1ª
quincena, mayo 2012
El problema que nos
plantea el sentido de “marco” que invoca el tema “La facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación en el marco de la Universidad de la República”, se acrecienta si se requiere la postulación de
un “marco teórico”, porque se vincula el
afán cognitivo a una elección de límites relativamente contingente. Todo “marco”
admite, por la propia selectividad que declara, la exclusión de otras opciones
que podrían aducir encontrarse igualmente fundadas. Prefiero considerar que un
campo adopta un ordenamiento variable, en función de la actividad de los mismos
elementos que lo sostienen y se identifican a través de relaciones recíprocas. Esto equivale a decir, desde mi punto de
vista, que no puedo entender un “marco” si no considero como se comportan los
elementos que lo demarcan desde su propio ámbito.
En razón del paradigma
que inspiró la Ley Orgánica de la Universidad de la República, esta configura
un marco que a su vez se enmarca en uno mayor, que es el Estado-nación uruguayo
y este último en el conjunto del país, que configura una totalidad de
relaciones articulada en distintos terrenos y estadios de desarrollo. Entiendo
que Carlos Quijano expresaba esa percepción de la universidad cuando decía “La
universidad es el país”[2].
Es decir, la universidad es el elemento orientador de la integración del
conjunto orgánico de la nación, que se
afinca en la naturaleza por un lado y en la comunidad internacional por el
otro, mientras incorpora el conocimiento en tanto actividad medular de su
propio desarrollo.
Sin embargo, esa visión
consecuentemente moderna y orgánica de la universidad autónoma y cogobernada,
identificada con la propia soberanía nacional, fue puesta en crisis sucesivamente
por la doctrina de la seguridad nacional, en el marco de la Guerra Fría, a la
que sucedió, tras la configuración de un poder mundial unipolar a partir de los
90’, la unificación tecnológica orquestada por la globalización informativa y
comunicacional. Este proceso que se
desencadena con posterioridad a la 2ª Guerra Mundial y como consecuencia de la
concentración del poder en un único aparato político-industrial-militar,
radicado en dos bloques mundiales hegemónicos, generó la creciente integración
de los Estados-nación en un proceso de articulación internacional.
Esa orientación que
adquirió desde entonces la escena mundial desdibujó progresivamente la
condición orgánica y la potestad soberana de las sociedades modernas. Es decir,
el marco en el que se supone que el propio marco universitario se enmarca,
representa en la actualidad un prurito constitucional de índole nostálgica[3].
Esta coyuntura
universitaria se acelera a partir del último cuarto del siglo pasado, a través
de la polémica que opuso entre sí al Banco Mundial y la Unesco en torno a la
legitimación de las universidades[4].
Mientras la visión del primero pretendía reducir la legitimidad de la educación
superior al pragmatismo económico, la segunda reivindicaba la validez de la actuación
universitaria, de cara a las demandas y rasgos propios de la sociedad que la
sostiene. En tanto gira en torno a la legitimidad comunitaria de la universidad,
esa discusión deja en un cono de sombra la inscripción o regulación del saber
en el marco del Estado, de manera que el fundamento contractual de la autonomía
se transfiere, desde el ámbito jurídico de la constitución política, al ámbito
ideológico de la opinión pública.
Como consecuencia de esa
radicación alternativa del fundamento social vinculante, la legitimidad
universitaria queda a la merced de la circularidad tautológica de la
comunicación artefactual[5],
en cuanto las tecnologías de la información vehiculan, por su misma base empresarial
de desarrollo, las mismas consignas ideológicas del mercado que las implementa.
En razón del liderazgo
que ejerce al presente la obtención y gestión de informaciones sobre la
tecnología, el propio proceso del mercado se encuentra gobernado por una índole
mediática, que determina incluso la subordinación relativa en que caen los
marcos institucionales, en cuanto
cristalizan las formas jurídicas provistas por el campo tecno-económico[6].
La orientación de las instituciones públicas se encuentra instruida por las
señales que provienen de la misma opinión pública, que a su vez se presenta con
el aura de legitimidad cognitiva propia de la medición de la opinión.[7] Se
configura con fundamento cognitivo la circularidad de las mismas informaciones
y comunicaciones provistas tecnológicamente por las empresas de comunicación,
que miden a posteriori la magnitud
con que ha cundido o ha sido resistida, desviada o amortiguada, la emisión que
protagonizan.
En la reciente
presentación del libro “De trancas, calles y botones”[8]
dedicado al estudio de la marginalidad en situación de calle y elaborado por antropólogos académicamente
inscriptos en nuestra facultad, el Rector de la Universidad de la República
hacía hincapié en una paradoja propia del desarrollo social de la tecnología.
Esta contradicción proviene del hiato social que genera el propio desarrollo
educativo, en cuanto la capacitación del personal idóneo para la implementación
tecnológica genera una brecha cognitiva, con un efecto de marginación
tecno-económica sobre todos aquellos que no alcanzan la calificación promedio
del umbral formativo exigido.
