Voto
militante en blanco: el grado cero de la ideología
2ª
quincena junio 2012
¿Quién votaría por
nada? Una figura del negativo fotográfico milita, sin embargo, en el voto en
blanco, cuando se trata de sufragio voluntario. La acción supone un objeto y se
inscribe en una circunstancia. En razón de no encontrarse sujeta a coerción –contrariamente
a lo que ocurre en las elecciones nacionales, la voluntad de sufragio negativo
introduce la universalidad de una acción por nada en particular, que
corresponde al sistema político de la nada[1].
Este sistema existe y se denomina nihilismo, conduce al debilitamiento de la realidad
en su consistencia de idealidad y al aniquilamiento de todo sistema, por cuanto
no existe sistema sin sistematización que le procure consistencia de ideas.
Contraponiéndose a todo
análisis contextual, el voto que nadie obliga ni convoca a emitir se pone, por
encima de las alternativas comiciales, en una perspectiva que anula toda
especulación coyuntural. ¿Suponen las elecciones internas del Frente Amplio un
retorno de la izquierda tradicional? ¿Significan un “voto castigo” contra el
gobierno tupamplista? ¿Manifiestan una
consistencia del núcleo duro de la militancia de izquierda pese al desgaste de
una administración errática y una bancada parlamentaria pusilánime? ¿Señalan el
principio del fin del auge electoral frentista, si se compara los menos de
200.000 votos que obtiene con los 45.000 de una elección interna de jóvenes
blancos?[2]
Todas esas consideraciones se empañan de nimiedad ante los casi 30.000 votos
por nada que se parezca a lo que existe y que sin embargo insisten en decir que
algo huele mal desde Dinamarca hasta aquí.
Desde siempre, la nada
no es nada ante lo que supone sostenerla. Elevada con entidad porcentual a la
manifestación de un desiderátum incoercible, esa nulidad demarca un
imponderable que gravita por sí solo, liquidando cualquier elucubración
paramétrica. Las elecciones han votado contra el electoralismo. Se ha cumplido con
creces el desiderátum de la dirigencia frenteamplista de promover la
participación, sobre todo porque votar contra las opciones sin estar obligado a
hacerlo, introduce en la urna una exorbitancia que socava las estructuras en el
sentido institucional del término.
A partir de un voto
militante en blanco todas las hipótesis ideológicas son posibles y quedan
convalidadas: un lugar perforado por exceso de responsabilidad supera las
opciones disponibles en el plano de las correspondencias (entre pertenencias,
sectores o afinidades). Esta situación de virtualidad analítica es la que surge
de la instancia frenteamplista, en cuanto un porcentaje significativo de votos
en blanco voluntariamente emitidos en elecciones internas de un partido,
significan que la sectorialidad partidaria sirve de pretexto a una visión del
mundo (aún ideológica) que no se conforma con las opciones propuestas, pero tampoco deja de ponerlas al servicio de algo que está por encima.
Un frenteamplismo sin
Frente Amplio no equivale a una sistematicidad sin sistema o a una
estructuralidad sin estructura. El progresismo frenteamplista requiere, como
cualquier otro ideologema, una realidad propicia en nutrientes democráticos
sedimentados. La idea sólo hace sistema ideológicamente si cuenta con
materialidad agregada, que en función propicia a la idealidad del sistema científico,
propenda a acrecentarlo acumulativamente[3].
Por el contrario, el voto militante en
blanco no significa una simpatía sumada, o una afinidad gravitante, sino el
enjuiciamiento público de una orientación cuestionada.
La hipótesis de un
frenteamplismo sin partido excluye al Frente Amplio de la democracia representativa,
ya que esta última requiere una organización ideológicamente estructurada. La ideología supone que las ideas son
proclives a adquirir una condición natural. Tal integración está antes que la
ciencia, es decir antes que la conciencia del conocimiento, pero sólo la
ciencia cristaliza el vínculo entre las ideas y la realidad, de forma tal que
la ideología siempre se encuentra interpelada –a favor o en contra- por la misión
de la ciencia. Por el contrario, una ciencia que se convirtiera en conductora
de la misión colectiva, subrogaría exitosamente a la ideología, ya que esta
estaría de más, ante la unión consumada sin obstáculos entre el saber y la
sociedad.
