4.5.18


Mayo del 68’: Ibero Gutiérrez en el Uruguay

1ª. quincena, mayo de 2018

La nostalgia inverosímil

En distintas conversaciones sobre mayo del 68’ surgió un registro crítico dominante: “no celebrar el aniversario de los 50’ años del 68’ bajo el signo de la nostalgia”. El sentido del término “nostalgia” resulta, en este contexto, demasiado evidente. Tanto como un estigma o un tabú. La significación que reviste se rebate obviamente sobre la cronología ¿no estaremos celebrando, ante todo, lo que ya no podremos lograr? Si así fuera, otros tantos eventos que se inscriben bajo el mismo perfil de época podrían encontrarse sumados a esa objeción: la descolonización que siguió a la 2a. Guerra Mundial, la diferenciación generacional juvenil, la rebelión estudiantil, los medios masivos de comunicación. Si esa “genealogía de época” sufriera el reproche de confundirse con una diversidad acérrima (es decir, un conjunto disparatado de elementos inconmesurables entre sí), habría que observar que todos esos componentes y otros, que no incluimos para no extender el recuento, forman parte de lo que nadie dejaría de incluir en el contexto del 68’.
Convendría por lo tanto, considerar que a partir del registro propio al 68’, lo que entendemos por “contexto” o “genealogía de época” presenta una significativa desviación, que quizás explique lo que se atisba como cierto “peligro” de “nostalgia”: la imposibilidad de vincular ese “contexto” con una destinación programática. Es decir, la imposibilidad de asignar a un proceso, como conjunto ordenado y riguroso, el cumplimiento de una meta histórica. Tal dificultad no deja, en este caso, de incluir su propia explicación, en cuanto ninguna totalización del sentido (es decir, ningún totalitarismo), ha visto con buenos ojos el movimiento del 68’: ni el mercadocrático que lo condenó como “disolvente”, a través del neoconservadurismo de Daniel Bell,1 que apadrinó, a su vez, el moralismo financiero del empresismo neoliberal, ni el estalinista, que lo sufrió en carne propia (si tal aparato represivo pudiera considerarse carnal) en la “Primavera de Praga”.
Incluso si se acepta en aras de un registro uruguayo del 68’, vincular la acepción de “nostalgia” ante todo con eventos de irradiación política, tal rasero se desfleca como criterio capaz de abordar la celebración, cumplidos 50' años en 2018.
El caso que contrasta de forma más palmaria con el registro “nostálgico” de índole política tiene lugar en estos días. ¿Alguien recuerda con nostalgia, al día de hoy, la revolución “sandinista” que irrumpiera en 1979? Para percibir la impertinencia histórica de tal desmemoria, conviene recordar, quizás sin nostalgia, que el movimiento antisomocista fue el primer atisbo de alternativa que se abrió en América Latina, tras la secuencia golpista de los 70’. Que no sólo pretendía recoger el legado de Sandino, uno de los líderes de mayor significación en una perspectiva anticapitalista para América Latina, sino que además esa insurgencia echó por tierra con una de las dictaduras más antiguas y sangrientas del continente.
Sin duda la revolución cubana presenta en su trayectoria otra latitud y profundidad. Ante todo por la significación que tuvo con relación al imperialismo yanqui. Pero la imposibilidad de mantenerse al margen del influjo soviético, la incidencia de un marxismo encorsetado por el estalinismo y finalmente las dinámicas disciplinarias que acarrea un régimen de partido único, no dejaron de acentuar la fase descendente de la parábola, en cuya trayectoria la “nostalgia” se empantana a medio camino, en el curso que toma el proceso político cubano desde 1959.
¿Qué decir del chavismo al día de hoy, más allá de la hidalguía de su líder histórico, también notable en el plano de la unidad latinoamericana y antiimperialista? Por encima del drama social venezolano, donde una amplia base del actual gobierno se explica por una inverosímil postergación social, duradera en medio de la mayor riqueza, las pautas de conducción política no parecen envidiables, ni menos, dejan lugar para la nostalgia.
¿Qué decir entre nosotros de la inverosímil defensa de la impunidad de los golpistas de los 70’ por parte de algunos “guerrilleros arrepentidos” -aunque bien provistos de cargos- reconvertidos a gobierno frenteamplista? También acá la nostalgia se disuelve en los titulares de la jornada: “Para José Mujica algunos de los planteos del PIT-CNT son ‘esotéricos’” (en referencia al cuestionamiento de la transnacional UPM por parte del movimiento sindical).2 Sin duda cuesta habituarse a confundir el nombre “Raúl Sendic” con una ambición institucional. Habida cuenta de que tanto Raúl Sendic (el fundador del MLN) como él mismo, según nos dijera Zabalza,3 votaron en esa organización en contra el ingreso al Frente Amplio. Pero la nostalgia no admite diferenciaciones: “nostos” significa “sentimiento” y esa integridad de la conciencia alumbra la modernidad, ante todo, la revolucionaria.

