Chile sin condición
2ª quincena agosto 2011
Desde 2006, distintos gobiernos chilenos, de signos ideológicos contrapuestos, se encuentran desbordados por la movilización estudiantil[1]. Estos desbordes provienen de un sector que no integra el aparato social, en cuanto se encuentra dedicado a la formación y capacitación personal. La misma significación que adquiere la movilización estudiantil en razón de su duración, eficacia política e impacto simbólico sobre el conjunto de la sociedad chilena, aporta desde ya un argumento a favor del abandono del criterio de la cristalización económico-productiva en tanto rasero objetivo de la condición colectiva. ¿Es necesario recordar los anatemas dirigidos históricamente al movimiento estudiantil, particularmente en torno a los acontecimientos del 68’, en cuanto se le reprochaba no formar parte de la “sociedad real”? Hoy poco queda de aquellas “sociedades reales” de la Guerra Fría y mucho del legado de los movimientos estudiantiles de los 60’ (la contracultura en tanto eje político, la noción de “movimientos sociales” en su pluralidad, la aceleración comunicacional de una identidad generacional).
Como no podría ser -ni desearse que fuera- de otra forma, a no ser de ubicarse en la perspectiva, de por sí totalitaria, de una totalización del sentido histórico, los desplazamientos significativos de la sensibilidad generan vastas interrogantes y certidumbres. Una certidumbre que campea en este lustro de movilizaciones estudiantiles chilenas es el apoyo social que generan, por encima de la condición estudiantil. Un Chile sin condición, estudiantil por lo pronto, pero al que se suman distintos protagonismos, se yergue por detrás de este movimiento de carácter proyectivo para la comunidad, en cuanto se reivindica ante todo la misma posibilidad del futuro personal y colectivo.
De no haber existido esa incorporación colectiva del entorno, sería impensable que el movimiento prosperara y se extendiera, no sólo atravesando signos gubernamentales supuestamente contrarios, sino además prescindiendo de ecos relativos a las transformaciones continentales, particularmente significativas en el mismo período, sin olvidar las catárticas atmósferas que desde 2008 amenazan la estabilidad económica y financiera de los centros de poder que rigen la actualidad mundial. Un conjunto de rasgos y elementos propios del proceso chileno sostienen, sin que esta apreciación admita menoscabo de coyunturas internas, continentales o mundiales, el rol propio del movimiento estudiantil allende los Andes.
En ese perfil particular del estudiantado chileno, el carácter de “caja de resonancia” del momento histórico, sea este de reivindicación democrática o de denuncia de la explotación, que tradicionalmente se vinculara a la sensibilidad rebelde propia de los movimientos estudiantiles, se encuentra superada por una protesta que sobreimprime en su cariz el trasfondo social. Cierta alteración de roles sociales, entre una base económica material y una inteligencia cultural que la ponía en valor, traduce en el presente chileno una inversión entre fondo y figura, que promueve contradictoriamente con lo propios intereses de la dominación, la figura del estudiantado en tanto emblema de una “sociedad del conocimiento”, cuyo fondo no es el aparato productivo, sino el designio estratégico del saber en tanto “intelecto general”[2]. Tal “inmaterialidad” supra-productiva que ensalza la propia ideología tecnocrática del más rancio poder modernizador, instala asimismo una escena pautada por la vinculación simbólica y cultural, como efecto de la sinergia tecnológica que alcanza un grado superlativo en las tecnologías de la comunicación y la información, por una vía de reciprocidad pública que postula la superación de sectores y pertenencias: una “sociedad sin condición”[3].
Al perfilarse en tanto “sociedad sin condición” la manifestación estudiantil de la cuestión social chilena presenta dos sesgos contrapuestos y particularmente sugestivos. Por un lado padece el síndrome contemporáneo de una ausencia de alternativa al desfondamiento de los mercados, como no sea restituir a los fraudulentos especuladores el propio botín social que ya dilapidaron. Por otro lado, la “sociedad sin condición” chilena presenta, en tanto la educación se convierte en el vórtice de la crisis política, el caso más patente de conjugación de la “sociedad del conocimiento” con la “mano invisible del mercado” en aras de una desregulación social de signo capitalista.
La imposibilidad de sostener una alternativa de izquierda verosímil que no sea desde ya una renuncia a los principios, se articula en el caso chileno con la falencia de la “sociedad del conocimiento” en tanto principio de desarrollo social. Esta puesta al límite del modelo especulativo llevado hasta el campo educativo habilita, a través de la actual crisis chilena, la discusión del fatalista interés económico neoliberal desde el punto de vista de la inocuidad transformadora de la “sociedad del conocimiento”. Por el propio entronque educacional de la radicalidad neoliberal, la “sociedad sin condición” chilena subraya la cuestión del conocimiento a la luz de implicancias que no son meramente agregadas como efecto del contexto social, al tiempo que presenta la cuestión social intrínsecamente vinculada a la significación actual del conocimiento.
La ausencia de condición efectiva y singular conlleva tanto la prescindencia de condicionamiento ajeno como la carencia de forma propia, por consiguiente, una “sociedad sin condición” configura una circunstancia de múltiples orientaciones, en la que se entrecruzan “sendas perdidas”, sin que ninguna suponga una salida al linde. Quizás pueda aquilatarse la torre de Babel que genera una “sociedad del conocimiento” si se la considera bajo el paralelo que a todas luces encuentra en una “sociedad de la información”. No sólo no es razonablemente sostenible una “sociedad del conocimiento” que no se sustente en la más extendida información, sino que a su vez una “sociedad de la información” es impensable al margen de la posibilidad de formalizar cognitivamente el flujo de datos que provienen de las fuentes[4].
