Renuncia,
regresión y reagrupamiento: contragobernar en 2013
1ª
quincena enero 2013
Renuncia.
El presidente mediático termina por quedar mediatizado –es decir, prisionero[1]-
de la propia mediatización -término que
significa también la incorporación a la regulación mediática[2]. La
substitución de la mediación presencial por la interfaz a distancia cuestiona
el criterio de la transformación histórica, que anclaba en la crítica de la
acción cumplida (“el análisis concreto de la situación concreta”[3]),
a partir de la propia subjetividad que asumía la responsabilidad del caso. La
disolución de la continuidad histórica del sujeto en la convergencia mediática
de la tecnología, precipita la renuncia a la teoría (la mirada que desplaza lo
inmediato) en un oscurantismo pragmático, que confunde la voluntad con el
destino.
La adecuación
pragmática del sentido también habilita, a partir de la calibrada perfección de
la designación adoptada, un recorrido de boomerang en reversa, que le replica al inefable “como te digo una
cosa te digo la otra” con el expiatorio “desde todos lados te dicen lo mismo”.
Mientras desde la oposición denuncian el zarandeo de la opinión presidencial,
incluso porque comparten su intencionalidad, desde el oficialismo llaman a
hacer oídos sordos a la volubilidad del gobierno, ante todo porque no le dan
crédito[4].
La fatalidad de una
irrenunciable renuncia, que se anuncia en este blog desde cierto tiempo atrás[5], obedece
al propósito presidencial de erigir el espíritu de unidad nacional a distancia, fundándolo en el abismo mediático de la tecnología. La declinación de candidatura
sectorial que se eleva desde el entorno presidencial, encierra bajo excusa de
entrega militante -ya desde las elecciones del 71’ por parte del Movimiento 26 de Marzo[6],
la cesión de derechos políticos al primer aparato de Estado con ínfulas de
soberano. Tal soberano, que ayer encarnaba un partido inspirado por la ciencia,
hoy queda en manos de la información gestionada por la tecnología.
En términos de una
transferencia de poderes de la historia a la máquina, la renuncia que antes se
ofrendaba a la fatalidad estratégica del mandato popular, ahora se pronuncia de
cara al tele-prompter (la pantalla
que apunta desde el frente de la cámara, el mismo texto que pronuncia un
locutor, en el curso de una emisión informativa) que dicta la última encuesta
de opinión (ver referencia de la nota 4). En los dos casos, la renuncia (presidencial por excelencia) se
pronuncia irrenunciable, porque antes de decidir singularmente (sin excelencia
ni presidencia) ya se abandonó en manos de la necesidad soberana de la
estructura (ayer “social” hoy “cognitiva”). El relato mediático hará lo demás,
bajo una versión tardía y medicalizada[7], desde
ya prevista en la agenda setting[8].
Regresión.
El crecimiento político de la izquierda uruguaya fue efecto de la extensión en
profundidad nacional de una diversidad de orientaciones ideológicas
(anarquista, socialdemócrata, bolchevique). Contrapuesta a esa raigambre
decimonónica de la reivindicación democrática, la ruptura paradigmática con la
modernidad, que adviene en la segundad mitad del siglo XX, no fue incorporada
ni a la lectura ortodoxa (tal como intentó hacerlo el eurocomunismo) ni al
nacionalismo cultural latinoamericano (tal como lo ha logrado la fusión indigenista
a partir del zapatismo). Las grandes vertientes de participación política que
se abren con la militancia antiimperialista de los 60’ y los movimientos
sociales de los 80’, fueron coaguladas a partir de la década siguiente por la matriz frenteamplista, doblemente
anclada en el fundamentalismo soviético de los frentes populares antifascistas y
en la jerarquía partidocrática de la cultura política uruguaya.
Imbuida de una defensa
racionalista del paradigma positivista y progresista, que se veía
universalmente cuestionado desde los 60’ y se descalabró con la disolución del
“socialismo real”, la izquierda perdió dialécticamente todas las discusiones.
Sin embargo, también ganó tendencialmente todas las elecciones, beneficiaria de
una inercia propia de la matriz izquierdista del batllismo. Una y otra vez
cuestionada desde los mismos partidos “históricos” que se veían,
particularmente en perspectiva electoral, víctimas de la máquina que habían
inventado, la memoria cultural progresista obró como fuente permanente de
energía política, a favor de una izquierda juiciosamente lerda en la
aproximación al gobierno. Una derecha que favoreció primero el golpe de Estado
y protegió más tarde a sus protagonistas, justificó el lento giro hacia la faz
superior del revés de la trama izquierdista, que comenzó a mostrarse como el
espejo mismo de la nostalgia batllista, una vez que el Frente Amplio llegó al
gobierno.
