La
educación es un asunto demasiado político para dejarlo en manos de la política
partidaria[1]
1ª
quincena, octubre 2012
Confieso que he encontrado
cierta dificultad al proponerme trasladar la famosa frase de Clemenceau “La
guerra es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los militares” al
contexto actual de la educación. Sin embargo, tras muchos intentos destinados a
alcanzar una expresión acorde al propósito, he terminado por reconocer que la
dificultad no estriba en la denegación de seriedad a los militares, puesto que
una descalificación similar podría justificarse contra la política partidaria,
sino que el obstáculo proviene del propio contexto que debiera corroborar la
expresión.
En efecto, la “seriedad” a la que se refería
Clemenceau suponía una profundidad de determinaciones relativas a la guerra, que
anclaban en condiciones cuya complejidad superaba en mucho la mera contienda
bélica. Por vía de consecuencia, se podría leer la misma frase como el
comentario contextualizado de otra formulación célebre, de significación propiamente
militar “La guerra es la continuación de la política por otros medios”
(Clausewitz). En efecto, si la guerra continúa a la política, esta última
inspira y determina su prolongación bélica, por lo tanto, la condición
primigenia que se le asigna a la política antes que a la guerra, arraiga en
condiciones más amplias, básicas y gravitantes. Tal temperamento indicaría que
la “seriedad” que Clemenceau atribuye al asunto bélico va de par con la condición
básica que Clausewitz asocia a la política, sesgo de vinculación que une lo
serio a lo básico, conjuntamente, en una profundidad cuya complejidad alimenta
por igual, tanto la prolongación de la política en la guerra, como la
proyección política que alcanza la propia guerra.
En los dos casos, lo
político nutre con la savia de su sabiduría lo propio a la guerra, que a su vez
expresa, a través de una figura
simplificadora y ramificada, la fuente subyacente que la sostiene y explica[2].
Tanto la frase de
Clemenceau como la de Clausewitz corresponden a una concepción organicista y en
consecuencia evolutiva de los procesos, constitutiva de la episteme moderna. Un principio originario contiene en sí propio,
para esa sensibilidad intelectual, las instrucciones suficientes para el
desarrollo pleno, que en un proceso germinal, lleva de la simiente al cumplimiento
del ser vivo. Este paradigma organicista revierte, a su vez, una instrucción
creadora de índole espiritual que infunde, en una materia destinada a revestir
esplendor sobrenatural, una consigna primordial y edificante. La noción de
naturaleza expresa secularmente, una vez que se apropia de los derechos de
interpretación del origen de la vida, la misma tradición espiritualista ligada
a una emanación creacionista, revirtiéndola sin embargo en un origen terrenal.
Pero tanto en el contexto epistémico espiritualista como en el secularizado, un
principio primigenio y rector inspira provisoriamente el desarrollo ulterior de
una forma plenamente desarrollada, a través de un proceso básico que sostiene
una expresión seria, es decir, edificada desde su propia profundidad.
La imposibilidad en que
me encuentro de traducir esa heurística orgánico-espiritualista, propia de una
profundidad tan germinal como seria en términos de mi frase “La educación es un
asunto demasiado político para dejarlo en manos de la política partidaria”, que
me sigue pareciendo insistentemente verosímil pese a la dificultad anamnésica, que
me impide olvidar la versión evolutiva consagrada por la modernidad, me lleva a pensar que la profundidad ya no es
lo que era, ni en la sociedad ni en el individuo. En aras de justificar mi
obstinado enunciado en términos de verosimilitud descriptiva, bastaría
referirlo a la actualidad mundial de la guerra, de la política y de la
educación, para dejar de paso, bastante mal parados a Clausewitz y a
Clemenceau. Sorteando esa tentación de verosimilitud contextual, en particular
para no ser injusto con quienes pensaron bajo otras condiciones y lograron
inspirarnos reflexivamente hasta hoy día,
quisiera asimismo ser generoso con la enunciación que me llevó a esa
frase, obsesiva en desmedro de la paciencia ajena, en este caso de ustedes a
quienes me dirijo. Abuso solicitando comprensión de cada uno, apelo a la
generosidad de la asistencia con la escucha de “La educación es un asunto
demasiado político para dejarlo en manos de la política partidaria”, reiteración
que obedece por mi lado, a un principio de piedad del pensamiento que me
obliga, según Vattimo, a dar oídos a mis propias propensiones elocuentes con
cierta caridad[3].
