Efecto
Amodio: la madre de todas las Omertà
1ª
quincena junio 2013
I
En el MLN se solía
aconsejar la lectura de la prensa alineada con la derecha en el poder, según se
decía, porque sólo la lectura “del otro lado” habilitaba la plena comprensión del
planteo estratégico que se enfrentaba.
Como toda convalidación empírica, ese criterio conllevaba una carga conceptual
inestable y relativamente antojadiza. Entendido
como inteligencia del conflicto permite discernir, desde una “lectura interna”, el
juego estratégico de la contienda y orientarse en el
curso contingente de un enfrentamiento.[1]
La presentación que
hace Samuel Blixen de Amodio en tanto
sicario de los militares,[2]
enrolado para la disolución del Parlamento sin que mediaran conflictos tupamaros,
subjetivos u objetivos, proporciona una ineludible clave de lectura de la
trascendencia política del debate en torno al personaje, tanto como a la
persona. Incluso porque la “ley de impunidad” sigue allí para recordarnos, como
lo hacen los movimientos por los DDHH, que “aquel pasado sigue presente”, mal
que les pese a quienes por motivos estratégicos o generacionales se apresuran a
dar vuelta la página. Por ahora, al derecho o al revés, la circunstancia
militar y por lo tanto el oficio de Amodio, como su vector antidemocrático por
excelencia, siguen allí en foto de portada o entrelíneas.
Sin embargo el lúcido
planteo de Blixen también genera un campo ciego de su retrovisor, en cuanto
llevado al término del sicariato, Amodio pone entre paréntesis asimismo, aunque
por una vía derivada, la historia del MLN de la que se dice relator. En
particular, porque él mismo o algún otro en su lugar, la relata con un “aire de
familia” inconfundible. La transparencia no surge aquí de un “ordenar papeles”
de la más oscura estirpe, sino de la contraposición –para seguir el criterio de
Agamben sobre lo contemporáneo-[3]
entre esa sombra que arroja el traidor sobre el pasado y la “invisible luz” que
la concita desde el presente.
Esa contraposición
demarca un campo de fuerzas que aleja entre sí al sistema político y al sistema
de medios, con la claridad que media entre el silencio y la palabra. Mientras
el campo periodístico sostiene sus propias razones, ante el impacto político de
la reaparición del Judas uruguayo, el sistema político prefiere seguir oteando
por encima de la palabra pública. Quizás esa Omertà no lo defiende de una
declaración, sino que por el contrario, lo preserva de una locuacidad
disolvente, ya no por disolución de las cámaras parlamentarias, sino por la
desaparición de su pretendida distancia con el estado de excepción que le
birlaron sus propios custodios. Conviene tener en cuenta, en tiempos de
tercerización de la seguridad pública y privada, la frase clásica que arrojaba
Zelmar Michelini en el rostro de los golpistas (civiles y militares): ¿Quién custodia
a los custodios?
II
En ocasión del coloquio
“Libertad de prensa y periodismo de opinión”,[4] se
trajo a colación la cuestión de la presión política sobre los periodistas, a
cuyo respecto Danilo Arbilla declaró, a título de denuncia, que los políticos
solían llamarlo en circunstancias que consideraban críticas, para recomendarle “no decir” o “cómo decirlo”. La clave que
autorizaba esa moral dictada a los periodistas profesionales se trasuntaba,
según el testimonio de varios de los panelistas, en la condición de “periodistas” que se discernían
a sí mismos los titulares de la voluntad pública, particularmente en razón de
su propia trayectoria personal (en El Día, Acción, El País, etc.). Inversamente
respecto a la izquierda, conviene recordar que cuando Costa-Gavras relata la
trayectoria tupamara,[5]
particularmente en torno a la ejecución de Dan Mitrione, no sitúa como su
mentor de problemática a un político, sino al mismísimo Carlos Quijano.[6]
Quizás esta última
apreciación sea más útil, para entender el “efecto Amodio” en su apariencia de
“batalla de los medios”,[7]
que entusiastas consideraciones acerca del periodismo uruguayo o sesudas
disquisiciones estratégicas acerca de quién cosechará los réditos electorales
del caso. Sobre el registro periodístico al respecto, conviene tener en cuenta
lo que incluiría en las consideraciones previas cualquier monografía de
estudiante de comunicación: el periodismo uruguayo fue desde su inicio y hasta
fecha muy reciente, una actividad emanada, gestada y regida desde los partidos
políticos.
Así como la televisión
pasa en los países con tradición mediática significativa, entre los 60’ y los
80’, de la “sociedad del espectáculo” (resonancia de una escena destinada a un
público masivo), a principio de desconcentración
de la sociedad de masas,[8] en el Uruguay el periodismo pasó de la
difusión orgánica de “visiones del mundo”, al registro idiosincrático de
tendencias disonantes de la opinión pública. Quizás haya que agregar que el
interregno del estado de excepción introdujo un freno relativo, en nuestro
país, a la deriva de las costumbres mediáticas que se acentuaba –bajo el
influjo de la televisión- en contextos comparables. La traducción generacional
pauta, en el Uruguay, la sensibilidad mediática de quienes protagonizan la
dirección de los medios, en cuanto expresan diversamente, mutatis mutandi, ese conflicto de identidades periodísticas.