El “grado cero” de la
ciencia advino con el estructuralismo, en razón de la adopción –por Lévi-Strauss
a partir de su encuentro con el lingüista Jakobson- del criterio de un fonema
cero en tanto rasero habilitante conceptualmente de toda serie fonética
empírica. Este “grado cero” supone que por fin el concepto gobierna cualquier
asignación de entidad, en cuanto una idealidad pura instruye la asignación de
lugares posibles para cualquier serie natural puesta en consideración. Por
consiguiente, el “grado cero” no se vincula a un grado superior o inferior en
cualquier escala de progresión, sino por el contrario, señala la cristalización
definitiva de toda estructura, en la interioridad pura de su propia
conceptuación habilitante. Se trata entonces de un cero de neutralización[4].
Obtenida por
hibridación, esa victoria de la forma-estructura sobre el sistema-naturaleza significa
el triunfo final de la ciencia sobre la ideología, tanto cuando esta promulgaba
una edificante “ciencia de las ideas”
como cuando adoptaba el aire culposo de “falsa conciencia”. El acceso directo
de la ciencia a la realidad a través del lenguaje, incluso hasta englutir el
borde del inconsciente lacaniano, consume el límite de la realidad como universo
progresista, así como inaugura la sistematicidad del sistema de la ciencia como
estructura, forma pura. Desde entonces, la ciencia no puede ser sino un hacerse
a sí misma, como la figura del barón Münchausen, capaz de elevarse en el aire
jalando sus propios cabellos, cayendo por elevación en tecno-logía. La perfecta
vacuidad formal de la verdad justifica, por otro lado, un faltante habilitante:
siempre habrá una jugada más y un lugar que hacerle jugar.
Una vez registrada
cierta magnitud de la desistencia electoral, un exceso de expectativa
inhabilita el análisis, en razón de la
imposibilidad de dividir y diferenciar las partes (análisis) de aquello que
trasciende el marco de referencia. Esta posibilidad furtiva de un electorado
polizón dispara en los sentidos más diversos todas las hipótesis sucesivas, porque
la serie de posibilidades hipotéticas ha sido inhabilitada protéticamente por
un militante que incluso, llegado el caso, también vota contra la elección
propuesta. Un voto que excede la elección, pauta tanto la posibilidad de un
abandono del campo partidario, como abona la hipótesis de una sectorialización
alternativa, dentro de un mismo partido, en razón de la alternativa
que lo impugna para dejarlo atrás.
[1] Sobre “sistema
político de la nada” ver Viscardi, R. “Celulosa
que me hiciste guapo” en Compañero,
PVP, http://www.pvp.org.uy/viscardi3.htm
[2] Ver respecto al
análisis coyuntural Pereira, M. “Apuntes sobre las internas del FA” La Diaria (14/06/12) http://ladiaria.com.uy/articulo/2012/6/apuntes-sobre-las-internas-del-fa/
[3] Foucault –(1966)Les mots et les choses, Gallimard,
Paris, pp.85-86- señala la deuda de la “ideología” con el sensualismo de
Condillac, en la perspectiva que culmina
en los “ideólogos” en una “ciencia de las ideas” cuya irrisión por Napoleón,
generara a posteriori el sentido
peyorativo de “ideología” en tanto “falsa conciencia”, particularmente en Marx.
Por el lado positivo o el negativo, “ideología” significa conceptualmente con
relación a “ciencia”: se trata de una disputa por el patrimonio de la idealidad
post-cartesiana.
[4] Tal como Barthes describe la coyuntura de la escritura
literaria: Barthes, R. (1972) Le degré
zéro de l’écriture suivi de Nouveaux essais critiques, Seuil, Paris,
pp.60-61.
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