Zabalza,
los canallas y el tupamplismo
2a.
quincena, febrero 2016
Desde
el poema de Cardenal que le sirve de
acápite, queda claro que La experiencia tupamara1
se escribió contra algunos, aclaración
útil sólo para aquel lector que no hubiera accedido a la
significativa difusión mediática que alcanzó el título.2
Esta expresa destinación a personas no disminuye en nada ni la
enjundia ni el alcance de la obra. Ya cunde como lugar común que
“siempre se escribe pensando en alguien”. Esa personalización
de la destinación ha alcanzado rango de criterio en razón del
ascenso explicativo de la percepción
discursiva de la inteligencia. No se trata de la
mera imputación intencional, sino de "la construcción del otro”
que habilita la destinación política. No todo discurso se
constituye a partir de un yo subjetivo
contrapuesto a otro, puesto que el discurso científico no lo
necesita y la ficción inscribe la verdad
de todo otro en el propio sentido enunciado. Más
allá de esas inscripciones genéricas, ningún discurso
subsiste sin requerir virtualmente, en menor o mayor grado,
la intervención de esas distintas
posibilidades enunciativas.
La
riqueza del relato de Zabalza integra entre sí no sólo esas
distintas vertientes del discurso, sino que las incorpora ante todo a
un relato que trasciende tanto la crónica como el ensayo, al tiempo
que incursiona incluso por la senda del testimonio. Esa preeminencia
del relato sobre la indagación (que por estos lares se suele
denominar “investigación”), coloca la experiencia a que refiere
el título bajo la férula de una primera persona, que incluye la
imputación del otro, pero no la desliga del planteo crítico de sí
misma.
Por
momentos pareciera que esa lectura en clave de decisión propia exime
a aquellos mismos que somete al escarnio
histórico. Surge cierta oscilación entre distintos pasajes e
incluso capítulos del libro, donde se
presenta a los imputados bajo una luz explicativa que suaviza la
acusación, mientras en otros -particularmente en el desenlace del
proceso político, se los descalifica ante
un rasero moral.3
Un efecto -o defecto- de traducción puede explicar esa diferencia.
La edición en español del libro de Derrida Voyous4
traduce el mismo título por Canallas. Voyous debiera,
ante todo, ser traducido por “malandros”. El propio Derrida al
referirse a su adolescencia en Argel, califica al grupo de amigos que
integraba como voyous. Difícilmente
alguien pueda colocar su propia adolescencia y las picardías de un
grupo de chicos de liceo bajo el calificativo de “canallas”. El
término “canalla” encierra un calificativo moral que en el caso
de “malandros” se diluye bajo la mera imputación de una conducta
indebida.
La
diferencia entre “canalla” y “malandro” no es menor con
relación al contenido del libro Voyous. Los “nominados” a
la indignidad no son, como en el caso de La experiencia tupamara
un presidente funambulesco y un ministro
vituperado, sino los protagonistas de la 2a. Guerra del Golfo: Sadam
Hussein y George Bush. El lector se preguntará en este punto porqué
semejantes personajes merecerían -más
allá del socorro que le solicitó Tabaré Vázquez al segundo- el
epíteto más tenue de “malandros”, antes que el calificativo
cargado de condena moral de
“canallas”. La razón de tal disminución de la carga de epíteto
estriba en que para Derrida la imputación se dirige ante todo a la
razón moderna y a su eficacia tecnológica. Tal como un delincuente
prospera en un ambiente social que desvía su conducta, estos
“malandros” son meros efectos singulares de un despliegue de la
criminalidad intelectual. El afán de Derrida consiste en esa obra,
según sus propia palabras, en “salvar el honor de la razón”.5
El
dispositivo explicativo que pone en obra Zabalza en La experiencia
tupamara procede en el sentido contrario a una imputación de la
racionalidad involucrada en el proceso social. Por esa misma razón
debe incluir a sus malandros/canallas en una desviación ocasional y
superable de un único proceso histórico (siempre y cuando
“historia” se entienda aquí como “relato”, como no puede ni
debiera ser de otra forma). En cuanto Zabalza incluye el proceso que
relata en una condición que merece una única lectura, no puede
dejar de presentar
a sus imputados sino como malandros de poca monta. Alternativamente,
en cuanto incluye a esos mismos
imputados en una actualidad vigente, no
puede dejar de describirlos como canallas que traicionan la memoria
de los compañeros heroicamente caídos.
