27.2.11

Ibero Gutiérrez: la verdad del exceso


1ª quincena marzo 2011



En un fallo reciente, el Tribunal de Apelaciones en lo Penal confirmó la prescripción de los asesinatos que se atribuyera y vinculan al Escuadrón de la Muerte en nuestro país. Esta resolución deja sin efecto la imputación penal de los responsables del asesinato de Ibero Gutiérrez, el 28 de febrero de 1972. Sin embargo, lo que pareciera una derrota en el duro y prolongado combate por verdad y justicia, tal como lo plantearon los familiares de detenidos desaparecidos, diversos organismos que comparten la misma bandera histórica y también los defensores de derechos humanos, parece tomar el camino de una ampliación de la significación “verdad y justicia”.

En primer lugar, tal ampliación surge de las propias actuaciones jurídicas, en cuanto la categorización de esos crímenes ocurridos antes del golpe de Estado de 1973 está a estudio de la Suprema Corte de Justicia, órgano rector de la justicia en el país, habilitado para laudar acerca de la figura de “crímenes de lesa humanidad”[1]. Más allá de la eficacia jurídica inmediata que revestiría tal fallo, a través de la imputación y juzgamiento de los culpables -incluso de aquellos prófugos, la pugna jurídica en curso señala un desplazamiento significativo del campo de lectura de aquellos asesinatos.

La figura de “crímenes de lesa humanidad” se pergeña en el derecho internacional a partir del contexto del juzgamiento de los crímenes cometidos por el régimen nazi y apunta directamente a la constitución de un criterio jurídico vinculado a un tipo de delito que cristalizara durante el siglo XX, en tanto efecto de una forma de dominación que generara ese período histórico: el totalitarismo. Lo propio de este último consiste en la eliminación de la diferenciación entre la racionalidad y el poder, que excluye toda alternativa que pudiera surgir al margen de su propia clausura ideológica. De esta manera, los instrumentos del Estado son puestos al servicio de la represión de los derechos cívicos, sociales y humanos. Por lo mismo el totalitarismo no puede ser confundido con la mera razón de Estado, ni con la mera violación de derechos de particulares, sino que significa ante todo un estado de exclusividad ideológica del poder que se inviste de racionalidad pública[2].

Por consiguiente, el totalitarismo no nace del día a la mañana en tanto fenómeno político. Menos aún, alcanza hegemonía sobre los aparatos del Estado por obra y gracia de una espontaneidad histórica. Entre los meetings en las cervecerías de Munich y el incendio del Reichtag media un conjunto de elementos coyunturales y contextuales de índole diversa y diversamente aglutinados para incidir en un desenlace. Lo mismo ocurre cuando se desactiva la configuración totalitaria del poder de Estado: los elementos que la prohijaron y adoptaron permanecen relativamente implantados en otra ecuación ideológica del poder, sin dejar de manifestarse llegado el momento de su reactivación ofensiva o defensiva.

En tal sentido, el lector habrá asociado esta reactivación posible de índole totalitaria con las recientes manifestaciones del “Foro Libertad y Concordia”[3]. Sin embargo otro foro, tanto más sutil cuanto se autodenomina batllista, parece también encontrarse curiosamente aludido, a través de uno de sus más conspicuos miembros, por una extensión posible de la noción de crímenes de índole totalitataria y por lo tanto de “lesa humanidad”; en cuanto la propia noción de democracia parece exceder la categoría formal de las instituciones democrático-representativas, para forzar que se le escuche en tanto efecto de una fuerza interpretativa.

