19.1.18

Productores autoconvocados por Whatsapp: la piqueta fatal del progresismo

2a. quincena, enero 2018


¿A quién creerle?

Todo combate por la creencia ajena se convierte, por la misma imposibilidad de posicionarse desde una objetividad pura, en una batalla de credulidades. Un enfrentamiento de este signo contrapone entre sí, desde hace unos días en el Uruguay, encendidas lecturas de la “autoconvocatoria de productores agrícolas”. La posición que cada uno intenta tomar, como lo alto de la cuchilla en las guerras civiles que nutren el imaginario político del Uruguay, es la verosimilitud económica. ¿Existe un sector de pequeños productores en riesgo de extinción? ¿No se trata de la voracidad ya proverbial de  estancieros montados en 4X4? ¿No asistimos a una manipulación política sin asidero económico real? Mucha gente parece dispuesta a demostrarle a mucha otra gente que no está en crisis o que es responsable de la crisis, pese a lo que se crea o se finja creer, alternativas equidistantes desde el punto de vista de la creencia, como ya lo adelantaba el título del intercambio de cartas entre Umberto Eco y el arzobispo Martini: ¿En qué creen los que no creen?1

Para salir de dudas crédulamente nada mejor que la economía: una experta regulación mundial del comportamiento del mercado internacional, gestionada por el Banco Mundial, el FMI y el BID -que incluso saben de educación- (entre otros) desató las múltiples crisis financieras que se abatieron sobre el planeta desde mediados de los 90', con un pico legendario en 2008, del que todavía no se repuso la Unión Europea. ¿No acaba de señalarnos el reconocido economista uruguayo Enrique Iglesias (ex-presidente del BID y del Banco Central del Uruguay bajo Pacheco Areco), incluso pocas horas antes de la “autoconvocatoria de productores”, que “el país está mejor de lo que la gente a veces piensa”?2


Es la globalización, estúpido !


Es la economía, estúpido!” La famosa frase asestada por James Carville, asesor de Clinton en la campaña presidencial de 1992, merece ser revertida a partir del propio designio de determinación económica de la determinación política, que termina, como todo determinismo cientificista, en alguna forma de totalización explicativa, con el consiguiente significado totalitario. Con el designio de discernir la verdad económica del interés verdadero de los productores agrícolas, La Diaria publicó un comentario3 de un muy buen artículo académico destinado a discernir la apropiación social del ingreso en el campo uruguayo.4 La publicación de Oyhantçabal y Sanguinetti señala la carencia de indicadores del ingreso de los distintos sectores que integran la producción agrícola del Uruguay y se dedica a elaborarlos, por medio de diferentes criterios de medición de la participación en el producto de ese sector de la economía.5 El interés económico se plantea con base en esa publicación académica retomada por La Diaria, en criterio determinante de la verosimilitud de la crisis, ostensible pero sospechosa, de un sector que se ha caracterizado históricamente tanto por una apropiación sumamente desigual del producto -entre propietarios y asalariados-, como por la mayor capacidad relativa de presión sobre las políticas públicas, es decir, sobre el sistema de partidos.

La lectura sesgada con relación al ingreso relativo y absoluto, como justificación de la crisis de viabilidad o como descalificación de su autenticidad política, obnubila incluso la significación económica, si se la proyecta con relación al contexto de las reivindicaciones de los “productores autoconvocados”. Uno de los primeros aspectos que salta a la vista en el artículo de Oyhantçabal y Sanguinetti, con relación a la reivindicación relativa al “abandono del campo”, es que efectivamente el crecimiento de este sector apenas supera, en el lapso de 2002 a 2015, la mitad de la tasa de crecimiento general de la economía en su conjunto (mientras el sector agropecuario crece 3.3% en promedio, la economía del país llega a 6.2% en promedio para el mismo período).6

Asimismo cambia la composición del PBI agrario en su conjunto. Un crecimiento exponencial de la forestación y la soja las lleva a ocupar (en 2011) el 16% de la totalidad de las hectáreas agropecuarias.7 Por otro lado, la inversión extranjera directa, vinculada principalmente a la forestación y la soja alcanza en el período 1983-2004 sólo un 0,8 % del PBI, mientras entre 2005-2014 salta al 6% del PBI, el doble del promedio para América Latina en igual período.8

Dice el mismo artículo: “Para un país que prácticamente ocupó la totalidad de su frontera agropecuaria a fines del siglo XIX, la expansión de la forestación y la agricultura supuso el desplazamiento territorial de otras actividades agropecuarias. De las comparaciones intercensales 1990-2000-2011 de uso del suelo, surge que el área de campo natural (pastizales naturales) se redujo en 2.132.000 hectáreas en 21 años, mientras que entre los años de 2000 y 2011 disminuyó en 262 mil hectáreas el área de praderas artificiales. En ambos casos se trata de usos del suelo destinados principalmente a la ganadería de carne y lana en el primer caso, y la ganadería de carne y leche en el segundo”.9