Suponiendo que mi
inclinación enunciativa carece de profundidad, ya que me parece ante todo
opuesta a una seriedad arraigada y germinal, entiendo que la verosimilitud que
reviste no se sustenta en un descaecimiento moral de los protagonistas
partidarios de la política, ya que esa descalificación de la probidad de las
personas me llevaría a una percepción
que divide el bien del mal, antes de llegar a entender la incumbencia
relativa de tales calificaciones con relación a casos, circunstancias y
trayectorias. Tampoco aunque me esforzara, lograría entender cómo las
estructuras partidarias generan una suerte de perversión que desvirtúa a sus
personeros, si no las refiero a una profundidad explicativa de la naturaleza
pública que, como decía anteriormente, mi frase inspiradora me impide endosar.
Decidido, sin embargo,
a perseverar en el esfuerzo por entender fundadamente lo que me parece
incontrovertible en su formulación, cedo a la tentación enunciativa de promulgar
una convicción relativa a la índole política, estipulando provisoriamente que
esa calidad corresponde a una actividad propia de los particulares. En tanto
cunde entre un gran número, la política se manifiesta como suma de actividades
protagonizadas por particulares que añaden cada uno su cuota de singularidad,
de manera que ese conjunto heterogéneo y diverso de inclinaciones registradas
configura “lo político”, en tanto se entiende por tal la actuación
colectiva de los miembros de una población.
La asignación de una
condición política singular a cada miembro de la población, concuerda con el
régimen bio-político propio de la modernidad, tal como la desarrolla Foucault a partir del
bio-poder, en cuanto la vida propia de los
“hombres infames” se consigna en los discursos que registran sus actuaciones[4].
Por consiguiente, la condición de particular y la inscripción discursiva de una
trayectoria individual constituyen una unidad significativa, tanto en el
sentido enunciativo como en la existencia pública.
Por contraposición a esa
comparecencia discursiva de los cuerpos particulares en el conjunto público,
los partidos políticos suponen la delegación de potestades enunciativas desde
los miembros asociados hacia una corporación rectora (comité central, poderes
públicos, organismos de dirección, etc.). Desde el centralismo democrático
leninista hasta la democracia de opinión pública del presente, organizada esta
última en la comunicación masiva a través de la reversibilidad entre medición (de la opinión) y
mediación (a distancia), la consistencia social exige una transferencia discursiva desde los
particulares hacia el lugar que dirime la hegemonía ideológica.
Sin embargo, tal
pretensión a una jerarquía sustentada en la articulación social profunda de una
condición biológica -es decir corporal- de la sociedad, se encuentra coartada
por la actualidad pública que se interpone por -al menos- dos vertientes, en el
camino a la comunicación masiva que ha tomado el organicismo, a partir de la segunda
mitad del siglo pasado. Las redes mediáticas tienden, en efecto, a articular el
conjunto social en función de los propios medios masivos de comunicación,
orquestados mundial y empresarialmente a partir de las nuevas tecnologías de la
comunicación y la información, pero también a partir de la apropiación de estas
mismas tecnologías por asociaciones políticas, sociales y educativas entre
otras. Por esas dos vías, se genera una condición de la vinculación colectiva
que no se subordina verticalmente al modelo ideológico-institucional, impugnado incluso por el auge de los movimientos sociales entre los 70’ y los 80’, sino que
induce, tanto por la vía empresarial como por la vinculación comunitaria, una
mutación de la identidad pública con efectos económicos, políticos y
educativos.