El dislocamiento del
vínculo social como efecto derivado de la implementación técnica ya se
encuentra consignado en El Capital.
Marx señala que la instalación de la fabricación textil a escala industrial
produjo en la Inglaterra de inicios del siglo XIX el desplazamiento de parte
del campesinado, expropiada por los campesinos terratenientes en razón del
aumento de precios relativo, quienes anexando las propiedades de los menos
idóneos económicamente los expulsaron del campo, de forma que estos últimos
pasaron a proveer, en condición de miserables, la fuerza de trabajo urbana de
la misma industria textil que originó su expropiación campesina[9].
La 2ª Guerra Mundial
marca un hito en la retroalimentación entre el poder y la tecnología[10],
en razón de la disuasión nuclear y de la incidencia ideológica de la
propaganda, que se acelera desde entonces, entre otros efectos, con la
manipulación genética y el auge de las tecnologías de la información y la
comunicación. Esta incrustación procedimental del saber en la índole social
interviene incluso en el terreno de la evaluación de resultados, en cuanto la
subordinación del conocimiento a la formalización estadística, en razón de la
potencia informática del procesamiento de datos, termina por consignar toda
capacidad humana en meras “variables ligadas” de medición, paradigmáticamente suministradas
por el modelo que provee la performance tecno-económica. La fatalidad de la
dualidad de oportunidades y la marginación social proviene en la actualidad de
la tecnología, tanto en la generación de las condiciones económicas propicias,
como en la cristalización pública de un relato patológico -paradójicamente
razonable- de la exclusión. La acumulación económica se desarrolla vectorialmente
a partir de la incorporación tecnológica, pro-actividad narcisista que sustenta la
adquisición de recursos en la transparencia cognitiva, que con fundamento en su
misma lucidez formal, justifica finalmente la exclusión de todos aquellos que
no accedan a la capacitación habilitante.
La simultánea concentración económica y
exclusión social que genera la orientación tecnológica de la sociedad no puede ser
revertida por una universalización de la educación en los contextos nacionales,
según lo prescribía el canon del progreso moderno. La globalización
redistribuye, con criterio casuístico y mundializado, los recursos disponibles
según los criterios propios de una optimización tecno-económica universal, que
prescinde por lo tanto, estratégica y oportunamente, de los anclajes
idiosincráticos nacionales. Con ese criterio se ha visto desembarcar y
desaparecer aceleradamente en distintos contextos las riquezas invertidas
o extraídas, según que la propiedad del
capital en cuestión considerara que valía la pena acriollarse o emigrar,
volatilidad de un despegue económico de significación gallinácea que hoy afecta
incluso a los países desarrollados.
La presente
determinación tecnológica de las sociedades, en razón de esas características
de concentración del poder y de dualidad creciente de oportunidades, debiera
constituir un razonable motivo de alarma universitaria. La versión acrítica que
cunde acerca de la promisoria perspectiva que abriría el binomio “Ciencia y
Tecnología” llega, sin embargo, a ser divinizada por los poderes públicos y
privados, como otrora lo fuera el progreso en el contexto del desarrollo
industrial o la exactitud predictiva en el contexto de las leyes de la
naturaleza, sin que tal ditirambo del poder más cuestionado del presente
mundial –particularmente por sus efectos ecológicos- parezca suscitar mayor
inquietud universitaria en el Uruguay.
Asistimos en verdad a
una fase superior de la desarticulación de la universidad moderna anclada en la
organicidad propia de la sociedad nacional, en cuanto caducan las garantías
estatales que adquiriera la autonomía por la vía de la autoridad democrático-representativa,
a raíz de la regulación extrauniversitaria de la propia actuación supuestamente
autónoma.
Conviene considerar
como elemento característico de nuestro presente, la disociación que los mismos
poderes públicos han introducido entre educación pública y autonomía
universitaria, a través de la sucesiva creación de organismos académicos
dotados por el mismo Estado de recursos, que luego se imputan al presupuesto público
de la educación[11].
Sin embargo, tales recursos se encuentran destinados a partir de estrategias de
sustentación electoral, que llegan a ser
labradas con prescindencia de las condiciones específicas de la educación y
pretenden hacer abstracción tecnocrática de los márgenes idiosincráticos de la
formación, incluso de la que se vincula a la formación de educadores.
Ante el cuestionamiento
de la autonomía universitaria por la vía de la desviación de recursos y la
asignación de atribuciones contradictorias con las propias instituciones
educativas, la significación autonómica de la universidad tiende a distanciarse
del sistema político estatal y a apoyarse en los márgenes reivindicativos de la
sociedad. En tal sentido, las humanidades se encuentran inmejorablemente
situadas, en razón de la discusión acerca de la problemática del saber[12]
que provee su propio ámbito epistémico, para cuestionar los perfiles de desigualdad
y arbitrariedad que crea el poder, en connatural sumisión al oportunismo
instrumental de los resultados.
El sentido universitario
de las humanidades concita el de la discusión, en cuanto desde su propio inicio
en la defección respecto a la revelación de un saber supérstite, resumen en sí
mismas el arraigo de la crítica en la condición humana[13].