O sea, si en vez de leer la misma información económica bajo el lente de “distribución del ingreso en tanto determina una crisis de viabilidad” (que hace intervenir una lectura de 2o. grado, con fuerte carga interpretativa previa) la leemos bajo el lente del significante efectivo “el campo”, que los “productores autoconvocados” toman por emblema, la estructura tradicional del sector agropecuario se ha encontrado en el período 2002-2015 ante:

-una participación en el PBI que supera escasamente la mitad del crecimiento promedio de la economía
-un cambio de la matriz productiva que dedica un 16% del suelo a una producción (forestación y soja) que desplaza a la tradicional
-una multiplicación por seis de la participación del capital extranjero en el PBI del país

Por lo tanto el tradicional “campo” uruguayo ha sufrido una disminución relativa con relación a otros sectores de la economía (por ejemplo el turismo), un desplazamiento de sus referencias productivas históricas en un 16% de la superficie productiva y un acelerado crecimiento (0,8 a 6%) de la apropiación extranjera de la producción. Para calibrar cabalmente estos cambios que cabe denominar “históricos”, conviene antes que nada plantearse el contexto que los habilita y la significación que adquieren en el conjunto del período al que pertenecen.


De tu globalización, globalizador


Los antecedentes de una transformación del sector agrario uruguayo con efectos de crisis política e ideológica son impecablemente (e implacablemente) progresistas. A poco de iniciado su primer mandato en 2005 Vázquez ingresa en un conflicto internacional con la Argentina que genera un curioso efecto de futuro anterior: parece renovar el enfrentamiento entre peronistas y batllistas, pero coloca al gobierno uruguayo del lado del poder empresarial transnacional. El conflicto llega hasta la Corte Internacional de La Haya y enfrenta a dos gobiernos que supuestamente compartían un mismo signo político. En el plano interno genera una conciencia minoritaria pero latente de una amenaza ecológica favorecida por el gobierno, con pruritos en sectores de la izquierda y una alerta entre los movimientos ecologistas.10

El segundo antecedente proviene de José Mujica, quien en los foros internacionales predica la conservación de la naturaleza y desde 2012 propició la instalación de una mina de hierro a cielo abierto, uno de los emprendimientos mineros de mayor alcance contaminador que se conozca. Este propósito de “provocar a la tierra” (la expresión es de Heidegger)11 para extraer plusvalía internacional le valió al “presidente más pobre del mundo” la generación de un movimiento de repulsa masivo, con carácter multisocial y pluriideológico, a través de una de las expresiones de protesta ciudadana más reacias a la clasificación ideológica que haya conocido el Uruguay. El movimiento se disipó en cuanto la evolución del mercado internacional desbarató la racionalidad económica del proyecto.

El tercer antecedente es más reciente y tuvo lugar hace pocas semanas. El 2o. gobierno de Tabaré Vázquez firmó un acuerdo con la empresa transnacional de producción de pasta de celulosa UPM en cuyos términos la empresa se reserva el derecho, una vez cumplido un período preparatorio de dos años, de rechazar todas las inversiones e instalaciones que desarrolle el Uruguay a expensas de su propio presupuesto nacional, en caso de que esos adelantos del emprendimiento no satisfagan, a juicio de UPM, los requisitos necesarios. Tal resignación de la soberanía nacional dio lugar (entre otras manifestaciones, incluso por parte de la Universidad de la República) a numerosas protestas y en particular un nutrido acto de repudio, que tuvo lugar en el Ateneo de Montevideo.12

El alineamiento de los sucesivos gobiernos frenteamplistas con el capitalismo transnacional dejó de ser una novedad, incluso en el sentido ideológico, en cuanto se ha constituido en la nota característica de los gobiernos socialdemócratas europeos desde los años 80’ y de la mayoría de los “progresismos” latinoamericanos desde los años 2000, con el antecedente precoz de la Concertación chilena.13 Este alineamiento proviene de la incapacidad de trascender desde las estructuras del Estado-nación las pautas de desarrollo de los poderes empresariales transnacionales, incrementadas desde inicios del siglo por una concentración del poder comunicacional e informativo en algunas grandes compañías tecnológicas (Google, Facebook, Microsoft, Apple y Amazon). El cruce de información planetaria en términos de Big Data habilita la planificación a escala de los distintos continentes de la concentración de poder mundial y condiciona, en el entramado de emporios financieros, productivos y tecnológicos, cesiones de soberanía como la que el gobierno uruguayo acaba de protagonizar con UPM. La representación nacional ha pasado a ser un juguete en manos de una hiper-presentación tecnológica, como efecto de los procedimientos de instrumentación cognitiva del poder.