La
razón de la oscilación que manifiesta la imputación que dirige
Zabalza a Mujica, a Eleuterio Fernández y al grupo que los rodeó en
el gobierno y ahora en el MPP, proviene de que el mismo autor
defiende la índole indivisible de la etapa de “revolución
socialista de liberación nacional”.6
Al oponerse, al igual que los trotskistas en su momento, a la
división de la etapa revolucionaria que provino de la doctrina
estalinista de “construcción del socialismo en un sólo país”,
se opone asimismo a la división entre la construcción del
socialismo por un lado y la progresión democrática burguesa por el
otro, tal como lo predicaban los partidos comunistas bajo la férula
de la Unión Soviética.
La
oscilación primigenia que afecta a la figura de
los principales imputados y su banda colateral, proviene por
lo tanto del substancialismo del planteo,
en cuanto la presentación de la sociedad requiere
una “caracterización” que personifique un rostro de etapa: es
decir de sentido divisado desde un punto de vista. Como
el proceso no puede ser unívoco sin caer en el “mecanicismo”,
debe ser contradictorio per se, como es en
sí mismo contradictorio, nadie está a salvo de los avatares
y desviaciones, ni Zabalza ni sus malandros/canallas. La oscilación que afecta al lugar de los imputados corresponde a
una inestabilidad que fatalmente aqueja a la reflexión, cuando se la
debe suponer al mismo tiempo partícipe y distante de una substancia
(social en este caso), incluso y sobre todo cuando tal
substancialismo pretende darse aires dialécticos predicando la
“complejidad de la realidad”, tal como era de uso en el marxismo
soviético-uruguayo.
El
libro de Zabalza prescinde de tomar a cargo la situación teórica
actual del marxismo, en particular, su pasaje de vector
político-ideológico a literatura conceptualmente estimulante, tal
como sucedía en los años 50/60 con la tradición anarquista. Sin
duda todas estas tradiciones integran el acerbo de la posibilidad
crítica, pero desde el punto de vista conceptual, es necesario
registrar que la noción de ciencia (¿qué sería un marxismo no
científico?) ha abandonado la posición rectora en el plano de la
teoría, incluso y en particular, por su actual subordinación a la
tecnología. En un mundo determinado por los artefactos protéticos
que nosotros mismos construimos, la cuestión del accidente y el
avatar que generamos con nuestras decisiones, adquiere
mayor gravitación que una supuesta “necesidad objetiva”
de la naturaleza o la sociedad. De ahí que la teoría se ocupe, por
ejemplo en Agamben, bastante más de la oscuridad que de la
claridad.7
Esta
anotación crítica respecto al texto de Jorge no apunta a
descalificarlo, sino ante todo a dar cuenta de una dificultad que
presenta en su articulación explicativa central, adjudicada al
modelo político batllista. Este modelo que se califica
en el libro como
“amortiguador”, no sólo provee el fundamento
del surgimiento del MLN Tupamaros con un
sesgo “hereje” (contraponiéndose, como
se sabe, a las recomendaciones del propio Che Guevara para el
Uruguay), sino que provee el contexto
subyacente a la explicación que se propone de la derrota de la
guerrilla (su distancia respecto a su retaguardia
y la imposibilidad de percibirse a sí misma como retaguardia de
la insurrección), e incluso provee la inspiración política propia a una nueva propuesta amortiguadora (el “modelo neoliberal con
asistencialismo social”).
