1.6.09

¿A quién le teme Sanguinetti?

1ª quincena de junio 2009



Privado por la desgracia electoral de irradiar el aura de un Pericles, Sanguinetti prefiere el rol agorero de Cassandra. Por el mismo rumbo majestuoso que lo llevara de éxito en éxito a vencer en todo conflicto laboral (según su afamado dictum) y a consagrarse por esa vía antigremial dos veces presidente de la nación, Sanguinetti no nos ahorra nada de la obviedad consagrada. Se trata de una obscenidad de la declinación cuyo autor no parece sentirse involucrado en su responsabilidad, aunque bajo su doble mandato la curva de crecimiento de la pobreza mostrara severos perjuicios para el Uruguay, con una atracción fatal hacia las alturas que difícilmente iguale el cierre de parábola hacia el llano del ciclo sanguinettista, que deja al Partido Colorado con un magro 8% de preferencias en la población. Se diría que la trayectoria propia arroja una bruma desencantada sobre el autor de tanta predicción, quien en vez de prevenir la zozobra, se destacara por conducir al fracaso. Quizás tales antecedentes poco auspiciosos obran en contrapeso de las ínfulas de magisterio presidencial, para propiciar en bajorrelieve un vaticinio luctuoso.

Una prescindencia de cualquier laudo que supere al lauro, lo lleva a constatar con olímpica desazón que el batllismo que condujera desde las mayorías partidarias del coloradismo a lo largo de 20 años, se encuentra post-Sanguinetti desunido y en franca bancarrota electoral (http://www.larepublica.com.uy/politica/366219-sanguinetti-voy-a-extranar-a-vazquez). Nada de lo que ha hecho nuestro presidente más reiterado en el siglo pasado tiene que ver con el pasado del mismo personaje que se presenta históricamente a sí mismo, en el preciso momento de atravesar por añadidura propia un arco del triunfo más, ahora desde la prospectiva nefanda.

Una cautela en sordina, que llovizna cierto mutismo del futuro sobre el vaticinio consabido, nos advierte que “esta película ya la vimos”, cuando denuncia el mismo peligro por el que la población ha votado mayoritariamente hace menos de un lustro. Como lo recuerda Mujica con acierto, su postulación también se sustenta en el alto apoyo electoral alcanzado. Más de uno que haya consultado los resultados comiciales de las últimas elecciones, recordará que los votos obtenidos singularmente por Mujica dentro de su propio partido superan la totalidad de los que alcanzara el Partido Colorado en su conjunto

Cabe entonces observar que la eficacia explicativa de la lectura que hace el expresidente del peligro que encierra la candidatura de Mujica no se funda sino en prejuicios, en cuanto se dirige a una validación democrática, que mal que le pese, le da la espalda en el voto popular. Esa perspectiva con anteojeras pretende inspirar la mirada de quienes tendrían mucho para perder con el peligro denunciado por Sanguinetti. En cuanto este aciago avatar se resume en los perniciosos efectos de los “radicales”, según la saga alimentada por la fantasmática neoliberal, tal amenaza que proviene de una extralimitación radicada radicalmente, se vincula a un grupo amenazante por la homogeneidad de su impertinencia. Tal afuera no tiene, en el pasado que Sanguinetti evoca en su retro-visión, sino la figura de los tupamaros en el retrovisor. Estos subversivos persiguen a Sanguinetti en sus fantasías incluso cuando ya abandonó, a la vera del fracaso electoral, el vehículo blindado del Ejecutivo.

Solo la vinculación fundacional de los tupamaros con el MPP, su presencia en este abigarrado subsector del Frente Amplio y la empatía del mismo con la sensibilidad generada por la guerrilla en su pasado, justifica la asociación que hace Sanguinetti entre la candidatura de Mujica y el peligro radicalista (http://www.montevideo.com.uy/notspolitica_83823_1.html) .

Enfocado el foco en la radicalidad tupamara, el radicalismo de Mujica y del MPP gana cuerpo de peligro en perspectiva histórica, como corresponde a un vaticinio autorizado en antecedentes, cuando se los concede a futuros contingentes. Con tal densidad de cuerpo histórico, el peligro gana relieve en la memoria ciudadana, alcanza una figura distinguible y singular, se emboza en la oscuridad de una violencia sufrida en carne propia.

