Discusión, lo universitario en humanidades
2ª quincena, mayo 2012
La última actualización de
este blog (“Humanidades, la discusión de la universidad”[1]) ha recibido distintos
comentarios, desde diferentes ángulos y por distintos canales. Algunas de las
cuestiones que me fueron planteadas y de las respuestas que desarrollé eran de
alcance supra-universitario, además de incluir aspectos compartidos. Por
consiguiente, me pareció oportuno darle a mi respuesta el lugar propio de una
actualización de blog, tomando a cargo algunas cuestiones subrayadas por
quienes me hicieron llegar, por distintos medios, sus impresiones. Estos
pareceres tanto se plantean algunas preguntas sobre aspectos a aclarar como
dejan en suspenso interrogantes, o incluso subrayan elementos particulares.
Quizás este intercambio
favorezca, a través de cierta “cyberdemocracia”[2], la ampliación de un
debate que también surgió en distintas asambleas del orden docente de la misma
facultad durante el semestre pasado, mientras ha sido subrayado desde el campo
estudiantil en particular a través de la charla “La facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación en el marco de la Universidad de la República”, que
diera lugar al texto comentado. Las principales referencias necesarias se
encuentran consignadas en la última actualización de este blog, por lo que en
esta presente se agregan tan sólo las indispensables a la economía de la
argumentación no incluida aquí.
Ciertas apreciaciones
exceden en mucho el campo universitario, o quizás lo universitario alcanza
cierta actualidad, que permite conmutar rasgos compartidos intra y extramuros
del recinto universitario. La primera cuestión que parece plantearse ante esa
analogía proteica, se pregunta por qué la universidad se encuentra de cara a la
actualidad. La cuestión quizás pueda ser invertida ¿por qué la agenda pública
asigna esa preponderancia a la condición universitaria, en tanto requisito
ineludible de la misma viabilidad futura de toda sociedad? La tradición propia
de la universidad une el conocimiento al orden, el saber se asocia a la
significación de un destino. Considerada al margen de esa inscripción, una
condición meramente académica no se compromete con la base humana que la
sustenta, ni necesariamente con la actualidad pública, sino tan sólo con el
mero desarrollo procedimental del conocimiento.
La reivindicación
“universitaria” tanto del poder estatal como de gremios empresariales o partidos políticos, retomada como propia por
la agenda periodística, etc., encuentra
su motivación particular en cada uno de esos sectores, más allá de fines
estrictamente académicos. Esta trascendencia pública del binomio saber-orden,
que una diversidad de interlocutores convalida, destaca un auge de cometidos
universitarios diversamente incorporados (universidades privadas,
confesionales, tecnológicas, empresariales, etc.). Tal universalidad alcanzada
por la significación universitaria corresponde a una proyección estratégica
pautada por la tecnología, pero asimismo vincula esta última a una demanda de
arraigo y de extensión, a un equilibrio de índole comunitaria, ampliamente
reivindicado entre una diversidad de sectores.
Un paradójico efecto de
retroceso se anuncia en el horizonte de la potencialidad tecnológica, de cara a
sus propios efectos sobre los equilibrios mayores de una comunidad. El designio
de una continuidad edificante entre el diseño operativo y los logros obtenidos,
en razón de contextos problemáticos, no conlleva necesariamente la integración
y la armonía pública. Cierta simplificación propia de la inmediatez
instrumental termina, ante ese escenario que se configura amenazante, por reprocharle estados de ánimo a la crítica,
sobre todo porque ignora -incluso con soberbia- que la crisis proviene de la
heterogeneidad inherente a las circunstancias, antes que de una airada
impugnación subjetiva.
Es inherente al pragmatismo
propender a la superación instrumental de las fracturas intencionales, en tanto
lo inspira un criterio de continuidad cognitiva[3]. Ante una coyuntura tecnológica que no presenta condiciones de desarrollo armónico
e integrado, sino por el contrario confirma la discontinuidad humana, en cuanto
amplía las pautas inherentes a la desigualdad social y genera regímenes de
diferenciación vertical, la solución simplificadora consiste en “más
simplificación”. Sin duda, estamos ante “menos pensamiento”, con la perspectiva
que sigue a la carrera el avestruz ya degollado. En tanto denuncia esta
situación, son elocuentes las declaraciones del propio rector, quien recientemente señalaba la desigualdad
generada por la misma educación tecnológica, cuya creciente vectorialidad
aumenta la brecha social, incluso desde el plano educativo supuestamente
destinado a combatirla[4].
