, por encima de las instituciones y la definiciones, quizás sea el horizonte más promisorio que nos depare el fracaso, ya mundial, pero reciente entre nosotros, de la política de Estado.

[1] Vattimo, G. (1990) La sociedad transparente, Paidós, Barcelona, pp.94-95.

[2] Comunicado de prensa de la Dirección Nacional de FUCVAM, 29 de junio de 2009, http://www.fucvam.org.uy/