14.3.10

El Estado-antiorgasmo y el voto en blanco


2ª quincena marzo 2010



Un aparecido puebla de espanto el insomnio de las candidaturas, perseguidas por el vacío posible del sobre electoral[1]. Pocos fantasmas habrán sido tan previsibles. En primer lugar, porque la proyección metafórica del color blanco, en su registro simbólico impoluto y absoluto, consigna la ausencia de contenido. ¿Porqué un sobre vacío contiene un “voto en blanco”? El vínculo entre la blancura y la pureza que nuestra sensibilidad asigna a lo inmaculado se transfiere a una renuncia. El sobre vacío, políticamente desencarnado, encarna sin embargo la pureza de intenciones –incluso en el sentido evangélico de “los débiles de espíritu”- de quien se abstiene de elegir.

En tanto elección personal, la decisión conserva un vínculo expresivo con el contenido del sobre comicial. Por lo tanto, lo significativo es la abstinencia de introducir algo en un continente de papel. Conviene subrayar, aunque genere la sospecha de una recomendación subrepticia, que todo objeto extraño -incluso la tachadura o rasgadura significativa- conlleva la anulación del voto. Pero no esa mezcla gaseosa en proporciones diversas que es el aire. Pocas veces la nada habrá revestido tanta materialidad. Gaseosa y subjetiva. Contrariamente a la satanización de la materialidad terrenal que sugiere nuestra memoria cultural, tal corporeidad del vacío proviene de un orden que se supone trascendente. Si no hay nada, hay sin embargo voto, de forma tal que una vez anulada la decisión la nada queda inmaculada –en una acepción transitiva del adjetivo-.

Por el mero cierre del sobre de votación, tal transitividad nos dice a las claras que el sentido del voto es el votante. Pareciera trivial la observación, pero el asunto es que el acto electoral supone que se elige y si de tal elección surge la excepcionalidad del elector, esa singularidad se sobrepone (y sobre-encierra) a la nada electoral y llena de vacío político al sistema. Tal impotencia partidaria del elector es aciaga para la reproducción política, en cuanto el fundamento del sistema requiere una renovación por medio del sufragio universal. La reversibilidad del contrato social se cierra ahora sobre una escena plena de urbanidad, contrariamente al sospechoso requisito russoniano de deposición de potencia individual en aras del bien común, que retrotraía al buen salvaje.

Por eso la procedencia frenteamplista del fantasma ensobrado al vacío no es casual o antojadiza, en cuanto manifiesta la índole de la desventura abstencionista: proviene del propio campo con mayoría absoluta parlamentaria y elenco gubernamental en ejercicio. El desengaño cunde en medio del éxito. La desistencia en la raíz misma del voluntariado[2]. Un renunciante abandona de forma altisonante el propio vientre comicial del Estado-organización-militante (Estado-antiorgasmo) anunciando que no ensobrará nada (no habrá voto para nadie y menos “de todos y con todos” según se propuso Mujica)[3].

Según Foucault, la contención kantiana de la razón en los límites del conocimiento de la naturaleza, en tanto retención de una facultad humana ante los límites de la experiencia sensible, inscribió la metafísica en la antropología[4]. La vivencia interior tuvo desde entonces y hasta la crítica husserliana del psicologismo y el historicismo, un sentido constitutivo del conocimiento. Sin embargo, el criterio de verificación empírica en tanto fundamento de la verdad instaló una Torre de Babel naturalista, cuya necesaria reversión teórica conllevó la supremacía de la decisión conceptual. Nacida de la necesidad de trascender la asignación casuística del conocimiento a la observación, la condición gestáltica de la decisión abandona la cuestión del adentro y del afuera, ya que cada quien elige en la percepción, según decida mirar, el campo que llena de contenido. El interior está en cualquier lado. El afuera, por lo tanto, ídem.

La aceleración que le imprimieron Wittgenstein y Lévi-Strauss al giro lingüístico que anclaba en la decisión teórica, cuyo oxígeno es el lenguaje y no la sensibilidad, no vino a confortar la asignación empírica de la verdad. Desde que el lenguaje y la realidad se articulan por igual en un entramado de designaciones y emplazamientos, la sensibilidad no es sino la demarcatoria de una intersección de sentidos. Según el juego de lenguaje al que nos libremos, cambia la divisoria que delimita campos variables de la percepción posible[5].

La gestalt frenteamplista puede jugar el juego de lenguaje de la participación y las redes en base virtual, pero también puede jugar el juego de lenguaje de las cúpulas y los cenáculos en base presencial. La coalición coagula entre conocidos, el movimiento, por otro lado, adquiere la frecuencia de las ondas hertzianas. Sin embargo, esos dos juegos de lenguaje no son homologables entre sí, ya que dos juegos de las mismas reglas serían indiscernibles uno de otro, según el principio leibniziano de la identidad de los indiscernibles. Contrariamente al voto, que no depende sino del gesto libérrimo del votante, el juego permite infinitas variaciones de jugadas y de jugadores, lo que otorga trascendencia supra-partidaria a la índole frenteamplista con que cunde el voto en blanco.

Pudiera ser que tal abstención partidaria en el sufragio no expresara sino una desistencia social de más amplio aliento, que no renuncia a los actos sino a los simulacros. Sobre todo si tenemos en cuenta los amplios reproches que se dirigen en el presente a un elenco gubernamental ampliamente desapegado de la cuestión de los derechos humanos[6]. Cuando no se le reprocha un contubernio militar inconfesable, que nos recuerda que lo político-militar y la política de los militares comparten un mismo orden de renuncia moral al juego (de lenguaje) de la indisciplina[7].

Como se sabe, los hábitos también se toman por renuncia al mundo, ya que en la tradición romántica tal actitud seguía al desengaño, frecuentemente femenino, ante el noviazgo fracasado. Sin embargo, incluso los votos religiosos (pobreza, castidad, obediencia) suelen esconder un acceso desviado al placer carnal, bíblicamente protagonizado desde Sodoma y Gomorra, tal como lo difunden al presente tantos escándalos eclesiales.

El voto que renuncia a ensobrar nos anuncia sobre todo que no habrá voto para nadie ni para todos, según se mece un mar social de oleadas hertzianas, que no deja de sugerir cierta indisciplina orgiástica del votante.




[1] « Martínez pelea contra el voto en blanco » La República (27/02/10) Montevideo, http://www.larepublica.com.uy/politica/401272-martinez-pelea-contra-el-voto-en-blanco

[2] Touriño, R. « La gran patriada » Brecha (12/03/10) Montevideo, p.2.

[3] García, A. « ANAcrónica » Voces (11/02/10) p. 7 http://www.vocesfa.com.uy/No241/voces241.pdf

[4] Gabilondo, A. (1990) El discurso en acción, Anthropos, Barcelona, p.12 (el pasaje de Foucault sobre Kant se encuentra en la nota 2).

[5] Derrida, J. « La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas » Derrida en Castellano http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/estructura_signo_juego.htm

[6] Delgado, M. « Azucena y la desmemoria » (editorial) Alternativa Popular1815 (12/03/10), Montevideo.

[7] Jelen, M. « Imprescindibles, impresentables » La Diaria (12/03/10) http://ladiaria.net/articulo/2010/3/imprescindibles-impresentables/

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Si no hay nada, hay sin embargo voto, de forma tal que una vez anulada la decisión la nada queda inmaculada –en una acepción transitiva del adjetivo-"

E X C E L E N T E