El capitán del Titanic
2ª quincena abril 2010
La eficacia metafórica del Titanic en tanto emblema de la modernidad ya es proverbial. El naufragio imposible de la más gallarda posibilidad del destino, echa por la borda la defensa de cualquier borde. Agrega sentido metafórico insoslayable el tonelaje de modernidad con casco de acero impenetrable, garantía compacta del rumbo sometido al designio racional. Este designio no sólo era tarea de armador capitalista, sino también neutralización por compartimentación de toda vía de agua abierta bajo la línea de flotación. Tanto las dimensiones como el proyecto aseguraban que la naturaleza no podría impedir que la superioridad humana sobre cualquier fuerza natural hendiera los mares sin percance a la vista.
El destino como tal llegó antes que el destino de la travesía, a punto tal que la previsión proyectiva vino a ser perforada a distancia de lo visible por el obstáculo sumergido. En esta catástrofe de la relación proyectiva con la planificación, el desideratum de dominio formal de las condiciones reales se fue a pique entre la majestuosidad del designio y la nimiedad de la contingencia. En esa visión sucedánea al accidente, la multitud de circunstancias imprevistas parecía desaconsejar la desmesura de los recaudos, sin desacreditarlos sin embargo en tanto prudencia imprescindible. Mucho después del destino fatídico, viene a esclarecerse ahora un componente del accidente que lo explica por la necedad antes que por la incuria. De este modo la condición metafórica del Titanic se completa, en tanto analogía de la modernidad, no sólo en lo impenetrable del metal fraguado, sino ante todo en la obnubilación del pilotaje.
Oponiéndose a la versión acuñada por la tradición, una publicación reciente subraya que el número de víctimas fue efecto, antes que de una desgraciada combinación de imprevistos e imprudencias, del intento de denegar el accidente[1]. Los responsables del paquebote con el capitán a la cabeza se rehusaron a pedir auxilio por 45 minutos, mientras la proximidad de otro navío en la misma área hubiera permitido, durante ese período, el rescate de la mayoría de los náufragos. En este caso la temeridad iba de la mano de un desborde de soberbia, que creía mantener a raya con la necesidad del cálculo toda contingencia que llegara hasta la borda de la industria. La ilusión del piloto en la perfección de su nave lo llevó a desarrollar una velocidad excesiva para las condiciones de ese tramo de la travesía, con el propósito de destellar en los titulares, batiendo a la baja la duración prevista del viaje. La transparencia de su proyecto transatlántico lo indujo además a confirmar, antes que la vida de los pasajeros, la indestructibilidad del barco. Afanosamente se buscó establecer con plena certidumbre la nimiedad del incidente, con tal de no dar un anuncio a tiempo que hubiera desacreditado la propalada indestructibilidad. Tres cuartos de hora cruciales en vidas se invirtieron concienzudamente en preservar el intangible progreso humano hacia el fondo oceánico.
El arte de navegar ya figuraba metafóricamente, en el texto platónico, la conducción política. En La República la buena conducción de la nave era efecto del estudio y de la formación concienzuda, en tanto que la ignorancia iba de la mano con el desenfreno y la torpeza[2]. Pero la transferencia de sentido obraba en el texto platónico contrario sensu que en la ironía metafórica acerca de la modernidad del Titanic, ya que en este caso es el saber y no la ignorancia la fuente de perdición. La contraposición entre una sabiduría antigua contrapuesta a los sentidos y una soberbia moderna que deniega el acontecimiento conduce a otra conducción del saber. Esta conducción, lejos de disminuirlo en su gradiente intelectual, señala que no se reduce a un conjunto de relaciones, supuestamente cristalizadas en cierre de sistema. De esa forma, la introducción de la palabra cibernética (derivada de kybernetes “timonel” en el texto platónico) por Norbert Wiener, para designar la ciencia de la interacción entre sistemas plantea, antes que la reducción del pilotaje a un tabla de cálculos, la necesidad de una tabla de salvación para la información recíproca entre una diversidad de sistemas[3]. Esa tabla de salvación no llegó nunca al Titanic, porque no era necesaria ni contingente, sino simplemente absurda, a la vista de la moderna supremacía que surcaba la superficie natural.
