11.6.15

 “Los monumentos nos unen, las movilizaciones nos separan”:* abulonar la institucionalidad


1a quincena, junio 2015



La estatuaria derribada del “realismo socialista” se convertía, en momentos de la disolución del bloque soviético, en la metáfora de todo aquello derrumbado por su propio peso. Este blog planteaba recientemente otra significación que provenía del mismo contexto histórico, para ilustrar los males actuales del sistema político uruguayo: “La insoportable levedad del grado cero de la ideología”.1 Las dos estampas se complementan en la inviabilidad de todo sistema que pretenda validarse a sí mismo: tanto se derrumba por su propio peso como oprime toda lucidez. La mole derribada y el sentido abulonado alternan bajo una misma alternativa. Esa alternativa es la de un orden justificado por la propia organicidad que promulga (es decir, la acepción moderna de representación). Mujica no hace sino invertir la caída de los monumentos soviéticos con una democracia manuscrita, por un decreto firmado a hurtadillas del propio Estado que lo decretaba. Tal secreto de palacio puso condigno fin a un mandato refundado por la dudosa vía de la demagogia mediática (perfeccionada por un aparato de medios que no fue necesario sostener desde el Estado -como en el sovietismo, porque configuraba el propio estado de excepción desde la emisión programada de la representación).2

Tal gestualidad furtiva del primer mandatario no sólo esquivó miradas incómodas, sino quizás ante todo, aquel esquive sin el cual ninguna representación logra, según Foucault,3 decirse cumplida sin que la habilite un sesgo o un resto. Ante todo en cuanto cualquier documento puede convertirse en monumento,4 no sólo vía decreto presidencial, sino en mayor medida, por la vía de la restitución del contexto donde una textualidad gana relieve propio. Mujica pretendió decretar la monumentalidad del bien político bajo un mismo bloque, fundido en metal de armas enemigas, quizás menos por ignorancia de Foucault que para ignorar que nadie se mira, de sí mismo, en la propia mirada. Del metal fundido al monumento queda un trecho, por más que pretenda salvarlo el hecho de un decreto, sobre todo si en tal decreto luce, desde el contexto, el monumento a la prepotencia de un mandatario.5

En múltiples análisis se vincula esa demasía a los desplantes declarativos del ex-(del propio Mujica) y actual (de Vázquez) ministro de Defensa, según una procedencia histórica que los uniría en el horizonte de la tradición: la condición tupamara. Sin embargo, es en este punto parabólico del origen común donde la discordia surge como el común denominador de las declaraciones de parte: en nada coinciden quienes declaran como tupamaros y quienes analizan bajo ese rasero político al dúo prepotente. Cabe entonces preguntarse porqué los que testimonian disienten de los que analizan. Sobre todo porque los que analizan no explican a título de qué mérito diferenciador mantienen, el ex-presidente o el actual ministro, una pertenencia a la misma organización que según se sabe, se encuentra en trance de desaparición.

¿Porqué la palabra de Mujica o Fernández Huidobro debiera ser considerada “más tupamara” que la de Manera (que guarda significativo silencio), que la de Marenales (que los condena),6 que la de Zabalza (que los imputa), o que la de Blixen (ídem)?7 ¿Acaso es siquiera razonable desdeñar la denuncia reiterada por parte de ex-tupamaros menos renombrados, pero igualmente miembros de aquella colectividad histórica, acerca de lo que significa a texto expreso el Frente Grande propuesto por Sendic?8 ¿Qué sentido hubiera podido tener que el líder tupamaro propusiera un Frente Grande 20 años después de creado el Frente Amplio, como no fuera trascender al Frente Amplio?

El monumento guerrillero-militar que procura abulonarse por decreto parece destinado a restañar la representatividad esclerosada del Estado-nación, porque forma parte de una misma saga restauradora con otros superhéroes de la misma organicidad, que no dejan de disputarle ni el laurel ni la legitimidad, en una misma perspectiva de cohesión estatal. La diferencia entre la vigencia tupamara en su momento, el arrepentimiento tupamplista9 de hoy y otros tantos héroes de las instituciones, estriba en que aquella vigencia se legitimó en una sublevación contra la legalidad estatal, que no correspondía ya por entonces a la legitimidad democrática. Las convulsiones declarativas en que se debaten Jorge Batlle10 y Sanguinetti11 cuando se decreta la investigación de las desapariciones a partir de 1968 no son más sorpresivas, para esa lectura de la violencia institucional, que el tumulto de voces que se levanta para imputar a un mismo pasado “tupamaro” el desplante de monumento que suscriben Mujica y Fernández Huidobro.12 Esas dos reacciones forman parte, por igual, de una misma lectura animada por el arrojo de la obviedad: la democracia supone instituciones.

