9.2.16

Zabalza, los canallas y el tupamplismo


2a. quincena, febrero 2016



Desde el poema de Cardenal que le sirve de acápite, queda claro que La experiencia tupamara1 se escribió contra algunos, aclaración útil sólo para aquel lector que no hubiera accedido a la significativa difusión mediática que alcanzó el título.2 Esta expresa destinación a personas no disminuye en nada ni la enjundia ni el alcance de la obra. Ya cunde como lugar común que “siempre se escribe pensando en alguien”. Esa personalización de la destinación ha alcanzado rango de criterio en razón del ascenso explicativo de la percepción discursiva de la inteligencia. No se trata de la mera imputación intencional, sino de "la construcción del otro” que habilita la destinación política. No todo discurso se constituye a partir de un yo subjetivo contrapuesto a otro, puesto que el discurso científico no lo necesita y la ficción inscribe la verdad de todo otro en el propio sentido enunciado. Más allá de esas inscripciones genéricas, ningún discurso subsiste sin requerir virtualmente, en menor o mayor grado, la intervención de esas distintas posibilidades enunciativas.

La riqueza del relato de Zabalza integra entre sí no sólo esas distintas vertientes del discurso, sino que las incorpora ante todo a un relato que trasciende tanto la crónica como el ensayo, al tiempo que incursiona incluso por la senda del testimonio. Esa preeminencia del relato sobre la indagación (que por estos lares se suele denominar “investigación”), coloca la experiencia a que refiere el título bajo la férula de una primera persona, que incluye la imputación del otro, pero no la desliga del planteo crítico de sí misma.

Por momentos pareciera que esa lectura en clave de decisión propia exime a aquellos mismos que somete al escarnio histórico. Surge cierta oscilación entre distintos pasajes e incluso capítulos del libro, donde se presenta a los imputados bajo una luz explicativa que suaviza la acusación, mientras en otros -particularmente en el desenlace del proceso político, se los descalifica ante un rasero moral.3 Un efecto -o defecto- de traducción puede explicar esa diferencia. La edición en español del libro de Derrida Voyous4 traduce el mismo título por Canallas. Voyous debiera, ante todo, ser traducido por “malandros”. El propio Derrida al referirse a su adolescencia en Argel, califica al grupo de amigos que integraba como voyous. Difícilmente alguien pueda colocar su propia adolescencia y las picardías de un grupo de chicos de liceo bajo el calificativo de “canallas”. El término “canalla” encierra un calificativo moral que en el caso de “malandros” se diluye bajo la mera imputación de una conducta indebida.

La diferencia entre “canalla” y “malandro” no es menor con relación al contenido del libro Voyous. Los “nominados” a la indignidad no son, como en el caso de La experiencia tupamara un presidente funambulesco y un ministro vituperado, sino los protagonistas de la 2a. Guerra del Golfo: Sadam Hussein y George Bush. El lector se preguntará en este punto porqué semejantes personajes merecerían -más allá del socorro que le solicitó Tabaré Vázquez al segundo- el epíteto más tenue de “malandros”, antes que el calificativo cargado de condena moral de “canallas”. La razón de tal disminución de la carga de epíteto estriba en que para Derrida la imputación se dirige ante todo a la razón moderna y a su eficacia tecnológica. Tal como un delincuente prospera en un ambiente social que desvía su conducta, estos “malandros” son meros efectos singulares de un despliegue de la criminalidad intelectual. El afán de Derrida consiste en esa obra, según sus propia palabras, en “salvar el honor de la razón”.5

El dispositivo explicativo que pone en obra Zabalza en La experiencia tupamara procede en el sentido contrario a una imputación de la racionalidad involucrada en el proceso social. Por esa misma razón debe incluir a sus malandros/canallas en una desviación ocasional y superable de un único proceso histórico (siempre y cuando “historia” se entienda aquí como “relato”, como no puede ni debiera ser de otra forma). En cuanto Zabalza incluye el proceso que relata en una condición que merece una única lectura, no puede dejar de presentar a sus imputados sino como malandros de poca monta. Alternativamente, en cuanto incluye a esos mismos imputados en una actualidad vigente, no puede dejar de describirlos como canallas que traicionan la memoria de los compañeros heroicamente caídos.