El
modelo político “amortiguador” del batllismo no se presenta, sin
embargo, como efecto de una articulación
constitutiva y cristalizada, sino por
contraposición a un “auténtico conflicto de clases”, que habría
sido hábilmente camuflado inicialmente por su fundador y luego por
su sobrino y sucesor histórico, Luis Batlle Berres.8
Toda la entidad que se le atribuye al modelo político batllista
consiste en su capacidad para ocultar la dominación capitalista y
para derivar dos coyunturas económicas
internacionales, en provecho de una institucionalidad que mistificaba
esa misma dominación de clase.
El
substancialismo explicativo que antepone al análisis
particularizado el esquema conceptual de una sociedad regida
por la “lucha de clases”, convierte al “modelo batllista” en
un artilugio pergeñado desde una cúspide institucional. La propia
pervivencia que anota el texto del modelo “amortiguador”, en
particular en un contexto donde el conjunto de los partidos al
presente reivindican cierto post-batllismo, debiera llamar a mayor
cautela crítica. Si la sensibilidad batllista de la sociedad
uruguaya ha sido más longeva que el influjo soviético y marxista,
habría que preguntarse qué elementos
característicos, ya no de la experiencia tupamara, sino en
particular de la experiencia uruguaya como tal -es decir de 1830 al
presente-, han influido para configurar esa permanencia, sobre
todo si se la considera al día de hoy mera
impregnación histórica.
Llevado
por una pulsión explicativa que proviene de un dispositivo
epistémico esquemático, Zabalza debe justificar las características
del tránsito hacia el socialismo en el Uruguay en determinada
labilidad política del batllismo. De ahí}
que trate como un modelo de dominación política lo que proveyó
ante todo un modelo de sociedad, que no en vano denominamos “sociedad
batllista”. Esa “sociedad batllista” no es otra cosa que la
cristalización de la modernidad uruguaya, iniciada por el propio
militarismo del último cuarto del siglo XIX, que en particular,
combatió -incluso con las armas en la mano- el propio José Batlle y
Ordóñez. El mismo fue a su vez combatido dentro de su partido, por
una derecha conservadora y recalcitrante, así como debió incorporar
reivindicaciones, en particular relativas a los derechos políticos,
por las que lucharon sus adversarios nacionalistas.9
Esta construcción se asienta a su vez en el país “ponsombiano”
al que alude el propio Zabalza en el libro, siempre en equilibrio
inestable entre poderosos vecinos, sujeto ante todo a su propia paz
institucional interna, generando un pactismo interpartidario que
derivó en un “sistema político de fracciones” -como lo
subrayara Sartori. Todas esta anotaciones y muchas otras que podrían
agregarse, no sólo intervienen en la configuración de la sociedad
batllista, sino que explican determinados aspectos del proceso del
MLN-T tanto en sus éxitos como en sus fracasos, como conviene
abordarlo más adelante.
Llegados
a este punto, el lector podría preguntarse si no alabamos el libro
para cuestionarlo después más acerbamente. Es preciso entonces
señalar porqué le dedicamos este análisis.
En
primer lugar, más allá del desprestigio que acarreó para el MPP la
política en derechos humanos y la retrógrada redistribución del
ingreso que primaron bajo la presidencia de Mujica, la presentación
de La experiencia tupamara
culmina cierto proceso
de manifestaciones contra el sector de Mujica que proviene de la
propia colectividad histórica tupamara, en
particular una declaración contra el monumento de “reconciliación”
entre “ex-combatientes” -subterfugio
propiciado por el
propio Mujica. La
participación
en la presentación del
libro en cuestión
de Samuel Blixen, Daniel
Viglietti y Miguel
Angel
Olivera, además de
una significativa concurrencia de cientos de personas, estamparon con
claridad que la
asimilación del gobierno de Mujica a
una
expresión global de
“ex-tupamaros” fue
ante todo una operación mediática que benefició particularmente a la derecha y
a los propios involucrados.10
En
segundo lugar, el libro contribuye
con dos elementos
claves para elaborar
un nexo conceptual
atinado entre “la
historia reciente” y el presente: establece de forma precisa y
contundente que el pragmatismo teórico
del MLN abrió
el cauce a su
militarismo pero también al
oportunismo político que luego se manipuló, desde el MPP y el
Frente Amplio, para elaborar una tergiversación política y
mediática. Ese inmediatismo del planteo teórico
sirvió
asimismo, según consta repetidamente en el mismo libro, como
fundamento de un
aparatismo que tergiversó la significación de la acción política,
en particular si se la entendía como expresión de una participación
protagónica.
