El público privado de la sociedad: Sandino en letras de molde
2ª quincena marzo 2012
Mañana viernes, la revista Caras y Caretas publicará un suplemento dirigido por Sandino Núñez, ubicado por el público en tanto filósofo sin licencia, antes que por su título de licenciado en filosofía. El interés de esta circunstancia es que Sandino ha incursionado de forma impar en un territorio supuestamente vedado para la filosofía: la “caja boba” televisiva[1]. Este vínculo entre el campo mediático y la filosofía constituye un tabú para la actividad académica, por cierto, mucho más allá de la filosofía, que por su parte ha ocupado con éxito espacios mediáticos, en contextos menos envarados culturalmente que el Uruguay.
La lectura de la exitosa actividad de Sandino en la televisión puede tornar a la perplejidad ante este reingreso a las letras de molde: ¿no significa un paso atrás con relación a un espacio conquistado ante el público mayor que concita la televisión? Esa pregunta sugiere dos respuestas favorecidas por las costumbres intelectuales uruguayas:
a) La filosofía necesita del ámbito de los medios masivos para actualizar su misión pública
b) La vinculación mediática no es sino una forma subalterna de la elaboración filosófica
Si se prefiere la primer respuesta, se lamentará el retorno de Sandino a un medio de prensa impreso, en cuanto supone abandonar la incidencia entre un público mayor en número. Si se prefiere la segunda contestación, se celebrará que esa desaparición de una emisión filosófica vidriada de pantalla ponga fin a un episodio de escándalo conceptual.
Desde nuestro punto de vista, esas dos percepciones son complementarias y sobre todo erróneas en clave filosófica, antes que nada, porque disminuyen la entidad crucial de la cuestión mediática. Tal cuestión cunde más allá de límites avenidos, es decir, metafísicamente, latitud que alcanza por sus fueros la filosofía cuando no se reduce a alguna forma de obsecuencia.
Conviene tomar a cargo, en primer lugar, que un medio de prensa es tan masivo como un medio electrónico, ya que la masividad se constituye en tanto condición unilateral del vínculo establecido a partir de un medio, sin reversibilidad posible de parte del destinatario. Las cartas de los lectores, las llamadas por teléfono a la emisora, etc. son simples remedos de interlocución, que no pueden eludir la condición de ecos desvanecidos de un retorno al lugar “a partir del cual recomienza el proceso”.
Por esa razón los medios masivos suponen, como su condición de existencia social, la adhesión de un público, en tanto segmento de la población receptora de mensajes destinados a las mayorías sociales. Incluso, estas mayorías mantienen su condición de tales dentro de un campo particular, cuando se trata de prensa especializada en intereses sectoriales dentro de una población. Detrás de la noción de “mayoría colectiva” se encuentra la de “naturaleza social” en tanto condición subsistente y cíclica de una comunidad humana. Ahora, la destinación pública de los medios masivos supone que estos últimos interpretan el sentir propio de las mayorías, objeto privilegiado del enunciador periodístico. Como todo narrador, este periodista es objeto de su propia fábula[2], lo que cierra el ciclo de la naturaleza social sobre un efecto “en diferido”: la propia persona “en referido”, es decir, el enunciador[3].
Todo medio termina, en una medida directamente proporcional a su potencia social, hablando sobre sí mismo, así como las entrevistas se ilustran periodísticamente por el entrevistador. Este círculo cerrado sobre la emisión es condición intrínseca de la mediación, cuando se la concibe en tanto “naturaleza social”: subsistencia cíclica de una condición pública. En razón del umbral mediático “a partir del cual recomienza el proceso”, el periodista (alias “comunicador social”) no puede sino hablar de sí mismo, en tanto efecto propio de una circularidad que sostiene la misma noción de naturaleza (y de “representación” que provee su núcleo conceptual)[4].
Quizás por esa razón todo filósofo que aspire a una metafísica fidedigna debe verse llevado a desconfiar de la fidelidad pública del comunicador, en cuanto el círculo que se cierra sobre el “comunicador social” proviene de la misma índole refleja de un público objetivo, o lo que es lo mismo, de un objetivo público[5]. La equivalencia entre las dos formas de “público” y de “objetividad” no es tan sólo fonética, sino además conceptual: para que exista un público debe constituirse una “naturaleza social” de base demográfica, así como tal base se constituye en el horizonte posible de la objetividad social.
La razón por la cual tal filósofo, quizás en este caso Sandino, se puede ver llevado en cierto punto de su potencia mediática a esquivar la “comunicación social”, aun cuando se presente bajo la forma más exitosa, proviene de la propia primacía de la mediación sobre la noción de objetividad pública y por ende, de público masivo. Así como la noción de “punto en que recomienza el proceso” denuncia en Marx la circularidad naturalista de todo determinismo[6] (y sobre todo la condición mediática del determinismo, léase dar términos: de-terminar), la condición objetiva de un público se constituye a partir de la noción de mediación, sin cuyo concurso ninguna circunstancia vinculante se nutre de reciprocidad.