Por más que el futuro de este augurio se divise en un retrovisor pendiente del pasado que lo propulsa, la figura alcanza la consistencia de un prejuicio largamente transitado. Corresponde entonces averiguar en que medida la consistencia del fantasma tupamaro, que en buena medida el propio Sanguinetti se afanara en difundir, corresponde hoy al peligro que cerniría la banda presidencial sobre la rolliza anatomía que soporta el anatema expresidencial.

Los tupamaros desarrollaron a partir de 1968 un movimiento político de rápido crecimiento, de escasa homogeneidad ideológica y de profunda dispersión, una vez alcanzado el cenit histórico que no duró sino cuatro años (1968-1972). No constituyeron nunca un partido vinculado de forma significativa a un tronco de concepciones universalmente gravitante.

A partir de la laminación político-militar en 1972, el exilio en Chile y la distancia entre las experiencias hechas por generaciones disímiles, junto con la escasa tradición ideológica propia, favorecieron la multiplicación de divisiones. Incluso con anterioridad a la dispersión como efecto de la represión, se registra una importante escisión, vinculada a la raíz del Frente Estudiantil Revolucionario, denominada en aquel entonces “la microfracción”. Posteriormente, con un planteo de rearticulación teórica y política, se escinde Nuevo Tiempo, muchos de cuyos integrantes tenderían finalmente a vincularse nuevamente con los partidos tradicionales. Hacia 1976 se crea en el Penal de Libertad un movimiento conocido como “seispuntismo” por una cartilla de lineamientos que se diferenciaban, particularmente por su ortodoxia con relación al movimiento comunista mundial, del MLN. Este grupo terminaría por asumir el nombre 26 de marzo, vinculado a una organización del Frente Amplio particularmente afín a los tupamaros. Finalmente, el 26 de marzo se escinde recientemente del Frente Amplio para fundar, en 2008, Asamblea Popular.

Aunque esos nucleamientos no resumen todos los agrupamientos generados a partir del MLN, tampoco reflejan lo esencial del proceso de una militancia fuertemente pautada generacionalmente, que evolucionó en una organización sin trayectoria dilatada, que por añadidura, provenía de horizontes sociales e ideológicos diversos. En ese contexto, la mayoría de los militantes del período protagónico del MLN siguieron, tras diversidad de desencantos y desilusiones, cursos diferenciados de separación, alejamiento o pasividad.




Un reagrupamiento relativo se genera con la liberación de los fundadores del MLN en el momento del retorno a la democracia. Influye significativamente la concepción de Raúl Sendic, en torno a la necesidad de un “Frente Grande”. Aunque un horizonte teórico y mundial otorgaba importante latitud a la propuesta, su posteridad se deshilvanó sin embargo en interpretaciones disímiles, quizás como profecía auto-cumplida en la propia proclamación del planteo.

Recientemente, la separación de Eleuterio Fernández Huidobro y de un grupo de exmilitantes que abandonan el MLN para formar otro agrupamiento político, da la medida, en razón de la significación intelectual del mismo Fernández en la historia del MLN, del descalabro que sigue afectando al tronco inicial de la organización. Figuras importantes del mismo origen político mantienen acerba discrepancia, mientras tanto, con la obediencia que guarda el MPP en el Frente Amplio e incluso con su actuación desde el gobierno de Vázquez, entre quienes se destaca Jorge Zabalza, de significativa irradiación pública.

Más allá de la valedera y honrosa tradición americana que invocan en su nombre, los tupamaros no revisten un cuerpo político que signifique, al día de hoy, una línea de conducción significativa dentro del Frente Amplio, en verdad, ni siquiera dentro del MPP. La formación por parte de Fernández Huidobro y otros extupamaros de una agrupación diferenciada, incluso con la decisión de presentar listas electorales diferenciadas de las del MPP, atestigua de la profundidad del hiato que se ha abierto entre quienes se reclaman herederos de la memoria tupamara (ver en este blog “La nación-Estado”, 15/05/09). Incluso si se admitiera que esa identidad lograra respirar dentro de una organización tan ajena a su inspiración como el Frente Amplio.