El azar que lleva al
encuentro entre El Observador y
Amodio traduce, paradójicamente, la errática percepción de la necesidad que los
reúne y que los distancia, por igual, del eje
sub-partidario que articula al periodismo uruguayo del presente: Amodio
no tiene en cuenta a El Observador
entre sus objetivos mediáticos, porque sigue pensando en un “medio orgánico”, El Observador se afana tras Amodio
porque pretende desenmascarar la demagogia tupamplista. Se trata del encuentro
–muy a la moda- de dos zombis, uno anima
el cadáver del MLN, el otro arrastra la agonía del neoliberalismo.
Por eso tanto uno como
el otro expresan, en el caso de Amodio desde la intención, en el caso de Gabriel
Pereyra desde la indagación, la necesidad que todavía hoy vincula al periodismo
uruguayo, por un reflejo en espejo, con la tutoría parental de la que intenta
diferenciarse. Como todo adolescente que busca protagonismo diferencial, este
periodismo pasa por las posturas más adultas, razona con raciocinios correctos,
declara su independencia y adopta algunas costumbres de los mayores, para que a
nadie le quepa duda de que ya abandonó el mundo de los pequeños. Pero, por más
que se las tilde de ética profesional, se trata de estrategias a escala
periodística con ínfulas de “política de Estado”, es decir, de (sub-)estado de
la política partidaria.
Por esa razón, el
“efecto Amodio” propende a intervenir políticamente a través de la resonancia
mediática, pero tiende necesariamente, por su propio arco reflejo, a convertir
la campana de los medios en caja de resonancia partidaria. Esta minoridad
periodística fue notoriamente señalada desde el staff tupamplista. Desde el mismo lugar en que su principal adalid compensa
ahora una alicaída verosimilitud interna con la más frívola actuación mediática
internacional (perra accidentada, “fusca” obsoleto y austeridad ilustrada de
por medio), sus epígonos mandan cerrar los micrófonos por decisión moral. Decretan
el deceso público de quien protagoniza los medios de comunicación masiva.
Señalan, con el gesto del amo, que los medios están al servicio del Estado y no
los políticos obligados a informar.[9]
III
Pese al gesto de
prescindencia recíproca, el juego cruzado de los medios respecto al “efecto
Amodio” se presenta como el revés de la trama del mapa partidario y lo
interpela como su mala conciencia. El Observador desarrolla consideraciones que
no hubieran rechazado los comunicados de las Fuerzas Conjuntas. Refleja una
radicalización derechista que creyó posible ofrecer una alternativa neoliberal
a la izquierda y que fracasó, por efecto de mordientes dificultades culturales
que hoy alimentan la saña antitupamara más recalcitrante.[10] Brecha
expresó la afiliación definitiva de la izquierda ilustrada a la
socialdemocracia desarrollista, con lenguaje “políticamente correcto”, justificó
ingresar al debate cuando la cuestión se franqueó circulación ciudadana, aunque
inicialmente justificó abstenerse, al tiempo que adoptaba un perfil de “contendiente
por la izquierda” de El Observador.[11]
La Diaria persiste en un purismo ético que
elude la información sobre el caso, por más que Marcelo Pereira se expresó con
claridad desde el arranque del asunto. Detrás de cierta deontología
periodística que puede suscribirse sin ambages, subsiste el intento de leer la
condición política uruguaya del 83’ hacia adelante, cayendo en un error que ya
los marxistas denominaban “dividir la etapa” y que convendría, sobre todo
periodísticamente, denominar “dividir el período”. Si bien es cierto que
Drexler estampa el asunto emblemáticamente, cuando canta “el 68’ fue en el 83’”,
ese retardo uruguayo no es casual sino estructural y no se despeja por mera
voluntad política.
El núcleo de la
problemática periodística lo ofrece Voces, el único medio que intenta, quizás ahora más
mitigadamente, expresar orgánicamente un movimiento político nacional. Ese
reagrupamiento se vuelve cada vez más ilusorio y Voces lo pauta con inocencia, en cuanto entroniza a El Observador como ejemplo de “periodismo uruguayo”, cuando
su inspirador ha profesado su adhesión al canon mediático estadounidense.[12]
Más contundente aún es la cacofonía, en el número de esta semana, que se
desliza entre la correcta lectura del contexto como conflicto periodístico, que
se encuentra en páginas centrales,[13]
mientras en la contratapa Baugartner[14]
repite el credo de autocomplacencia tupamplista que ya había profesado Engler, reporteado en su momento por el mismo medio:[15] “por
algo Mujica llegó a presidente”. Vaya criterio de izquierdista!! Habría que enviar
a Engler y a Baumgarter juntos a cumplir una pasantía en los movimientos de
DDHH, para enterarse de lo que piensa la “muchachada” de sus ídolos mediáticos.
