Hipocrasía a la baja: cae la cotización de la
bondad
1ª
quincena, agosto 2012
Al inicio del actual
período de gobierno se presentaba un subterfugio moralista[1], en
particular como denegación de la primicia de crisis que significó la renuncia de
Guillermo Chifflet. Por entonces, el elenco gubernamental y su bancada
parlamentaria comenzaban a arrear banderas históricas -además de vigentes ante
la actualidad internacional, de la izquierda uruguaya y latinoamericana: en
particular el envío de tropas supuestamente pacificadoras, cuando estas iban a
sumarse a notorias estrategias de dominación mundial. Desde entonces la
coyuntura se ha transformado sensiblemente, tanto por el desprestigio que se
cierne fatídicamente en torno a la demagógica figura de Mujica, como en razón
de la creciente desafección de la más nutrida militancia de izquierda respecto
a la representación parlamentaria frenteamplista. Mientras muchos se afanan en
medir cuanto cae Mujica en la opinión pública[2], o
las intenciones de voto partidarias, este blog se atiene desde su inicio a una
línea áurea, en un eje de veleta que gira al golpe de viento coyuntural: la idiosincrasia
pública uruguaya, modulada por un criterio subrepticio de hipocrasía.
El hipócrata no es un hipócrita. Pero el efecto de su subterfugio
moral es compatible con todas las versiones, de primera a última generación, de
la hipocresía. ¿Cuál sería entonces la diferencia entre lo uno (hipocrasía) y lo otro (hipocresía)?
Mientras la simulación que esconde la hipocrasía
se vincula con el poder (kratos), análogo
efecto de “pliegue entre lo mismo” afecta en el hipócrita a la decisión (krynein). El hipócrita oculta lo que ya
sabe que decidió, el hipócrata oculta
una ambición de poder. Esta diferencia extiende la hipocrasía a un círculo más extenso que el propio a la hipocresía. Es
decir, quien se propone disimular un poder que detenta o ambiciona decidió de
antemano ocultar lo que sabe acerca de tal cosa. Mientras para ser hipócrita es
suficiente un doblez instruido, si se quiere y ante todo, de una perversión
hacia el prójimo y la verdad, la hipocrasía
exige agregar un doblez con la sociedad (es decir, con todo otro prójimo-socio
como tal).
La disimulación del
poder ante la escena pública inscribe la hipocrasía
entre las perversiones democráticas: aunque los tiranos, déspotas y fhürers-stalines
lo intenten, el grado de contradicción entre el lugar que ocupan y una
insignificancia ante el poder queda en la pose (frecuentemente con infancia en
brazos), instantáneamente retratada. Por el contrario, el hipócrata manifiesta sobre todo inocencia ante el poder, al que
parece siempre ajeno y distante, imbuido como por sorpresa de encontrarse
tomado en el foco de la mirada pública. Ese aire de “yo no fui quien me
propuso” tiene sin embargo un límite constitutivo, determinante y formal: la
colectividad que le habilita desplegar la expresión “no quise entrar en la
foto”, premisa exigida por la casualidad uterina que alberga un nosotros-todos.
Igual a nadie y a cada
uno, el hipócrata se presenta como
anodino profeta de un relato que podría fundar todo aquel que contemple, en la
misma escena que divisa, una foto de familia. Por consiguiente refleja la
estampa misma de la bondad, en tanto tal virtud social deriva de la caridad
teológica, gracias a la gracia mediática que ilumina al común y aúna en el
Espíritu Colectivo un ser-como-todos. Tal condescendencia diáfana consagra el
estatuto de la bondad como un bien común y lo acondiciona en acerbo egolátrico
manipulable, según el misterio de la trinidad que la ideología llega a
introducir en la urna secular: pueblo-partido-candidato.
Por esa moralidad
democrática que marca un doblez de la representación (re-presentación), propia
del mandato natural ante uno mismo, la salida del hipócrata por fuera de la foto asociativa lo condena a un desprestigio
inocultable. Instintivamente, un hipócrata
de raza excluye del target personal,
en una campaña publicitaria, la foto-carnet.
Aunque el inicio del
período gubernamental de Mujica anunciaba un paroxismo de la bondad pública
dentro de sus propias filas sectoriales, lo descalificó por el estilo la agresión al estándar
de medianía inofensiva que exige toda nivelación demagógica, como efecto del
auge mediático de un “soy como todos”, que llevaba a confundir igualdad con
populismo. Por consiguiente, si bien entre los suyos lucían perfiles
paradigmáticamente bondadosos (buenas intenciones, perfil universitario, aire
bonachón) el m-pepismo no podía lucir la hipocrasía
sin caricaturizarla o bastardearla. La disminución de ambición declarada,
muchas veces incluso simulada bajo una declarada carencia de propuesta, no
corresponde a la forma castiza de la hipocrasía
autóctona, que no admite en el Uruguay (Nación-Estado por naturaleza histórica[3])
un grado de populismo que la aleje de la estatalidad razonable (toda
razonabilidad es estatista). Mujica franqueó ese límite con inocultable
incontinencia mediática, como efecto de su “economía política única” –el
“pensamiento único” o cualquier otro pensamiento se verían excluidos por
“cajetillas”[4]:
el salto al vacío de un pasado pasado.