Conviene entonces analizar la demanda de
“inclusión universitaria” que proviene del horizonte social, en cuanto se
dirige ante todo a la educación de masas y la capacitación laboral, mientras esta expectativa se presenta
desarticulada de la tendencia universal que sigue por otro lado la generación
de conocimientos, protagonizada con
fines militares, crecientemente orquestada desde las empresas y cada vez más
segmentada de la enseñanza.
En tanto este desfasaje se
incrementa a través de la índole y el período de auge tecnológico que sigue a
la 2ª Guerra Mundial, conviene considerar que la tecnología no favorece una
condición cíclica y permanente de las estructuras sociales, sino por el
contrario, su desarticulación y contraposición sectorial. Parece apoyar esa lectura
que contradice al positivismo tecnológico, la preocupación creciente por el
desarrollo sostenible y la fragmentación social, al tiempo que la seguridad y
la educación se convierten, enlazadas causalmente entre sí por el análisis y la
observación, en temas periodísticos de actualidad.
Por consiguiente, no podemos hablar de un cambio
de orientación –en el plano universitario en particular- sin cuestionar un
“progreso” que destruye las pautas de convivencia, en particular, porque supone
la inmanencia de un ordenamiento inherente al conocimiento, la educación y la
cultura. Esta perspectiva ha sido destruida por la tecnología, que va de suyo
en este texto aclararlo, es muy otra cosa que la ciencia y que la técnica. Por
eso conviene tener particularmente presente, desde la perspectiva presentada en
este blog, la figura de Oppenheimer tal como Foucault la evoca, en tanto
“experto con poder sobre la vida y la muerte”, cuyo lugar pasa a sustituir el que ocupaba el “intelectual
orgánico”. En efecto, el relato progresista supone una evolución orgánica de la
naturaleza que integra lo humano y lo proyecta hacia una finalidad inherente a la emancipación. Pero
tal “emancipación” parece conllevar un lote fatal de desigualdad creciente,
destrucción del medio ambiente y disuasión militar como regla de coexistencia
internacional.
Parece razonable
considerar, por consiguiente, que la inscripción universitaria no puede tomar
otro sentido en la misma dirección del progreso, que se proponga la corrección
de un curso desviado a partir de antecedentes compartibles, una vez marcado el
rumbo por encima de las partes que lo integran. La enunciación del lenguaje ha
cristalizado, en particular a través de efectos de contexto, que no existe ni
fundamento ni legitimidad que provean, por encima del disenso, un principio
común y un horizonte compartido. El vínculo que establece Lyotard entre la
deslegitimación del discurso de la modernidad y la coyuntura del saber, objeto
del mismo “informe” destinado a universidades que lo solicitaron en un momento
clave, propicia de forma impar el análisis que presenta la última actualización
de este blog (que a su vez retoma la disertación presentada en la reunión
organizada por el centro de estudiantes en nuestra facultad).
Esta destrucción de la
noción de un orden previo al que referirse, se vincula en aquel texto con la
característica tecnológica de la acumulación (del crecimiento y la
concentración también) económica, en particular porque se afirma que tal
“desarrollo” no puede desplegarse sin excluir a quienes no se sumen al
dinamismo. Sostengo al respecto, ante todo, una perspectiva antropológica: en
cuanto propone un mundo a la medida del conocimiento y este supone una
integridad procedimental de la conciencia, la tecnología provee una
consistencia narcisista, que asfixia necesariamente –dicho sea sin licencia poética- la verdad en
la transparencia de la igualdad formal.
Esta tautología fiel a la
autocomplacencia se encuentra socialmente expresada por lo que algunos llaman
“equidad”. Es decir, igualdad con relación normas y no a situaciones. Es “inequitativo”
que una persona que es más inteligente que otras muchas y que destina una parte
mayor de su tiempo al empeño cognitivo tenga que sufrir, en aras de una
redistribución comunitaria de recursos públicos, una disminución del ingreso
que percibe, legítimamente validado en proporción a la adquisición personal de
conocimientos y por ende, relativo a un potencial tecno-social adquirido por
mérito propio. Como el coeficiente intelectual se encuentra formalmente validado
por criterios de medición, toda redistribución de recursos que no favorezca la
transparencia de ese mandato tecnológico no puede sino entorpecer el
crecimiento de todos, en aras de una redistribución
que alienta la índole de los ineptos.