Conviene
citar el pasaje porque significa (y desde siempre significó) el
cruce del Rubicón teórico dentro del MLN-T:
“La
postergación del debate ideológico a partir del principio “la
acción nos une”, y el verticalismo político, solamente sirvieron
para mantener en estado de latencia las diferencias de concepción
revolucionaria que coexistían en el MLN-T; ellas afloraron
explosivamente con la derrota, en las cárceles y en el exilio,
dando lugar a enfrentamientos muy crudos y nada fraternos. Esa
postergación in
aeternum es, asimismo,
una de las causas que subyacen en la actual renuncia a los
prinicipios revolucionarios por parte de los ex-guerrilleros que hoy
gobiernan al Uruguay”.11
En
tercer lugar es necesario defender esa latitud autocrítica
del “tambero”
tanto de algún cuestionamiento sesgado
como de algún elogio desubicado. La
crítica que se dirige al
mismo libro desde
La Diaria12
pretende que se trata de “un libro más sobre los tupamaros”,
como si dijéramos “una película más de cow-boys”.
Sería más perspicaz que la
crítica se
preocupara por saber porqué la cuestión del MLN-T
sigue ocupando la parte del león de las publicaciones. Sería
algo
así como
preguntarse porqué siguen haciéndose films yankees
sobre la mafia o libros franceses sobre “La
Révolution Française».
Mal
que les pese a los que quisieran que el presente uruguayo tomara como
punto de partida 1983, pareciera
que el público presenta una sugestiva
predilección por lo que pasó un poco antes -pese, hay que
concederlo, a la espantosa calidad y muchas veces peor intención, de
gran
parte de los
libros “sobre tupamaros”.
Por
otro lado, el elogio que le dirige Néstor
Kohan en la propia introducción se equivocó de país. Es cierto que
nos separa de
la Argentina
un “charco”, pero sólo geográficamente. El desarrollo del
pensamiento contemporáneo que han
conocido nuestros
vecinos,
en particular en el núcleo intelectual bonaerense, está a las
antípodas del contexto intelectual y académico uruguayo. Acá todo
es “Ciencia y Tecnología” (al
servicio del país “agrointeligente”
de Mujica
y en desmedro de la potabilidad
del agua que tomamos),
mientras el cuestionamiento foucaldiano del poder cunde por una vía
silvestre, del que la academia apenas comienza a tomar nota como un
“dato mediático”. Contrariamente a la inclinación cosmopolita
del mundo porteño, más allá de cierta
farándula,
allí
cunde
-fuerza
es reconocerlo-
un prurito
de actualización crítica. La sensibilidad uruguaya ha registrado el
cuestionamiento de la modernidad como un peligro para sus estados de
equilibrio institucional, ya que este país (Zabalza dixit),
está constituído sobre una amortiguación del conflicto. Imagínense
que se le anuncie el fin de la racionalidad moderna y de la
regulación institucional!! Por momentos pareciera
que Kohan no hubiera leído el libro, a no ser para justificar su
dogmatismo maniqueo, en particular cuando la emprende contra
“posmodernos y autonomistas”, mientras el propio Zabalza no hace
sino reivindicar la autonomía militante de las bases (lamentando
incluso que no hubiera podido entenderse
así en los 60')!!13
Finalmente
entiendo que al planteo de Jorge habilita algunas interrogantes a
partir del concepto de “tupamplismo”. Contrariamente a la
recepción inmediata
del mismo, no se trata tan
sólo de
un mote dirigido
a
los impostores (¿malandros/canallas?),
sino también
de
un significado, como lo hemos aclarado oportunamente. El concepto de
“tupamplismo” se opone en particular, a la lectura del batllismo
que hace Zabalza. No porque desde cierta post-fijación del
“amplismo” se defienda un retorno al batllismo, o ni siquiera la
posibilidad de un post-batllismo, sino sobre todo porque sin entender
como esa nostalgia modernista y bienpensante de un “país ejemplar”
limita
nuestra idiosincracia, es imposible entender el proceso político
desde la crisis del mismo modelo batllista.
