15.2.10

Hipocrasía: la impostura moral del poder

2ª quincena febrero 2010

Hipocrasía se asocia sonoramente a hipocresía, pero plantea un significado alternativo. La hipocresía también supone el poder (cratos) que hipocrasía pone plenamente de relieve. En cuanto se solapa en una misma persona, el poder hipócrita supone una actitud deliberada. Hipocrasía retoma ante todo una condición propia del poder en su forma previa y subyacente en los individuos. Asimismo, esa forma infusa y sugestiva del poder corresponde a la diferenciación entre ética (actuante en la individuación) y moral (representativa de la persona) que señalaba Deleuze en su lectura de Spinoza[1]. Esta desautorización de la representación en tanto soberanía del yo sobre su propio ego alimenta el (im)púdico secreto de la persona pública, que persiste y signa en medio del duelo de su cadáver constitucional: la democracia representativa.
Constitución, representación y democracia sólo pueden coincidir en el campo de la transparencia colectiva. Sin embargo, éste supone la transparencia particular (por efecto de la coacción o de la convicción). En la actualidad la transparencia ante otro es efecto de una emisión a distancia, es decir, un efecto de opacidad. Tal producción mediática de transparencia configura una industria inmaterial, por obra y gracia de la virtualidad tecnológica. La duplicación mediática desvirtúa la transparencia representativa -asediada en todas sus instancias por una distancia que la emite ante otro, en cuanto pone en riesgo la verosimilitud de todo original (principio de sí mismo). En un sentido que difunden las tecnologías de la virtualidad, la mediación instrumental inventa su propio origen. Como una cometa que remontara el virtuosismo intelectual, la representación hace acto de presencia en tanto artefacto manipulado.
Antes que un régimen de Estado, el sistema político uruguayo supone una coparticipación partidaria de las instituciones públicas -efecto histórico de la sub-potencia regional, laboriosamente compensada por la construcción de una estabilidad social interna. En una ecuación de forzosa integración institucional, que no admite vencidos ni vencedores[2], el poder no puede ser exhibido en su forma unilateral y mayestática, en tanto fuente de Soberanía. El poder se manifiesta, al estilo uruguayo, de preferencia bajo la modalidad de la mesura y la retención personal. La fuerza puede exhibirse siempre y cuando se encuentre subordinada al común y con modulación colectiva de la expresión. Diferenciándose del desenfado exhibicionista de los argentinos porteños y de la grandilocuencia chovinista de los brasileños federados, la sobriedad del estilo uruguayo siega la mies del otro ocultando la propia bajo una diferencia de tamaño, que disimula incluso en el fuero íntimo. Pero el ego no tiene tamaño sino estructura y la propia del régimen moral del sujeto es doble: definiendum y definiens se solapan en la soberbia enquistada bajo rótulo de humildad.
Sometido a la sobreexposición mediática, este estilo entre llano y envarado se ha visto en principio beneficiado por la convalidación de la sensibilidad pública dominante. Pero en un segundo tiempo, la exhibición y proyección perpetua de las virtudes republicanas de sí mismo, impuesta por la concentración a distancia de los medios de comunicación, terminó por manifestar la fatal opacidad que exige diferenciarse de otro. Tal opacidad traiciona la levedad social que la moral declara, en cuanto la interpretación pública requiere una sospecha insoslayable y entrometida. A fuerza de desistir por declaración, la hipocrasía termina por hacer pensar mal de quien dice no querer poder. Esa contradicción entre la emisión a distancia y la transparencia republicana no puede dilucidarse por medio de la democracia representativa, porque esta supone la integridad presencial, que la escena a distancia subordina a la industria de la emisión. El back-stage de la emisión es el óxido que carcome la idoneidad moral de la representación ciudadana. Por esa misma circunstancia, el metal en que suele atesorarse el valor de los activos políticos exige un bruñido severo y angustioso.
Quienes se sorprenden hoy ante el prometedor idilio entre presidente y vicepresidente electos, ayer enfrentados por la misma investidura, debieran considerar que tales conflictos quizás empalidecen de cara al gran público espectador. Incluso en versión politológica, la ley de la telenovela no es la originalidad sino la popularidad, tal como la suscitara, tras el último episodio del gabinete ahora saliente, la fogosa reconciliación entre presidente en ejercicio y ministro de economía. La telenovela politológica cunde en razón de la condición mediática de la concentración a distancia, que no requiere militancias sino audiencias. Asediado por el mar virtual de la conectividad, el istmo programático de la representación presencial se adelgaza mientras sube la marea de la individuación tecnológica, al ritmo restallante de la musculación mediática.
Asimismo, la incubación de candidatos-probeta[3] en atmósfera cerrada de patrimonios electorales heredados, no sólo excluye por soberanía, sino también porque la selectividad política no favorece la crítica en aras de reproducirse. Pretender que la circunstancia institucional renuncie ante sí al ámbito clausurado que la preserva ante todo de la indeferencia (antes que de la indiferencia)[4], significa desconocer el poder propio de las redes. No en vano el concepto de red social fue pensado por Foucault, hace ya cuarenta años, para disolver la concepción moderna de un poder que planea por encima de la masa (el Estado) o del sujeto (el Padre)[5]. Desde entonces la cuestión de las redes asedia a la verticalidad moral de la hipocrasía uruguaya, como nos lo recuerda la denuncia de la partidocracia que paradójicamente formó parte de la salida de la dictadura.
El retorno de un movimiento que se basa en su propia fuerza no tiene ahora razón de ser en la disolución de las estructuras representativas ante el malón dictatorial, ya por entonces amenazadas por el envión tecnológico (disuasión nuclear, carrera espacial, medios masivos) que sostenía la guerra fría. Ahora la fuerza de las redes surge de la misma conexión que las ramifica en tanto metástasis de la economía moral (instancia de persona) propia de la institucionalidad representativa (instancia presencial). Una vez subrogada la moral presencial por la instantaneidad mediática, el devenir en red de la comunidad virtual tiende a abandonar, en aras de la individuación de pantalla, el ritual en base de comité o de comité de base.
Diferenciar las redes políticas de las políticas de red supone asimismo comprender que el señuelo moral de la representación se hará de más en más reluciente para sobrevivir en la superficie de la pantalla. De las renuncias monetarias con geometría variable de las jerarquías electas[6], a la reforma del Estado aplaudida por Lacalle[7] y prometida en medio del conflicto con los municipales[8], pasando por el culto a las cláusulas estatutarias en las designaciones de candidatos-probeta[9], el pandemonium de la pulsión moral intentará colmatar la falencia que lo debilita ante costumbres cada vez más extendidas y ajenas. Permanecer en el terreno que elige la hipocrasía, tenor soberbio de la humildad, supone errar desde ya el camino. Hacer camino desde ya, significa comprender que las estructuras de la representación moderna no sólo suponen la racionalidad carcelaria, sino ante todo la cárcel de la racionalidad. ¿No es hora de abandonar esa doble moral partidocrática[10]?