La piqueta fatal del progresismo


La piqueta fatal del progresismo socava el edificio social a partir de la identificación bienpensante entre emancipación y tecnología. El estigma de esta fatalidad progresista es la imposibilidad de instalar el tan promulgado como fracasado “Nuevo Orden Mundial” (de la economía, de la información, del equilibrio ambiental, etc.). El fracaso político del progresismo proviene de la denegación de cierta vinculación intrínseca entre saber y poder. Mientras la globalización se sostiene en las tecnologías de la información y la comunicación, que aseguran la congruencia intrínseca del saber en su propio campo de integración planetaria (cristalizada incluso académicamente en las publicaciones on-line), la denegación positivista reduce la significación simbólica de la globalización a mera eficacia económica (un etiquetado de efectos super-marcados en el super-mercado financiero).14

No sólo la globalización es comunicacional antes que económica,15 sino que además, en cuanto vincula en “doble contingencia” a distintos enunciadores deslocalizados en tiempo real, genera una “universalidad de la diferencia”, ante la cual el interés económico se convierte en una forma subordinada al devenir simbólico (G.Marramao).16 Correlativamente, la teoría del “capitalismo cognitivo” señala que las “externalidades” del proceso económico (todo aquello que lo posibilita, fomenta y proyecta sin integrar la formalidad productiva) se convierten en el elemento decisivo del propio poder mundial.17

La verosimilitud económica cede paso a la verosimilitud simbólica que se genera incluso por Whatsapp, en cuanto un significante tan nutriente como “el campo” pasa, flotante por ondas hertzianas, de la mano de la memoria al presente del cotejo (incluso económico) global. Tal verosimilitud no determina fatalmente una significación ideológica (recordar el devenir de la “primavera árabe”), ni un destino político (Lula sigue contando con apoyo mayoritario entre la opinión pública brasileña), pero sí desarticula una perspectiva de gobierno como efecto soberano y abre la senda del contragobierno, que lleva al poder tentacular de la globalización a explicarse sobre el terreno.


1Eco, U. Martini, C. (1997) ¿En qué creen los que no creen?, Temas de Hoy, Madrid.
2Iglesias, E. (entrevista de G. Tagliaferro) “Iglesias cantó las 40 y admitió que Vázquez le ofreció el Ministerio de Economía en 2004” Montevideo Portal (9/01/18) http://www.montevideo.com.uy/Noticias/Iglesias-canto-Las-40-y-admitio-que-Vazquez-le-ofrecio-el-Ministerio-de-Economia-en-2004-uc671687
3En grupos de WhatsApp productores proponen “paralizar el país” si no se reduce 20% el presupuesto estatal” La Diaria (12/01/18) https://ladiaria.com.uy/articulo/2018/1/en-grupos-de-whatsapp-productores-proponen-paralizar-el-pais-si-no-se-reduce-20-el-presupuesto-estatal/#!
4 Oyhantçabal, G. Sanguinetti, M. “El agro en Uruguay: renta del suelo, ingreso laboral y ganancias” (2017) Revista Problemas del Desarrollo. Recuperado de https://www.economiapolitica.uy/single-post/2017/06/28/El-agro-en-Uruguay-renta-del-suelo-ingreso-laboral-y-ganancias
5 Oyhantçabal, G. Sanguinetti, M. op.cit. p.116.
6 Oyhantçabal, G. Sanguinetti, M. op.cit. p.115.
7 Oyhantçabal, G. Sanguinetti, M. op.cit. p.115.
8 Oyhantçabal, G. Sanguinetti, M. op.cit. p.115 (nota 2).
9 Oyhantçabal, G. Sanguinetti, M. op.cit. p.116
10 Viscardi, R. (2006) Celulosa que me hiciste guapo: el tango Merco-global, Lapzus, Montevideo.
11Heidegger, M. (2001) Conferencias y artículos, Serbal, Barcelona, p.16.
13Ver en este blog “Chile: una cordillera de abstención ante más de lo mismo” http://ricardoviscardi.blogspot.com.uy/2017/12/chileuna-cordillera-de-abstencion-ante.html
14La genealogía del progresismo ha sido enfocada colectivamente en García, F. Baccino, D. (compiladores) Lecturas del Progreso (2016) Maderamen, Montevideo.
15 Viscardi, R. (2005) Guerra, en su nombre. Los medios de la guerra en la guerra de los medios, Editorial ArCiBel, Sevilla.
16Marramao, G. (2006) Pasaje a Occidente, Katz, Buenos Aires, p.55.
17Sierra, F. (ed.) (2016) Capitalismo cognitivo y economía social del conocimiento, Ciespal, Quito.