En
particular es imposible entender el mismo crecimiento y auge del
MLN-T, como justamente lo señala Zabalza, en razón de la ofensiva
derechista desatada por el pachequismo y cuando “la orga” no
representaba más que un puñado de militantes (algo así como 200 a
fines del 67').14
La
insignificancia cuantitativa del MLN-T
anula
la
verosimilitud de
una continuidad entre la autodefensa de los sectores explotados y la
acción directa preconizada por un planteo foquista. Para que una
innovadora “propaganda armada negativa” (propalada por los mismos
medios de prensa de la derecha) haya volcado a miles de militantes a
las filas del MLN entre agosto de 1968 y fines de 1970, tiene que
haber intervenido la reacción de una sensibilidad cargada de
valores de democracia social -que permitían “decodificar” el
mensaje de la rebelión a partir del mismo formato mediático de la
dominación. El germen del tupamplismo estuvo, entonces, en la propia
indignación
desesperada
que buscó en la lucha armada una respuesta a la agresión
totalitaria de la sensibilidad uruguaya, condenada en el marco de la
Guerra Fría entre bloques mundiales, es
decir en una etapa totalitaria de la modernidad,
a recluirse en el “Patio Trasero de EEUU”. Desechar la
sensibilidad democrática de la sociedad batllista , el sentido de
los derechos sociales
y la dignidad pública -agredidos ante todo por el “coloradismo”
de Pacheco, como elemento nutriente de la rebeldía que encabezaron
los tupamaros en los 60', equivale a “arrojar el bebé con el agua
sucia del baño”.
La
reivindicación que hace Zabalza de Sendic parece plenamente
justificada, sobre todo porque lejos de presentarlo como un
“intelectual comprometido”
o un “líder
campesino”,
subraya en la mayor parte de los pasajes que le dedica, la
diferenciación que introduce “el Bebe” entre democracia social y
democracia política. El punto culminante de esta trayectoria que es
la mejor traducción tupamara (toda traducción se ejerce sobre una
tradición) del “amplismo” batllista (una visión universal de la
integración social), es el episodio que el libro relata como “la
Noche Triste”.15
Esa
marginación
del fundador del grupo dentro del propio grupo, provino
del
papel protagónico
que daba
Sendic
a los movimientos sociales, surgidos bajo la lucha antitotalitaria,
en
su planteo de “Frente Grande”.
Empeñados en sobrevivir como aparato dentro de otro que veían como
“la madre de todos los aparatos” (el sistema político) los
tupamplistas
ya desembozados decidieron integrarse al Frente Amplio.
Aunque
el “tambero” asume su propia autocrítica por la “Noche
Triste”, no toma
a cargo
la cuestión del ingreso al Frente Amplio, que fue la cuestión clave
de ese período. Conviene recordar que la discusión sobre el Frente
Amplio fue dada como tal por las bases del MLN-T
en el 86', que la decisión de ingresar significó sacrificar la
tradición tupamara en aras de la sobrevivencia política de (y
en)
un aparato, que Sendic hizo un planteo alternativo a través del
“Frente Grande” y que algunos se retiraron del MLN-T
por el ingreso al Frente Amplio (en
algún caso,
no porque significara “traicionar la lucha armada”, sino por el
contrario, porque significaba traicionar la
suma
legada por
las luchas de los 60' (las
guerrillas)
y de los 80' (los movimientos sociales).16
En aras de una
sobrevivencia política formal imbuída
ante todo de pragmatismo aparatista,
los tupamplistas
comenzaron, con el ingreso en el Frente Amplio, a tejer el aparato
canallesco de “la fuerza que construyó
el Pepe”.
