1.3.10

Caducidad de Estado: el Escuadrón de la Muerte y la democracia representativa


1ª quincena marzo 2010



Cada cinco años coincide el aniversario del asesinato de Ibero Gutiérrez por el Escuadrón de la Muerte[1] con el cambio de mando presidencial. Esa coincidencia quinquenal refleja asimismo la plena circunstancia de aquel crimen, porque se eligió para esa muerte la víspera de un nuevo mandato presidencial. Quizás no se retiene como lo merece este aspecto institucional, que sin embargo debiera adquirir a la fecha plena significación desde el punto de vista del análisis de la democracia representativa. En efecto, desde el asesinato de Ibero Gutiérrez hasta el presente, la democracia representativa no ha recuperado en el Uruguay la plena significación histórica de su propio pasado, en cuanto la misma institucionalidad se inhibe la concordancia con las normas universales del derecho democrático, en la medida de una Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado[2].

El período que transcurre entre la investidura de Juan María Bordaberry y el golpe de Estado que el mismo gobernante electo encabezó, se caracterizó por el ascenso de la Fuerzas Armadas en tanto vector principal del poder político. La derrota del adversario estratégico supuesto bajo la figura subversiva de la guerrilla urbana terminó por cumplir el rol de chivo expiatorio, que arrastró en su sacrificio a la misma democracia representativa supuestamente victoriosa. En cuanto aquel régimen en el poder terminó por ser víctima de su propio adalid estratégico, la inversión de lugares entre víctima y victimario marca el ritmo de ese período. Asimismo emerge en la obra de Ibero Gutiérrez, en cuanto prevalece por sobre una condición de víctima, la significación universal de la subversión contra un estado de la cultura, más allá del mero cultivo personal y sobre todo por contraposición a la ley del Talión que exaltaba su victimario, el Escuadrón de la Muerte.

El exceso en la medida es el efecto de pharmakon[3] que vincula con un sentido de extrañeza recíproca al remedio y al veneno entre sí. Esta extrañeza es sin embargo la condición propia de la medida, en cuanto el exceso tanto en un sentido como en otro depende de quien suministra el fármaco y no tan sólo de los poderes que encierra la pócima o de las necesidades del paciente. No existe fármaco de la suma cero. Por esa razón el margen que preexiste a la medida trasciende los términos supuestamente exactos (o exactamente supuestos) de una relación, quizás ante todo, si se trata de la formalidad contractual de una Constitución de Estado.

El golpe de Estado contra la democracia representativa y los asesinatos del Escuadrón de la Muerte señalan por igual un margen que supera los designios formalmente opuestos de la legalidad y del criminal: la reducción de cualquier estado de cosas al desenlace de una suma cero favorece la reversibilidad entre veneno y remedio. La represión supuestamente destinada a curar al cuerpo social de la subversión que lo aquejaba, se prolonga hasta convertir al paciente en un enfermo terminal de golpe de Estado. La militancia de Ibero Gutiérrez, supuestamente destinada a enfermar al cuerpo social con un ataque a las instituciones, termina por revelar un cuestionamiento de la cultura que la previene de su desvirtuación por el mercado.

La característica universal de aquella coyuntura de reversibilidad entre el remedio y el veneno traduce el auge de la totalización mundialista de la Guerra Fría. Es decir, de una característica totalitaria de la racionalidad que suponía que la formalidad de los sistemas sociales, estampada en un régimen de Estado, constituía la razón suficiente del orden público. Esa farmacia suministraba dosis masivas de represión estatal bajo la forma de bloques geo-políticos. Por entonces el Uruguay presentaba escaso atractivo desde el punto de vista de la escala de mercado o de recursos naturales estratégicos, pero el conflicto regional siempre latente entre vecinos mayores le otorgaba el lugar de cabecera de puente de intervenciones tácticas, así como lo convertía en pieza de un dominó continental cuyo equilibrio convenía preservar en aras del orden establecido.

En esa circunstancia mundializada por la política de bloques de la Guerra Fría, poco contaba el orden interno relativo a la redistribución del ingreso y la igualdad de oportunidades educativas, que había propiciado el Uruguay batllista a escala micrométrica de escasos tres millones de ciudadanos. En términos de la totalización estratégica que propicia la tecnología de la represión, la formalidad de la democracia representativa no representaba sino el residuo normativo de una circunstancia superada. Asimismo, la admisión o la exclusión de un margen interpretativo ante esa misma formalidad normativa, demarca el cotejo subsiguiente a la reinstalación de la democracia representativa: la justificación frívola de una supuesta intangibilidad normativo-constitucional o la reivindicación del pluralismo movimentista de la singularidades sociales.