Hoy día el
vicepresidente frenteamplista sintetiza ese conglomerado imbuido de sensatez,
cuando celebra la salida económica que patrocinó el propio Sanguinetti[9]. Dispuesto
ante todo a pedalear en la bajada, aquel Papa batllista encuentra ahora un
émulo en el candidato natural del Frente Amplio a la presidencia, dispuesto a
su vez, a endosar el paternalismo financiero por encima de opciones inmaduras.
Desprovisto de todo
relato alternativo por su propia actuación ideológica, tras haber albergado bajo
la bandera del interés nacional la implantación globalista de Botnia, para
favorecer más tarde la regimentación de los funcionarios públicos en aras de
una fantasmal “reforma del Estado”, el Frente Amplio carece de convocatoria
movilizadora de sectores que escapen a los círculos involucrados en la
partidocracia. Representada ante todo por
el hundimiento electoral de las mayorías heteróclitas, pero también diversas, que
sumaba el MPP en las últimas internas frentistas, esta regresión habla a las
claras de un relato heroico descreditado por la propia posteridad que
reivindicaba.
Reagrupamiento.
Cierto
laudo que insiste en la fatalidad de la recuperación capitalista, auxiliado
contextualmente por una obsecuencia oligárquica de algunos subversivos de
antaño, quizás manifiesta, antes que una fatalidad de la claudicación
democrática, un apresuramiento crítico. Si se supone que la determinación
económica exige ante todo un objeto ostensible y conmensurable, entonces
siempre vamos a encontrar “capitalismo” donde podamos observar la “mejorvalía”
que ya analizaba Sismondi[10]. Sin
embargo, hoy la acumulación económica no se dirime en razón directamente
proporcional a la propiedad jurídica del capital, sino a las condiciones
idiosincráticas de la cohesión productiva y tecnológica –tal como lo ha
demostrado el contexto asiático desde el “milagro japonés” en adelante.
Es decir, tal
objetividad no mide sino efectos de una disciplina social, que proviene ante
todo de configuraciones antropológicas y sedimentaciones culturales. Por lo
tanto, donde se constata una “fatalidad objetiva de la recuperación
capitalista” quizás no se registra sino el desglose corpóreo de un “sí mismo”,
diferenciado a partir de la propia actividad, tal como la analizara Foucault al
entenderla como “una actividad extensa, una red de obligaciones y servicios
para el alma”[11].
¿No se ha señalado desde Weber en adelante que el desarrollo capitalista encuentra
como principal promotor histórico el ascetismo protestante[12]?
Si algo caracteriza al espíritu cristiano, es su afinidad con la materia
terrenal (misterio de la encarnación mediante, sobre todo, “mediante” en el
sentido de la mediación, prosaicamente encarnada
por el valor de cambio).
Colegir de la ambición
estatal que cunde entre algunos que ayer arrostraron el sacrificio personal,
una fatal seducción del más obvio de los
poderes públicos, es confundir los lugares con las inscripciones. Desde la
movilización multitudinaria y relativamente súbita contra la dominación
totalitaria que anunciaba el pachequismo, el camino recorrido se encuentra jalonado
por una suma de pasos que desacreditaron sucesivamente los propios fundamentos del
poder de Estado. ¿Alguien propondría
hoy, como cundía en los 60’, “tomar el poder” por una vía de asalto, para
instalar desde allí un porvenir democrático venturoso? Por más que algunos sigan
fantaseando con un desenlace irreversible y trascendente, encabezado por una
vanguardia esclarecida (es decir “la transformación histórica”), la proyección
venturosa que se vinculaba a un aparato de Estado (a “transformar”) dejó de
formar parte de las descripciones verosímiles del acontecer público.
Esta inverosimilitud no proviene de un
“fracaso de experiencias” o de “errores estratégicos” –sintetizados en el
episodio de “la caída del muro”, sino de la cuestión democrática entendida a partir
de las redes sociales y la tecnología mediática, incompatible bajo esas pautas
con una versión soberana del poder público. En el marco de una diáspora de desvinculaciones
–iniciada con múltiples secuencias a partir de los 70’, el MLN quedó reducido a
una expresión subsidiaria dentro de la izquierda. Ante un debacle que
comportaba la desaparición política, la
supina ambición de ocupar cargos gubernamentales ofrece un oportuno placebo de
designios juveniles, más ambiciosos en su momento, pero crudamente vacuos de
contenido crítico en el presente.
Antes que caer en el
fatalismo de una objetividad perogrullesca, que sólo conforta al determinismo
economicista, o abordar desde el plano moral una claudicación política, que
trasunta ante todo obsolescencia ideológica, conviene reseñar un legado que
recoge el presente. Desde la crisis del modelo batllista, que hoy se intenta
recomponer desde el sistema de partidos, la colectividad uruguaya registra tres
grandes desplazamientos de las conductas sociales y de las perspectivas
ideológicas.
