El
vacío del jugador
2ª
quincena, julio 2014
La precedente
actualización de Contragobernar trató
de las circunstancias que rodearon a la sanción de Suárez por la FIFA, a través
del efecto político que se inscribía mediáticamente, incluso improperio presidencial mediante. Los días fueron borrando la estridencia informativa,
como acontece frecuentemente con las noticias impactantes, aunque en este caso el borrado no
sólo fue efecto del curso de la información, sino que contó
además con el activo silenciamiento de partes involucradas. Para empezar el silencio del propio Suárez, que pese a la habitual generosidad con que concede entrevistas, esta vez tomó mayor distancia con los medios,[1]
mientras por parte de distintos representantes del mundo del fútbol, se
insistía en la grave inconveniencia que suponía “defender” a Suárez atacando a
la FIFA.[2]
Quedó en evidencia por
esa vía, el gol en contra que significó el aprovechamiento mediático que se
intentó por parte del sistema político, no sólo por Mujica –ubicado
presidencialmente, es cierto, primero en la fila de recepción a la llegada de
la delegación al aeropuerto, así como en el grado de insulto.[3] La
suma de chistidos invitando al silencio denunció esta vez que el foco mediático al
servicio del soberano puede, en los hechos, perjudicar a quienes se dice
representar. El abismo intencional que media entre el insulto y el llamado a
silencio puso en evidencia algo que los teóricos de la comunicación han subrayado insistentemente –aunque con escaso efecto de persuasión pública: la
noticia no existe en la naturaleza, sino que es efecto de una elaboración tan
industrial como industriosa.[4]
En otro sentido de “noticia” (en
el sentido teórico del término), se puede observar que esta industria fagocita a aquella
modesta elaboración de la representación que comenzó con Descartes bajo la
especie del sujeto. Mientras Descartes le encomendó subsistir mediante la
certeza científica de la verdad,[5] la
liberación que proveyó tal sujeto se apropió de la verdad del sentido, como de
algo que se puede fabricar por obra y cuenta de un aparato de producción, en cuanto lo propone la propia imagen de marca (con debida patente de propiedad intelectual)
“ciencia y tecnología”. Conviene asumir por consiguiente, que vaciada de
sentido en sí misma por la propia libertad que la promueve, la verdad queda a la merced de malversaciones, ya que la representación interviene
mediatizada por la propia invención de los particulares, tanto en el mejor como
en el peor de los sentidos posibles.
Esta escena no debiera llevarnos a la
desesperante conclusión que la verdad y el sentido han desaparecido, para caer
en la nostálgica añoranza de la restauración, tal como sucedió en el Uruguay
tras la dictadura,[6]
sino que debe llevarnos a entender que la verdad y el sentido no surgen de un
origen único e inalterable (por ejemplo de la eternidad de la naturaleza o de
otro sucedáneo neo-teológico de la divinidad),
sino que provienen de una circunstancia conflictiva y riesgosa.
Enfrentarse al vacío de sentido y de verdad, no por vacuidad humana, sino por la misma contingencia de una decisión, nos es requerido por cada jugada sobre
el terreno, en el fútbol o bastante más allá.
El vacío del jugador surge
como propio, por consiguiente, del intervalo en que se toma una decisión,
frecuentemente por encima, aunque no sin intervención, de la reflexión. Como lo
dijera Baudrillard, de encontrarse ante una puerta que anunciara “Esta puerta
abre al vacío” ¿quién resistiría al deseo de abrirla?[7] El
vacío no es nuestra naturaleza necesaria, sino nuestra condición de
alternativa, de tal manera que cierta fascinación del riesgo lleva a arrostrarlo, por encima de la vacuidad posible del desenlace.
No conviene, por
consiguiente, confundir el vacío que nos abre una puerta con el salto al vacío
de quien cree que se le han abierto, a su antojo y capricho, todas las puertas.
No parece razonable confundir la ciega vía por la que el sistema político y el
propio Mujica se precipitaron alegremente, en este caso, sobre un escenario que
manipula a quienes pretendan manipularlo, con las circunstancias que nos
permiten incidir desde una creciente pluralidad. Confundir el oportunismo
mediático con la oportunidad de la mediación, que se acrecienta con una mayor
libertad, equivaldría a arrojar al niño con el agua sucia del baño. El desatino
oportunista ha llevado, en todo caso, a insultar ayer a la FIFA por una sanción
excesiva y a proponer hoy internar al sancionado en un hospital psiquiátrico,
extremos tan disonantes entre sí, que no parece unirlos sino el afán de pautarse a sí
mismo.[8]
Quizás a modo de
ejemplo de un mal empleo del vacío mediático, pueda señalarse el lugar que
vino a ocupar la “garra charrúa”, como una suerte de moral del fútbol, en la
mayor parte del vacío interpretativo que abrió el mito mediático de Maracaná.