Asimismo, el desarrollo
tecnológico tiende a una convergencia de medios que introduce el teléfono en el
computador y el computador en la televisión, propendiendo a una sinergia
mediática que favorece la interactividad entre los particulares, de forma que
las llamadas “redes sociales” configuran, en paralelo, una asociación de
particulares que se vinculan a distancia. Esta asociación sin lugar ni lapso no
sólo opone, remitida a una lectura foucaldiana, la singularidad enunciativa de
los discursos particulares a la regimentación ideológica de los conglomerados
dirigentes, sino que además configura una vinculación por eslabonamiento en
redes, que prospera a partir de la discontinuidad del artificio y desdeña
apoyarse en la continuidad de la naturaleza. De ahí que la superficie eslabonada
de las redes artificiales escape a la seria y básica profundidad natural de los
procesos orgánicos, en cuyo registro moderno el término “organización” vale tanto
para los conjuntos biológicos como para las entidades públicas. Este paso desde la
organización natural a la red artificial determina que lo político de la
vinculación, por decisión de los particulares, escape de forma creciente y
desbordante al control de las organizaciones partidarias, que pretenden
conservar el control bio-político de una población organizada con criterio de
masa biológica.
Por consiguiente, la
noción de una desistencia político-partidaria de la educación desde el punto de
vista de una colectividad de redes, se vincula ante todo al desvanecimiento
creciente de la configuración ideológico-institucional propia de los partidos políticos, como consecuencia del surgimiento de formas de asociación colectiva que minan su autoridad
y su prestigio, tanto a nivel de los principios de actuación como en el plano
de la costumbres de las mayorías.
Por otro lado, la
propia noción de educación sufre una torsión conceptual como efecto de su
inscripción en un habitus
radicalmente alternativo. Así como la articulación de la educación con todos los
planos de la vida asociativa corresponde al criterio de “lo político”, que ya
surge de la clave de lectura bio-política como el conjunto de las actividades
colectivas de los particulares, la sinergia de una colectividad configurada en
red, por eslabonamiento mediático, supone condiciones radicalmente diferentes
de acceso a la cultura y el saber. La índole diferenciada de este acceso se
expresa elocuentemente en el doble sentido que presenta el término “mediatización”,
en tanto la ambivalencia que encierra no es equívoca por indiferenciación, en
cuyo caso bastaría con despejar la confusión distinguiendo, como lo hacía
Aristóteles, los parónimos que reviste una misma palabra. Por el contrario,
este equívoco prodiga semánticamente una comprensión única con dos vertientes
de sentido articuladas entre sí. En efecto, el eslabonamiento en red de la
vinculación artificial es “mediatizada” en el sentido dieciochesco de “encarcelada”,
ante todo porque también se encuentra “mediatizada” en el sentido de la
tecnología mediática, en cuanto lo que nos vincula a distancia presenta, como
condición de posibilidad, el ingreso en la clausura de un código cifrado[5].
La franquía de la
contraseña en tanto marca idiosincrática no sólo precipita la singularidad en
la universalidad de un código, sino que por sobre todo articula el código sobre
la invariabilidad de la cifra. A las antípodas de la descalificación
saussuriana del código como equivalente de la lengua, el vínculo cifrado es el
efecto propio del artefacto programado, cuya eficiencia vinculante -a través de
la provisión de la clásica imagen acústica en particular, estriba en la
invariabilidad de la cifra, en tanto su rigor formal admite incluso la
expresión numérica. El número constituía
para Kant, dentro de la categoría de la relación, el “invariante relacional”[6],
término que deja en claro la índole de relación encadenada que nos encontramos
obligados a mantener para incorporarnos
a las “redes sociales”.
La educación, lejos ya de
condecir con el humanismo de la “Prosa del Mundo” que describiera Foucault[7],
en la infinita filigrana interpretativa que contextualiza la naturaleza en
versiones germinales, condice hoy con una “Cifra del Mundo” que nos presenta
on-line una versión numérica del acceso al universo. Aquello que nos “mediatiza” en tanto nos
permite incluirnos en códigos compartidos por nuestros semejantes, también nos “mediatiza”
en tanto nos vincula si -y sólo si- admitimos precipitarnos en la insipidez
numérica.
La cuestión de la educación
se vincula hoy, en esa perspectiva, a la adquisición de la capacitación que
permita internarse en la cifra del mundo que provee internet, pero también a
desvincularse de una identidad numérica que pasa llave al cerrojo de una relación
invariante. Tal criterio induce a una autonomía sustentada en la anomalía
emergente, antes que en la personalidad formalizada, cuestión que nos devuelve
a la actualidad política de la educación.
