“Los
monumentos nos unen, las movilizaciones nos separan”:* abulonar la
institucionalidad
1a
quincena, junio 2015
La
estatuaria derribada del “realismo socialista” se convertía, en
momentos de la disolución del bloque soviético, en la metáfora de
todo aquello derrumbado por su propio peso. Este blog planteaba recientemente otra significación que provenía del mismo contexto
histórico, para ilustrar los males actuales del sistema político
uruguayo: “La insoportable levedad del grado cero de la
ideología”.1
Las dos estampas se complementan en la inviabilidad de todo sistema
que pretenda validarse a sí mismo: tanto se derrumba por su propio
peso como oprime toda lucidez. La mole derribada y el sentido
abulonado alternan bajo una misma alternativa. Esa alternativa es la
de un orden justificado por la propia organicidad que promulga (es
decir, la acepción moderna de representación). Mujica no hace sino
invertir la caída de los monumentos soviéticos con una democracia manuscrita, por un decreto firmado a hurtadillas del propio Estado que
lo decretaba. Tal secreto de palacio puso condigno fin a un mandato
refundado por la dudosa vía de la demagogia mediática
(perfeccionada por un aparato de medios que no fue necesario
sostener desde el Estado -como en el sovietismo, porque configuraba
el propio estado de excepción desde la emisión programada de la
representación).2
Tal
gestualidad furtiva del primer mandatario no sólo esquivó miradas
incómodas, sino quizás ante todo, aquel esquive sin el cual ninguna
representación logra, según Foucault,3
decirse cumplida sin que la habilite un sesgo o un resto. Ante todo
en cuanto cualquier documento puede convertirse en monumento,4
no sólo vía decreto presidencial, sino en mayor medida, por la vía de la
restitución del contexto donde una textualidad gana relieve
propio. Mujica pretendió decretar la monumentalidad del bien
político bajo un mismo bloque, fundido en metal de armas enemigas,
quizás menos por ignorancia de Foucault que para ignorar que nadie
se mira, de sí mismo, en la propia mirada. Del metal fundido al
monumento queda un trecho, por más que pretenda salvarlo el hecho de
un decreto, sobre todo si en tal decreto luce, desde el contexto, el
monumento a la prepotencia de un mandatario.5
En
múltiples análisis se vincula esa demasía a los desplantes
declarativos del ex-(del propio Mujica) y actual (de Vázquez)
ministro de Defensa, según una procedencia histórica que los uniría
en el horizonte de la tradición: la condición tupamara. Sin
embargo, es en este punto parabólico del origen común donde la
discordia surge como el común denominador de las declaraciones de
parte: en nada coinciden quienes declaran como tupamaros y quienes
analizan bajo ese rasero político al dúo prepotente. Cabe entonces
preguntarse porqué los que testimonian disienten de los que
analizan. Sobre todo porque los que analizan no explican a título de
qué mérito diferenciador mantienen, el ex-presidente o el actual
ministro, una pertenencia a la misma organización que según se
sabe, se encuentra en trance de desaparición.
¿Porqué
la palabra de Mujica o Fernández Huidobro debiera ser considerada
“más tupamara” que la de Manera (que guarda significativo
silencio), que la de Marenales (que los condena),6
que la de Zabalza (que los imputa), o que la de Blixen (ídem)?7
¿Acaso es siquiera razonable desdeñar la denuncia reiterada por
parte de ex-tupamaros menos renombrados, pero igualmente miembros de
aquella colectividad histórica, acerca de lo que significa a texto
expreso el Frente Grande propuesto por Sendic?8
¿Qué sentido hubiera podido tener que el líder tupamaro propusiera
un Frente Grande 20 años después de creado el Frente Amplio, como
no fuera trascender al Frente Amplio?
El
monumento guerrillero-militar que procura abulonarse por decreto
parece destinado a restañar la representatividad esclerosada del
Estado-nación, porque forma parte de una misma saga restauradora con
otros superhéroes de la misma organicidad, que no dejan de
disputarle ni el laurel ni la legitimidad, en una misma perspectiva
de cohesión estatal. La diferencia entre la vigencia tupamara en su
momento, el arrepentimiento tupamplista9
de hoy y otros tantos héroes de las instituciones, estriba en que
aquella vigencia se legitimó en una sublevación contra la legalidad
estatal, que no correspondía ya por entonces a la legitimidad
democrática. Las convulsiones
declarativas en que se debaten Jorge Batlle10
y Sanguinetti11
cuando se decreta la investigación de las desapariciones a partir de
1968 no son más sorpresivas, para esa lectura de la violencia institucional, que el tumulto de voces que se levanta para imputar a un mismo pasado “tupamaro” el desplante de monumento que suscriben Mujica y Fernández
Huidobro.12 Esas dos reacciones forman parte, por igual, de una misma lectura animada
por el arrojo de la obviedad: la democracia supone instituciones.