Las capitanías modernas no se han convertido todas a la diversidad idiosincrásica de la información, que pauta por estos días la extensión de una tecnología que todo lo convierte en canal y por consiguiente, a cada uno en timonel de su propio esquife. Por el contrario, en muchos casos la aparatosidad del transatlántico comunicacional se confunde con una arquitectónica a dique seco de la cuestión política. Allí donde campea la univocidad de la versión suele asistirse a un regreso, en aguas a distancia, del fantástico Titanic. La peregrina confianza en una integración vertebral bajo la égida proyectiva de la historia, en tiempos de diversificación a ultranza de la destinación tecnológica, conlleva que cada quién haga su agosto de una supuesta hoja de ruta inalterable.
Es lo que parece haber sucedido con el proyecto que capitaneara, por tan breve período, el Presidente Mujica, en cuanto ya ha dado por sumergido océano de izquierda mediante, la excarcelación de presos provectos en edad, incluso de condena. Como tal conjunto incluía en su cierre de sistema a aquellos cuya relación delictiva era de lesa humanidad, la generosidad integradora de una medida que vela tanto por el futuro como por el pasado con profundidad oceánica, no pasó inadvertida a tirios, troyanos y muchas otras subjetivaciones occidentales y judeo-cristianas. El piloto de un navío con tanto velamen interpretativo desplegado induce una multiplicación de los bandazos al giro del soplo enunciativo, influjos que escoran peligrosamente la verosimilitud de una línea de flotación actualizada, sobre todo porque el timón quedó fijo en una destinación integradora, juramentada ante la rosa de los vientos batllista.
Conviene percatarse que mientras algunos nostálgicos de la teoría de los dos satanes perciben en Mujica al capitán de los sicarios de izquierda y de derecha unidos, lobos esteparios cebados por igual en tiernos demócratas que vieron desplomarse la dictadura sobre sus sueños ensortijados[4], otros ya ven en este capitán bonachón despuntar el sol del bien platónico. Miraría tan lejos nuestro timonel que se perdería su vista en un horizonte puntilloso de historia[5]. Surcando desde ya el futuro habría perdido tal piloto la estela de la estela que deja, por un rumbo perfecto que haría oídos sordos no sólo a sus propias heridas, sino además a las recomendaciones de quienes aseguran que le perdonaron la vida[6]. Habría sacrificado su humanidad viviente en el altar de una consagración a la salvación laica de la humanidad.
Tal perspectiva de avance absoluto nos señala a las claras que viajamos a bordo de una nave dueña de su destino, en cuanto la concepción infalible que la botó en aguas profundas corresponde perfectamente con un capitán imbuido del horizonte que timonea.
[1] My heart will go on, Montevideo Portal (13/04/10) http://www.montevideo.com.uy/nottiempolibre_107629_1.html
[2] Platón, La República, libro VI, sección IV http://www.laeditorialvirtual.com.ar/Pages/Platon/LaRepublica_06.html
[3] Acosta, L. “Cibernética y Teoría de Sistemas” http://www.sinewton.org/numeros/numeros/43-44/Articulo47.pdf
[4] Romanoff, C. “El general magnánimo” Observa (14/04/10) http://www.observa.com.uy/actualidad/nota.aspx?id=95563
[5] Fasano, F. “Mujica, ¿la ética de la traición o la ética de la redención?” La República (13/04/10) http://www.larepublica.com.uy/larepublica/2010/04/13/nota/406395
[6] “El Centro Militar fustigó el planteo de Arias” El País (06/04/10) http://www.elpais.com.uy/100406/ultmo-480954/ultimomomento/El-Centro-Militar-fustigo-planteo-de-Arias
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