El propio expresidente Sanguinetti[4] pugna por convencer interpretativamente a distinguidos hombres públicos de la escena internacional acerca del pasado político de su sucesor en línea institucional, el actual presidente del Uruguay, José Mujica, a quien acusa de haber emprendido una lucha contra la democracia de índole totalitaria. Su intervención presenta incluso una implícita autoacusación, en cuanto si se admitiera, siguiendo su argumentación, que el gobierno de entonces se opuso a una fuerza totalitaria, también se consideraría aliados objetivos de tal “totalitarismo” a todos quienes se opusieron radicalmente a aquel gobierno que considera defensor de la democracia –que no todos lucharon por vía subversiva, ni armas en la mano, ni en perspectiva ideológica análoga-, tal el caso del líder nacionalista Ferreira Aldunate entre muchos otros. Si por el contrario se admite que el gobierno de Pacheco Areco propugnaba un autoritarismo rampante, se entiende la radicalización de la oposición en su conjunto en base a las tradiciones socialdemócratas –batllistas ante todo-, desplazamiento ideológico a partir del cual los tupamaros beneficiaron de la propia represión desatada desde el poder para crecer en forma vertiginosa, en tanto alternativa emergente, en apenas dos años –particularmente entre el 68’ y el 70’-.

La involuntaria confesión de parte que encierra el intento de Sanguinetti de reducir la subversión armada al totalitarismo, proviene de su necesidad de defender la acción de aquel gobierno pachequista, que ni los subversivos ni los opositores –incluidos algunos miembros de su propio partido- de entonces vacilaron en calificar de pre-golpista. Luego, Sanguinetti pretende hacerle creer a la memoria crítica que en verdad el gobierno del que participaba “movilizó a los militares” -según sus propias palabras- forzado por el totalitarismo tupamaro. Parece más razonable considerar que el totalitarismo de la Guerra Fría –que generó golpes de Estado a granel en el cono sur durante el mismo período- llevó al gobierno de Pacheco a “movilizar a los militares” en aras de una solución que agudizaba el conflicto, precisamente porque percibía toda (y cualquier) oposición en tanto amenaza a su totalización del poder.

El libro de Clara Aldrighi “Dan Mitrione” aporta considerablemente en el sentido que tomó coyunturalmente el gobierno de Pacheco Areco, en cuanto vaciló ante la posibilidad de una negociación vinculada a las sucesivas treguas que le propuso el MLN-Tupamaros[5]. La sinceridad de estas treguas ofrecidas armas en la mano, cuya evaluación política no es del caso ahora, viene a ser avalada en su inspiración cuatro décadas después por el giro que siguió una parte mayoritaria del MLN tras su incorporación al Frente Amplio, en particular en razón de la conciliación –sesgo que aprueba a texto expreso Sanguinetti- con el poder (económico, internacional, tecnológico) que propone el gobierno de Mujica: eran (y son) neo-batllistas[6]. El lector comprenderá que tampoco es del caso traer a colación ahora la evaluación política del giro ideológico que hemos llamado “tupamplismo”, desarrollada en distintas actualizaciones de este blog[7], particularmente ante circunstancias internacionales y nacionales muy posteriores a aquel declive de la sociedad batllista que trajo finalmente el golpe de Estado de 1973, así como suscitó la legítima resistencia armada –bajo otras condiciones concretas- a aquel “irresistible ascenso” totalitario.

Finalmente, el gobierno que integraba Sanguinetti decidió seguir la recomendación de los asesores estadounidenses que lo inclinaron a radicalizar el conflicto en aras de una victoria militar, que no obtuvieron, como lo declara el propio Sanguinetti, sino al precio de favorecer la toma del poder por parte de los militares. ¿Cómo no entender luego que estos “herederos” del período de ingente violación constitucional de Pacheco Areco prosiguieran de hecho una vía totalitaria en el ejercicio del poder, cuando su propia fuente en el gobierno pachequista provenía del totalitarismo de una de las partes de la Guerra Fría? ¿Cómo olvidar que los propios militares les reprocharon en la cara a los políticos tradicionales de derecha haberlos llamado para deshacerse de ellos llegado el momento oportuno a sus intereses[8]?

Por consiguiente, el gobierno uruguayo de aquel entonces se encontraba incluido en un grupo de clara inspiración totalitaria, responsable del subsiguiente golpe de Estado –que Sanguinetti no deja de atribuir al totalitarismo- aunque lo diera la continuidad político-partidaria y el mismo personal político que el expresidente desmarca del totalitarismo –cuando él lo integraba-. No se trata de un galimatías, sino de la exposición argumentada del esfuerzo -a contracorriente de la lectura razonable- destinado a explicarnos, cuatro décadas después, el error interpretativo que el propio Sanguinetti atribuye a dignatarios que da por amigos.

