El dominio del esférico soñado
2ª quincena julio 2011
Asombrados, los espectadores del partido de cuartos de final de la Copa América Brasil-Paraguay observaron cómo, tras dominar enteramente el juego de campo durante 120 minutos sin poder convertir un gol, los ejecutores brasileños desperdiciaron, uno tras otro, cuatro chances de la definición por penales. Más allá de la excelente actuación del guardavalla Villar, el desacierto en la ejecución por parte de los jugadores sudamericanos más afamados por su técnica, habla a las claras de un elemento anímico que parecería haber truncado la actuación verde-amarelha en esta Copa América.
Los mismos protagonistas hacen referencia de forma reiterada a la concentración necesaria para el máximo rendimiento en cualquier deporte de alta performance. La vinculación entre esfuerzo y atención a una actuación pareciera, en tanto articulación de múltiples y diversas capacidades, constituir el elemento clave para alcanzar la excelencia deportiva.
Esa insistencia en la conjunción vectorial de elementos vinculados a la mejor performance, intenta a todas luces contrarrestar la disipación posible que podría ejercer sobre personas jóvenes, incluso con miras a la elaboración de una personalidad propia, la suma de influjos diversos. En particular los que se vinculan a la celebridad, al consumo de lujo y al halago de aprovechados del momento.
Este círculo relativamente reducido en torno a los deportistas, no refleja sin embargo sino el microclima social del poder en determinadas circunstancias. Tales determinaciones intervienen actualmente en la circulación internacional del dinero basada en la comunicación, las empresas transnacionales y los ámbitos financieros. De esta manera, en torno al business-football despliegan su voracidad las empresas internacionales de comunicación, las marcas deportivas y los contratistas de jugadores.
El Uruguay conoce quizás de forma privilegiada esta desviación estructural por parte de poderes que se sirven del éxito o del fracaso deportivo para sus propios fines, en razón de la importancia relativa a la comunidad que adquirió el fútbol. Esta significación se explica tanto por la configuración simbólica uruguaya, demandante de gravitación mundial ante su menor potencial nacional relativo a la región, como por el influjo que ejerce sobre un país sin recursos propios descollantes, el ingreso a escalas de mercado mayores.
Ante esta disparidad de condiciones y posibilidades, se podría razonar con sentido de programación racional, en términos de potencia relativa al desarrollo, que iguala consideraciones estratégicas con activos monetarios. Por esa índole de consideraciones se llegaría a concluir que el desempeño deportivo no puede sino mejorar, una vez logrado el ingreso de mayores activos financieros al más popular de los deportes, en un país cuyo capital simbólico pasa en buena medida por el éxito futbolístico, victorias mundiales mediante.
Sin embargo, la experiencia deportiva le ha enseñado al Uruguay que la homogeneidad del raciocinio financiero poco tiene que ver con la heterogeneidad de los elementos que conviene aglutinar en aras de la performance deportiva, tal como ocurre quizás en cualquier ámbito de la elaboración humana. Todo reduccionismo empobrece, incluso la magnificencia famélica de un rey Midas[1].
Si vamos al caso, se ha observado con reiterada verosimilitud de análisis y eficacia en el score final de los partidos, el efecto enriquecedor de la distancia que el “maestro Tabárez” supo interponer entre portadores de intereses particulares y la labor deportiva de la selección nacional de fútbol. Un cinturón de sanidad destinado a contener extramuros, con relación a la organización propia de la selección uruguaya de fútbol, a periodistas deportivos enriquecidos e influyentes, contratistas patrocinadores de negociados y políticos en busca de crecimiento en la opinión, ha sido quizás la clave del éxito deportivo relativo de Uruguay en los últimos años[2].
Desde el punto de vista de la linealidad del razonamiento acumulativo, más capital en el fútbol supone un deporte de más enjundia por aumento de recursos. En el campo de juego, sin embargo, un jugador concentrado en su próximo pase al primer mundo y en el foco de las cámaras que lo acrecientan en contratos de moneda dura, significa un jugador desconcentrado con relación al dominio del esférico en equilibrio. Quizás por ese desequilibrio pasa la desconcentración de las jóvenes estrellas del equipo brasileño, algunas desde ya prometidas y en vías de emigración capitalista hacia los centros mundiales del poder futbolístico.
Sucede que el equilibrio del esférico tiene una sutileza que no se adecua a la suma lineal de valores contables, depende primigeniamente de una imaginación que se vincula ante todo a sentimientos irreductibles al poder calculable. Quizás por esa razón el capitalismo fracasa tanto más cuanto triunfa, ya que su “racionalidad” sólo puede crecer al amparo de un equilibrio mayor, que seduce con su poderío acumulativo al tiempo que parasita en tanto ordenamiento simbólico, como ha sucedido incluso con el estatismo socialista occidental o ahora con la disciplina civilizatoria china. Quizás lo que llamamos sistemáticamente “capitalismo” no sea más que una simplificación sistemática de la acumulación lineal que encierra toda “sistematología”.