La razón de la oscilación que manifiesta la imputación que dirige Zabalza a Mujica, a Eleuterio Fernández y al grupo que los rodeó en el gobierno y ahora en el MPP, proviene de que el mismo autor defiende la índole indivisible de la etapa de “revolución socialista de liberación nacional”.6 Al oponerse, al igual que los trotskistas en su momento, a la división de la etapa revolucionaria que provino de la doctrina estalinista de “construcción del socialismo en un sólo país”, se opone asimismo a la división entre la construcción del socialismo por un lado y la progresión democrática burguesa por el otro, tal como lo predicaban los partidos comunistas bajo la férula de la Unión Soviética. 

La oscilación primigenia que afecta a la figura de los principales imputados y su banda colateral, proviene por lo tanto del substancialismo del planteo, en cuanto la presentación de la sociedad requiere una “caracterización” que personifique un rostro de etapa: es decir de sentido  divisado desde un punto de vista. Como el proceso no puede ser unívoco sin caer en el “mecanicismo”, debe ser contradictorio per se, como es en sí mismo contradictorio, nadie está a salvo de los avatares y desviaciones, ni Zabalza ni sus malandros/canallas. La oscilación que afecta al lugar de los imputados corresponde a una inestabilidad que fatalmente aqueja a la reflexión, cuando se la debe suponer al mismo tiempo partícipe y distante de una substancia (social en este caso), incluso y sobre todo cuando tal substancialismo pretende darse aires dialécticos predicando la “complejidad de la realidad”, tal como era de uso en el marxismo soviético-uruguayo.

El libro de Zabalza prescinde de tomar a cargo la situación teórica actual del marxismo, en particular, su pasaje de vector político-ideológico a literatura conceptualmente estimulante, tal como sucedía en los años 50/60 con la tradición anarquista. Sin duda todas estas tradiciones integran el acerbo de la posibilidad crítica, pero desde el punto de vista conceptual, es necesario registrar que la noción de ciencia (¿qué sería un marxismo no científico?) ha abandonado la posición rectora en el plano de la teoría, incluso y en particular, por su actual subordinación a la tecnología. En un mundo determinado por los artefactos protéticos que nosotros mismos construimos, la cuestión del accidente y el avatar que generamos con nuestras decisiones, adquiere mayor gravitación que una supuesta “necesidad objetiva” de la naturaleza o la sociedad. De ahí que la teoría se ocupe, por ejemplo en Agamben, bastante más de la oscuridad que de la claridad.7

Esta anotación crítica respecto al texto de Jorge no apunta a descalificarlo, sino ante todo a dar cuenta de una dificultad que presenta en su articulación explicativa central, adjudicada al modelo político batllista. Este modelo que se califica en el libro como “amortiguador”, no sólo provee el fundamento del surgimiento del MLN Tupamaros con un sesgo “hereje” (contraponiéndose, como se sabe, a las recomendaciones del propio Che Guevara para el Uruguay), sino que provee el contexto subyacente a la explicación que se propone de la derrota de la guerrilla (su distancia respecto a su retaguardia y la imposibilidad de percibirse a sí misma como retaguardia de la insurrección), e incluso provee la inspiración política propia a una nueva propuesta amortiguadora (el “modelo neoliberal con asistencialismo social”).

El modelo político “amortiguador” del batllismo no se presenta, sin embargo, como efecto de una articulación constitutiva y cristalizada, sino por contraposición a un “auténtico conflicto de clases”, que habría sido hábilmente camuflado inicialmente por su fundador y luego por su sobrino y sucesor histórico, Luis Batlle Berres.8 Toda la entidad que se le atribuye al modelo político batllista consiste en su capacidad para ocultar la dominación capitalista y para derivar dos coyunturas económicas internacionales, en provecho de una institucionalidad que mistificaba esa misma dominación de clase.

El substancialismo explicativo que antepone al análisis particularizado el esquema conceptual de una sociedad regida por la “lucha de clases”, convierte al “modelo batllista” en un artilugio pergeñado desde una cúspide institucional. La propia pervivencia que anota el texto del modelo “amortiguador”, en particular en un contexto donde el conjunto de los partidos al presente reivindican cierto post-batllismo, debiera llamar a mayor cautela crítica. Si la sensibilidad batllista de la sociedad uruguaya ha sido más longeva que el influjo soviético y marxista, habría que preguntarse qué elementos característicos, ya no de la experiencia tupamara, sino en particular de la experiencia uruguaya como tal -es decir de 1830 al presente-, han influido para configurar esa permanencia, sobre todo si se la considera al día de hoy mera impregnación histórica.