Sanguinetti no sólo está en un problema interpretativo, sino también en un problema geográfico, ya que atribuye al revanchismo de algunos jerarcas de la justicia uruguaya, al propio de los organismos de derechos humanos y finalmente incluso a miembros del actual gabinete ministerial, la curiosa acción a distancia de soplar interpretativamente en los oídos de personalidades tan alejadas de la influencia directa uruguaya como el actual presidente del Perú o el expresidente –y figura política de primera línea- de la Argentina. Si este exceso de influencia que refiere Sanguinetti fuera tal, nuestro expresidente debiera preparar desde ya su defensa jurídica, en tanto miembro de aquel gabinete que atacó –en la lectura que impugna- a la democracia, ya que tal alcance internacional de una interpretación desviada, originada en el Uruguay, difícilmente haya dejado de barrer el campo interno del propio país. Puede ser, sin embargo, que Sanguinetti esté preparando un terreno internacional en la perspectiva de un futuro que ve aproximarse con sesgo amenazante dentro de fronteras.

En efecto, la consternación de las personas involucradas con aquella represión del gobierno de Pacheco Areco en el Uruguay ante el giro que toma la justicia, no surge sólo de las expresiones del Foro Libertad y Concordia, sino incluso de la fuga a la que se diera, tal como la atestigua la documentación de migraciones[9], uno de sus más conspicuos miembros, Miguel Sofía, quien beneficiara de permisiones de ondas radiales bajo los sucesivos gobiernos post-dictatoriales, los del propio Sanguinetti incluidos, lo que no ayuda percibirlo como un individuo alejado de los grupos de influencia política[10].

Como lo señala el refrán francés “à trop vouloir démontrer, on finit par démontrer le contraire” (cuando se quiere demostrar demasiado se termina por demostrar lo contrario). La argumentación de Sanguinetti es excesiva y termina por acusarlo ¿alguien podría creer que el golpe de Estado en el Uruguay, dado por el candidato a la presidencia que propició el gobierno de Pacheco Areco, sostenido por los militares que este último –como lo confiesa el propio Sanguinetti- indujo a “movilizarse” en su defensa, precedido de la represión directa de cientos de miles de personas por parte del mismo gobierno pro-golpista, impugnado por el conjunto de la oposición compuesta por sectores de todos los partidos y ámbitos sociales, no era un gobierno inspirado en el totalitarismo de la Guerra Fría? ¿No consiste precisamente la imputación de “crímenes de lesa humanidad” en el empleo de los instrumentos del Estado para la represión sistemática de los ciudadanos? ¿No estriba el punto jurídico internacional en que la índole de responsabilidad que le imputa Sanguinetti a los opositores de entonces –incluso subversivos- era ante todo alternativa a aquella que competía a un gobierno que contaba con los instrumentos ingentes del Estado?

El exceso argumentativo se vuelve en contra de quien pretende estirar aún más una piel de oveja que ya le quedaba corta hace cuarenta años, pero asimismo muestra por debajo de los escasos vellones de lana democrática, el exceso feroz que es la característica dominante de la crisis de la representación, en particular en cuanto no encontramos ya representación que podamos hoy diferenciar de su crisis tecnológica (por la simulación mediática), de su crisis ecológica (por el riesgo de contaminación industrial) o de su crisis cultural (por el relativismo moral).

En este sentido la concepción excedentaria de lo sagrado, que propuso la sociología sagrada de Bataille y de Caillois[11], constituye un anclaje significativo para elaborar una condición alternativa de lo simbólico, que lo vincule ante todo con la fuerza que formaliza, antes que con la formalización que fuerza, desde una perspectiva religiosa, institucional o ideológica. Por esa vía, la insurgencia que transgredió las formas, incluso las institucionales, supuso entre nosotros y en la escena internacional de fines de los 60’ el protagonismo que oponiéndose a los rituales estereotipados del poder, abrió la vía a una liberación que excede la forma de la libertad normativa.

