Foto y voto
2ª quincena julio 2009
La figura de la fotografía ha ganado lo más granado del vuelo intelectual vernáculo. Los intrépidos encuestadores uruguayos, audaces en demasía al perseguir red en mano ejemplares exóticos de la exactitud, han marrado el golpe y machucado el aire de más de un cliente. Denostados tanto por el magnate en alza de numerario como por el candidato sumergido por el porcentaje, que pueblan por igual el cambalache partidario, no han recurrido a la observación exacta, sino al sentido figurado, para explicarnos porqué sobró o faltó lo que votó (ver en este blog Partidocrisis: hacia la crisis de partido del 1/07/09). La poética ha inflamado los corazones desapasionados de los observadores impertérritos.
Esta conversión no sólo nos dice a las claras que en esos destellos fragua de todas sus puntas extendidas la estrella de la liberación, sino además, que conviene seguir las sendas perdidas de la metáfora para adentrarse en el cenáculo de los vaticinios más conspicuos. Levantemos entonces aquel vuelo que el poeta elogiaba en el albatros, grotesco pajarraco una vez posado sin embargo y elevémonos hacia el firmamento en pos de la imagen de la realidad.
Una encuesta es una fotografía, se nos aclara, para confirmarnos que se ve en cifras lo mismo que percibimos más allá (http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_27450_1.html). Como el más allá cambia, la imagen puede no ser la adecuada al momento de mirar la realidad puntual de que se trate. Asimismo, viéndola, quien quiera transformarla a su guisa y antojo, deberá tener en cuenta que conviene tomar la fotografía en el momento oportuno. Habrá tantas fotos como oportunidades para oprimir el obturador.
La imagen no sólo mide la realidad ideológica, sino incluso la realidad de las cosas. El desprendimiento de la imagen como hoja caída de la realidad ocurrió, como conoce todo estudiante de primer año de ciencias de la comunicación, con la fotografía. El día que la fotografía registró en una cosa la imagen de las cosas, la imagen dejó de ser figuración de la realidad. Desde entonces la imagen fue impresionista o formalista: versión diversa de una misma cosa o determinación de la forma como decisión del pensamiento: pintura idiosincrática o gestalt.
Pero hubo, de imagen, bastante más. La proyección bajo un haz de luz de 34 fotografías por segundo permitió que la cosa de la imagen alcanzara la verosimilitud del espectáculo, de forma que un relato pudo constituirse en guía para la función de las cosas del exterior en el interior de una sala. Con la imagen en movimiento la fantasía se hizo cosa espectacular y la realidad retrocedió un paso más hacia la inmundicia cotidiana (in-mundicia: el mundo tal cual es). Recientemente, la miniaturización y la satelitalización permitieron que la imagen fuera en vivo y en directo a distancia, de manera que configuró con definición de imagen una contemporaneidad existencial. Incluso, la programación digital de la imagen ha terminado por arrojar toda realidad previa a la foto al basurero de las bolsas de plástico.
Por esa razón, hoy ya no conservamos bajo impresión de un soporte las fotografías, sino que apenas las tomamos y las mostramos bajo imperativo de obturador, decidiendo incluso cuales conservamos provisoriamente -antes de ponerlas en pantalla propia o ajena, en la memoria del computador y cuales enviamos a la papelera incorporada en el artefacto. A tal punto ha desaparecido la realidad que persiguen los encuestadores, que la fotografía ya no acude sino por provisión de oportunidad.
Como en el ocasionalismo de Malebranche, cada cosa tiene su oportunidad de decisión, porque por detrás de todo, todo lo ajusta una decisión omnipresente. Nada detiene el decurso de las decisiones ni los acaecimientos previstos, porque la programación provee la configuración adecuada para el objeto que se proyecte.
Cabe entonces preguntarse porqué afanarse en algo que superaría lo que el artefacto artesona de facto. Tal entidad metafísica de la realidad trascendería, sin dudas, la condición efectiva de la actualidad, configurada por previsiones de escenarios proyectivos. Si no existe como cosa distinta del efecto de programación de la imagen, la realidad en su cosa pasa a ser un ardid retórico destinado a beneficiar cierta técnica, quizás ya obsoleta, que intenta hacernos olvidar que el obturador digitalizado no obtura la luz, sino el circuito integrado en red. La red de redes invierte el guante que capturaba la realidad exterior, ella enguanta la mano que procura satisfacción a domicilio, vencida la distancia de terreno en la distancia de pantalla.
En esta domiciliación de la realidad los consumidores deciden tanto como los realistas impostores, porque los supuestos modelos fotografiados acceden asimismo al artefacto, con amenaza de zapping incluida, aunque más no sea por la vía del ratting de audiencia. Una selección de programación en permanencia soluciona todos los hiatos de una revolución permanente, ante todo, porque ha eliminado la incompatibilidad entre la decisión y la imagen, en beneficio de la preferencia del consumidor. De esta manera, quienes consumen las encuestas son quienes las consuman, porque medir la preferencia de imagen de quien las clasifica por su cuenta se parece mucho a cazar mariposas disecadas. Quizás por eso la foto digitalizada y la digitalización del votante coinciden cada vez más, porcentajes encuestados mediante, por la misma senda de la papelera de reciclaje.
Ante tal muladar instalado en nuestra memoria digitalizada por la programación de imágenes, convendría preguntarse por la extraña realidad que conserva la norma del voto obligatorio bajo amenaza de multa en unidades reajustables. Tal obligatoriedad no libera la participación, sino que impide introducir una información suplementaria al ratting de audiencia y a la encuesta de consumidores, capaz de compulsar el grado de realidad que conserva, ante la pantalla de emisión, la emisión del voto que la credencial cívica identifica con la foto.