El primero traduce la
ambivalencia de una “democracia legal” contrapuesta a la subversión armada y
clandestina, que justificándose en la “defensa de las instituciones”, abrió una
senda de incorporación estratégica al bloque occidental, en el contexto de la
Guerra Fría. La experiencia totalitaria del Uruguay, cristalizada por encima de
una mera dictadura de estamentos, removió
un sustento de las libertades que no se transparenta en el cristal de las formas
jurídicas, sino que acontece –mal que le pese a todos los formalismos- al borde
de cualquier representación.
El segundo episodio mayor de la experiencia
pública corresponde al surgimiento de los movimientos sociales, hacia el fin
del período del gobierno totalitario de seguridad nacional, afiliado a la
hegemonía estadounidense. Estos movimientos expresan el anclaje de la actividad
democrática en un haz de singularidades públicas, que por contraposición al
monolitismo de las “visiones del mundo”, no pretenden unificarse en un punto finalista
del destino histórico (a la manera de “el socialismo” o “el comunismo”). La
diversidad de los movimientos sociales señala la inversión de la flecha
vectorial de la organización pública democrática, que toma el sentido del
terreno idiosincrático, irreductible a la “violencia metafísica” que infunde un
criterio soberano de la unidad social[13].
Desde inicios de la
última década, la organización en redes virtuales, denota un criterio de
vinculación que escapa a la territorialidad geográfica y configura
colectividades a distancia. En cuanto la situación social deja de ser una
determinación clave del vínculo público, la confluencia adopta la vía de la afinidad
idiosincrática. La índole comunitaria proviene del vínculo establecido antes que
de la base de subsistencia, tanto en el sentido de un espectro de elecciones
compartidas, como en el sentido de la índole “inmaterial” de la participación.
La condición democrática llega a ser entendida como un efecto de la
intervención virtual, que apunta hacia un mismo terreno de elección en razón de
una convocatoria compartida.
Contragobernar
en 2013. El sistema de gobierno actual, patéticamente replicado
desde el Estado, se sostiene en los medios de información y comunicación, a
través de la mediación tecnológica de la sociedad. Ya forma parte del acerbo tradicional
del saber político que “dos minutos en la televisión valen más que dos horas en
el parlamento”. Reiteradamente hemos traído a colación en este blog la
convicción presidencial, al inicio de un segundo mandato: “Sanguinetti cree que
los medios son más “fuertes” que los estados y los gobernantes”[14].
El delgado hilo de la
zafra electoral que une a los políticos profesionales con los medios de
comunicación y las empresas de medición pública transita por un itsmo que
episódicamente se angosta sin cesar. Periódicamente, la marea mediática relega al
sistema político en una isla separada del continente público, que pugna por
ganar la orilla de una racionalidad del rating, que prospera a espaldas y
frecuentemente en desmedro de toda proyección ideológica (por ejemplo, a través
del segmento informativo seguridad/violencia/drogadicción).
Por consiguiente, el
paso de la opinión a la movilización se hace cada vez más frecuente y
ocasional, depende relativamente menos, a cada giro de coyuntura, de la
regulación ideológica y partidaria. Esto supone que otra índole de regulación,
concernida ante todo por la opinión pública y su movilización de impacto sobre
las asociaciones ciudadanas, gana significativamente terreno a cada paso.
Sería un error entender
que esa configuración virtual de la existencia pública prescinde de las
comunidades cristalizadas idiosincráticamente. Tanto como sería un error
entender que la parafernalia artefactual es el plano articulador de las coyunturas
ciudadanas. Pero sí es necesario observar que la regulación mediática del
presente se activa allí donde la relación presencial es substituida por el
vínculo a distancia y donde el soporte discursivo de la institucionalidad deja
paso a la sinergia gregaria de la interfaz.
Conviene por lo tanto
aprender de experiencias diferenciadas. El conflicto desatado en torno a la
instalación de Botnia se desplegó estratégicamente en el campo de la opinión
pública. En tanto primó la diferenciación con la Argentina, en un terreno de la
problemática social (la promesa de inversión extranjera directa en un contexto
de pauperización generalizada) poco transitado en el país, la partida mediática
fue ampliamente ganada por la conjunción de la “amenaza argentina” con la
promesa de inversión directa transnacional.
Sin embargo, en el caso
de la propuesta de instalación de un Tratado de Libre Comercio con EEUU, la
profundidad histórica del registro contrario al vínculo con la potencia
imperial primó en la opinión pública, en sentido contrario al designio
gubernamental. Esta instrucción incorporada por la memoria política ganó la
partida, pese a que se enfrentaba al mismo proyecto estratégico que sostenía al
“proyecto agroforestal”. De esta manera, la movilización pública liderada por
la central obrera con el “coro” de una
pluralidad de asociaciones y colectivos sumados, determinó una amplia
movilización que echó por tierra un proyecto que contaba en el gobierno, sin
embargo, con un convicción similar a la culminó con la instalación de Botnia.
