Presentación
de Contragobernar[1]
2ª
quincena, mayo 2014
A fines de enero
cesaron las actualizaciones de este blog, en razón de una recopilación de los
textos anteriores que se presenta el viernes próximo, al tiempo que se cambia,
con esa inmejorable oportunidad, el nombre del blog. Había llegado el momento
propicio para que el nombre propio de persona dejara lugar a un nombre impropio
entre todos: nombrar contragobierno. Aunque se trate de una transformación que
a contragobierno “conserva superando”,
según el designio hegeliano, para cumplir con la promesa hecha en enero de
escribir un primer texto, sobre Ibero Gutiérrez, en el epígrafe de Contragobernar:
“Nunca
haré lo suficiente para reivindicar la memoria de mi amigo Ibero Gutiérrez. La
deuda con Ibero supera en mucho la circunstancia del asesinato que confirmaba
un ciclo nefasto. El significado de aquel crimen viene a ser puesto en
evidencia, día a día, por la proyección que alcanza hoy una obra trunca. En
esas líneas y trazos podemos leer el abrirse del horizonte que hoy avizoramos”.
Tengo la impresión de
cumplir en este caso con la memoria de mi amigo, tal como yo la entiendo y tal
como la entendí, más allá de la libertad de interpretación, e incluso de
homenaje, que alguien suscita en su proyección. Esa proyección queda librada al
presente, desde mi punto de vista,
entendida como lo plantea la contratapa del libro:
“De
las revueltas del mundo árabe a las asonadas contra el despilfarro estatal
brasileño, pasando por los indignados del 15-M español o el inesperado “Ocuppy
Wall Street”, la movilización desborda los márgenes propios del gobierno
político estatal. Una sublevación tan inequívoca como improbable impugna a los partidos
políticos, surge del liderazgo virtual de las redes sociales y condena las
recetas a la moda de la tecnocracia.
Como
efecto del fraude ideológico que intervino a partir de 2010 con la presidencia
de Mujica, el Uruguay ingresa aún más aceleradamente en la mundialización
tecnocrática, bajo la paradójica consigna de un estilo popular de expresión
mediática. Proclamada por primera vez a través de las luchas de los gremios de
la educación, la salud pública y los funcionarios del Estado, la condena en un
todo del sistema político uruguayo forma parte del ascenso mundial de saberes
emergentes. La estrategia del empresariado y la tecnocracia internacional
requiere una extensión mediática, que se revierte a partir de la misma
globalización que exige un “mercado total”. El contragobierno prospera en razón
del mismo designio tecnológico de interactividad en red y abandona por inocua
la estrategia de “tomar el poder” en la representación estatal de la nación.
Con
este libro se completa una trilogía iniciada en 1991 con Después de la política (destinado a analizar la crisis discursiva
de la modernidad en el Uruguay post-dictatorial), seguido en 2006 por Celulosa que me hiciste guapo (orientado
al caso de la transnacional Botnia
que promoviera la primera crisis de globalización en el Uruguay). Contragobernar pone de relieve la estructura
tecnológica del poder que lleva a la declinación de los partidos y el Estado.
Propone, con base en esa constatación, un replanteo estratégico ante la
manipulación mediática: contragobernar”.
La acepción de
“contragobierno” sin embargo, tomó un giro diferente una vez publicado, en un
primer tiraje, el libro. Hasta entonces, tal como se dice en la contratapa e
incluso en algunos de los artículos del último capítulo (que precisamente se
denomina “Contragobenar”), el término surgió como efecto de la fatal reversión
que aqueja a la masividad mediática, en cuanto debe apelar a la comprensión
ajena de un propósito supuestamente compartido. En cualquier caso, la intencionalidad
librada a la masividad corre un riesgo severo de declinación, por más avezado
que sea el aparato mediático que la emite.
En tal sentido la
apelación a “algunos trenes que pasan una sola vez”, vino a proveer en propósitos de quien ocupaba por entonces la
presidencia del Uruguay, Tabaré Vázquez, un caso ilustrativo que propiciaba un
Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. El rotundo fracaso que sufrió
aquella apelación gubernamental, una vez leída por la recepción pública, dejó en claro la condición más propicia para
la mejor reversión de la manipulación: que el destinatario cuente con una
afianzada memoria crítica de la cuestión, en este caso, la injerencia de EEUU
en América Latina.