[1] Deleuze, G. (1081) Spinoza, Minuit, Paris, p.27.
[3] Ver en este blog Tragedia progresista :Frankenstein no votó al candidato probeta (1/11/09) y Meta(e)-lecciones: el virus-votante ataca al candidato-probeta (15/11/09)
[4] Baumagartner, J. « Entre el calor y la calor » Voces Nº241 (11/02/10) Montevideo, contratapa.
[5] Foucault, M. (1979) La Microfísica del Poder, Ed. de la Piqueta, Madrid, p.179.
[6] « Lo justo y necesario » Montevideo Portal http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_102769_1.html
[7] « Lacalle : « me alegra que abran las cabezas » Observa http://www.observa.com.uy/actualidad/nota.aspx?id=92628&ex=25&ar=2&fi=19
[8] « Patentes : IMM no da marcha atrás » La República http://www.larepublica.com.uy/larepublica/2010/02/13/nota/399788
[9] « En mayo, contra los « mundos aparte » La República http://www.larepublica.com.uy/politica/399939-en-mayo-contra-los-mundos-aparte
[10] Viscardi, R. “¿Un movimiento social frenteamplista?” (2008) Encuentros Uruguayos1, 90-94, FHCE, Universidad de la República, Montevideo, p.94 http://www.fhuce.edu.uy/academica/ceil-ceiu/ceiu/REVISTA%20ENCUENTROS%20URUGUAYOS%202008.pdf