Tanto las catástrofes económicas del productivismo como las de los contextos culturales que parasita no cesan de acumular, alternativamente, la desorganización simbólica o la ineficacia económica. Se decía tras la caída del sistema soviético que la “democracia occidental” había triunfado en todo el mundo, mientras pocos años después no se sabe más de una democracia europea que no deja de desarrollar xenofobias, que de un capitalismo que no cesa de crecer en base al mandarinato socialista chino[3].
Sin embargo, en el propio Uruguay donde la victoria cultural en el campo deportivo ha demostrado que es necesario reformular la jerarquía simbólica de las comunidades, avasallada por el cretinismo financiero de una igualdad numérica del billete, se nos dice que la asociación entre lo público y lo privado no nos llevaría sino a crecer en índole propia[4]. Cualquiera que haya estudiado el equilibrio de las organizaciones, sabe que por encima de un capital inicial y de su característica jurídica pública o privada, prima una estructura de lugares simbólicos y de conductas ejemplares, que son la verdadera columna vertebral de una identidad colectiva, o si se quiere, el eje articulador de una corporación.
Si no se preserva, como ocurre para la concentración deportiva de un equipo de fútbol, la preeminencia de ciertos objetivos que se vinculan con una sensibilidad irreductible al cálculo de intereses, no se alcanza nunca el virtuosismo de una actuación entregada, por encima de cualquier suma contable, a su propia trascendencia.
El sistema político uruguayo, votando de consuno una ley de Asociación Público-Privada que libra la actividad estatal a la voracidad del capital privado, señera en términos de acumulación capitalista, parece haberlo olvidado. Tal desconcentración con relación a los designios comunitarios probablemente le cueste, con miras a cualquier semifinal de creencias colectivas, la obtención del campeonato de la confianza democrática.
[1] “El mito del Rey Midas” en Blog Lanza del destino http://lanzadeldestino.com/el-mito-del-rey-midas/ (acceso el 18/07/11)
[2] Ver al respecto: Viscardi, R. “Efecto de festejo (Jabulani): estar en la red” http://ricardoviscardi.blogspot.com/2010/07/efecto-de-festejo-jabulani-estar-en-la.html
[3] Esta discusión fue desarrollada en torno la ponencia de Oscar Sarlo en la mesa “El legislador y la constitución” del evento “Jornadas de la cooperación Franco-Latinoamericana. Pensar la diversidad de las democracias”. Polo Mercosur, Montevideo, 14 y 15 de julio de 2011.
[4] “Defienden proyecto Público-Privado” El Espectador (15/03/11) http://www.espectador.com/1v4_contenido.php?id=207844&sts=1 (acceso el 18/07/11)
5 comentarios:
Creo que se ha demonizado esa ley de Asociación de capital privado y público. Existe en Uruguay, desde la época batllista una desmesurada valoración de lo público en tanto tal, no por su buen desempeño o gestión. Una idea reduccionista: es público=es bueno, porque es "nuestro"...¿Nuestro de quiénes? y ¿bueno? ¿por qué? Si no se cuenta con el dinero para que el emprendimiento sea exitoso, no tiene nada de ventajoso que sea "público". Creo que la Ley que se votó lo que hace es ordenar, delimitar, limitar -de alguna manera- poner marco a los contratos que YA se realizan hoy. No se trata de enajenar empresas del Estado, esas que en plebiscito se votó -por suerte- no enajenarse, como ocurrió por ej, en Argentina. Si los tratos y contratos con capitales privados se realizan dentro de un gobierno con orientación progresista, para generar posibilidad de realizar emprendimientos para los que los dineros públicos no alcanzan, para generar más riqueza y para distribuirla mejor...no veo que esta Ley presente peligro alguno. Por el contrario, asegura y ordena la realización de obras que pueden generar empleo y desarollo del país, desarrollo dentro de un sistema capitalista sí, pero donde se realizan políticas sociales dirigidas a mejorar las condiciones de quienes menos tienen. El ejemplo que más me convence es el de AFE y los capitales necesarios para construir carreteras, puentes, infraestructura. Condenar una Ley porque admita y ordene las condiciones de negociar el Estado con capitales privados, me parece políticamente insensato. Saludos, María Vidal
María: Creo que en tu texto ocurre como en el sistema político: salvo un pasado remoto, nada de opone en el presente a la fusión entre lo público y los privado, incluso con la salvedad hecha de que esta fusión ocurre en un ámbito de inversión acotado a la infraestructura, que incluso no se inmiscuye en la propiedad de las empresas públicas. Ahora, en tales términos lo que no se avizora es cuál sería la diferencia entre los público y lo privado, ya que se articulan armoniosamente para el desarrollo del país. Esta finalidad última es la que borra en su consumación estratégica toda diferencia, ya que si es bueno para el país es bueno para la ciudadanía y para cada uno, incluso en la perspectiva de un “país de primera”, o sea, de un capitalismo “en serio” como la “pepebobía” (a esta altura del período de gobierno prefijo y sufijo se articulan perfectamente) lo entendió en su momento –y no me refiero con el sufijo al sufragado sino a sus votantes.(sigue en otro por demasiado extenso)
Es decir: pasa con el país, objeto-referente de todos por igual, lo mismo que con la igualdad: algunos serán más país que otros. Es decir, aquellos que marquen las pautas, los derroteros, las costumbres, el paradigma en suma. ¿Quién será en una asociación entre el capital privado y el Estado el que marque la pauta de un “capitalismo en serio”? ¿El “tupamplismo” que ayer era antiimperialista y hoy es antiestatista? (sigue en otro por demasiado extenso).
