Lorenzo
y Pepita
1ª
quincena, enero 2014
La tira cómica que
provee el título de esta actualización de blog invierte por su propia narrativa
el ordenamiento tradicional del vínculo entre ficción y realidad, o si se
quiere formularlo a lo Wilde, entre arte y vida. Las situaciones más
sorprendentes y disparatadas pueden surgir en medio de la más robusta
verosimilitud. El desplazamiento del límite entre lo inesperado y lo cotidiano
proviene, paradójicamente, del propósito de someter el curso de la existencia a
un designio sistemático. La irrupción de lo imprevisto no obedece al milagro,
sino al designio de cumplir un deseo. El objeto del deseo de Lorenzo es Pepita,
símbolo de los logros posibles del American
Way of Life.[1]
En cuanto los deseos
propios de Pepita comandan los de Lorenzo, la posesión del objeto del deseo
pasa, para Lorenzo, por obsequiar los deseos de Pepita. De esta forma, la
finalidad de la acción se transfiere a los deseos del objeto del deseo, transitividad
que conlleva una supeditación a la
eficacia social. Esa orientación estratégica según el criterio de la acción
eficaz establece un equilibrio formal, que pauta el contrato de la familia
nuclear en el siglo XX. En los términos del intercambio planteados para la
sociedad en su conjunto, el marido se constituye en proveedor de la
satisfacción, la esposa pauta el repertorio de demandas.
Quizás el mejor aporte
de “Lorenzo y Pepita” a la comprensión de ese programa de la familia nuclear de
la sociedad de masas haya consistido en manifestar la inestabilidad
constitutiva del proyecto, inherente a una perspectiva de confirmación objetiva
que se ve simultáneamente cargada del designio subjetivo (es decir, el programa de
la modernidad). El apellido de Lorenzo (Parachoques) expresa, como signo
paradójico, la precariedad efectiva de quien debiera ocupar el lugar dominante,
cuando la voluntad de satisfacer las demandas de la familia como tal (que suma
dos hijos adolescentes y cinco perros agregados) termina frecuentemente en el
bochorno, como consecuencia de una militancia de la credulidad en las
oportunidades más engañosas. Pepita no deja, por su lado, de inscribir los afanes más triviales en medio de
situaciones que involucran al grupo familiar. Tal inconsistencia denuncia el
margen que desborda, en la condición humana, toda perspectiva de sistema, sobre
todo cuando tanta congruencia pretende transitar terrenos tan accidentados como el matrimonio.
Las virtudes
anecdóticas de la tira no han resistido, sin embargo, al embate de la erosión sufrida
por la propia familia nuclear, que configuró la base colectiva de la
sociedad de masas. Los esfuerzos denodados de Lorenzo por constituirse en
héroe impar de la hueste familiar, así como los deseos de Pepita estimulados por la
ilusión, parecen perimir en verosimilitud, tanto en razón del descrédito en que
ha caído la racionalidad económica empresarial (incluso en razón del éxito que obtiene “sistemáticamente”
en contextos de explotación productiva y sometimiento político), como por la
vía de mayor felicidad individual que abre la libertad de costumbres. Conviene
considerar, entretanto, que una vez resquebrajada la matriz que cimentaba la
familia nuclear, la crisis de la regulación moral no significa, por vía inmediata,
la disipación del designio de homogeneidad social.
Cierta indisciplina de
lugares sociales que crece en el horizonte de nuestra actualidad, no deja de
encontrar una resistencia denodada, destinada a frenar el embate de una desarticulación
de los códigos tradicionales, por la vía de moralizar la vida pública a partir
de lugares cristalizados y estereotipados, incluso en la transmisión
ideológica. Entre otros elementos relativamente a la deriva, la familia nuclear
embarcada en un mismo rumbo para todos aún constituye, pese a que sólo albergue
hoy un tercio de nuestros hogares,[2] el
designio tutelar con que se retuerce las orejas de una ciudadanía
ingobernable.
Vía el incremento del consumo,
cierta instrucción paradójica conllevaba que Lorenzo
y Pepita inscribieran los sueños del deseo en las condiciones efectivas del matrimonio, estrategia
que hoy se convierte en un prurito prejuicioso, ante al embate simultáneo de la
diferenciación tecnológica de las costumbres y la consiguiente emancipación de
idiosincrasias marginadas. Sin duda cierta moralización no sólo
inspira todavía hoy unos cuantos programas de gobierno, sino incluso
una caracterización obsoleta de las actuaciones institucionales de quienes
detentan responsabilidades públicas.[3]
Más allá de cierto
estilo que no sospecha de sí mismo, la moralización de las conductas con la
excusa de la rectitud de intenciones no resiste el análisis en términos de
integridad intelectual. En particular, porque si la transparencia de
actuaciones se justifica en la violencia hecha a la norma para cumplir un
propósito, se confiesa implícitamente, incluso gracias a un eventual logro
ulterior, que se ha desviado un criterio públicamente compartido. No sólo por
violentar la regla se desvía el criterio legal, sino también cuando una
hipótesis estratégica modula la lectura normativa, peor aún si el desborde ocurre desde un lugar destinado a
custodiar la universalidad pública.
Contrapuesta, por otro lado, a un empleo “bienintencionado” de las disposiciones legales, la perspectiva que mide las conductas políticas con el rasero de la puridad normativa reactualiza la memoria más conservadora. Cierto culto de la regulación legal de corte puramente formal, que la pervertía poniéndola al servicio de cualquier intención, patrimonio de cierta condición "tradicional" en los asuntos públicos, parece convertirse ahora en un acerbo compartido por todo lugar institucional en riesgo de impugnación.[4]
Contrapuesta, por otro lado, a un empleo “bienintencionado” de las disposiciones legales, la perspectiva que mide las conductas políticas con el rasero de la puridad normativa reactualiza la memoria más conservadora. Cierto culto de la regulación legal de corte puramente formal, que la pervertía poniéndola al servicio de cualquier intención, patrimonio de cierta condición "tradicional" en los asuntos públicos, parece convertirse ahora en un acerbo compartido por todo lugar institucional en riesgo de impugnación.[4]
Así como aumenta
cotidianamente la inverosimilitud de un Lorenzo que aspira a la felicidad en el
rol de proveedor familiar, o de una Pepita cuyas pretensiones no rebasan el
confín conyugal, cada día nos resultará
menos creíble un responsable sin control público, o un gobierno sin
contragobierno.[5]
[1] El desarrollo
histórico de la tira cómica se encuentra en “75 Years of Blondie (1930-2005)” (2005)
University of Florida http://www.uflib.ufl.edu/spec/exhibits/Blondie.pdf
[2] Cabella, W.
(2007) El cambio familiar en Uruguay,
UNFPA, Montevideo, p.11 http://www.programadepoblacion.edu.uy/enlazar/cuaderno_unfpa_cabella.pdf
[3] Pereyra, G. “Mujica,
el principal responsable del gran desastre” El
Observador (23/12/13)
http://www.elobservador.com.uy/zikitipiu/post/1125/mujica-el-principal-responsable-del-gran-desastre/
[4] Pereira, M. “Abuso
sin nombre del caso PLUNA” La Diaria
(31/12/13) http://ladiaria.com.uy/articulo/2013/12/abuso-sin-nombre-del-caso-pluna/
[5] Sobre contragobierno ver en este blog “Renuncia, regresión y
reagrupamiento: contragobernar en 2013” http://ricardoviscardi.blogspot.com/2013/01/renunciaregresion-y-reagrupamiento.html