Por si este desfibramiento interno fuera poco, el agrupamiento que lidera Mujica es cuestionado desde otro sector del Frente Amplio, en tanto se le asocia a una sensibilidad discordante con la historia de esa coalición de izquierda. Aunque supere el entorno de Astori, ese sector concuerda en reprocharle a Mujica liderar un agrupamiento difuso e incoherente, sin consistencia política ni coherencia ideológica, sustentado en una sensibilidad mediática poco acorde con la articulación de diversidad que reflejaría, desde esa perspectiva, lo mejor de la experiencia frenteamplista (http://www.larepublica.com.uy/editorial/366163-prejuicios-de-que-clase). Esta izquierda “seria y respetable”, anclada en un clase media de inclinación política intelectualmente marcada, configura tanto por pertenencia como por vocación un tronco histórico del Frente Amplio con significativa gravitación del Partido Comunista, ante todo, por su incidencia en los aparatos culturales.

En suma, ni Mujica es heredero de un legado político orgánicamente sustentable en la traza histórica del MLN, ni cuenta con un consenso interno del espectro frenteamplista que le permita liderar una corriente unitaria con inspiración propia. Con fecha reciente y en aras de la viabilidad de su propia candidatura, Mujica decidió abandonar el MLN y el MPP, dando la señal del sesgo efectivamente unipersonal de su candidatura. Se le exigirá en su momento, por más que se rodee de un rejuntado de “hombres del presidente” -que ya anunció abigarrado, que cumpla con esa palabra de candidato universal del frenteamplismo.

Todo esto no puede dejar de ser avizorado por Sanguinetti.

Cabe entonces preguntarse: ¿A quién le teme Sanguinetti?

Por cierto de boca del propio Sanguinetti ya sabemos a quién no le teme, en cuanto desde ahora dice, ante la perspectiva de Mujica en el poder, extrañar a Vázquez (http://www.larepublica.com.uy/politica/366219-sanguinetti-voy-a-extranar-a-vazquez). En el horizonte de los partidos tradicionales el vazquismo conduciría al Frente Amplio a un desfibramiento interno y a una reabsorción ideológica de su inspiración transformadora, pautada por una distancia que no deja de acrecentarse entre las mayorías obrero-estudiantiles y el gobierno. Sanguinetti y la derecha saben que la izquierda en el Uruguay respira en el ámbito obrero-estudiantil y que fuera de éste, con su colusión profunda de sensibilidad e historia, no queda de izquierda sino un remedo institucional. Por consiguiente, la continuidad del vazquismo que Astori promete en el gobierno no puede ser sino bienvenida por los partidos tradicionales, que harán su agosto, inclusive electoral, del agostamiento reivindicativo que propone tal continuismo.

Ante esa respuesta por la negativa ante la pregunta ¿A quién le teme Sanguinetti?, conviene pasar a considerarla afirmativamente.

La extrema personalización de la candidatura de Mujica sólo puede ser entendida como una cuestión de detalle por quienes no hayan comprendido que los contenidos se fugaron, desde el “giro lingüístico”, por el estilo. El “afuera doméstico” que propicia la pantalla catódica desfonda la máquina de la representación en escenario mediático (http://www.montevideo.com.uy/notpantallazo_84210_1.html). El líder está ahí. Lo que dice habla como cada uno y convierte en presencia patente una manera de ser. El ser, a su manera, a su manera de ser, se presenta por sí mismo con la sutileza infinita e indiscernible de la modalidad. Lo que no puede ser discernido, sin embargo convoca, fusiona y conlleva el impulso de anulación de la diferencia. El pensar la diferencia se convierte en un fardo cargoso e inútil, ajeno a lo que de antemano ya se sabe, porque surge de la misma manera de ser, del ser tal como espontáneamente se es.

Los enjundiosos y proficuos circunloquios con que Mujica decora sus propuestas están destinados a manifestar su pensamiento, de forma tan detallada, que invitan a dejar de pensar para escuchar al pensamiento que Mujica encarna. Sobre todo si su persuasión se sustenta en aquello mejor repartido, que como lo dijera Descartes, es el sentido común. Luego lo común del sentido, una vez propalado, se patenta de “ya sabido” e invita a repetirlo en un nueva ocurrencia, que por lo mismo de la campaña electoral, más vale que haga por sí mismo el candidato.

Mujica no representa sino al personaje Mujica. Por eso es mayoritariamente votado, desde el punto de vista de una validez de la delegación de representación que ya caducó de antemano, en el proceso de identificación mediática que produce “el golpe de estado informacional”.