Desde
que se produce tal identificación, el problema pasa a ser saber qué
son las instituciones. Quizás se entienda por tales “institucionas
democráticas” un parlamento votando la “Ley de Estado de Guerra
Interno” en 1972, cuya memoria complace a Jorge Batlle como
auspicio de una victoria militar pre-dictatorial, o la caja fuerte en
que un general supuestamente subordinado a Sanguinetti escondió una
decisión que debía obedecer, o la vigencia de la Ley de Caducidad
de la Pretensión Punitiva del Estado, que contra toda justicia
posible sigue campeando entre nosotros, o el monumento que Mujica
decreta contra el sentimiento de los que supuestamente homenajea. Si
la institucionalidad es todo eso, también es la democracia en un
sentido perforado, que no deja sin embargo de lucir en tantos otros
lugares que la habilitan, en cuanto desde que es “biopolítica”
(para decirlo otra vez con Foucault), la democracia no puede ser
meramente institucional. No fue institucional aquella sublevación
contra el pachequismo y el Estado de excepción que instalaba, pero
fue democrática.
La
“heroicidad” en perspectiva literaria que evocaba Fernández
Huidobro al celebrar, en la victoria electoral tupamplista, una saga
que “ni Ray Bradbury” hubiera imaginado, tiene como epígonos
críticos a muchos que hoy vituperan al ministro de Defensa. Este
guerrillero devenido ministro como síntoma de un leninismo
post-soviético, representa una heroicidad de aparato de Estado, que
no necesita por cierto, lucir como tal con las armas en la mano, sino
tan sólo exhibirlas en manos del propio Estado.
En
verdad el panteón institucionalista no sólo alberga al héroe
post-leninista bajo manto de guerrillero arrepentido y exitoso en el
arribismo, sino también al héroe desarmado, al héroe-país y al
héroe-generación.
El
héroe desarmado: ofuscados por los desplantes de Mujica y su
ex-ministro, algunos nos dicen que acá no hubo héroes con las armas
en la mano, sino que los héroes fueron propiamente quienes,
desarmados, se convirtieron en baluartes de la resistencia. Desde ese
punto de vista, toda acción que hubiera enfrentado directa o
indirectamente a la dictadura revistiría carácter heroico y vaya si
las hubo. Sin duda campeó en el Uruguay, incluso una heroicidad
multitudinaria: en los sindicalistas encarcelados en cuarteles
durante el pachecato, durante la huelga general contra la dictadura,
en millares de gestos que al límite de la propia vida, defendieron a
tantos perseguidos, en la resistencia en el último tramo de la
dictadura, donde también hubo víctimas. Pero llegados a este punto
del razonamiento, no se entiende porqué esa heroicidad
multitudinaria, histórica en nuestro país, debiera contraponerse a
quienes empuñaron las armas contra los Batlle, los Sanguinetti, los
Lacalle. ¿O esta reivindicación de la “heroicidad desarmada”
esconde quizás, un atisbo de razonamiento según el cual el
enfrentamiento militar condujo al pachequismo? ¿No estaba aislado el
comisario Otero en la hipótesis de un grupo guerrillero preparando
un levantamiento armado? ¿Cómo se articula esa soledad de Otero
con la revuelta que enciende una pradera en llamas tras “el
gabinete de ministros” que instala Pacheco en junio de 1968, que
lleva a su vez, sólo entonces, al ingreso de los tupamaros como
actores de primera línea en el escenario nacional y al crecimiento
que luego ostentaron como consecuencia? ¿Qué decir del contexto
regional, del golpe en el Brasil en 1964 y desde entonces la
preparación antiguerrillera de los militares uruguayos en la
“Escuela de las Américas”? Reivindicar por contraposición a
quienes empuñaron las armas, un héroe desarmado en cada resistente
significa ingresar, quizás por la puerta trasera, en la teoría de
los dos demonios.
