Los
ángeles estalinistas y la militancia del Papa
1ª
quincena, abril 2013
La profusión mediática
en torno a la figura del Papa, ha disuelto con sencillez franciscana las
rispideces polémicas que sucedieron al inicio del pontificado de Francisco. Tal
emanación informativa justifica, personificándola, la acepción “experiencia
vicaria”, con que se ha designado a la
comunicación.[1] Esta
elisión procede según el secreto de toda transferencia: se deja atrás un
sentido que pasa a ser opacado por otro. El sentido relativizado no queda en el
secreto en cuanto oculto, sino que pasa a un lugar diferido, relegado o aún,
subsidiario.
La gran prensa y una
mayoría del público han dejado atrás la preocupación por las acusaciones de
colaboración que vinculan a Francisco, cuando aún no había asumido el papado,
con el régimen de terror en Argentina durante los años 70’. En este giro
mediático han cumplido un rol decisivo declaraciones que eximían al actual
Papa, por entonces Superior Jesuita en aquel país, de cualquier responsabilidad
en la colaboración con el régimen en el poder. Entre estas declaraciones se
destaca en particular la de nuestro compatriota Gonzalo Mosca[2],
que provee cierto desvanecimiento de la imputación. Este efecto de
sobreseimiento se debe, en buena medida, a que Gonzalo no se vincula, ni por
trayectoria ni por actividad, a intereses que pudieran atenerse a cierta
benevolencia hacia aquel Superior Jesuita. En ese sentido, su declaración
contrasta con la de Pérez Esquivel, en más de un aspecto, tanto por el
involucramiento personal del Premio Nobel argentino con la problemática del
período en cuestión como, sobre todo, en razón del vínculo que mantiene con la Iglesia Católica en tanto laico notable.
El relato que hizo
Gonzalo ante los medios lo oí en persona, de fuente propia, durante uno de los
encuentros que mantuvimos, en ocasión de reuniones de exalumnos del colegio en
el compartimos, desde tercer año de primaria, la misma clase hasta cuarto año
de liceo. En aquella narración de la peripecia personal faltaba un nombre que
surge en la versión que difunden los medios: Bergoglio. Esa ausencia se explica
perfectamente, ya que en aquel encuentro entre nosotros, la figura del director
de San Miguel no era relevante a efectos del relato personal entre amigos,
mientras sí lo era, ahora ante los medios, para cumplir con el propósito de dar
testimonio a favor de quién, en un acto de coraje personal e institucional,
probablemente le haya salvado la vida.
Este gesto enaltece a
Gonzalo, no sólo porque cumple con su convicción íntima a raíz de la
experiencia personal, sino además, porque retribuye la notable solidaridad que
se le prodigara en una circunstancia límite. Por otro lado, mi propia memoria
ratifica en un todo lo relatado por Gonzalo a los medios, en cuanto lo he oído
de él personalmente, muchos años antes, en el mismo relato de su peripecia
singular ante la represión.
Aunque la suma de
testimonios favorece al actual pontífice ante la memoria posible, tampoco
resulta suficiente, a no ser a la luz de la mediatización de los medios
masivos, para satisfacer la interrogación sobre la actuación en el pasado de
quien ha sido ungido Papa en el presente. La cuestión supera en mucho, de cara
a una comprensión satisfactoria, el plano de la responsabilidad personal de
Francisco.
En efecto, Página 12
está muy lejos de constituir un órgano meramente difamatorio y anticlerical,
tal como la Iglesia ha querido presentarlo. No sólo por su papel en el
esclarecimiento de los crímenes ocurridos bajo la represión militar en la Argentina,
sino ante todo, por el rol que ha cumplido en el periodismo rioplatense, en
cuanto se ha hecho eco de una perspectiva vinculada a sesgos suprapartidistas
de la actividad política. Incluso las
declaraciones sobre su propio estado de ánimo del jesuita Jalics -que según
distintas versiones habría sido “entregado” por Bergoglio-[3]
refieren que el religioso húngaro actualmente se “encontraría en paz” con el Papa,[4]
expresión cuyo implícito –reforzado porque Jalics también declara “no puedo comentar
sobre el papel del padre Bergoglio en estos sucesos”- supone que tal estado de
ánimo fue precedido por una agitación en otro sentido. Por igual las
declaraciones de Pérez Esquivel, señalan a las claras que se exime al actual Papa de responsabilidad, pero en un sentido negativo, en cuanto no habría
emprendido gestiones que, cuando tuvieron lugar, de todas formas fracasaron.[5]
Este conjunto en cierta
forma cacofónico y contradictorio, deja cundir la impresión de un defecto
clásico de formulación, e incluso menos, de una composición de lugar mal
elaborada: un problema mal planteado. Para esclarecer tal defecto, quizás ayude
admitir provisoriamente un punto de vista extremo: a favor del papa Francisco.