Tal fusión por indiferenciación produce en cualquier aparato fugas incontrolables del fluido libidinal del pensamiento, dispuesto a encontrar su libertad en cualquier juntura posible. El Frente Amplio no está en tal sentido ni en mejor ni en peor situación que cualquier otro aparato político partidario que intentara corregir las desviaciones que la identificación mediática provoca en la delegación representativa. Sin embargo, un tsunami de votos a Mujica no conllevaría sólo la hemofilia incontrolable de la coalición suturada capilarmente, sino que la transformaría en un castillo de naipes sujeto al soplido mediático de la inspiración populista. A su vez, el derrumbe de ese aparato trabajosamente armado no sería el de uno más, sino el de la mitad del sistema de partidos.

Un empuje mediático alternativo abriría y cerraría, al paso de visitantes dudosos, la puerta de vaivén del sistema político. Por otro lado esas visitas sospechosas encuentran un nutrido correlato allende el edificio institucional, en la concentración de masas por arriba y por debajo del nivel de pobreza, en tal gradación de más o menos pobres, que desde ya inhibe la pertenencia cultural al procedimiento de la delegación representativa.

Ni Sanguinetti ni la derecha le temen ya a los tupamaros en tanto guerilla político-militar, sino al desborde y derrumbe del sistema político que pude advenir por el Frente Amplio, en cuanto éste refleje la fusión entre un líder mediático personalista y una masa manipulada idiosincráticamente. Este enorme boquete del sistema político abriría, tras el desfondamiento orgánico del Frente Amplio, las puertas del protagonismo público a sectores de acelerada movilización y escasa pertenencia ideológica, generando fenómenos de poder ajenos a la tradición acuñada en los aparatos partidarios. Una amenaza pende sobre la partidocracia y sus corifeos de derecha e izquierda. Tal como lo anunciara la lucha contra la dictadura, el movimiento puede ganarle a la estructura, incluso, porque la estructura no es sino movimiento encauzado. Sanguinetti quizás tema, que además de fracasar en su proyecto político, los veinte años transcurridos desde la salida a la dictadura ni siquiera le permitan preservar el poder del estamento político-profesional.
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La nación-Estado

1ª quincena mayo 2009


Trostsky hubiera empalidecido de envidia si el siglo le hubiera permitido conocer, antes que su concepción de la revolución permanente, el ciclo electoral del Uruguay, donde toda perspectiva pública se esfuma en una eternidad comicial. Los cinco años que supuestamente transita un período gubernamental se fraccionan, para delicia de especialistas en el Estado de las elecciones, en una cascada de primarias, balotajes y municipales diferidas. De una a otra elección, tanto diferir el momento clave termina por proyectarlo al suspenso sin tregua, de forma tal que se posterga toda decisión que pudiera considerarse terminante. La imaginación política uruguaya ha inventado la elección sin decisión, el empate del desafío, que lo deja en amague por las dudas. Tal postergación eleccionaria del ahora-ya instala el eterno retorno del voto en tanto intangibilidad de la existencia pública. El fantasma de un Estado a postergación electoral manifiesta una vacuidad en suspenso que fantasea el ser nacional de una nación-Estado.

La agenda que nos ha deparado la sofisticada ingeniería electoral uruguaya inicia, por las primarias, el proceso electoral un año antes de las elecciones nacionales, que a su vez se ven antecedidas de tres meses por las primarias de los partidos, que por su cuenta auspician una aceleración que puede durar cuatro meses más, sin que por eso se alcance el fin del período, que recién llega en las municipales, todavía, seis meses después de las nacionales. Si se toma el conjunto, la “largada” que tuvo lugar en el segundo semestre de 2008, recién culmina en la “llegada” a mediados de 2010.

Dos preciosos años, 24 meses, que dejan como período de gobierno sin interferencia de campaña tan sólo tres años, de los cuales, seis meses más se irán de todas formas en corregir, conocido el resultado de las municipales, los ajustes de cálculo presupuestal que debe incorporar el diseño nacional previo, más allá de la campaña de pujas y polémicas intrincadas que genera la primera discusión presupuestal (en este caso a mediados de 2010). Arrancando a mediados de 2008, llegamos así sin respiro al umbral de 2011. El artilugio del que nadie parece mayormente atribulado deja en tanto período neto de gobierno sin campaña electoral o puja derivada de la misma, tan sólo dos años y medio, 30 meses, la mitad de la supuesta duración del período gubernamental.