Lejos de representar
una mera cuestión de estilo (o de look,
de indumentaria o corrección verbal), la suma de incongruencias presidenciales
supone la propia fosa discursiva que ahonda en locuacidad, como efecto de la
excavación populista de un fantasmático tesoro ideológico pseudo-batllista (es
decir: la sociedad relatada desde el Estado-nación en tiempos de globalización[5]).
Tal estado mediático de Estado, multiplicado por el bochornoso negocio de Pluna[6] y
el mamarracho educativo del politiquero “acuerdo educativo”, fracasado antes de
llegar a ser impartido[7],
obligó al Frente Amplio como tal a desalinearse de la hipocrasía que desde la salida de la dictadura fuera ganando sus
filas, al socaire del votito sumado cada cinco años, después del sorbo con
edulcorante agregado.
Varias señales marcaron
recientemente tal desafección a la dulzura del común, poniendo en riesgo por la
vía del desafío declarativo, la paciente construcción de la desesperanza de
izquierda, al paso de paloma que sigue toda estrategia electoralista sustentada
en la desmovilización reivindicativa.
En primer lugar, el
tono vigoroso con que la recién electa presidente del Frente Amplio, Mónica
Xavier, encaró sus recientes responsabilidades, en un tono que el hipócrata no puede sino condenar,
precisamente porque dice poder[8].
En segundo lugar, la acusación dirigida por parlamentarios frentistas a la
oposición, tildándola de explotar con fines electoralistas los puestos otorgados
en la administración pública[9]. En
tercer lugar las declaraciones beligerantes del presidente de ANCAP, Raúl
Sendic (h), quien apuntó las baterías hacia los concesionarios privados del
gobierno en el ruinoso asunto de PLUNA, sin poder disimular, como lo intentara
más tarde, que apuntaba a un adversario interno dentro del Frente Amplio: la
conducción del primer período de gobierno frentista encarnada por Vázquez y
Astori[10].
No es del caso
detenerse en los intereses y perspectivas que puedan animar esos atentatorios
desmanes contra el registro hipócrata.
No se trata del desbarajuste de la bancada de izquierda ante la caída del
prestigio nacional de la figura presidencial, abriendo una incertidumbre que
amenaza muchas posiciones logradas, o del perfil a marcar ante la flojera
ideológica m-pepista, o de reflotar una postura destinada a heredar los votos
del propio Mujica. En verdad, todos esos elementos explicativos descaecen en
vigor propio y se iluminan por medio de una claridad refleja que reciben de la
propia reacción hipócrata.
Como conviene a la
bondad iluminada por la humildad, el expresidente Vázquez y su antiguo ministro
de economía Astori no tardaron en salmodiar un mea culpa con relación a la fracasada concesión de PLUNA y a la
alicaída pérdida que ocasionó al erario público. Pese a tal acto de contrición
ante cámaras, ese “fue responsabilidad mía, porque yo era el presidente”[11] o
aquel “me equivoqué”[12]
de quien lo asesoraba por entonces, no pueden ser confundidos, sin dejar en el
tintero lo grueso del asunto, con una respuesta a la oposición o una
explicación a la opinión pública.
La primera necesidad de
un candidato o político, es lograr la disciplina entre sus propias filas, sin
lo cual, su poderío se asemeja a aquella Armada Brancaleone que lideraba
Vittorio Gassman[13].
De la falange espartana a la legión romana, la potencia estratégica se piensa
en razón de la cohesión de filas propias hacia adentro. La estrategia electoral
del Frente Amplio fue definitivamente coronada por el éxito en 2004, tras
suspender el juicio político a Jorge Batlle por el desfalco, bajo control
estatal y con información presidencial, del Banco Montevideo. Tal hipocrasía (minimización del uso posible
del poder) se justificó en aras de amainar el oleaje social para convencerlo de
votar en majada por un “cambio en paz”. Aquellos polvos del Banco Montevideo
desfalcado con anuencia electoralista de la hipocrasía
frenteamplista, se han convertido en estos barros de una PLUNA que ya no
despegará.
El propio Jorge Batlle
en su discurso sobre la modernización, a la salida de la dictadura, apuntaba menos
a un tercero distraído que a reagrupar las fuerzas del Partido Colorado en
torno al proyecto neoliberal[14].
En verdad, fue la obra de toda una vida, ya que el desarrollismo tecnocrático
que desplegó en su candidatura de 1967 ya estaba impregnado de renuncia al
batllismo genuino.
