El
revés de las encuestas es el derecho de la opinión
2ª
quincena, octubre 2014
Nunca como esta vez
cambió, al filo de las horas y de noticia en noticia, el título de una actualización de este blog.
A los mea culpa de los encuestadores
siguen las preocupaciones de algunos de sus colegas, un periodista se
congratula, por su lado, de un supuesto retorno a cierta libertad de elección.
Cuando la reiteración crea una certidumbre se vuelve innecesario fundamentar,
en la secuencia del relato, la verosimilitud de un cuestionamiento de las
encuestas de opinión, que (no tanto) tiempo atrás parecía curioso, por no decir
malevolente.
Quizás ahora el lector no
se sorprenda si, por vía de consecuencia, insistimos en cambiar la pisada,
crédito del pasado mediante.[1]
Insistiendo por la senda que planteamos en la presentación de Contragobernar en Casa de Filosofía, 48
horas antes del último erro de los encuestadores entre nosotros, aunque 24
horas después que planteáramos el asunto en un texto publicado en Voces.
En la perspectiva
dominante, la medición es el elemento activo y la opinión medida el pasivo. Pero
esta perspectiva es la misma que supone que la comunicación y por ende la
sociedad “transparente” en que vivimos es determinada por un emisor que se
dirige a destinatarios receptores. Esta percepción del proceso de la
comunicación proviene en línea recta de la percepción que habilita (a) la
soberanía, desde cuyo punto de vista un principio unitario e indivisible puede
impartir orientación estratégica, ya sea a una asociación de individuos
vasallos como a una de individuos ciudadanos. Si podemos en los dos casos
“individualizar” a los miembros de la comunidad inspirada “pastoralmente”, tal
concierto de mónadas obedece al mismo pastoreo, que las conduce hacia un único
destino. Por esa razón Foucault destacó que la noción de soberanía política
proviene, por vía jerárquica, del fundamento teológico de la legitimidad
pública.[2]
Contraponiéndose al fin
de toda pretensión teórica de la tecno-ciencia, abandonada tiempo ha por la
fundamentación teórica (no vamos a recitar de nuevo el duetto Kuhn-Foucault) y encomendada a los artefactos tecnológicos
según su propia confesión de denominación,[3] la
tecnocracia intenta decir que “nada de esto es grave”, cuando no argüir que “las
encuestas no influyen en los resultados”, argumento cuya ignorancia de la
objeción se muerde la cola. Más grave aún, es la falencia de pensamiento
crítico que habilita una creencia en la medición de una realidad fija, cuando
es una fija (que no discuten siquiera quienes “tiran al blanco” con la opinión),
que tal “realidad” la fijan los medios (foto-encuesta mediante).
Aparecen en torno a las
encuestas fallidas en Uruguay y Brasil, varios enfoques que pretenden orientar
la cuestión:
-no es posible medir la
variación por la veda electoral que impide la medición en el último tramo del
proceso[4]
-se trata de un error
de diseño de la encuesta o de insuficiencia de medios de las distintas empresas[5]
-finalmente el elector
vuelve a encontrarse, en razón de la incertidumbre de las predicciones, libre de elegir según las propuestas, sin
sentirse limitado o compelido por algún voto útil o inútil en razón de la
difusión del resultado de las encuestas[6]
-es preocupante que no
se ofrezca seguridad en las mediciones, porque los electores y las dirigencias
partidarias toman decisiones en base a los resultados publicados por las
encuestadoras[7]
Todas estas opiniones
se caracterizan por plantear el derecho de las encuestas como el revés de la
opinión. Es decir, si la medición marra, es porque no encontró el “buen lado”
de la opinión objetiva, tanto si las hipótesis fueron mal formuladas, como si
las preguntas no permitieron que la informe información, que contiene la base
social como cosa empírica, manifestara lo que ya sabe (incluso cuando “no sabe/no