En el prólogo a “Seguridad, Territorio y Población”, el primero de los dos tomos del período “biopolítico” de Foucault, Michel Sennellart señala que tras estudiar las formas de poder vinculadas al Estado, en tanto generadoras de poder totalitario en el plano de los partidos políticos, Foucault llegó a una conclusión que invertía aquella hipótesis: la historia del poder en occidente no es la historia del autoritarismo creciente del Estado a través de sus colectividades ideológicas, sino por el contrario, la historia de la secularización creciente del contexto de la soberanía teológica en el que se acuña incluso (y sobre todo) la noción de soberanía estatal. Dicho de otro modo: en el proceso de individuación y como efecto de la subjetivación pública de los particulares, uno a uno, tenemos el principio de la democratización y la constitución democrática del poder en occidente. A partir de aquí Foucault se dedica, desde el 89-90 al estudio de la subjetivación y el surgimiento por esa vía del individuo en Grecia antigua.
Retomo ahora el razonamiento: lo que está en juego no es el cotejo entre un Estado-nación representativo de una comunidad-país cuyas fronteras hoy pueden comenzar en la muralla china –globalización mediante y alza de las materias primas alimentarias por medio- sino en cómo interpretemos al conjuro de colectividades singulares, a través de sus improntas de costumbres, inclinaciones y registros, el desarrollo público en cuestión. No se trata de propiedad pública contra propiedad privada –diferencia que supondría que determinamos intra-fronteras el crecimiento, sino de dos formas de subjetivación de la propiedad, la de los capitalistas asociados a la globalización derechista y la de las colectividades asociadas al desarrollo de la comunidad glocal –sindicatos-universitarios-pequeños empresarios- lo que está en juego.
La derecha siempre, en cualquier registro, es “realista”, tiene que defender que la realidad es “una”. No por una consideración abstrusamente teórica, sino justamente por lo contrario: porque un oportunismo pacato y vintenero no sabe más que sumarse a la obviedad del poder. Por eso mi actualización de blog “El dominio del esférico soñado” tomaba el ejemplo del fútbol, donde la realidad del dinero pareciera dar cuenta de todo desarrollo posible. Y no. Tabárez demostró que sólo un equipo solidario, con sentido del juego en tanto imponderable que a cualquiera –aunque se crea Gardel- puede hacer zozobrar, puede generar un “pedirse más a sí mismo”, no sólo en la moral de la “garra” –como desgraciadamente lo creímos por demasiado tiempo los uruguayos- sino también en el sentido de la inteligencia del juego. Por eso, mi texto no apunta al “sistema capitalista” –vaya moneda gastada-, sino al capitalismo de todo sistema, que en su cierre de suficiencia apuesta a lo más caro y termina por sucumbir al relumbrón más barato.
María, creo que tu texto apunta a “salvar los hechos” como decía Leibniz, que en este caso son las leyes que hizo el frenteamplismo –incluso para que la derecha más rancia se mofara en el parlamento de su obsecuencia de hoy con el poder financiero, echándole en cara –a la sombra de los desaparecidos que esa derecha propició- venir comer en la mano del capitalismo. Yo no veo ahí (en el Frente Amplio) una alternativa “glocal”, es decir la lectura de la coyuntura mundial en clave de equilibrio propio y ajeno, sino una mera copia refleja de lo que circula por el poder mundial, como reflejo anquilosado y trasvestido de la obsecuencia sovietológica o del exitismo guerrillerista de un pasado todavía encastrado en algunas cabezas oportunistas.
Gracias por tu comentario, un cálido abrazo.
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