¿Qué significa entonces
“contragobernar”? Significa que la disyuntiva entre la destitución del poder de
Estado –desmontado por Foucault a partir
de la explicación del dispositivo panóptico- y la imperiosa necesidad de ganar
injerencia en la gestión pública, no pasa por la contraposición entre una
pulsión de movilización y una
incorporación administrativa a la gestión estatal[15]. En
cuanto la “campaña electoral permanente” -que desarrollan combinadamente los
medios de comunicación y las encuestadoras de opinión- deja al sistema político
a merced de una multitud promovida y solicitada con rango de soberanía,
Leviatán tiende a incorporarse desde la propia anatomía mediática de la opinión
pública. Esta transferencia de la fuente de la soberanía trastoca la economía
del poder público, porque coarta la noción unitaria de la emanación, es decir
la noción de la inmanencia como efecto de un principio, supérstite o
fundamental, que sólo Spinoza desplegó como efecto corpóreo sucedáneo al poder[16].
Conviene prestar
atención al afán parlamentario de establecer canales de televisión propios para
entender, por esa vía aparentemente paradójica de una soberanía que gobierna
por tecnología interpuesta, como la opinión pública en tanto asamblea a distancia configura, en clave de redes y medios, el elemento medular del poder.
Esta configuración no
es espontánea ni advenediza, e incluso se enfrenta al control de los sistemas
de comunicación (la gran prensa, la publicidad mercadotécnica, las “industrias
culturales”), otros tantos comisarios políticos de la tecnología. Pero puede
sin duda afirmarse que el campo mediático ofrece, por el mismo carácter
estratégico que representa para los poderes del presente –incluso por la
diseminación artefactual a la que propende una tecnología presidida por la
información, un terreno en el que la intervención democrática puede retroalimentarse
de la necesidad de su adversario, e incluso por vía de consecuencia, llevarlo a
retroceder puntualmente en cuestiones estratégicas. Hoy debemos avizorar un Uruguay
de mega-empresas, pero no un Uruguay-Estado-Asociado, vía TLC, a los Estados
Unidos. El desafío del contragobierno queda planteado, sobre un terreno que los
poderes no logran ocupar sin concitar una incidencia mediática de la ciudadanía.
[1] “Mediatizar” (y
“mediatización” por extensión) RAE http://lema.rae.es/drae/?val=mediatizar
[2] Igarza, R.
(2008) Nuevos medios, La Crujía,
Buenos Aires, p.135.
[3] Lenin, citado
por Mao Zedong en La Contradicción, p.8
http://www.matxingunea.org/media/pdf/mao_tesis_filosoficas_la_contradiccion.pdf
[4] “Vamo’ a hacer
ese” Montevideo Portal (28/12/12) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_188465_1.html
[5] Viscardi, R.
“Mujica contra la filosofía: la desobediencia civil presidencial” en Tiempo de Crítica (Rev. Caras y Caretas)
16/11/12, p.13 http://ricardoviscardi.blogspot.com/2011/06/mujica-contra-la-filosofia-la_7065.html
[6] Vadell, A. “La
senda está trazada, pero se confundió el camino” Mate Amargo, http://www.mateamargo.org.uy/index.php?pagina=notas&seccion=la_ronda_del_mate¬a=228&columnista=12&edicion=10
[7] “Presidencia
Compulsiva” Montevideo Portal
(12/12/12) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_186930_1.html
[8] Anticipación
programada periodísticamente de la actualidad futura.
[9] “Qué cuadro,
Julio” Montevideo Portal (06/12/12) http://www.montevideo.com.uy/nottiempolibre_186446_1.html
[10] Piazza, G.
“Sismondi” (consultar el subtítulo “Fuente del marxismo”) en Zona Económica http://www.zonaeconomica.com/sismondi
[11] Foucault, M.
(1990) Tecnologías del yo, Paidós,
Barcelona, p.61.
[12]
Op.cit.pp.46-47.
[13] Vattimo, G. (2009)
“El final de la filosofía en la edad de la democracia” en Ontología del Declinar, Biblos, Buenos Aires, p.259.
[14] Pereyra, G. “Sanguinetti
cree que los medios son más “fuertes” que los estados y los gobernantes” Búsqueda (14/09/95) p.10.
[15] Ver la “crítica” de Zizek en Roca Jusmet, L. “La
democracia como emancipación” en Tiempo
de Crítica (Rev. Caras y Caretas) (14/12/12) p.14.
[16] Spinoza, B.
(2000) Tratado de la reforma del
entendimiento, elaleph.com, pp.64-65 http://www.elaleph.com/libro/Tratado-de-la-reforma-del-entendimiento-de-Spinoza/440534/