El afán de evaluación que
gana hoy día a las cúpulas proviene de dos causales a) los evaluadores, por
serlo, no pueden encontrarse entre los (mal) evaluados b) la evaluación reproduce
la distribución de recursos según el mismo horizonte con que se evalúa. Luego,
como no podemos solicitarle a los poderes públicos y privados que alteren esa justificación,
que se legitima a través del cristal moral del conocimiento, transparencia de procedimientos
por medio, todo “cambio de rumbo dentro de las mismas pautas” termina por validar el criterio del
progreso (+inteligencia = +orden). Asimismo, esta diáfana perspectiva se
encuentra en entredicho a partir de los mismos efectos que genera su
autocomplacencia (según el rector dixit –ver supra, o recurrir a un atlas del
desarrollo mundial).
Dicho de otra manera: el
discurso que vincula el desarrollo a la tecnología y esta a la universidad no
puede sino transformar la condición universitaria en “brazo social” de la clave
narcisista del saber, destinándola en esa perspectiva, a difundir la tecnología
y propiciar la dominación que conlleva.
De ahí que el binomio “ciencia y tecnología” se convierta en la bandera de
tirios y troyanos, con el carácter de “política de Estado”: sirve tanto para
recolectar votos prometiendo ascenso social por la vía educativa, como para
justificar la medición de resultados empresariales (léase control de calidad),
como para fortalecer cenáculos –frecuentemente “colegios invisibles”- de
expertos.
Luego, en tanto la
condición inherente a esa extensión narcisista de la tecnología es la fusión
informativa del saber, es imposible quedar fuera de un dispositivo implementado
a partir del supuesto de una homologación mediática universal. El modelo de esa
metástasis informativa es provisto por la propia homologación formal (de índole
numérico-matemática) de la información. La estadística provee el criterio de
formalización de los estados de cosas. Todos somos computables y proyectados en
una pantalla numéricamente programable. De ahí que la exclusión presente el
carácter de fatalidad previsible: proviene del mismo tipo de “inclusión”
informática que confunde cifrado con existencia. Una exclusión de esa índole
incluye sin interpretar. Por consiguiente, es imposible que poniéndose al
margen se logre ser excluido sin ser incluido, o viceversa (se trata de una
formalización tautológica de la índole humana).
De ahí que lo que se puede
considerar “mera resistencia” ante el dispositivo tecnológico, quizás sea mutación
de cuerpos resistentes al virus de la equidad informática –cuyo primer efecto
consiste, por cierto, en destruir la corporalidad singular de cara a la
pantalla. Quizás como decía Marx en otro contexto “no lo saben pero lo
hacen”. Al mismo tiempo, en tanto es
imposible quedar fuera del control de la información multimedial (visual,
auditiva, codal, etc.), cierto ponerse al margen sin salirse de los márgenes
quizás provea, incluso bajo forma pertinente, la desarticulación mediática de
la mismidad programada. En todo caso, es lo que parece
refrendar la estrategia contra-mediática de los “indignados”, “15M”,
“demócratas islámicos”, “piqueteros”, etc: intervenir en los medios de forma
que la mediatización (en el sentido que le daba la Ilustración) no prolifere
mediáticamente (en el sentido medular de la tecnología: un medio que se
transforma en finalidad objetiva).
En esa vía se sitúa
nuestra alternativa universitaria: congregar y generar nuestros propios
canales, sustentarlos en la negativa a aceptar que la universidad se convierta
en el brazo social de la tecnología, vincularse a expensas de la vacuidad
tecnológica de la información.
No se trata de una
actitud meramente impugnadora, esterilizada por una crítica anquilosada y
estereotipada en boinas con estrellas militantes. Para difundir y propiciar tales
estereotipos contamos, desde su propia declaración, con voceros
gubernamentales. En particular porque nos anuncian que han alcanzado un
objetivo que debiéramos agradecerles[5].
También es cierto, como se destaca por otro lado, que en el campo del
cuestionamiento de tendencias tecnocráticas se encuentran concepciones propias
de otra “edad del saber” desandadas, también conviene admitirlo, por los
caminos recorridos desde entonces. Sin embargo, cometeríamos una suerte de
inversión de la “carga de la verdad” como la que –ya desde largo tiempo atrás-
propicia en nuestro país la “teoría de los dos satanes”, si confundiéramos el
camino difícil de la justicia con la senda facilitada y galardonada de los que
se suman al poder de turno. Así como ayer la lucha violenta contra la explotación
y la opresión no podía igualarse a la violencia que luchaba por extender un
poder represor, hoy no puede ponerse cierta nostalgia reivindicativa a la par
con un oportunismo encaramado sobre los mismos sentimientos, que mirados de
arriba siempre se ven prematuros.