Llevado por una pulsión explicativa que proviene de un dispositivo epistémico esquemático, Zabalza debe justificar las características del tránsito hacia el socialismo en el Uruguay en determinada labilidad política del batllismo. De ahí} que trate como un modelo de dominación política lo que proveyó ante todo un modelo de sociedad, que no en vano denominamos “sociedad batllista”. Esa “sociedad batllista” no es otra cosa que la cristalización de la modernidad uruguaya, iniciada por el propio militarismo del último cuarto del siglo XIX, que en particular, combatió -incluso con las armas en la mano- el propio José Batlle y Ordóñez. El mismo fue a su vez combatido dentro de su partido, por una derecha conservadora y recalcitrante, así como debió incorporar reivindicaciones, en particular relativas a los derechos políticos, por las que lucharon sus adversarios nacionalistas.9 Esta construcción se asienta a su vez en el país “ponsombiano” al que alude el propio Zabalza en el libro, siempre en equilibrio inestable entre poderosos vecinos, sujeto ante todo a su propia paz institucional interna, generando un pactismo interpartidario que derivó en un “sistema político de fracciones” -como lo subrayara Sartori. Todas esta anotaciones y muchas otras que podrían agregarse, no sólo intervienen en la configuración de la sociedad batllista, sino que explican determinados aspectos del proceso del MLN-T tanto en sus éxitos como en sus fracasos, como conviene abordarlo más adelante.

Llegados a este punto, el lector podría preguntarse si no alabamos el libro para cuestionarlo después más acerbamente. Es preciso entonces señalar porqué le dedicamos este análisis.

En primer lugar, más allá del desprestigio que acarreó para el MPP la política en derechos humanos y la retrógrada redistribución del ingreso que primaron bajo la presidencia de Mujica, la presentación de La experiencia tupamara culmina cierto proceso de manifestaciones contra el sector de Mujica que proviene de la propia colectividad histórica tupamara, en particular una declaración contra el monumento de “reconciliación” entre “ex-combatientes” -subterfugio propiciado por el propio Mujica. La participación en la presentación del libro en cuestión de Samuel Blixen, Daniel Viglietti y Miguel Angel Olivera, además de una significativa concurrencia de cientos de personas, estamparon con claridad que la asimilación del gobierno de Mujica a una expresión global de “ex-tupamaros” fue ante todo una operación mediática que benefició particularmente a la derecha y a los propios involucrados.10

En segundo lugar, el libro contribuye con dos elementos claves para elaborar un nexo conceptual atinado entre “la historia reciente” y el presente: establece de forma precisa y contundente que el pragmatismo teórico del MLN abrió el cauce a su militarismo pero también al oportunismo político que luego se manipuló, desde el MPP y el Frente Amplio, para elaborar una tergiversación política y mediática. Ese inmediatismo del planteo teórico sirvió asimismo, según consta repetidamente en el mismo libro, como fundamento de un aparatismo que tergiversó la significación de la acción política, en particular si se la entendía como expresión de una participación protagónica.

Conviene citar el pasaje porque significa (y desde siempre significó) el cruce del Rubicón teórico dentro del MLN-T:

“La postergación del debate ideológico a partir del principio “la acción nos une”, y el verticalismo político, solamente sirvieron para mantener en estado de latencia las diferencias de concepción revolucionaria que coexistían en el MLN-T; ellas afloraron explosivamente con la derrota, en las cárceles y en el exilio, dando lugar a enfrentamientos muy crudos y nada fraternos. Esa postergación in aeternum es, asimismo, una de las causas que subyacen en la actual renuncia a los prinicipios revolucionarios por parte de los ex-guerrilleros que hoy gobiernan al Uruguay”.11

En tercer lugar es necesario defender esa latitud autocrítica del “tambero” tanto de algún cuestionamiento sesgado como de algún elogio desubicado. La crítica que se dirige al mismo libro desde La Diaria12 pretende que se trata de “un libro más sobre los tupamaros”, como si dijéramos “una película más de cow-boys”. Sería más perspicaz que la crítica se preocupara por saber porqué la cuestión del MLN-T sigue ocupando la parte del león de las publicaciones. Sería algo así como preguntarse porqué siguen haciéndose films yankees sobre la mafia o libros franceses sobre “La Révolution Française». Mal que les pese a los que quisieran que el presente uruguayo tomara como punto de partida 1983, pareciera que el público presenta una sugestiva predilección por lo que pasó un poco antes -pese, hay que concederlo, a la espantosa calidad y muchas veces peor intención, de gran parte de los libros “sobre tupamaros”.