En este punto se entrecruzan contradictoriamente la tradición del conocimiento y la incorporación de formalización que exige el procedimiento informativo. La clave del deslinde entre la formalización cognitiva y la sistematización que requiere el procesamiento de la información, consiste en que mientras la tradicional adecuación del conocimiento a la naturaleza supone que el conocer se pliega a lo natural, en el caso del procesamiento informativo de la experiencia, los designios procedimentales anteponen su propio desideratum a toda existencia previa[5].
La visualización de ese conflicto, en tanto desencadenado por la propia intervención cognitiva en determinado estado de agregación de la naturaleza, no puede dejar de disolver la identificación entre forma y conocimiento, que constituye la piedra angular de la conmensurabilidad racional. Un conocimiento que no admitiera la formalización no sólo perdería su “significado trascendental”[6] desde el punto de vista de la autonomía conceptual, sino que además imposibilitaría su vinculación con el conjunto de condiciones públicas que pautan una verosimilitud objetiva. Pero al mismo tiempo, el designio de formalización del conocimiento supone, en condiciones de elaboración artefactual del saber, una simulación generalizada de la naturaleza que tiende a la vacuidad de la duplicación[7].
Ante esa contradicción, parece razonable suponer que el conflicto entre la artefactualidad creciente del saber y la condición cognitiva de su inspiración, no puede conducirse en aras de la formalidad del conocimiento, esto es, en torno a la adecuación al objeto natural[8]. En esa medida, la propia condición tecnológica tiende a controvertir el designio epistémico del criterio de formalización conceptual, en cuanto le antepone la conflictividad inherente a la intervención de particulares, en tanto tales, irreductibles a un modelo o canon generalizable para la experiencia universal.
El sentido del equilibrio no propende, en esa visión de la intervención de particulares en un “intelecto general” susceptible a los registros singulares, en la subordinación a una condición cíclica de la naturaleza -en la que anclaría además el propio desarrollo social, sino en una percepción de la ecuanimidad pública que no se ata a formulaciones o formas incontrovertibles, atenta a los desplazamientos singularmente informales de una sociedad sin condición.
[1] “Las movilizaciones de los estudiantes secundarios el 2006 mostraron las falencias del sistema educativo, pero más importante aún, evidenciaron que el sistema político no es legítimo para la mayoría. Hemos perdido la fe en la idea de comunidad. Pues, cuando el Estado está al servicio del mercado y la acumulación de unos pocos, las bases cívicas se socavan”. Observatorio chileno de políticas educativas chilenas, (2009) Memoria 2006-2009, Universidad de Chile, Santiago, p.35 http://www.opech.cl/memoria_opech_2006-09.pdf
[2] Para Negri, el “Intelecto General” es efecto del no-trabajo, entendido en tanto condición social que incorpora la participación plena de los particulares, que supone una “extensión de la lucha de clases” Negri, A. (2004) Guías, Paidós, Buenos Aires, p.88.
[3]La “inmaterialidad” de una “sociedad sin condición” no sólo proviene como si se hablara de la “universidad sin condición”, sino del propio propósito de Derrida en ese libro: “Observen que no he dicho “es como si el fin del trabajo estuviese en el origen del mundo”. No he dicho nada que haya sido, ni lo he dicho en una proposición principal. He dejado en suspenso, he abandonado a su interrupción una extraña proposición subordinada (“como si el fin del trabajo estuviese en el origen del mundo”), como si yo quisiese dejar un ejemplo del “como si” que trabajase solo, fuera de contexto, con vistas a atraer la atención de ustedes. ¿Qué hacemos cuando decimos “como si”? ¿Qué hace un “si”? Hacemo como si respondiésemos por lo menos a una de las variadas posibilidades que a continuación voy a enumerar –y a más de una a la vez”. Derrida, J. “La universidad sin condición” en Derrida en castellano (sitio creado por Horacio Potel) http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/universidad-sin-condicion.htm (visitado el 16/08/11).
[4] Vattimo señala la imposibilidad del conocimiento propio de las ciencias humanas al margen de cierto caudal de la comunicación en la sociedad Vattimo, G. (1990) La sociedad transparente, Paidós, Barcelona, p.90.
[5] “El primer rasgo es que la actualidad, precisamente, está hecha: para saber de qué está hecha, no es menos preciso saber que lo está”´Derrida, J. (1998) Ecografías de la televisión, Eudeba, Buenos Aires, p.15.
[6] El entrecomillado corresponde porque “significado trascendental” es en Derrida sinónimo de “metafísica”.
[7] “Recuerdo una escena de una exposición en el Beaubourg: varias esculturas, o más bien varios maniquíes, completamente realistas, color carne, íntegramente desnudos en una posición, sin ningún equívoco, banal. Instantaneidad de un cuerpo que nada quiere decir y nada tiene para decir, qu está simplemente allí y, con ello, provoca una especie de estupefacción en los espectadores”. Baudrillard, J. (1988) El otro por sí mismo, Anagrama, Barcelona, p.26.
[8] Con ocasión de la preparación del XVI Congreso Latinoamericano y Caribeño de Estudiantes, que tuvo lugar del 8 al 14 de agosto en Montevideo, el Rector de la Universidad de la República se refirió a la actual contradicción entre democracia y conocimiento: Arocena, R. “Venimos perdiendo la batalla por la democratización del conocimiento” La Onda Digital http://www.laondadigital.com/LaOnda/LaOnda/539/A1.htm (acceso el 16/08/11)
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