Nadie puede separar ya, incluso por el registro a distancia, la actuación
uruguaya de la transmisión de Solé, o incluso de las filmaciones hechas
entonces. Se trata de un mito que no sólo es mediático, como todo mito, por la
transmisión, sino que además es una transmisión de una transmisión. Quienes intervinieron directamente son sagrados, como ocurre con los personajes de todo mito, -ya que conviene recordar la condición “religiosa” del mito, o mejor
dicho, la condición mitológica de toda religiosidad, los demás contamos con un
mito de un mito (el relato de Solé o imágenes del partido). El vacío de esa
circunstancia revertida (David derrota a Goliath a domicilio), fue ocupada sin
embargo por el relato de una grandeza moral: la “garra charrúa”.
Esta calidad inmortal
no reside en una capacidad técnica o artística del fútbol –que las hay-, no
involucra a una figura prodigiosa del genio del balompié (Maradona o Pelé),
sino a una aptitud moral y psicológica: la capacidad de Obdulio Varela de
enfriar el partido, el temple de ir por la victoria pese a un estadio lleno en
contra, la voluntad que permitió remontar un resultado adverso.
Estas calidades son
todas, sin duda, parte significativa del acerbo idiosincrático uruguayo y se
expresan también deportivamente, pero conviene recordar que tras magras
actuaciones en cascada, el fútbol uruguayo terminó por apostar a la fuerza y la
brusquedad, difícilmente amigas de la calidad, pendiente que llevó a nuestro
deporte nacional a ser considerado, en ámbitos internacionales, “golpeador”. Este
sello no dejó de acompañar, en la memoria de los jueces de la FIFA –sin que
ello justifique la desmesura de la sanción contra Suárez, las recientes circunstancias, por más que
Tabárez haya hecho hincapié una y otra vez en haber borrado, al frente de nuestra
selección, aquel estigma que pesaba sobre los jugadores uruguayos.[9]
Conviene tras el gol en
contra que significó el improperio presidencial, comprender lo que supone,
puesto en perspectiva, un vacío mediático mal ocupado. Recientemente se
difundió nuevamente la filmación de la final del 50’. Si se la mira con otros
ojos, surge del registro, no sólo la gambeta inverosímil e imparable de Chiggia,
ante un marcador atónito y paralizado, sino el elogio del comentarista español
a la habilidad técnica de Míguez.[10]
¿Cuántas capacidades se han arruinado, en la educación deportiva y más allá, con
la unilateral atribución de la victoria de Maracaná a la “garra charrúa”?
Quizás cierta medida en
perspectiva la pueda proporcionar, respecto al desperdicio de nosotros mismos
que pasa por considerarnos habilitados tan sólo moralmente (por ejemplo, al
denunciar que la FIFA nos sanciona sin miramientos por una razón de tamaño), la
única versión diferente del Maracanazo que me tocó escuchar en mi vida.
Fue la siguiente:
“El equipo uruguayo del
50’ era un equipo de gran calidad. Contaba con muy buenos jugadores individuales. Se trataba de un gran
equipo y jugó muy bien”. No había en ese relato referencia a pierna fuerte ni a
condición psicológica y moral decisiva, sino ante todo a la capacidad y la
calidad, que por cierto no excluyen el temple, como es el caso de Suárez.
Ese relato del
Maracanazo lo oí, por primera y única vez, en Rio de Janeiro, por parte de un
carioca que había asistido a aquella final del 50’.
[1] “Suárez
prefiere no hacer declaraciones en Barcelona” El Observador (16/07/14)
http://www.elobservador.com.uy/noticia/283302/suarez-prefiere-no-hacer-declaraciones-en-barcelona/
[2] “El
innombrable” Montevideo Portal, http://www.futbol.com.uy/notdeportes_240185_1.html
[3] “Pelota al
medio” Montevideo Portal, http://www.futbol.com.uy/ucbrasil2014_238879_1.html
[4] Virilio, P.
(1996) El arte del motor, Manantial,
Buenos Aires, pp.43-44.
[5] Heidegger, M.
(1995) Caminos de bosque, Alianza,
Madrid, pp.86-87.
[6] El término
restauración se usa, en la terminología crítica, bajo dos modalidades. En un
sentido propio equivale a reinstalación de estructuras, en un sentido crítico,
que es el que reivindicamos aquí, retoma
irónicamente la denominación de un período sombrío para la democracia: la
Restauración monárquica en Europa tras la derrota de Napoleón Bonaparte.
[7] Baudrillard, J.
(1981) De la seducción, Cátedra,
Madrid, p.73.
[8] “Problemas
tenemos todos” Montevideo Portal http://www.futbol.com.uy/notdeportes_240431_1.html
[9] “Detrás del
éxito deportivo está el plan socio-deportivo de Tabárez” Subrayado (20/07/11) http://archive.today/YERL
[10] “A 64 años de
Maracaná, la gesta más grande de la historia” El Observador (16/07/14)
http://www.elobservador.com.uy/noticia/283301/a-64-anos-de-maracana-la-gesta-mas-grande-de-la-historia/