El
héroe-país: idéntica demonización luce en el argumento
arqueo-uruguayista de un “país pacífico” que “gozaba de
una democracia saludable”, donde militares y tupamaros
vinieron a inocular, en dosis igualmente letales, el virus del
“violentismo”. Quienes aducen esas calidades idiosincráticas de
la nación parecen mirar muy lejos, cuando en realidad sufren de una
severa reducción en profundidad del campo de visión. Cabría
recordarles que se encuentra en cartelera, por la Comedia Nacional,
“La Tierra Purpúrea”, la novela de Hudson a la que refería
frecuentemente don Carlos Quijano en los editoriales de Marcha,
precisamente en los estertores del “país batllista”. Un país
social cuyo apacible paisaje histórico fue en buena parte, aunque no
exclusivamente, inspirado por Don José Batlle y Ordóñez, que supo
luchar con las armas en la mano cuando integraba un grupo de jóvenes
principistas. Una cosa es la necesidad que lleva a la tolerancia,
incluso como lúcida opción estratégica de un político o un
estadista, otra es la idiosincracia arraigada en un pueblo que nació
“tierrra de nadie” (entre indios, criollos, contrabandistas e
invasores) y luchó desde sus inicios por hacerse un lugar bajo el
sol, siempre con las armas en la mano. Aún el propio Batlle y
Ordóñez recurrió en su momento al instituto del duelo por razones
políticas !!
El
héroe-generación: finalmente hay quienes nos dicen que aquellos
enfrentamientos de los 60' e inicios de los 70' no fueron sino un
ensayo, menor y deslucido, de lo que empezó verdaderamente en los
80' y nos trae, quizás como primicia de un futuro venturoso, una
curiosa formalización institucional, “agenda de derechos”
mediante. Hay alguna gente que anda empecinada en hacer cundir que
la historia uruguaya comenzó en 1983. Los movimientos sociales son
post-dictadura. Foucault lo leímos mucho después (incluso después
de muerto). Les recomendamos leer a Ibero Gutiérrez.
Agamben
sostiene que las tinieblas del presente nos mueven a buscar en el
pasado una luz de comprensión contemporánea.13
Esa afirmación suena extraña desde un punto de vista histórico,
porque denuncia que no se descubre sino lo que encubre una mirada
previa. La disputa acerca de la democracia pre- y post- crisis de la
institucionalidad batllista encubre que ninguno de los polemistas
logró trascender la versión, nostálgica y bienpensante, que cunde
entre un grupo de guerrilleros arrepentidos, que tienen en Mujica y
Fernández Huidobro tan sólo la faz mediática. Ni siquiera aquellos
que necesitan justificar la desviación representativa que traducen
los movimientos y las redes, agregándole a “democracia” el
vetusto adjetivo “nueva”. Desde una oscuridad de contragobierno
podría afirmarse que el levantamiento ante la opresión en ciernes
aporta, desde el fin de los 60', uno de los capítulos que estampa,
entre presente y pasado, la transgresión contemporánea de la
moralina institucional.
* El título revierte la frase fundacional del MLN-Tupamaros: "Los hechos nos unen, las palabras nos separan".
1Ver
en este blog “La insoportable levedad del grado cero de la
ideología”
http://ricardoviscardi.blogspot.com/2015/03/lainsoportable-levedad-del-grado-cero_10.html
2Ver
el capítulo “El golpe de Estado informacional”, en Virilio, P.
(1996) El arte del motor,
Manantial, Buenos Aires.
3Foucault,
M. (1968) Las palabras y las
cosas,
Siglo XXI, Argentina, p.13 y sig.
4Foucault,
M. (1970) La arqueología del saber,
Siglo XXI, Argentina, pp.10-11.
5“Otro
capítulo de mi cuñado” Montevideo Portal
(26/05/15) http://www.montevideo.com.uy/auc.aspx?272273
6Ver
al respecto en este blog “Dios y el diablo en la tierra del voto:
“el día después” del Estado-orga”
http://ricardoviscardi.blogspot.com/2015/05/diosy-el-diablo-en-la-tierra-del-voto_24.html
7Blixen,
S. “La metamorfosis” Brecha
(28/05/15) http://brecha.com.uy/la-metamorfosis-2/
8Carbajales,
G. “Proclama de varios colectivos a 26 años de la muerte de “El
Bebe” Sendic” La Red21 (20/04/15)
http://www.lr21.com.uy/enredados/1229838-proclama-de-varios-colectivos-a-26-anos-de-la-muerte-de-el-bebe-sendic
9El
término “tupamplista” se explica en la actualización de la
este blog “Dios y el Diablo en la tierra del voto: “el día
después del Estado-Orga”
http://ricardoviscardi.blogspot.com/2015/05/diosy-el-diablo-en-la-tierra-del-voto_24.html
10“Un
escenario al menos complicado dio el inicio” La Prensa
(10/06/15)
http://www.laprensa.com.uy/index.php/editorial/70349-un-escenario-al-menos-complicado-dio-el-inicio
11“Expresidente
Sanguinetti acusa a Vázquez de instalar un “relato kirchnerista”
eldiario.es(28/05/15)
http://www.eldiario.es/sociedad/Expresidente-Sanguinetti-Vazquez-instalar-kirchnerista_0_393011767.html
12Nieto,
L. “El abogado de Leviatán” Voces (04/06/15)
p.4.