Sin duda la pasión electoral uruguaya traduce una indecidibilidad del Estado-nación. Tal imposibilidad del juicio no pareciera ajena a un origen vinculado a la neutralización del vértice de conflicto entre potencias vecinas, que en su razón de ser pudiera cundir en contención de toda potencia. El afán que llevó a racionalizar la propia vía electoral, configurando la gobernabilidad en razón de las mayorías gubernamentales (que decide el balotaje) y de la unicidad programática (que cristalizan las primarias), se proponía trascender la farragosa Ley de Lemas. A aquella legislación consagrada por la tradición, se le imputaba permitir la multiplicidad de opciones electorales en un mismo partido, de forma tal que todos encerraban bajo distintos lemas mucho de lo mismo, pero sujeto en cada caso a mayorías internas, que se dirimían a la par que el mismo escrutinio nacional, trampeando por mayorías circunstanciales la identidad del elector. De esa forma, se decía, en cuanto se hace coincidir de hecho las primarias con las nacionales de cada partido, quien cree votar a derecha, termina eligiendo a izquierda y viceversa.

El artilugio que supuestamente trascendería la intrincada Ley de Lemas, instala sin embargo un tránsito electoral de desafiliación ideológica, en cuanto lleva en el balotaje a votar por un candidato presidencial que es menos parecido a lo que se quiere que distante de lo que no se quiere. Por otro lado, la multiplicación de instancias electorales se convierte en un sistema de señales que incita al “voto castigo”, pronunciamiento que favorece la perspectiva idiosincrásica del elector. Ya en oportunidad reciente, las municipales no confirmaron en algún caso la tendencia de las nacionales, señalando una retracción que puede repetirse en gaje de sensatez mediana. Votar en las nacionales por las dudas a unos, diciéndoles luego en las municipales que el olor de la calle no es el mismo que el miedo del bolsillo.

El sistema no ha logrado depurarse como sistema. Ningún sistema lo procura sino incrementando su sistematicidad, situación que pone a la decisión en emulsión electoral y la lleva por el mismo camino que supuestamente descartaba la reforma electoral que instaló -en 1997- la elección permanente: el desperdicio de proyecto.

La identidad moderna que beneficia el valor del “ser moderno”, tal como lo señalara Vattimo[1], cunde en la reforma electoral uruguaya que supuestamente racionalizaba el sistema, pero terminó por sistematizar al individuo y no precisamente en términos de “subjetivación”[2]. La pérdida de comunidad es patente, ideológico-partidaria en este caso, en momentos en que el fantasma cultural de la comunidad es todo lo que el estado del arte le deja al Estado-nación, perforado por las multinacionales y las multisocialidades. El elector que en la Ley de Lemas veía defraudada su inclinación por la justicia, veía sin embargo también refrendada su impronta de pertenencia, que lo remitía a un anclaje renovador por lo bajo. Esta ley beneficia, por el contrario, a las alturas que supuestamente suputan la verdad de la decisión, cuando no hacen más que confortar la desilusión del cálculo.

Tal arrogancia del formalismo numerario calculista arruina toda verdad de participación. Para empezar, asociando la verdad con la masa encuestada, cuya inclinación se reproduce circularmente por vía de encuesta propalada. Como lo dijera Baudrillard, cada grey encuentra en su discurso la arqué de su beneficio[3].

¿Quién se ilustra con números de verdad social calculada hasta llegar a lustrar la verdad particular de una corporación?

En primer lugar, los propios políticos profesionales, que concitan en su trajinar supuestamente democrático expectativas que dejaron de tener relación con una base (electoral) para extenderse por la base de cualquier campaña (publicitaria).

En segundo lugar, los encuestadores y expertos en decisiones de los demás, que reproducen por lo alto la mirada que cada uno debiera tener sobre lo común, como si el estado colectivo dependiera de un relato off-the-record.

En tercer lugar los medios de comunicación masiva, que entretejen la mirada de cada uno con la alternativa que supuestamente comparten todos pero queda, sin embargo, en manos de la presentación que hacen unos pocos.

Cada uno de estos sectores aumenta su participación en el poder en los entretelones de la elección permanente, desde el punto de vista de la atención pública y del maná de recursos que ésta genera, a través de la sempiterna concentración generadora de poder.