Sin embargo, esta alternativa anti-totalitaria que caracteriza al período de emergencia de la contracultura y del cuestionamiento de la modernidad no puede ser leída, particularmente en el Uruguay, si no se entiende que el Escuadrón de la Muerte significa el eslabón perdido de la cadena evolutiva de la represión, que desde bastante antes del golpe de Estado excedía la formalidad de la democracia representativa. Particularmente en cuanto señala la necesidad, en aras de un orden mundial totalitario, de terminar por enterrar las mismas instituciones que se decía proteger en aras de la defensa del bloque occidental. La ofensiva del Movimiento de Liberación Nacional contra el Escuadrón de la Muerte cumplida el 14 de abril de 1972, supuso correlativamente el intento de mantener por las armas un marco pautado por las garantías que extendía el pasado redistributivo e igualitario de la socialdemocracia batllista.

El exceso de unos y otros, con signos e intenciones diferenciadas entre sí, no deja de corresponder a un desborde de los márgenes por encima de la correlación de elementos jurídico-formales y de su cristalización social. Sin embargo, tanto en cuanto intento de difundir el terror represivo como método, como en la reedición del pacto político batllista que se entendía en tanto “doble poder”, las distintas estrategias en juego no lograrían sino instalar su contrario: por un lado, la proliferación tras la dictadura de una pluralidad reivindicativa que profundiza la democracia, por el otro, el fatal declive histórico de les estados-nación en el período de los bloques geopolíticos.

La exégesis de la obra de Ibero Gutiérrez[4] permite acceder asimismo al borde generacional escasamente manifiesto en la idiosincrasia uruguaya en aquel período de paroxismo totalitario. El perfil universal de la generación del 68’, debilitado en el Uruguay de entonces en razón de la índole partidocrática de nuestra sensibilidad pública, asoma sin embargo en la transgresión que revindica Ibero ante cualquier orden, en tanto efecto de la necesidad simbólica propia de aquel tiempo, que atestigua incluso por su inmolación.

En estos días transcurre el rodaje de un documental sobre el Escuadrón de la Muerte, dirigido por Alejandro Figueroa, quién también ha realizado otros documentales vinculados a aquel período histórico en una perspectiva de memoria de los protagonistas. El margen interpretativo del film debiera, en su significación democrática efectiva, trascender el juego de suma cero de la formalidad representativa del Estado, en cuanto necesitamos un fármaco que preserve a la comunidad de los espejismos mediáticos del presente. Los peligros del totalitarismo han sido transferidos por el devenir del poder desde la estructura del Estado hacia los poderes de la tecnología, que se justifican por productividad y resultados esperados. En esa instrumentación incluyen la deslucida superficie de las instituciones, sobre todo para llenar la pantalla de una concentración pública a distancia. Ante los poderes de los fantasmas conviene recordar que la caducidad del Estado democrático-representativo que anunciaba el Escuadrón de la Muerte no pudo aniquilar, pese a sus propósitos, márgenes que trascienden el back-stage del poder. Sobre todo ante poderes que vaciados de actualidad histórica no representan sino el back-stage de la democracia representativa.


[1] Ibero Gutiérrez es asesinado por el Escuadrón de la Muerte el 28 de febrero de 1972. Anteriormente y a partir de agosto de 1971 el mismo grupo había asesinado a Ramos Filippini y cometido las desapariciones de Abel Ayala y Héctor Castagnetto. Ver al respecto http://es.wikipedia.org/wiki/Escuadrón_de_la_muerte

[2] Sobre la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado ver http://es.wikipedia.org/wiki/Ley_de_Caducidad_de_la_Pretensión_Punitiva_del_Estado

[3] Derrida, J. (1972) La dissémination, Seuil, Paris, pp.108-110.

[4] Viscardi, R. “La alternativa de generación: Ibero Gutiérrez” (24/09/09) Semanario Voces, Nº 228, Montevideo, pp.13-15.

Versión digital: http://www.vocesfa.com.uy/No228/voces228.pdf

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