O quizás fuera suficiente una travesía de las abigarradas manifestaciones
contra la megaminería a cielo abierto.
IV
La soberanía
tupamplista es menos soberbia de lo que se cree y más compartida de lo que
parece. Los “sonidos del silencio” con
que le hace eco el conjunto del sistema político, muy señaladamente y ante
todo, aquellos que El Observador buscaba movilizar, señalan a las claras que se
trata de un asunto estratégico para el “sistema de partidos”. El Rubicón que
cruzaron los tupamplistas incorporándose al Frente Amplio ha devenido un baño
lustral. Lavó las impurezas de toda Historia, reciente, pisada o ausente y
confirmó, a criterio del sistema político, que los partidos son el árbitro
indiscutido del juego público. Se sabe que los dioses ciegan a los que quieren
perder, quizás con las evidencias más palmarias.
El “efecto Amodio”
juega su última y fundamental carta de sobrevida en la paradójica situación en
que el traidor termina por traicionar a su propia intención. Quizás Amodio
nunca quiso colaborar con el sistema político –esa traición nunca la hizo suya-
y su traición terminó contribuyendo, sin embargo, a la exculpación de la
responsabilidad partidaria en el golpe de Estado, bajo la capciosa forma de la
reconversión de (algunos de) sus excamaradas de armas. La reacción de la
derecha uruguaya, experta en anatemas tanto como en “ninguneos”, parece no dejar lugar a dudas: no han olvidado
que Amodio colaboró con quienes, llevados al apogeo ante una amenaza que se
creía mayor, terminaron por prescindir de la tutoría política y por substituirlos
en el poder.
En cualquier sistema de
significación, el periodístico incluido, la ausencia de signo también es un
signo, porque la ley del conjunto es la cohesión de los elementos. No se podría
señalar, sin la intervención de un periodismo que no se contenta con la versión
oficial, el silencio partidario ante un hecho de notoriedad política, ni
tampoco sería posible denunciarlo por su desistencia, al margen de una opinión
pública que prescinde cada día un poco más de la autoridad ideológica.
Quizás, más allá de la
traición de Amodio, e incluso por encima de la derechización que traduce el
tupamplismo, la brecha idiosincrática que marcó la gesta subversiva,[16] pese
a sus incoherencias y falencias a granel, auspició sin saberlo una
diferenciación irreversible con la política de Estado.
[1] Al respecto, se
retoma la lectura que hace del dispositivo foucaldiano
Gabilondo, A. (1991)El discurso en acción,
Anthropos, Madrid, p.170.
[2] Blixen, S. “Un
sicario de los militares” Brecha
(31/05/13) Montevideo, pp.2-3.
[3] Agamben, G. (2008) Qu’est-ce
que le contemporain?, Payot, Paris, pp.39-40.
[4]
Coloquio Libertad de Prensa y Periodismo de Investigación: Posibilidades y
Límites, Embajada de Francia, Instituto Goethe, Instituto de Ciencia
Política y Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la República, 28 y 29 de junio 2001, Montevideo.
[5] “Estado de
sitio” (1973) dir. Costa-Gavras, http://www.youtube.com/watch?v=A6ibhusCTs0
(acceso el 1/06/13)
[6] Fundador y
director del Semanario Marcha, que
adquirió desde los años 30’ notable influencia en el periodismo uruguayo y
latinoamericano.
[7] “Amodio:
¿publicar o no publicar?” Voces
(30/05/13) Montevideo, pp.6-8.
[8] Wolton, D. (2000) Internet
et après?, Flammarion, Paris, p.102.
[9] “Topolansky
sobre Amodio: “Para mí es hombre muerto” El
Observador (22/05/13) http://www.elobservador.com.uy/noticia/251252/topolansky-sobre-amodio-para-mi-es-hombre-muerto/
[10] Pereyra, G. “El
regreso de Amodio, una amenaza al relato oficial” El Observador (27/05/13) http://www.elobservador.com.uy/noticia/251623/el-regreso-de-amodio-una-amenaza-al-relato-oficial/
[11] Erosa, D. “De
protagonismos y primicias” Brecha
(24/05/13) Montevideo, p.7.
[12] “Periodismo
puro y duro” (editorial) Voces (23/05/13)
Montevideo, p.3 http://www.voces.com.uy/ediciones/2013
[13] Op.cit. “Amodio: ¿Publicar o no publicar?”.
[14] Baumgarter, J. “Odios
al mazo” Voces (30/05/13) p.32.
[15] Se cita de
memoria porque no se encontró en el sitio de Voces la entrevista a Engler.
[16] Sobre el
vínculo necesario entre subversión y racionalidad: Viscardi, R. “Que quiere
decir hablar en Sartre?” Ariel Nº 5
(2010) pp.39-44 http://arielenlinea.files.wordpress.com/2010/07/sartre.pdf
(acceso el 1/05/13)