Ha cundido mundialmente el voto de confianza que le dispensa Leonardo Boff,
quien apoyándose en señales dadas por el actual pontífice (tales como adoptar
el nombre “Francisco” o antecedentes a favor de la liberalización doctrinaria),
augura una renovación de la Iglesia.[6]
En tal sentido, conviene destacar que el vaticinio de Boff se sostiene en el factum institucional: una vez ungido
papa, el sucesor de Pedro cuenta –según el teólogo brasileño- con un margen de
maniobra insospechado.
Sin embargo, esta
profesión de fe en la institución es precisamente lo que permite albergar dudas
ante el crédito político que extiende el eminente teólogo. Esa perspectiva
institucional instala una bisagra ética que gira con cierta ambigüedad, en
torno a la actuación del imputado, vinculada desde entonces a un contexto que
trasciende su lugar personal. En efecto, si socorrer a un perseguido
corresponde a un acto de caridad perfectamente compatible con la fe cristiana,
por otro lado, también constituye una
obligación del responsable bajo cuyo cuidado se encomienda una grey, no
favorecer actitudes que pongan en peligro la misión evangélica emprendida en
común.
Si salvar a alguien perseguido por su acción a
favor de los desposeídos sigue siendo la obligación personal de un cristiano
más allá del cargo que ocupe, velar por la protección de la institución que
evangeliza en el sentido de la justicia también lo es. Desde el punto de vista
de la reconstrucción hipotética de una circunstancia crítica, quien por
entonces oficiaba como Superior jesuita
en la Argentina, podía entender encontrarse ante dos mandatos cristianos
contradictorios en su forma, pero no en su contenido, cuando evitaba que un perseguido
(por ejemplo Gonzalo Mosca) cayera en manos de la represión y cuando se desentendía de las acciones de
quienes (por ejemplo Yorio y Jalics) quizás ponían, a su parecer, en peligro la
misión pastoral bajo su responsabilidad.
Si esa “doble articulación”
de la responsabilidad revistiera cierta eficacia explicativa a partir de una conjetura, el eventual efecto de esclarecimiento logrado pone asimismo
en duda la confianza política que Leonardo Boff deposita en la investidura
papal, en cuanto espera que la institución cambie unilateralmente, precisamente
por la cumbre. Alternativamente, la misma ambigüedad personal que encarna toda
institución cuestiona la fe militante de quienes parecían esperar, por la base,
que la institución eclesial orbitara contra el terrorismo de Estado. Sin duda
muchas lecturas del evangelio y varias tendencias teológicas, amén de los
antecedentes históricos en el mismo sentido,[7]
otorgan verosimilitud a la hipótesis de una conjunción entre la Iglesia y la
actividad revolucionaria.
Pese a esos elementos,
la hipótesis de una “iglesia por la liberación social”, tiende a alejar a la
comunidad religiosa de la expresión institucional, incluso como Estado, que
singulariza a la Iglesia Católica como un poder terrenal que da testimonio de
una revelación divina. La articulación entre la verdad revelada y su
transmisión terrenal constituye la característica propia de la Iglesia
Católica, en cuanto un sentido inalterable se trasunta a partir de un
testimonio faliblemente transmitido.
En tal perspectiva, el
sentido de la verdad y la verdad de la institución reflejan una misma –doble-
articulación entre lo inalterable y lo efímero, en la que se constituye la
singularidad diferenciadora del catolicismo. Sólo si la divinidad autoriza la
verdad, la misma luce inalterable, por lo tanto, tal intangibilidad suprema no puede
transmitirse sino por medio de instrumentos limitados y falibles. Iglesia y
verdad son indisociables en la significación institucional de la trascendencia,[8]
unión que a su vez viene a ser secularmente refrendada por la fatal cortedad de
miras, que aqueja necesariamente al instrumento mundano de la voluntad divina.