Por otro lado, el elogio que le dirige Néstor Kohan en la propia introducción se equivocó de país. Es cierto que nos separa de la Argentina un “charco”, pero sólo geográficamente. El desarrollo del pensamiento contemporáneo que han conocido nuestros vecinos, en particular en el núcleo intelectual bonaerense, está a las antípodas del contexto intelectual y académico uruguayo. Acá todo es “Ciencia y Tecnología” (al servicio del país “agrointeligente” de Mujica y en desmedro de la potabilidad del agua que tomamos), mientras el cuestionamiento foucaldiano del poder cunde por una vía silvestre, del que la academia apenas comienza a tomar nota como un “dato mediático”. Contrariamente a la inclinación cosmopolita del mundo porteño, más allá de cierta farándula, allí cunde -fuerza es reconocerlo- un prurito de actualización crítica. La sensibilidad uruguaya ha registrado el cuestionamiento de la modernidad como un peligro para sus estados de equilibrio institucional, ya que este país (Zabalza dixit), está constituído sobre una amortiguación del conflicto. Imagínense que se le anuncie el fin de la racionalidad moderna y de la regulación institucional!! Por momentos pareciera que Kohan no hubiera leído el libro, a no ser para justificar su dogmatismo maniqueo, en particular cuando la emprende contra “posmodernos y autonomistas”, mientras el propio Zabalza no hace sino reivindicar la autonomía militante de las bases (lamentando incluso que no hubiera podido entenderse así en los 60')!!13

Finalmente entiendo que al planteo de Jorge habilita algunas interrogantes a partir del concepto de “tupamplismo”. Contrariamente a la recepción inmediata del mismo, no se trata tan sólo de un mote dirigido a los impostores (¿malandros/canallas?), sino también de un significado, como lo hemos aclarado oportunamente. El concepto de “tupamplismo” se opone en particular, a la lectura del batllismo que hace Zabalza. No porque desde cierta post-fijación del “amplismo” se defienda un retorno al batllismo, o ni siquiera la posibilidad de un post-batllismo, sino sobre todo porque sin entender como esa nostalgia modernista y bienpensante de un “país ejemplar” limita nuestra idiosincracia, es imposible entender el proceso político desde la crisis del mismo modelo batllista.

En particular es imposible entender el mismo crecimiento y auge del MLN-T, como justamente lo señala Zabalza, en razón de la ofensiva derechista desatada por el pachequismo y cuando “la orga” no representaba más que un puñado de militantes (algo así como 200 a fines del 67').14 La insignificancia cuantitativa del MLN-T anula la verosimilitud de una continuidad entre la autodefensa de los sectores explotados y la acción directa preconizada por un planteo foquista. Para que una innovadora “propaganda armada negativa” (propalada por los mismos medios de prensa de la derecha) haya volcado a miles de militantes a las filas del MLN entre agosto de 1968 y fines de 1970, tiene que haber intervenido la reacción de una sensibilidad cargada de valores de democracia social -que permitían “decodificar” el mensaje de la rebelión a partir del mismo formato mediático de la dominación. El germen del tupamplismo estuvo, entonces, en la propia indignación desesperada que buscó en la lucha armada una respuesta a la agresión totalitaria de la sensibilidad uruguaya, condenada en el marco de la Guerra Fría entre bloques mundiales, es decir en una etapa totalitaria de la modernidad, a recluirse en el “Patio Trasero de EEUU”. Desechar la sensibilidad democrática de la sociedad batllista , el sentido de los derechos sociales y la dignidad pública -agredidos ante todo por el “coloradismo” de Pacheco, como elemento nutriente de la rebeldía que encabezaron los tupamaros en los 60', equivale a “arrojar el bebé con el agua sucia del baño”.

La reivindicación que hace Zabalza de Sendic parece plenamente justificada, sobre todo porque lejos de presentarlo como un “intelectual comprometido” o un “líder campesino”, subraya en la mayor parte de los pasajes que le dedica, la diferenciación que introduce “el Bebe” entre democracia social y democracia política. El punto culminante de esta trayectoria que es la mejor traducción tupamara (toda traducción se ejerce sobre una tradición) del “amplismo” batllista (una visión universal de la integración social), es el episodio que el libro relata como “la Noche Triste”.15 Esa marginación del fundador del grupo dentro del propio grupo, provino del papel protagónico que daba Sendic a los movimientos sociales, surgidos bajo la lucha antitotalitaria, en su planteo de “Frente Grande”. Empeñados en sobrevivir como aparato dentro de otro que veían como “la madre de todos los aparatos” (el sistema político) los tupamplistas ya desembozados decidieron integrarse al Frente Amplio.