El yerro de Foucault

Defendiéndose de la acusación de haber justificado una represión genocida, que incluso llevara recientemente a juicios en la Corte Internacional de La Haya,4 Régis Debray subrayaba como incluso Foucault se equivocó en su apoyo al Ayatollah Khoimeni.5 El paralelo no sólo es significativo por la incidencia de uno y otro filósofo en la teoría política del siglo XX, sino sobre todo porque no es un paralelo indebido. En los dos casos, una percepción errónea atribuye a cierto protagonismo político una significación que vendría a ser desvirtuada a posteriori, por la misma actuación que se acreditó en perspectiva.
No quita el paralelo entre uno y otro, que el yerro de Foucault es de mayor perspectiva, con relación al legado del 68'. Ningún otro llevó, como Foucault, tan lejos la significación de ese momento, al punto de lograr revertir la cojitranca explicación freudo-marxista del poder, que por entonces -y sobre todo en el 68'- arremolinaba las creencias insurgentes. A partir de Vigilar y castigar,6 arranque de una teoría del poder en la Modernidad antes que planteo definitivo para nuestros días, la dominación no puede ser entendida como unilateralmente sostenida por el opresor, ni la opresión como algo ajeno a las reglas que involucran al dominado. Desde que la dominación se entiende como campo de reglas, articulado a través actuaciones asimétricas y correlativas, el poder no puede ser cargado exclusivamente en la mochila del padre o la burguesía.
Pese a esa lucidez crítica Foucault no dejó de identificar en la irrupción de la insurgencia islámica contra la dominación imperialista, representada a su vez por el gobierno del Sha, un protagonismo de signo contrario al de la dominación. El régimen de los Ayatollah terminaría por instalar una represión social religiosa, para comenzar, desde el punto de vista de las libertades. Este yerro interviene, conviene recordarlo, tres años después de la publicación de Vigilar y Castigar y una década después del 68'.
Tal error posiblemente haya consistido en atribuirle al imperialismo norteamericano una incidencia más decisiva, en el sistema de dominación, de la que efectivamente le correspondía. Quizás Foucault tampoco percibió el entramado de dominación que subyacía en el campo idiosincrático, con potencialidad represiva que no pudo sino exacerbar, por añadidura, la lucha contra un poder extranjero. Es decir, el error de Foucault parece haber consistido en no contar con una suficiente densidad de lectura del campo de reglas y lugares entrecruzados, que emergieron una vez eliminada la presión que imponía la propia dominación extranjera.
Ahora, si Foucault no logró implementar, en un contexto relativamente ajeno al marco de referencia europeo, una perspectiva tan fina como la que surge de la lectura del entramado de lugares y actuaciones que describe en el Panóptico ¿qué se podría esperar de un contexto marcado todavía por la “negatividad de la conciencia” hegeliana, que reivindicaba Marcuse7 (una de las “tres M” del 68')?
Dicho de otra manera: si todavía es admisible cierto sentimiento de nostalgia a 50 años del 68', no transferible sin embargo a un conjunto de orientaciones que lo acompañaron en el campo de las creencias (la subjetividad emancipadora, la desviación consumista del proletariado, la fatalidad revolucionaria de la verdad, etc.), no es porque ese movimiento haya pecado por lucidez, sino justamente por lo contrario: porque fue ante todo un movimiento y como tal, removió las bases de certidumbres constituidas.
Si alguien se preguntara acerca de la trascendencia de tal “movimentismo”, convendría recordarle el presente en ruinas de algunas consistencias que se postulaban por entonces: la epistemología como núcleo del planteo filosófico, el centralismo democrático del partido único, la misión social de los estados-nación, el horizonte histórico del Progreso.