Naturalmente, la
discusión queda abierta más allá de este texto, tanto como las puertas
universitarias o las ventanas de interfaz, ya que le es propio a las
humanidades no poder sumarse sin tomar la palabra o sin marcar un cuerpo de
letra.
[2][2] Derrida, J. (2001) L’université
sans condition, Galilee, Paris, p.26. Traducción al español en Derrida en castellano http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/universidad-sin-condicion.htm
(acceso el 15/05/12)
[3] Marcuse, L. (1967) La
philosophie américaine, Gallimard, Paris, p.77.
[4] La apreciación
ya se encuentra en “Humanidades, la discusión de la universidad”.
[5] Rosencof, M. “Si
hubiésemos sido derrotados ¿cómo se explica que el Pepe, el Ñato y el Bicho estén
donde están? (entrevista de A. M. Mizrahi) La
Red21 (18/04/12) http://www.lr21.com.uy/politica/1033323-si-hubiesemos-sido-derrotados-%C2%BFcomo-se-explica-que-pepe-el-nato-y-el-bicho-esten-donde-estan
(acceso el 15/05/12)
3 comentarios:
He leído tus dos últimos post y si bien coincido con tu "diagnóstico" me cuesta ver cual es el papel que te parece que le corresponde a las Humanidades frente a tal situación.Es responsabilidad de las Humanidades hacer frente a tal situación? En todos lados que veo éstas se dedican a cuestiones de intramuros; y si hay un frente de batlla me es difícil ver de que manera sería posible actuar. Lo de crear nuevos canales, que sin duda los hay incluso más allá del ámbito académico me parece insuficiente. O mejor dicho, que va en paralelo. En fin, gracias por la publicación.
Luzbell, ante todo, gracias por tu lectura y comentario. Sobre el papel de las Humanidades, corresponde ante todo a la discusión (y de ahí el título del texto). En cuanto a la responsabilidad, el texto plantea que una condición humana sumida en la información no puede dejar a nadie afuera (por ejemplo, la amenaza que las nuevas tecnologías hacen pesar sobre la privacidad), pero al mismo tiempo nos excluyen, en cuanto el sentido de los particulares humanos no cuenta desde el punto de vista informativo, sino ante todo la posibilidad de incorporación en una base de datos diseñada con fines estratégicos. Quizás el mejor ejemplo de esta implementación del conocimiento sea la Teoría Matemática de la Comunicación, en cuanto para Shannon no importa el sentido que la transmisión adquiera en el emisor o receptor, sino exclusivamente la distinción de los elementos codificados en una transmisión. Respecto a lo que efectivamente sucede en las Humanidades, no creo que podamos hablar de una formación disciplinaria o epistémica, sino ante todo de una tradición que ahora corresponde retomar en otra perspectiva, que recurre desde el presente a un momento "humanístico" que incluso precede a la ciencia moderna (postcartesiana). De ahí la referencia a Erasmo en la actualización precedente (del 1º de mayo). Para el punto de vista que se expone en el blog, en cuanto la formalización puede ser resuelta in-formativamente, la cuestión del lenguaje es “puesta al límite” y desborda la forma, queda por tanto, sujeta a lo que Marramao llama "doble contingencia" (la que le hacen sufrir a un canal el emisor y el receptor con sendos usos en cotejo). Paradójicamente con relación a una perspectiva cientificista en que frecuentemente se sumen algunas “humanidades”, lo propio de esta "doble contingencia" protagonizada por humanos, sería la "humanización" en el sentido de necesaria falencia de toda perfección formal. Esa es el arma humanística que interviene intra y extramuros, aunque probablemente sea menos atendida allí donde las humanidades pretenden ser "disciplinas", en una pobre simulación del procedimentalismo científico. Sobre la participación crítica se observa en distintos contextos que las humanidades (o muchos de quienes provienen de ese horizonte) interviene, por ejemplo, a partir de la lectura crítica (o sea, la puesta en crisis conceptual) de la índole de poder que generan los "nuevos medios", o incluso en la lectura de la carga asociativa que conllevan las "nuevas tecnologías".
Cordialmente, R. Viscardi.
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