Aunque el “tambero” asume su propia autocrítica por la “Noche Triste”, no toma a cargo la cuestión del ingreso al Frente Amplio, que fue la cuestión clave de ese período. Conviene recordar que la discusión sobre el Frente Amplio fue dada como tal por las bases del MLN-T en el 86', que la decisión de ingresar significó sacrificar la tradición tupamara en aras de la sobrevivencia política de (y en) un aparato, que Sendic hizo un planteo alternativo a través del “Frente Grande” y que algunos se retiraron del MLN-T por el ingreso al Frente Amplio (en algún caso, no porque significara “traicionar la lucha armada”, sino por el contrario, porque significaba traicionar la suma legada por las luchas de los 60' (las guerrillas) y de los 80' (los movimientos sociales).16 En aras de una sobrevivencia política formal imbuída ante todo de pragmatismo aparatista, los tupamplistas comenzaron, con el ingreso en el Frente Amplio, a tejer el aparato canallesco de “la fuerza que construyó el Pepe”.

En un reportaje que sigue a la presentación de La Experiencia Tupamara el periodista le pregunta a Jorge acerca del involucramiento, entre familiar y político, que significa su vínculo personal con Henry Engler.17 Jorge responde con soltura y debidamente a un pregunta pertinente ante un público masivo, pero ingenua para quien cuente con cierta experiencia política: no sólo diferencia el vínculo afectivo del político, sino que además señala sobre el plano personal, el apoyo que recibió de Engler en momentos de un difícil trance de salud. Sin embargo no presenta la misma transparencia la respuesta que da, en el mismo reportaje, a la cuestión de su vínculo con ex-tupamaros que formaron parte del gobierno de Mujica y posiblemente del actual de Vázquez. Señala que más allá de su condena acérrima a las actuaciones de Mujica y Eleuterio Fernández, también se reúne a veces para discutir, con otros ex-compañeros, que forman parte del grupo en torno a Mujica. Engler forma parte políticamente de ese conjunto imputado/escuchado por Zabalza.

La condición canallesca del tupamplismo no proviene del plano moral, ni del oportunismo institucional o el beneficio personal obtenido, como tampoco de haber abandonado una senda que otros transitaron heroicamente hasta la muerte (todas contingencias propias de la vida social y pública), sino de haber pretendido encarnar una continuidad coherente entre la lucha más allá de las instituciones -protagonizada en particular por una “admirable alarma” anti-totalitaria de cientos de miles- y el oportunismo mediático-electoral. No se trata de traidores morales, sino de canallas ideológicos. Jorge ha contribuido en mucho con este último libro suyo a aclararlo. El legado tupamaro de una lucha contra la dominación institucional, por sobre todo sistema normativo, aunque no forzosamente contra las normas, desplazará a los canallas desde el contragobierno.




1Zabalza, J. (2015) La experiencia tupamara. Pensando en futuras insurgencias, Jorge Zabalza, Montevideo, 251p.
2Presentación de La Experiencia Tupamara https://www.youtube.com/watch?v=Mhv9ULEXfLk
3El subtítulo “El error de Fernández Huidobro” (p.205) contrasta con otro apartado: “Mostraron la hilacha” (p.240)
4Derrida, J. (2003) Voyous, Galilée, Paris.
5Op.cit.p.171.
6Zabalza,Op.cit.p.150.
7Agamben, G. (2009) Qu'est-ce que le contemporain?, Vrin, Paris.
8Zabalza,Op,cit.pp.33 y sig.
9Real de Azúa, C. “El impulso y su freno”, p.3 http://es.scribd.com/doc/48901859/Real-de-Azua-El-impulso-y-su-freno#scribd
10Ver nota 2.
11Zabalza, Op.cit.pp.81-82.
12“Los buenos, los malos y la revolución”, La Diaria (24/12/15) http://ladiaria.com.uy/articulo/2015/12/los-buenos-los-malos-y-la-revolucion/
13Zabalza,Op.cit.pp.101-102.
14Op.cit.pp.88-89.
15Op.cit.p.214.
16Viscardi, R. (1991) Después de la política, Juán Darién, Montevideo.
17Méndez, P. “Los mismos de siempre” Montevideo Portal (11/01/16) http://www.montevideo.com.uy/auc.aspx?296109,128