contesta”). Sin embargo, tanto la perplejidad ante el “voto volátil” (¿habría
que encuestar en ranura de urna?), como la disonancia entre pronósticos y
resultados (que llevó al PT brasileño a cuestionar a las dos principales
encuestadoras brasileñas),[8]
abre una hipótesis tan interesante como ignorada: que en verdad un sector a
cada vez (de encuesta) mayor entre la “masa”, esté “calculando” la respuesta
según el momento coyuntural, habilitándose por esa vía el protagonismo de un “saber
aunque no se sepa por qué”, inducido a su vez por el estado de compulsa
permanente de una “sociedad del enjuiciamiento”, paradójicamente inducida por
el mismo tándem encuestas-medios.[9]
La configuración de
sensibilidad que propicia tal “sociedad de la comunicación generalizada”, es
decir, la generalización de la comunicación en (lugar de) la sociedad, es una
inclinación creciente en los individuos a admitir que su participación es
significativa, pese a quien pese y aunque
no le guste al sabio (periodista, politólogo o experto en temas de interés
general). Ensalzada como “masa”, la masa se expresa sin necesidad de fundamentar
y por lo mismo, se inclina según gire el viento del momento. Naturalmente, tal
democratización de la opinión pública, no sólo debe ser alentada, sino incluso
propiciada, pero su destino y vocación parece cada vez más lejos de la
soberanía (principio único e indivisible), de la delegación representativa (por
conmensurabilidad del orden social) o de artilugios tales como la “gobernanza”
(manipulación tecno-comunicacional de la “masa”) y cada vez más cerca de las
redes “sociales”, de las movilizaciones inter-sectores transversales y de la
agenda de vuelo rasante sobre la actualidad.
El efecto de fin de autoridad que pesa cada día más sobre las encuestas, manifiesta el derecho de la opinión
a no dejarse medir, ante todo, porque termina por desafiar y anticipar la
compulsa que pretende sujetarla a un
objeto, infligiéndole al inquisidor el revés de la trivialización de la misma trivialidad que
se pretende erigir en acontecimiento. El fin de la “normalidad” encuestadora marca
cierto límite de un saber (científico) y un poder (político), anclados por
igual en la idea de una soberanía capaz de crear y conducir un proceso, tanto
como a sus particulares.
Esa perspectiva de “estar
en otra cosa”, ya que desde “el día
después” de la elección habrá otra encuesta (para saber que se opina sobre lo
que se votó la víspera), nos ha impedido pronunciarnos sobre la consulta
electoral del domingo 26 de octubre de 2014. No sea que gastemos pólvora en
chimango.
[1] “Encuestas
fallidas: la fábula contada” (con Alma Bolón, Daniel Feldman, Sandino Ñúñez y Ricardo Viscardi) Mesa Redonda en Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación, 1 de agosto de 2009.
[2] Foucault, M. (1975) Surveiller et punir, Gallimard, Paris, p.33
[3] “Ciencia y
tecnología”, sin olvidar la creciente afición, sobre el terreno del artefacto
como tal, a la “innovación”.
[4] “Zuasnabar
advierte sobre “voto volátil” de último momento” El Heraldo (16/10/14) http://elheraldo.com.uy/2014/10/zuasnabar-advierte-sobre-voto-volatil-de-ultimo-momento/
[5]
Chasquetti, D. “La aparente parálisis y el resultado de las encuestas” Montevideo Portal (10/10/14) http://columnistas.montevideo.com.uy/uc_301073_1.html
[6] Pereira, M. “Elogio
de la incertidumbre” La Diaria
(17/10/14) http://ladiaria.com.uy/articulo/2014/10/elogio-de-la-incertidumbre/
[7] Chasquetti, D.
op.cit.
[8] “Segunda vuelta
en Brasil: Dilma se acerca a la reelección”
Agencia Paco Urondo (06/10/14) http://www.agenciapacourondo.com.ar/secciones/internacionales/15616-segunda-vuelta-en-brasil-dilma-se-acerca-a-la-reeleccion.html
[9] Viscardi, R. “Indiferencia,
voto obligatorio y sociedad del enjuiciamiento” Canal Germán Luongo (06/09/14) https://www.youtube.com/watch?v=JNOWhn238I0&feature=youtu.be