Por esa vía defectiva respecto a los poderes llega a destacarse nuestra facultad,
en tanto cuestiona la persistencia del ocultamiento, de versiones del pasado
solapadas en la represión y de consensos sostenidos en la complicidad. Quizás
convenga, en adelante, abrir esa discusión acerca de las condiciones de
legitimidad del saber a la propia vigencia universitaria, en cuanto esta llegue
a anclar en alternativas de justicia, contrapuestas a la exclusión tecnológica
propia de la globalización.
[1]
Texto con base en la intervención presentada inicialmente en “La Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación en el marco de la Universidad de la
República”, charla organizada por el Centro de Estudiantes de Humanides y
Ciencias de la Educación, FHCE, Montevideo, 19 de abril de 2012.
[2] Berisso, Lía
« Como decía Carlos Quijano, la universidad es el País” en Papeles de Trabajo (Teoría de la
Universidad) FHCE, Departamento de Publicaciones, Montevideo, p.13.
[3] Conviene
recordar que el título emblemático de un período (La condición posmoderna) lleva por subtítulo “Informe sobre el
saber”. Respecto a la condición orgánica de las sociedades en el presente: Lyotard, J-F (1987) La condición posmoderna, Cátedra, Madrid, pp.13-15.
[4] Díaz Barriga,
A. “Dos miradas sobre la educación superior: Banco Mundial y Unesco” http://www.angeldiazbarriga.com/articulos/pdf_articulos/1996_dos%20miradas%20sobre%20la%20educacion_superior.pdf
(acceso el 19/04/12).
[5] Lucen Sfez
denomina « tautismo » a la condición tecnológíca de la comunicación:
Sfez, L. (1991) La communication,
PUF, Paris, pp-19-20.
[6] Cabe recordar
la polémica generada recientemente por el proyecto SOPA, en cuanto se propone
regular la propiedad intelectual en el campo de las “industrias culturales”.
Piedra Cueva, N. “Proyectos SOPA y PIPA: Uruguay también responde” 180.com.uy, http://180.com.uy/articulo/23984_Leyes-SOPA-y-PIPA-Uruguay-tambien-responde
(acceso el 22/04/12).
[7] Esta mediación
se revierte en medición, así como la medición instruye la mediación, con base
en una única instrucción arqueológica de nuestra tradición epistémica. Ver al
respecto: Viscardi, R. “La mediación-medición o
viceversa” (2009) Encuentros Uruguayos Nº2 (segunda época) Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación, Montevideo, pp.14-17 http://www.fhuce.edu.uy/images/archivos/REVISTA%20ENCUENTROS%20URUGUAYOS%202009.pdf
[8] Fraiman, R.,
Rossal, M. (2011) De calles, trancas y
botones, Ministerio del Interior, Montevideo.
[10] Al respecto ya
configura un clásico “Verdad y Poder” de M. Foucault. Ver Foucault, M. (1978) Microfísica del Poder, Ed. de la
Piqueta, Madrid, pp. 175-189.
[11] Ver el decreto
de creación del Instituto Nacional de Evaluación Educativa en Sitio de la Udelar http://www.universidad.edu.uy/renderPage/index/pageId/122#heading_418
(acceso el 22/04/12)
(12) Viscardi, R. “Las humanidades y
la universidad en la globalización: interrogantes en torno a la “universidad
sin condición de J. Derrida” (2010) Revista
Científica de Información y Comunicación Nº7, Universidad de Sevilla http://www.ic-journal.org/
[13] Para Erasmo lo
único cuerdo de la condición humana consiste en aceptar que no puede sino ser
desquiciada, por contraposición a la inteligencia divina. Ver Erasmo de
Rotterdam (2002) Elogio da Loucura,
Martin Claret, Sâo Paulo, pp.110-112.
1 comentario:
Ricardo, comparto el planteo que haces respecto al cambio del marco desde el cual es necesario pensar la universidad en la actualidad, y la crítica a las posiciones que hacen de la cuestión del desarrollo científico teconológico un fin en sí mismo, sin que esto implique cuestionar los efectos de segmentación y dislocación social que producen su desarrollo desregulado. Comparto también el lugar de las humanidades como momento crítico de este proceso, pero lo que me está preocupando últimamente es que la única posibilidad de respuesta frente a las fuerzas que están en juego sea la resistencia. Parece que la dualidad que está instalada es: sumarse al despliegue de lo que se impone por su propia fuerza o bien resistir su imposición. No se plantea la disputa acerca de las posibilidades de redireccionar el proceso. Es como si el momento de la crítica no se pudiera esperar otra cosa que la oposición punto por punto de lo que se supone que se despliega de una manera ciega y a cualquier costo (las fuerzas del desarrollo tecnológico en el marco del mercado capitalista, como vos planteas). Parecería que construir una hegemonía alternativa es algo que del pasado, y lo peor es que en muchos casos los actores que se ubican en esta posición hacen una reinividicación de ese pasado (idealizado) como si fuera el futuro. Comentario de Antonio Romano.
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