No debemos olvidar que un sector significativo de la izquierda participó de esta reforma electoral aprobada en 1997, que tecnocratiza la política y la convierte en el coto de caza de la asepsia especializada en calcular la decisión ajena. Tal especialidad anula el vínculo entre la decisión y la elección, porque convierte a ésta última en el apéndice de un poder sin destino propio.

La decisión, contrariamente a la elección, se vincula con lo imposible. Sólo aquello que excede toda elucubración y engarza con el más allá del cálculo puede liberar un principio de inclinación, como lo señalara Derrida[4]. El racionalismo tecno-intelectual pretende hacernos creer que el incremento de información repetida mediáticamente conlleva alternativa, cuando tan sólo genera pasión por la desviación de la norma. Basta ver en qué se ocupan los medios cuando generan noticia para saber que el control social no proporciona sino tedio, que el olfato periodístico no deja de percibir y transgredir informativamente, poniendo en el tapete ante todo la “mala noticia”. Este tedio puede apoderarse de la cuestión pública, manejada por códigos clausurados en el posibilismo auspiciado por la normatividad, que no hará sino llevar la cuestión política hacia los márgenes de la autoridad moral. Aunque no siempre el desliz ocurre hacia la izquierda, como lo señalan tantos casos de retorno de la derecha, en particular, ante el fracaso de la normalidad bienpensante de la socialdemocracia. Quizás Chile nos proporcione el primer ejemplo latinoamericaricano de tal debilitamiento de la alternativa, si se aceptara, con todo, que el actual gobierno brasileño es de izquierda.


[1] Vattimo, G. (1990) La sociedad transparente, Paidós, Barcelona, p.73.
[2] Para Foucault la individualidad proviene del « cuidado de sí » a través de una « red extensa de obligaciones », opuesta por consiguiente a la introspección cristiana y vinculada al cotejo público. Foucault, M. (1991) Tecnologías del yo, Paidós, Barcelona, pp. 60-61.
[3] Baudrillard, J. (1988) El otro por sí mismo, Anagrama, Barcelona, p.12.
[4] Derrida, J. (2003) Voyous, Galilée, Paris, p.156.
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Guerrilla de papel

