Encuestas frágiles: el lugar de la reflexión
2ª quincena agosto 2009
Del texto de la convocatoria al Encuentro “Encuestas fallidas: la fábula contada”, las dos frases finales me parecieron claves: “En las pasadas elecciones internas los sistemas predictivos fallaron y zozobraron. Sin embargo, el relato del fallo siguió ocupando el lugar de la reflexión”.
A partir de una convocatoria sin mayor difusión un encuentro abrió en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, sin embargo, un debate distinto sobre las encuestas de opinión masivamente difundidas. La diferencia con los registros anteriores del mismo debate consistió en que se planteó, ante los desaciertos de las encuestadoras, la cuestión del conocimiento. Esta cuestión interpela a cada uno por igual, porque aunque no todos seamos políticos o profesionales de la medición de opinión, somos ciudadanos involucrados en la pertinencia de los resultados que se difunden entre la opinión pública. Entendidas así las cosas, el conocimiento es un bien común que todos compartimos en razón de nuestra participación, conciencia mediante, en el proceso social.
Sin embargo, llegados a este punto de la composición de lugar responsable de todo ciudadano, la significación del conocimiento, en tanto bien común, se revierte. Si tal conocimiento universal en su adquisición y difusión arraigara en la emancipación, individual y colectiva, la opinión pública reposaría armónicamente sobre su propia base social. Tanto en cuanto espejo de su modelo real como en cuanto percepción de sus logros. Por ejemplo, no tendríamos debates acerbos sobre el modelo de sociedad, ni imputaciones a todo modelo finalista de pretender acallar las diferencias con un determinismo monocorde. En el plano concreto, por otro lado, se habría cumplido el designio vareliano de progreso social a través de la educación, perspectiva que pese a la confianza laica, obligatoria y gratuita que depositamos en el Plan Ceibal, parece alejarse cada día más de nuestro horizonte social.
Pero asimismo, este mundo que nos toca vivir, o cualquier otro que supongamos habitar, no adquiere significación de realidad sin el conocimiento de sus condiciones propias de desarrollo. Tanto el conocimiento como la conciencia parecen abocarse a una tarea imposible, pero asimismo impostergable: dar cuenta de lo que cuentan sobre algo que falta, sin falta, a la cita con la verdad. Pero la misma característica de la verdad es lo inalterable, la permanencia, no puede faltar sin falta.
No hay falta en querer saber, pero el saber convocado no puede sino faltar con aviso, porque si no fuera así, la convocatoria que se le dirige sería huera por consabida. Luego, el punto de responsabilidad es saber si nuestra creencia en el conocimiento y en la conciencia (individual, social, etc.) amerita encargarle la prospección de la realidad, a la manera del faro que ordena la navegación para todos por igual, o si por el contrario, preferimos sortear los escollos cuando aclare, esto es, con los recursos de a bordo. Lo que cambia no es, de una a otra opción, ni la conciencia, ni el conocimiento, ni la realidad, sino la estrategia de conducción. O la perspectiva masiva de un único orden que todos avistamos por igual, o la pericia atesorada por cada uno desde el punto de vista propio. Usted, yo, tod@s, cada un@, elegimos.
Pero las encuestadoras no. No es su responsabilidad. Ellas sólo calculan. Luego, a partir de la información que nos brindan, nos dicen, cada uno sabrá cómo navegar. Incluso, contritos y convictos, algunos políticos confiesan su confianza en las empresas, quizás llevados por el ideal de empresa, de forma que se proponen y nos manifiestan que se corregirán si no aciertan en el resultado que les proporcionan los profesionales. Estos presentan una foto, los fotografiados aprecian si salieron bien o mal. Si no gustó, deberán reformar su aspecto.
Sin embargo, se trata de una actitud poco profesional de los profesionales. Estos debieran rendir servicio a su clientes, en vez de proporcionarles correctivos, frecuentemente crueles. Pareciera que en vez de encantar con el placer de su saber, tales servicios se convierten en inexorables sentencias de una realidad amenazante. Se revierte así la perspectiva del conocimiento y de la conciencia sobre la realidad, no es esta última la observada sino quien observa, a partir del anuncio de los resultados de la medición pública, la pobre actuación de unos individuos culpables de no ajustarse del todo al todo (social).
Esa victoria de la realidad sobre el conocimiento y la conciencia proviene de la confianza que depositamos en los procedimientos exactos de medición. En sí, esta es verdadera en la exactitud de su cálculo. Permanente e inalterable. De ahí la fascinación que ejerce sobre la reflexión y que nos lleva a otorgarle al conocimiento algo que lo traiciona en tanto proceso, tanto como lo confirma en cuanto procedimiento: la exactitud formal. En ese punto todos dejamos de ser cada uno y pasamos a ser la realidad que se auto-mide porque posee un instrumento perfecto. Este instrumento perfecto genera el olvido de su razón de ser en la búsqueda singular, múltiple y plural, de forma que conduce al callejón sin salida de la confianza ciega en el enfoque iluminador. Subyugados por la frágil transparencia del cristal, saldamos nuestra identidad al bajo precio de una precisión tan vacua como fútil.
Texto publicado en el Semanario Voces (13/08/09) y en el sitio Democracia del Siglo XXI (18/08/09). En la versión del blog se introducen algunas pocas variantes.
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