Sin embargo, el apoyo
del mismo gobernante a la transnacional Botnia en su estrategia de implantación
mundialista, que corresponde a la misma matriz de expansión estratégica que
propicia el gobierno estadounidense, vino a ser interpretada por la opinión
pública como un conflicto regional entre intereses nacionales. La carencia de
antecedentes incorporados en la perspectiva crítica llevó a confundir las
estrategias mundialistas, tal como se despliegan en la actualidad, con un
conflicto entre alicaídos estados-nación.
Sólo una vez que la implantación transnacional reveló los
efectos de desarticulación estratégica que anunciaba aquella “megainversión”, particularmente
en el ámbito agrario, comienza a advertirse el punto ciego que el nacionalismo
más pacato ocultaba con sus desplantes “antiporteños”. ¿Qué decir de “la pronta
solución” del clima de confrontación diplomática con Argentina, aclamada a voz
en cuello por “la diplomacia del Pepe”, fracaso sin atenuantes que al término de un
mandato se procura hacer olvidar, a baldazos de demagogia mediática
internacional?[2]
Esas percepciones no
dejaron de ampliarse, incluso en el sentido del criterio, una vez publicado un
primer tiraje de Contragobernar. En
un Coloquio destinado al vínculo entre educación y política en el presente, celebrado
en Río de Janeiro a inicios de diciembre del año pasado,[3] se
hizo alusión a la resistencia que sostenía Derrida a entender la representación
como plenitud de un vínculo, particularmente en el texto “Envío”. Esta
resistencia se encontró asociada a la defensa deconstructiva del criterio de
“contrafirma”, que efectivamente coloca lo ilegible de la firma y por
consiguiente del trazo de identidad, bajo el escrutinio de la contrafirma,
regida a su vez por el régimen compartido de la grafía. En ese intersticio interno que se incorpora entre lo ilegible y lo
legible, para dejarlo librado a un lapso que evita cualquier localidad del sí
mismo, lee Derrida la alternativa de identidad.
Incluso, en el momento
en que se celebra la década de existencia del Collège International de
Philosophie, creación que cristaliza la obra política por excelencia del
influjo posestructuralista sobre la sociedad y la política, Derrida consigna la
contrafirma como criterio de una política del saber.[4] En
el mismo texto (“L’autre nom du Collège”: El otro nombre del Colegio”) esa
calidad democrática de la contrafirma aparece redoblada por la
incondicionalidad[5]
que endosa toda soberanía, en particular cuando se presenta de puño y letra de
un particular, bajo el criterio de ilegibilidad de una rúbrica.
El régimen de
contragobierno une por igual, en cada quien, la legibilidad democrática de la
contrafirma con la ilegibilidad soberana de una incondicionalidad rubricada.
Por ejemplo, en cuanto el que lee es el mismo que escribe,[6] en
el contragobierno lector de Contragobernar.
[1] La Editorial
Maderamen presenta Contragobernar en
Casa de Filosofía, La Paz 1623, el viernes 30 de mayo a las 19 y 30h. Intervienen Fernando García y María-José Olivera.
[2]
Sobre la fatalidad del desenlace diplomático del gobierno de Mujica: Viscardi,
R. « Dividir las aguas : las riberas internacionales del río
Uruguay » (2010) Encuentros
Uruguayos Nº3 (segunda época) Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación,Montevideo,pp.240245 http://www.encuru.fhuce.edu.uy/ (ir a "números anteriores").
[3] Educaçao, Etica e Politica na Contemporaneidade, UFRJ e PUC, Rio de Janeiro, 2 y 3 de dezembro de 2013.
[3] Educaçao, Etica e Politica na Contemporaneidade, UFRJ e PUC, Rio de Janeiro, 2 y 3 de dezembro de 2013.
[4] Châtelet, F. Derrida, J. Faye J-P, Lecourt, D. (1998) Le rapport bleu, PUF, Paris, p.209.
[5] Op.cit. p.214.