Por consiguiente, estos
dos polos entre los que se instituye el sentido de verdad y el sentido de
institución no pueden ser tensionados al extremo a favor de uno, sin que
desaparezca simultáneamente el otro. Incluso, su mutua complementariedad
explica, a través de la acepción doctrinaria, que la Iglesia haya logrado
fundar la índole propia de la comunicación en tanto tradición, según una mutua
justificación entre el sentido trascendente y la expresión mundana. A punto tal
que para distintos autores, la Iglesia Católica expresa un régimen de
recuperación simbólica de toda disidencia, cuyo principio de sustentación rige por igual a la
comunicación moderna, al punto de proveer el ejemplo canónico de manipulación
de toda insumisión posible.[9]
En este punto, el
trazado del círculo explicativo se cierra y por igual se abre. Si la
comunicación masiva ha logrado hacer “olvidar” la duda exhibida sobre el pasado
del Papa, lo ha logrado ante todo, porque toda comunicación es sustancialmente “papal”.
Como tal, la “experiencia vicaria” como la entendía el teórico de la
comunicación Molles, concuerda con lo expresado por el teólogo de la liberación
Boff: no es Bergoglio ante quien estamos, sino ante el vicario de Cristo en la
tierra. Ahora es Francisco, ya no el cardenal argentino anti-kirchnerista.
Pareciera entonces, que
si se buscara una alternativa a esa recuperación protagonizada en pocos días
por la comunicación y desde hace siglos por su madre Católica, Apostólica y
Romana, debiéramos procurarla en una destitución de las instituciones, antes
que en un cambio en la cúpula del edificio.
Inclusive, porque la
propia institucionalidad izquierdista parece extrañamente favorable a las
transferencias más inauditas, e incluso, por anticipado. En el caso del
Uruguay, una curiosísima amnesia crítica aqueja al espectro intelectual, en
cuanto a la memoria crítica del
totalitarismo soviético. Pareciera que nuestro horizonte analítico estuviera
poblado de curiosísimos ángeles estalinistas. No sólo haber pertenecido al
Partido Comunista del Uruguay no supone de por sí un baldón que se asocie a la
complicidad ideológica con el Goulag, la
Cortina de Hierro y proezas tales como la invasión de Checoslovaquia, sino que
no faltan quienes añoren –incluso sin proponerse integrarlo- el retorno de
aquel “buen viejo partido”,[10]
que decía amén sobre lo que profesara el Kremlin.[11]
En efecto, algunas
memorias más equívocas que las que rememoran a Bergoglio en su período de
Superior Jesuita, parecen no recordar la condena de la invasión de Hungría por
al FEUU en 1956, o la declaración contra el golpe de Estado en Polonia que
firmamos 73 exiliados en Francia en 1981.[12]
Sin embargo, a tal respecto, también quien escribe se encuentra en condiciones
de testimoniar personalmente, en particular sobre la condición de “disidentes”
que se atribuía a quienes denunciábamos entre los uruguayos lo que era una
evidencia para cualquier sensibilidad crítica, que debiera como tal, ser tan
irritable ante el “Big Stick” estadounidense en el Caribe, como ante la presión
sobre las “repúblicas hermanas” del Pacto de Varsovia. Si los “disidentes”
uruguayos no conocieron el destino de tantos de sus homólogos húngaros, checos,
polacos o incluso soviéticos, fue ante todo porque el famoso “sistema” y su
“verdad” se derritieron como un terrón de azúcar en el agua de la crisis
mundial de los corporativismos de Estado.
Sin embargo, los
ángeles estalinistas no sólo transitan sin mayor reproche de memoria en medio
uruguayo, sino que además no conocen por aquí crítica teórica alguna.