Por esa razón, tal como ocurriera en “La República de Platón”[7], una inscripción mediática del intelecto desfonda y condensa al mismo tiempo la noción de “realidad social”: denuncia su vacuidad en tanto substancia, pero restituye su consistencia en tanto medio público. Contrariamente a la circunstancia de un Uruguay de inicios de los 90’, donde resonaban persecutoriamente las sirenas post-batllistas de la “modernización”, cabe considerar que el momento presente ya ha desatado el corsé estatal del cuerpo social moderno, así como tampoco permanece prefijado por la post-eridad mediática del prefijo “post”.
Sucede que la alteridad que siempre cundió por fuera del sistema proviene, una vez que un único sistema reúne todos los medios en red (inter-net), del propio sistema. La mediatización es condición de la mediación[8], desde que la condición numérica del dígito binario divide todo vínculo en 1 o 0, sí o no. Desde entonces, no somos socialmente la inteligencia que recoge el beneficio del artefacto que ella misma pergeñó, sino la defección que la inteligencia pergeña para esquivar una artefactualidad omnipresente. Por consiguiente, la circularidad mediática ha dado quiebra en pos (“post” es un prefijo) de su mismo afán de formalizar “perfectamente” el vínculo real: la exactitud (matemática en particular) ya no luce en tanto forma divina del pensamiento, sino como canal al servicio de la otredad.
Desde entonces la noción de “público” se privatiza, no en el sentido de un fuero íntimo o de una congregación de afinidades subjetivas opuestas a una misma objetividad, sino por el contrario, en tanto un público puede encontrarse felizmente privado del úkase de la “realidad social”. En cuanto toda sociedad implica vínculo, si este reconoce una única entidad real para el conjunto social, (el campo de) la concentración de esas relaciones no puede sino manifestarse en tanto soberanía “racional”. Por el contrario, anclando en redes que se identifican en tanto epígonos de un canal, el público no se remite a una naturalización demográfica, sino que privatiza la sociedad desde el punto de vista de una afinidad idiosincrática.
Tal privatización de lo público ha existido siempre como fuente de poder en occidente, pero quizás ahora pueda dirigirse contra la masividad, en momentos proclives a la convergencia de sistemas, pero también a la divergencia de idiosincrasias, que se diferencian entre sí a través de una filigrana cada vez más minuciosa. Si se admitiera que la cuestión de los medios en red ya promueve ese sesgo del participante, mientras el pensamiento por su lado no puede sino afiliarse a la singularidad diferenciadora, quizás prospere entre lo uno y lo otro una actividad filosófica vigente, gracias, entre otros, a Sandino.
[1] En otros contextos, también han desarrollado una significativa actividad mediática en el Uruguay desde la filosofía, Pablo Romero, a través del Proyecto Cultural Arjé y Horacio Bernardo a través de emisiones radiales.
[2] En el caso de textos de “audiencia bastante amplia”, Eco considera que tanto el autor como el lector son “estrategias textuales”, es decir, el narrador es un elemento actancial que no existe fuera de una secuencia textual dirigida a establecer una correlación con otro elemento actancial: el lector. Ver Eco, H. Lector in fabula, http://www.bsolot.info/wp-content/pdf/Eco_Umberto-Lector_in_fabula_La_cooperaci%C3%B3n_interpretativa_en_el_texto_narrativo.pdf pp.88-89.
[3] Para Benveniste los índices de enunciación (“yo”, “tú”, “aquí”, “ahora”, etc.) son partículas lingüísticas que la lingüística no puede considerar sino metalingüísticamente y que no admiten uso cognitivo: permanecen ajenas a la objetividad de cualquier referencia. Benveniste, E. (1974) Problèmes de linguistique générale, Gallimard, Paris, p.84.
[4] Baste recordar el sentido de la expresión “razón natural” en Descartes, ver Derrida, J. (1995), Paidós, Buenos Aires, pp. 29-31.
[5] Acerca de la reversibilidad entre público y objetividad ver Viscardi, R. “La mediación-medición o viceversa” (2009) Encuentros Uruguayos Nº2 (segunda época) Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Montevideo, pp.14-17 http://www.fhuce.edu.uy/images/archivos/REVISTA%20ENCUENTROS%20URUGUAYOS%202009.pdf
[6] Ver Bruckmann, M. “Apuntes sobre el método de la economía política de Marx” (particularmente 4.4 “La síntesis”), http://www.achegas.net/numero/dezoito/monica_b_18.htm (acceso el 15/03/12).
[7] La “República de Platón” constituye una leyenda mediática uruguaya, que desde el propio cotidiano La República, congregaba en una perspectiva afiliada al auge del prefijo “post”, entre otros, a Ruben Tani, Amir Hamed y el propio Sandino Núñez como director.
[8] Igarza, R. (2008) Nuevos medios, La Crujía, Buenos Aires, p.155.
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