Desde que se produce tal identificación, el problema pasa a ser saber qué son las instituciones. Quizás se entienda por tales “institucionas democráticas” un parlamento votando la “Ley de Estado de Guerra Interno” en 1972, cuya memoria complace a Jorge Batlle como auspicio de una victoria militar pre-dictatorial, o la caja fuerte en que un general supuestamente subordinado a Sanguinetti escondió una decisión que debía obedecer, o la vigencia de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, que contra toda justicia posible sigue campeando entre nosotros, o el monumento que Mujica decreta contra el sentimiento de los que supuestamente homenajea. Si la institucionalidad es todo eso, también es la democracia en un sentido perforado, que no deja sin embargo de lucir en tantos otros lugares que la habilitan, en cuanto desde que es “biopolítica” (para decirlo otra vez con Foucault), la democracia no puede ser meramente institucional. No fue institucional aquella sublevación contra el pachequismo y el Estado de excepción que instalaba, pero fue democrática.

La “heroicidad” en perspectiva literaria que evocaba Fernández Huidobro al celebrar, en la victoria electoral tupamplista, una saga que “ni Ray Bradbury” hubiera imaginado, tiene como epígonos críticos a muchos que hoy vituperan al ministro de Defensa. Este guerrillero devenido ministro como síntoma de un leninismo post-soviético, representa una heroicidad de aparato de Estado, que no necesita por cierto, lucir como tal con las armas en la mano, sino tan sólo exhibirlas en manos del propio Estado.

En verdad el panteón institucionalista no sólo alberga al héroe post-leninista bajo manto de guerrillero arrepentido y exitoso en el arribismo, sino también al héroe desarmado, al héroe-país y al héroe-generación.

El héroe desarmado: ofuscados por los desplantes de Mujica y su ex-ministro, algunos nos dicen que acá no hubo héroes con las armas en la mano, sino que los héroes fueron propiamente quienes, desarmados, se convirtieron en baluartes de la resistencia. Desde ese punto de vista, toda acción que hubiera enfrentado directa o indirectamente a la dictadura revistiría carácter heroico y vaya si las hubo. Sin duda campeó en el Uruguay, incluso una heroicidad multitudinaria: en los sindicalistas encarcelados en cuarteles durante el pachecato, durante la huelga general contra la dictadura, en millares de gestos que al límite de la propia vida, defendieron a tantos perseguidos, en la resistencia en el último tramo de la dictadura, donde también hubo víctimas. Pero llegados a este punto del razonamiento, no se entiende porqué esa heroicidad multitudinaria, histórica en nuestro país, debiera contraponerse a quienes empuñaron las armas contra los Batlle, los Sanguinetti, los Lacalle. ¿O esta reivindicación de la “heroicidad desarmada” esconde quizás, un atisbo de razonamiento según el cual el enfrentamiento militar condujo al pachequismo? ¿No estaba aislado el comisario Otero en la hipótesis de un grupo guerrillero preparando un levantamiento armado? ¿Cómo se articula esa soledad de Otero con la revuelta que enciende una pradera en llamas tras “el gabinete de ministros” que instala Pacheco en junio de 1968, que lleva a su vez, sólo entonces, al ingreso de los tupamaros como actores de primera línea en el escenario nacional y al crecimiento que luego ostentaron como consecuencia? ¿Qué decir del contexto regional, del golpe en el Brasil en 1964 y desde entonces la preparación antiguerrillera de los militares uruguayos en la “Escuela de las Américas”? Reivindicar por contraposición a quienes empuñaron las armas, un héroe desarmado en cada resistente significa ingresar, quizás por la puerta trasera, en la teoría de los dos demonios.

El héroe-país: idéntica demonización luce en el argumento arqueo-uruguayista de un “país pacífico” que “gozaba de una democracia saludable”, donde militares y tupamaros vinieron a inocular, en dosis igualmente letales, el virus del “violentismo”. Quienes aducen esas calidades idiosincráticas de la nación parecen mirar muy lejos, cuando en realidad sufren de una severa reducción en profundidad del campo de visión. Cabría recordarles que se encuentra en cartelera, por la Comedia Nacional, “La Tierra Purpúrea”, la novela de Hudson a la que refería frecuentemente don Carlos Quijano en los editoriales de Marcha, precisamente en los estertores del “país batllista”. Un país social cuyo apacible paisaje histórico fue en buena parte, aunque no exclusivamente, inspirado por Don José Batlle y Ordóñez, que supo luchar con las armas en la mano cuando integraba un grupo de jóvenes principistas. Una cosa es la necesidad que lleva a la tolerancia, incluso como lúcida opción estratégica de un político o un estadista, otra es la idiosincracia arraigada en un pueblo que nació “tierrra de nadie” (entre indios, criollos, contrabandistas e invasores) y luchó desde sus inicios por hacerse un lugar bajo el sol, siempre con las armas en la mano. Aún el propio Batlle y Ordóñez recurrió en su momento al instituto del duelo por razones políticas !!