El intento del sistema
uruguayo de partidos de liquidar toda autonomía de la Enseñanza, particularmente
en el Codicen, con engendros tales como el doble voto para el presidente de
este organismo, o el fracasado “acuerdo educativo”[8]
que pergeñaron los partidos políticos erigiéndose en órganos rectores de la
enseñanza[9],
acaba de conocer un engendro en reiteración real. En efecto, la creación en
carpetas parlamentarias de una Universidad Tecnológica se presenta como un
dechado de liquidación de la autonomía en cualquier versión de la misma que se
conozca[10].
Se trata en efecto, de una universidad pública cuyas autoridades, además de no
provenir de la voluntad política del demos
universitario, serían directamente provistas por una pléyade de instituciones
representativas de los poderes del presente: el propio gobierno, las
corporaciones empresariales, los poderes sindicales y finalmente, incluso y se
diría que por condescendencia, los propios protagonistas universitarios.
Esta reiteración real
del conato de regimentación partidaria de la educación no debe verse como una
tendencia ascendente en el proceso social y educativo, sino como el manotazo de
ahogado de un sistema partidario cada vez más acotado por la índole mediática
de la sociedad tecnológica, circunstancia que determina la tendencia de ese sistema a decretar un dominio que se pierde cotidianamente. En esa perspectiva, debemos prepararnos teórica y
asociativamente, desde el plano de la educación y particularmente desde la autonomía
universitaria, para enfrentar nuevos embates partidocráticos, ante cuya
inminencia conviene tener presente que, lejos de representar la actualidad
política de lo político, no traducen sino la obsolescencia partidaria de la
representación orgánica.
[1] Intervención en
la mesa (integrada junto con Raúl Gil y Antonio Romano) “La educación…¿siempre
llega tarde?” del Lanzamiento del debate educativo 2012-2013, Comisión de asuntos
gremiales del Centro de Estudiantes de Humanidades y Ciencias de la Educación,
FHCE, Montevideo, 20 de septiembre, 2012.
[2] Esta
descripción figurativa del tópico de la profundidad en tanto determinación,
corresponde tanto a la metáfora del “árbol de la ciencia”, que presenta
Descartes en Los principios de la
filosofía, como al comentario de esa imagen cartesiana que desarrolla
Heidegger en Qué es metafísica?, ver Heidegger,
M. (2000) “¿Qué es metafísica?” en Hitos,
Alianza, Madrid, p. 299.
[3] Acerca de “piedad
del pensamiento” en Vattimo, con relación a la problemática educativa: Darós,
W. La educación débil en la sociedad
posmoderna http://williamdaros.files.wordpress.com/2009/08/w-r-daros-la-educacion-debil-en-la-sociedad-posmoderna.pdf
(acceso el 20/09/12)
[4] Me explico al
respecto en Viscardi, R. (en prensa en los anales on-line del evento) “La mediatización en la comunicación
artefactual: algunas interrogantes vinculadas a la cuestión del sentido” 1er
Congreso de la Sociedad Filosófica del Uruguay, Montevideo, 10 al 12 de mayo
2012.
[5] Op.cit.supra
[6] Viscardi, R.
(2004), “La sabia contingencia: una idiosincrasia planetaria”. En Revista Comunicación, Nº 2, p.191.
[7] Foucault, M. (1966) Les
mots et les choses, Gallimard, Paris, pp.32-59.
[8] “Larrañaga
denunció el incumplimiento del acuerdo educativo multipartidario” El País (02/07/12) http://www.elpais.com.uy/120702/ultmo-649637/ultimomomento/Larranaga-denuncio-incumplimiento-de-acuerdo-educativo-multipartidario/
[9] Viscardi, R. “Reflexiones
de Leviatán” en Tiempos de Crítica Nº1
(16/03/12) (Rev. Caras y Caretas) pp.10-11.
[10] “Quién conduce?”
Montevideo Portal (19/09/12) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_179606_1.html