La controversia de época: Ibero Gutiérrez

El rasero de una generación consiste en su legado. ¿Cuál fue el legado del 68'? ¿El de Cohn-Bendit, diputado ecologista, o el de Jerry Rubin, yuppie emprendedor? ¿El del Colegio Internacional de Filosofía sostenido por Derrida o el de los filósofos invitados a los coocktails de empresarios? ¿La “New Age” o los movimientos anti-globalización? ¿El Foro Social Mundial o el Ejército Zapatista de Liberación Nacional? Otras tantas díadas podrían formarse en el plano estético, o en el idiosincrático.
¿Puede la incongruencia habilitar un sentimiento propio? ¿O es justamente la incongruencia, en cuanto disuelve un sentido único y monolítico, la condición de un presente gratificado? Si toda trascendencia se edifica ex-post, la del 68 pertenece más a la parte sumergida del iceberg, que a la parte menor que se divisa por sobre la superficie, mal que le pese a los Titanic de la conciencia.
Quizás en esa perspectiva de una discontinuidad de la sensibilidad intelectual, cuando no del intelecto de la sensibilidad, haya que buscar en Ibero Gutiérrez menos un ajuste telemétrico que lleve a un único foco, que un des-focalizar que amplifica gradientes de registro. Quizás por eso incide ya hasta con 22 años. Quizás el ajuste de Ibero con una perspectiva estratégica sea para siempre imposible, más allá de que él no tuvo la oportunidad de ese enfoque.
En Ibero se suman, de escritura propia, el absurdo del teatro de Ionesco, la interrogación heideggeriana, la transgresión de Bataille y la insurgencia guerrillera, yendo al paso con los Beatles, la expiación satánica de Charles Manson y la arquitectura revertida de Rayuela, con alguna que otra aparición sexy de La Maga. Pero hay más. Siempre hay más en Ibero.
Ese margen agregado disuelve la posibilidad de identificar la sensibilidad que cristalizó en el 68' con un registro delimitado. Por esa razón quizás la obra de Ibero se encuentra crecientemente registrada en la edición,8 en las redes sociales y en la propia creación artística, antes que vinculada a una inscripción ideológica. Quizás también porque lo propio de la índole que cunde con el 68' habilita cierta controversia entre la fórmula y la sensibilidad. Porque esa contienda no se registra como un dato de época, sino que concita de golpe una mirada, el registro uruguayo del 68' transita, de forma impar, a través de Ibero Gutiérrez.


1Bell, D. (2004) Las contradicciones culturales del capitalismo, Alianza, Madrid.
2“Para José Mujica, algunos de los planteos del PIT-CNT son “esotéricos”, Montevideo Portal (2/05/18) http://www.montevideo.com.uy/Noticias/Para-Jose-Mujica-algunos-de-los-planteos-del-PIT-CNT-son-esotericos--uc681981
3La afirmación de Jorge Zabalza fue hecha a través de un intercambio de correos que mantuvimos con oportunidad de la publicación de “La experiencia tupamara”. Ver “Zabalza, los canallas y el tupamplismo” en este blog http://ricardoviscardi.blogspot.com.uy/2016/02/zabalzalos-canallas-y-el-tupamplismo-2a.html
4“Lecciones del genocidio de Bosnia”, Derecho Internacional https://www.dipublico.org/108087/lecciones-del-genocidio-de-bosnia/ (acceso el 5/05/18)
5 Débray, R. (2000) I.F. suite et fin, Gallimard, Paris, p.62.
6 Foucault, M. (2002) Vigilar y castigar, Siglo XXI, Buenos Aires.
7 Marcuse, H. (1969) El Hombre Unidimensional, Seix Barral, Barcelona, pp. 236-237.
8La obra poética y el teatro de Ibero han sido editados, tras una primera presentación en Editorial Arca, por Estuario. Parte importante de la obra pictórica se encuentra en el Museo de la Memoria.