2ª quincena mayo 2009


Uno de los reproches acerbos que menoscabaron la adhesión pública a la legislación electoral conocida como “Ley de Lemas” se fundaba en la convivencia de líneas contradictorias bajo una misma bandera, que las cobijaba por igual en un éter tradicional mistificador. Algunos parecen no haber caído en la cuenta de la naturaleza narrativa de toda tradición, que incluso en el concepto asimila la tradición a la transmisión. No existe tradición intransmisible. Por el contrario, una tradición pierde su verosimilitud narrativa cuando se sustenta tan sólo en la transmisión, como si la existencia de una versión fuera razón suficiente de la actualidad de su relato.
Uno de los tópicos que caracterizaba esa desautorización de la tradición desde el registro de la izquierda uruguaya se sustentaba en la configuración de corrientes de opinión movilizadas tan sólo en razón de individualismos y personalismos, ante cuya veleidad característica se propugnaba una moralidad artiguista del contrato y la delegación programática. ¿Cuántas veces no se recordó en gaje de compromiso inalterable la frase del prócer: “Es muy veleidosa la probidad de los hombres, sólo el freno de la constitución puede afirmarla”?
Sin embargo el “culto del Pepe” parece haber alcanzado tal difusión mediática que obnubila todo reflejo crítico, ya no del culto a la personalidad, sino del antiguo talismán que erigía un nombre en curandería de males menores, pero al fin de cuentas, convenientemente domiciliados. El mismísimo “Pepe” (vaya uno a saber a esta altura que cobija tal denominación de origen personal) aduce que la gente no espera mucho, sino tan sólo mejorar un poco y algún consumo demodé pero largamente ansiado (http://www.larepublica.com.uy/politica/363125-mujica-destaca-la-conciencia-democratica-de-la-sociedad) .
Cualquiera adivina que tal compasión por parte de una humanidad generosa se inclina, en cualquier humilde trastienda, a rubricar sin demasiadas ambiciones la tarjeta de la leche o la “parte de rancho”, que beneficia con materiales de construcción a la clientela político-personal del intendente de turno entre el paisanaje. Se diría incluso que las preocupaciones ideológicas deben dejarse de lado, para advenir a la democracia sin extremar el pensar, por las dudas que genera popularmente demasiada rareza.
Si entre los mártires populares de la primera hora forman legión intelectuales, profesores, creadores y estudiantes, convendría desde ya declarar abolidos los relieves culturales con que sobresalieron en demasía, de cara al culto de la personalidad del “hombre de ninguna parte” que somos todos. La instrumentación mediática de la política admite esa figura que nadie sabe quién es, pero que curiosamente beneficiaría de un maná tecnológico que incluso redundaría en la provisión por programa de una posteridad universitaria, luminaria bifronte de sencillez desarrapada y de sabiduría instrumental (http://www.larepublica.com.uy/politica/364008-uruguayos-en-buenos-aires-ovacionaron-a-jose-mujica) .
La argumentación que se presenta de parte adherida, incluso electoralmente, predica que la condición personal de tal “Pepe” es gaje suficiente del fundamento racional, de forma que todo el asunto pasa a ser quien acompaña mejor al hombre. De él emana el ser popular mediante la adhesión encuestada y confirmada por vía mediática, que nos confirma lo que ya sabemos acerca de la eficacia del siguiente lugar común: “la eficacia del lugar común”. De ahí que el caballero Caballero no se arredre ante la presentación de la siempre estratégica función de saber quien está más cerca del que ya se sabe (con tan pocas dudas de parte de Caballero que no se detiene siquiera a considerarlo) que va a ganar. Quien mejor lo acompaña, es quien ha estado humanamente más cerca suyo, Eleuterio Fernández Huidobro, que por haber pasado lo inenarrable junto con Mujica, da lugar a una narración que coloca la cuestión de la guerrilla en sincronía con la urna electoral. Se trata de una cuestión de hombres que crearon un mismo código, que juntos sufrieron un calvario y se encuentran por lo tanto por encima de cuestiones tales como la crítica tupamara inicial al parlamentarismo vacuo de las izquierdas verbalizadas.
Quien supusiera que tal crítica se esfumó en una hojarasca parlamentaria se vería ante un milagro de la lengua: un código secreto instruyó en la toma de juramento senatorial, el diálogo entre el Presidente de la Asamblea General (Mujica) y el senador entrante (Eleuterio) de forma tal que se dijeron algo que se articuló (desde el pozo cuartelero hasta la ceremonia parlamentaria) por los nudillos de la lengua en un única verbigracia atemporal: el hombre y su nombre (http://www.larepublica.com.uy/editorial/364488-por-que-otro-modo) .
El nombre del hombre es “Pepe”. Es el sobrenombre de un superhombre. Tan por arriba estaría, que ni siquiera le vendría bien encontrarse con su mismísima señora esposa debajo de su nombre, cosa que interpretada de parte de Caballero, deja en la cavilación al lector. Lo fundamental es con todo, una cuestión de modo. No del modo de producción, que pareciera una consideración exorbitante de cara a la instancia electoral donde la gente va a ir a buscar “un asadito para los domingos y por ahí arrimar algún cachilo a la puerta del rancho” (ver cita del tercer párrafo de este texto).
La cuestión es la mejor consonancia con el modo de votar. Como no pareciera posible, ante tal omni-humanismo del nombre del hombre, pensar en anular el voto o votar en blanco, la cuestión es qué nombre va abajo del hombre que está por encima de cualquier otro nombre. Es decir, que nombre va con el hombre de nombre “Pepe”. Ya vimos que un caballero no encuentra mérito ni en la propia cónyuge del hombre del nombre para colocarse debajo de tal hombría política, dando lugar a un tálamo enlistado. Nos queda por colegir que el modo de votar pasa ante todo por la lista incorpora otro nombre de hombre (Caballero dixit) con las condiciones propicias para ponerse a la sombra del nombre del hombre. La única figura que Caballero encuentra apropiada para incorporar en tal lista es la de Eleuterio, en razón de la articulación de los nudillos del lenguaje consagrada por igual en el pozo del suplicio y en el himeneo del juramento senatorial por los mismos hombres-nombres.

No se engañe el lector, desde que el nombre del hombre es “Pepe”, todo está en la lista que meta en la urna, ya que como usted sabe, los fusiles no pasan por ahí.

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