Quienquiera visite la poesía y la pintura de Ibero Gutiérrez[12] encontrará esa transgresión de las formas cristalizadas a todo paso, declarativamente incluso. Así Ibero hubiera escrito un único verso o trazado una única figura, las formas que compuso estarían transidas del mismo exceso, porque la noción de ese exceso que llega al ser cuando no se reduce al control de sí (y por lo tanto de todo otro), constituye la clave de la creación y de la impugnación que siguió Ibero. Que conocía la obra de Bataille y su significación desde el punto de vista de una impugnación de la dominación por la cultura, plasmada al fin de los sesenta en la apelación totalitaria.

Hoy la obra transgresora de Ibero nos ayuda a entender que no todo estuvo siempre perdido, pese a la oscuridad y a su muerte, que todo sigue siendo posible, como el mundo que Ibero soñaba a través de un vidrio de ensueños. Incluso aquella verdad y justicia que hoy lo envuelve, bastante más allá de los girones de la memoria.




[1]Perez, M. “Tribunal confirmó el procesamiento de dos exintegrantes del Escuadrón de la Muerte” La República (24/12/2010) http://www.larepublica.com.uy/larepublica/2010/12/24/nota/436157 (acceso el 27/02/11)

[2] La asimilación de la racionalidad al poder es posible a partir de la naturalización de la representación en la modernidad, tal como la describe el dispositivo del Panóptico en Foucault. Asimismo, la reducción totalitaria de la diferenciación entre representación y poder proviene de la misma necesidad de preservación cultural de la representación, en cuanto su inevitable declinación desde el siglo XIX no puede ser contrarrestada sino por la vía del poder, tal como lo sostuvo Baudrillard, en particular, a través de su crítica de Foucault. Ver Baudrillard, J. (1978) Olvidar a Foucault, Pre-textos, Valencia.

[3] Foro “Libertad y Concordia”, “Carta al Comandante en Jefe del Ejército” El Espectador http://espectador.com.uy/documentos/110127carta_militares.pdf (acceso el 27/02/11)

[4] Sanguinetti, J. “Los peligros de falsificar el pasado” lanaciónmóvil, (27/02/11) http://m.lanacion.com.ar/1348420-los-peligros-de-falsificar-el-pasado (acceso el 27/02/11)

[5] Aldrighi, C. (2007) El caso Mitrione, Trilce, Montevideo.

[6] Empleo el término “battlistas” (y” neo-batllistas”) en el sentido en que lo entendían por igual (pese a tantas diferencias entre sí) Maggi y Barrán. Ver Maggi, C. “¿Somos todos batllistas?” La Libertad http://lalibertad.com.uy/analisis_politico/todos_somos_batllistas.php (acceso el 27/02/11)

[7] Ver particularmente ¿A quién le teme Sanguinetti?, Los votos nos unen, las elecciones nos separan, Guerrilla de papel, Batllismo difuso en tiempos de contracultura, entre otros.

[8]Los diálogos del Parque Hotel ocurrieron cuando aún los militares no habían abandonado el gobierno y las actas del encuentro, que tuvo lugar en 2003, fueron dadas a la difusión pública en aquel momento por el gobierno de facto.

[9] “Miguel Sofía: un año prófugo” La República (29/11/11) http://www.larepublica.com.uy/politica/433375-miguel-sofia-un-ano-profugo (acceso el 27/02/11)

[10] Lanza, E., Gomez, G. “Las radios uruguayas que ya no lo son” en La Onda Digital http://www.laondadigital.com/laonda/laonda/428/A4.htm (acceso el 27/02/11)

[11] Bataille, G. (1979) La sociología sagrada del mundo contemporáneo, Zorzal, Buenos Aires.

[12] Para acceder a información sobre la obra de Ibero: ver Ibero Gutiérrez http://www.facebook.com/pages/Ibero-Guti%C3%A9rrez/249738293942 (acceso el 27/02/11)

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