El héroe-generación: finalmente hay quienes nos dicen que aquellos enfrentamientos de los 60' e inicios de los 70' no fueron sino un ensayo, menor y deslucido, de lo que empezó verdaderamente en los 80' y nos trae, quizás como primicia de un futuro venturoso, una curiosa formalización institucional, “agenda de derechos” mediante. Hay alguna gente que anda empecinada en hacer cundir que la historia uruguaya comenzó en 1983. Los movimientos sociales son post-dictadura. Foucault lo leímos mucho después (incluso después de muerto). Les recomendamos leer a Ibero Gutiérrez.

Agamben sostiene que las tinieblas del presente nos mueven a buscar en el pasado una luz de comprensión contemporánea.13 Esa afirmación suena extraña desde un punto de vista histórico, porque denuncia que no se descubre sino lo que encubre una mirada previa. La disputa acerca de la democracia pre- y post- crisis de la institucionalidad batllista encubre que ninguno de los polemistas logró trascender la versión, nostálgica y bienpensante, que cunde entre un grupo de guerrilleros arrepentidos, que tienen en Mujica y Fernández Huidobro tan sólo la faz mediática. Ni siquiera aquellos que necesitan justificar la desviación representativa que traducen los movimientos y las redes, agregándole a “democracia” el vetusto adjetivo “nueva”. Desde una oscuridad de contragobierno podría afirmarse que el levantamiento ante la opresión en ciernes aporta, desde el fin de los 60', uno de los capítulos que estampa, entre presente y pasado, la transgresión contemporánea de la moralina institucional.



* El título revierte la frase fundacional del MLN-Tupamaros: "Los hechos nos unen, las palabras nos separan".

1Ver en este blog “La insoportable levedad del grado cero de la ideología” http://ricardoviscardi.blogspot.com/2015/03/lainsoportable-levedad-del-grado-cero_10.html
2Ver el capítulo “El golpe de Estado informacional”, en Virilio, P. (1996) El arte del motor, Manantial, Buenos Aires.
3Foucault, M. (1968) Las palabras y las cosas, Siglo XXI, Argentina, p.13 y sig.
4Foucault, M. (1970) La arqueología del saber, Siglo XXI, Argentina, pp.10-11.
5“Otro capítulo de mi cuñado” Montevideo Portal (26/05/15) http://www.montevideo.com.uy/auc.aspx?272273
6Ver al respecto en este blog “Dios y el diablo en la tierra del voto: “el día después” del Estado-orga” http://ricardoviscardi.blogspot.com/2015/05/diosy-el-diablo-en-la-tierra-del-voto_24.html
7Blixen, S. “La metamorfosis” Brecha (28/05/15) http://brecha.com.uy/la-metamorfosis-2/
8Carbajales, G. “Proclama de varios colectivos a 26 años de la muerte de “El Bebe” Sendic” La Red21 (20/04/15) http://www.lr21.com.uy/enredados/1229838-proclama-de-varios-colectivos-a-26-anos-de-la-muerte-de-el-bebe-sendic
9El término “tupamplista” se explica en la actualización de la este blog “Dios y el Diablo en la tierra del voto: “el día después del Estado-Orga” http://ricardoviscardi.blogspot.com/2015/05/diosy-el-diablo-en-la-tierra-del-voto_24.html
10“Un escenario al menos complicado dio el inicio” La Prensa (10/06/15) http://www.laprensa.com.uy/index.php/editorial/70349-un-escenario-al-menos-complicado-dio-el-inicio
11“Expresidente Sanguinetti acusa a Vázquez de instalar un “relato kirchnerista” eldiario.es(28/05/15) http://www.eldiario.es/sociedad/Expresidente-Sanguinetti-Vazquez-instalar-kirchnerista_0_393011767.html  
12Nieto, L. “El abogado de Leviatán” Voces (04/06/15) p.4.
13Agamben, G. (2008) Qu'est-ce que le contemporain?, Payot, Paris, pp.39-40.