En
un reportaje que sigue a la presentación de La
Experiencia Tupamara el
periodista le pregunta a Jorge acerca del involucramiento, entre
familiar y político, que significa su vínculo personal con Henry
Engler.17
Jorge responde con soltura y debidamente a un pregunta pertinente
ante un público masivo, pero ingenua para quien cuente con cierta
experiencia política: no sólo diferencia el vínculo afectivo del
político, sino que además señala sobre el plano personal,
el apoyo que recibió de Engler en momentos de un difícil trance de
salud. Sin embargo no presenta la misma transparencia la respuesta
que da, en el mismo reportaje, a la cuestión de su vínculo con
ex-tupamaros que formaron parte del gobierno de Mujica y posiblemente
del actual de Vázquez. Señala que más allá de su condena acérrima
a las actuaciones de Mujica y Eleuterio Fernández, también se reúne
a veces para
discutir,
con otros ex-compañeros,
que forman parte del grupo en torno a Mujica. Engler
forma parte políticamente
de ese conjunto imputado/escuchado por
Zabalza.
La
condición canallesca del tupamplismo
no
proviene del plano moral, ni del oportunismo institucional o el
beneficio personal
obtenido,
como tampoco de haber abandonado una senda que otros transitaron
heroicamente hasta la muerte (todas
contingencias propias de la vida social y pública),
sino de
haber pretendido
encarnar una continuidad coherente
entre la lucha más
allá
de las instituciones -protagonizada
en particular por
una “admirable alarma” anti-totalitaria de cientos
de miles-
y el oportunismo mediático-electoral. No se trata de traidores
morales, sino de canallas ideológicos. Jorge
ha contribuido
en mucho con este último libro suyo a aclararlo.
El legado tupamaro de una lucha contra la dominación institucional,
por sobre
todo sistema normativo, aunque
no forzosamente contra las normas,
desplazará a
los canallas
desde el contragobierno.
1Zabalza,
J. (2015) La experiencia tupamara. Pensando en futuras
insurgencias, Jorge Zabalza,
Montevideo, 251p.
2Presentación
de La
Experiencia Tupamara https://www.youtube.com/watch?v=Mhv9ULEXfLk
3El
subtítulo “El error de Fernández Huidobro” (p.205) contrasta
con otro apartado: “Mostraron la hilacha” (p.240)
4Derrida,
J. (2003) Voyous, Galilée,
Paris.
5Op.cit.p.171.
6Zabalza,Op.cit.p.150.
7Agamben,
G. (2009) Qu'est-ce que le contemporain?,
Vrin, Paris.
8Zabalza,Op,cit.pp.33
y sig.
9Real
de Azúa, C. “El impulso y su freno”, p.3
http://es.scribd.com/doc/48901859/Real-de-Azua-El-impulso-y-su-freno#scribd
10Ver
nota 2.
11Zabalza,
Op.cit.pp.81-82.
12“Los
buenos, los malos y la revolución”, La
Diaria (24/12/15)
http://ladiaria.com.uy/articulo/2015/12/los-buenos-los-malos-y-la-revolucion/
13Zabalza,Op.cit.pp.101-102.
14Op.cit.pp.88-89.
15Op.cit.p.214.
16Viscardi,
R. (1991) Después de la política, Juán Darién,
Montevideo.
17Méndez,
P. “Los mismos de siempre” Montevideo
Portal
(11/01/16) http://www.montevideo.com.uy/auc.aspx?296109,128