Recientemente se editó un libro destinado al análisis del Partido Comunista del
Uruguay, que sin embargo, como un testimonio más de la angelical trayectoria
del estalinismo entre nosotros, se ha agotado.[13]
El lector podría pensar que tal éxito de librería se debe a las virtudes
críticas de la obra. Sin embargo, la recensión a la que tenemos que resignarnos
a falta del texto en librería, subraya que el planteo en cuestión no se
pregunta por el fundamento de una lectura de Marx a partir de la versión
soviética.[14]
Tal elemento bastaría, si se recuerda que el “lenguaje estalinista y postestalinista”, en
tanto característica propia de la “transformación autoritaria del lenguaje
marxiano”, ya era imputada por Marcuse
en “El Hombre Unidimensional”[15]
–obra inspiradora del movimiento del 68’, es decir, 45 años atrás, para
entender el grado de “liberación” ante la problemática del totalitarismo que luce nuestra perspectiva vernácula, así
como para explicar la ligereza de libélula con que evolucionan por nuestro
cielo ideológico los ángeles estalinistas.
Sería tan absurdo
esperar militancia del papa como exigir espíritu crítico de un ángel
estalinista, porque los vincula entre sí cierta intangibilidad infalible,
producto de la teología cristiana en el primero y de la secularización marxista
del mismo trasfondo en el segundo, con efectos significativamente análogos.
[1] Moles, A. (bajo
la dirección de) (1985) La comunicación y
los mass media, El Mensajero, Bilbao, p.121.
[2]
Civils, A.I. “Papa Francisco: uruguayo recuerda a un Bergoglio valiente que le
ayudó a huir de la dictadura” LaRed21
(23/03/13) http://www.lr21.com.uy/comunidad/1094074-papa-francisco-uruguayo-recuerda-a-un-bergoglio-valiente-que-le-ayudo-a-huir-de-dictadura
[3] Verbitsky, H. “Recordando
con ira: Jorge Bergoglio en la dictadura argentina” (tomado de Página 12) LaRed21
(13/02/13) http://www.lr21.com.uy/comunidad/1092643-recordando-con-ira-jorge-bergoglio-en-la-dictadura-argentina
[4] “Con Bergoglio
estamos en paz”, dijo el sacerdote jesuita Francisco Jalics” Tiempo Argentino (16/03/13) http://tiempo.infonews.com/2013/03/16/mundo-98330-con-bergoglio-estamos-en-paz-dijo-el-sacerdote-jesuita-francisco-jalics.php
[5] “De derechos e
izquierdas” Montevideo Portal
(14/03/13) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_195000_1.html
[6] Frayssinet, F. “Lo
que interesa no es Bergoglio y su pasado, sino Francisco y su futuro” Adital (25/03/13) http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=74328&grv=N
[7] Por ejemplo,
los curas franciscanos expulsados de Montevideo por los españoles, bajo la
acusación de conspirar a favor del artiguismo, a la voz de “váyanse con sus
amigos los matreros” ver Parteli, C. “Mensaje del Arzobispo de Montevideo a la
comunidad dicocesana” (11/10/82) http://www.franciscanos.net/teolespir/partlepr.htm
[8] Para una
discusión in extenso de este criterio
teórico, ver en este blog: “Aborto de verdad: la excomunión ante Lacan” http://ricardoviscardi.blogspot.com/2012/11/abortode-verdad-la-excomunion-ante.html
[9] Ver al respecto
Viscardi, R. (2007) Guerra, en su nombre,
Biblioteca Virtual de AFU, https://www.box.com/public/cud9v5x1h9
, p.30
[10] López, D. “¿Dónde
está el PCU uruguayo, frenteamplista, comunista?” Voces (18/07/11) http://www.voces.com.uy/articulos-1/%C2%BFdondeestaelpcuuruguayofrenteamplistacomunistapordanielalopezr
[11] Ver
particularmente el capítulo “La URSS: la utopía territorializada” en Silva, M.
(2009) Aquellos comunistas, Taurus, Montevideo.
[12] Publicada por
la Revista Diálogo (1981) Paris.
[13] Martínez, F.
Ciganda, J.P. Olivari, F. (2012) ¿Nos
habíamos amado tanto?, La Bicicleta, Montevideo.
[14] Pereira, M. “Un
valioso punto de partida” La Diaria
(16/11/12) http://ladiaria.com.uy/articulo/2012/11/un-valioso-punto-de-partida/
[15] Marcuse, H.
(1969) El hombre unidimensional, Seix
Barral, Barcelona, pp.131-132.