Oponiéndose al vigor de
toda reformulación crítica mediante un continuismo sin alternativa declarada, la
estrategia electoralista de la bondad iluminada por la fe del común en promedio,
que se modula en frases quedas y retenidas, infunde al estilo hipócrata que nada cambiará, a cambio de obtener el gobierno. Desde la
percepción de una inefable parsimonia pública, toda confrontación pesaría, a la
hora de asumir un perfil cuestionador, como un déficit electoral para el Frente
Amplio, de cara además, al predominio de
la derecha en los medios masivos de comunicación. De ahí que los dos líderes
más representativos del perfil bajo en las declaraciones hayan salido de
inmediato, ante la virulencia del contexto declarativo que generaban sus propios
misioneros, a restaurar aquel tono que había imperado por lo bajo en un mar de
sargazos de las declaraciones. Sin embargo, los tiempos de la restauración democrática
pos-dictatorial, en que todos los miedos se justificaban en todas las culpas,
ha pasado irremediablemente.
Tal estilo de
indiferenciación viene a desfigurarse ahora, a partir de movimientos en las
propias capas sedimentarias del mismo Frente Amplio, señalando desplazamientos
subterráneos correlativos a la erupción de lava verbal presidencial, en un
acontecimiento sísmico para la integridad mediática frenteamplista, mirada
desde la perspectiva cuenta-votos de “ganar el centro”. Tales excesos tectónicos de la estructura
izquierdista ante su propia desestabilización
de arriba para abajo, intentaron ser corregidos por una compostura culposa y
bienpensante del expresidente y su antiguo escudero económico. Tanta corrección
de una moral pública cargada de culpa
personal quizás resulte, por razones simétricas a la rectitud atenida a la
eficacia del mercado, tan inviable como el neoliberalismo jorgebatllista que
allanara, hipocrasía mediante, el empedrado
de buenas intenciones que los incautos siguen, por la izquierda pero hacia la
derecha, hasta el infierno.
[1] Ante la renuncia de Chifflet Mujica hizo notar que el parlamentario se encontraba cerca del límite de edad. Sugiriendo que Chifflet no renunciaba a nada, Mujica disolvía en un analgésico moral el problema ideológico que planteaba esa renuncia, en particular en razón del prestigio del renunciante. Viscardi, R. “¿Un movimiento social frenteamplista?” (2008)
Encuentros Uruguayos1, 90-94, FHCE, Universidad de la República,
Montevideo. La versión on-line del Nº1 de Encuentros Uruguayos no se encuentra actualmente on-line. La actual dirección editorial de la revista se encuentra en la dirección http://www.encuru.fhuce.edu.uy/.
[2] “La Mirada de
los Otros” Montevideo Portal
(30/07/12) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_173626_1.html
[3] Ver en este
blog “La nación-Estado” http://ricardoviscardi.blogspot.com/2009/05/la-nacion-estado-1-quincena-mayo-2009.html
[4] Termino
coloquial y peyorativo con que el campesinado uruguayo estigmatiza el empaque
citadino.
[5] Ver al respecto
“El mayordomo de la mundialidad” en este blog
[6] Blixen, S. “¿Quién
desplumó a Pluna?” Brecha (20/07/12) Montevideo.
[7]“Larrañaga
denunció el incumplimiento del acuerdo educativo multipartidario” El País (02/07/12) http://www.elpais.com.uy/120702/ultmo-649637/ultimomomento/Larranaga-denuncio-incumplimiento-de-acuerdo-educativo-multipartidario/
Ver al respecto en este blog
“Reflexiones de Leviatán: la educación y el estado de la política” http://ricardoviscardi.blogspot.com/2011/12/reflexiones-de-leviatan-la-educacion-y_14.html
[8] “FA rechaza los
dichos de Unidad Nacional” La República
(22/07/12) http://www.diariolarepublica.net/2012/07/xavier-fa-rechaza-dichos-una/
[9] “Se volaron los
puentes” que unían a la oposición con el oficialismo” Tiempo http://www.tiempo.com.uy/destacadas/1118-se-volaron-los-puentes-que-unian-a-la-oposicion-con-el-oficialismo
[10] “Sendic: los
que trajeron a Campiani son unos “fantasmas” El Diario (23/07/12) http://eldiario.com.uy/2012/07/23/sendic-los-que-trajeron-a-campiani-son-unos-fantazmas/
[11] “Apareció
Tabaré” Montevideo Portal (17/07/12) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_172643_1.html
[12] Astori, D. “Danilo
Astori” uy.press (16/07/12) http://www.uypress.net/uc_30420_1.html
[13] “La Armada
Brancaleone” filmaffinity http://www.filmaffinity.com/es/film649230.html
[14] Viscardi, R. “El
discurso sobre el Estado, desde el Estado” en ¿Hacia dónde va el Estado uruguayo? (1987) FCU-CIEDUR, Montevideo,
pp. 220-224.