29.9.12


La educación es un asunto demasiado político para dejarlo en manos de la política partidaria[1]


1ª quincena, octubre 2012




Confieso que he encontrado cierta dificultad al proponerme trasladar la famosa frase de Clemenceau “La guerra es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los militares” al contexto actual de la educación. Sin embargo, tras muchos intentos destinados a alcanzar una expresión acorde al propósito, he terminado por reconocer que la dificultad no estriba en la denegación de seriedad a los militares, puesto que una descalificación similar podría justificarse contra la política partidaria, sino que el obstáculo proviene del propio contexto que debiera corroborar la expresión.

 En efecto, la “seriedad” a la que se refería Clemenceau suponía una profundidad de determinaciones relativas a la guerra, que anclaban en condiciones cuya complejidad superaba en mucho la mera contienda bélica. Por vía de consecuencia, se podría leer la misma frase como el comentario contextualizado de otra formulación célebre, de significación propiamente militar “La guerra es la continuación de la política por otros medios” (Clausewitz). En efecto, si la guerra continúa a la política, esta última inspira y determina su prolongación bélica, por lo tanto, la condición primigenia que se le asigna a la política antes que a la guerra, arraiga en condiciones más amplias, básicas y gravitantes. Tal temperamento indicaría que la “seriedad” que Clemenceau atribuye al asunto bélico va de par con la condición básica que Clausewitz asocia a la política, sesgo de vinculación que une lo serio a lo básico, conjuntamente, en una profundidad cuya complejidad alimenta por igual, tanto la prolongación de la política en la guerra, como la proyección política que alcanza la propia guerra.

En los dos casos, lo político nutre con la savia de su sabiduría lo propio a la guerra, que a su vez expresa,  a través de una figura simplificadora y ramificada, la fuente subyacente que la sostiene y explica[2].

Tanto la frase de Clemenceau como la de Clausewitz corresponden a una concepción organicista y en consecuencia evolutiva de los procesos, constitutiva de la episteme moderna. Un principio originario contiene en sí propio, para esa sensibilidad intelectual, las instrucciones suficientes para el desarrollo pleno, que en un proceso germinal, lleva de la simiente al cumplimiento del ser vivo. Este paradigma organicista revierte, a su vez, una instrucción creadora de índole espiritual que infunde, en una materia destinada a revestir esplendor sobrenatural, una consigna  primordial y edificante. La noción de naturaleza expresa secularmente, una vez que se apropia de los derechos de interpretación del origen de la vida, la misma tradición espiritualista ligada a una emanación creacionista, revirtiéndola sin embargo en un origen terrenal. Pero tanto en el contexto epistémico espiritualista como en el secularizado, un principio primigenio y rector inspira provisoriamente el desarrollo ulterior de una forma plenamente desarrollada, a través de un proceso básico que sostiene una expresión seria, es decir, edificada desde su propia profundidad.

Esta profundidad que Clemenceau denegaba a los militares y que Clausewitz adjudicaba a la política antes que a la guerra,  por razones básicamente fundadas, constituye en nuestra memoria cultural la política como arte de lo posible, que emana de la profundidad social. En la misma perspectiva epistémica, la educación proviene de las propias bases de desarrollo de la sociedad  y del individuo, irrumpiendo en cada quién por la vía de una vocación que proviene de una profundidad personal.

La imposibilidad en que me encuentro de traducir esa heurística orgánico-espiritualista, propia de una profundidad tan germinal como seria en términos de mi frase “La educación es un asunto demasiado político para dejarlo en manos de la política partidaria”, que me sigue pareciendo insistentemente verosímil pese a la dificultad anamnésica, que me impide olvidar la versión evolutiva consagrada por la modernidad,  me lleva a pensar que la profundidad ya no es lo que era, ni en la sociedad ni en el individuo. En aras de justificar mi obstinado enunciado en términos de verosimilitud descriptiva, bastaría referirlo a la actualidad mundial de la guerra, de la política y de la educación, para dejar de paso, bastante mal parados a Clausewitz y a Clemenceau. Sorteando esa tentación de verosimilitud contextual, en particular para no ser injusto con quienes pensaron bajo otras condiciones y lograron inspirarnos reflexivamente hasta hoy día,  quisiera asimismo ser generoso con la enunciación que me llevó a esa frase, obsesiva en desmedro de la paciencia ajena, en este caso de ustedes a quienes me dirijo. Abuso solicitando comprensión de cada uno, apelo a la generosidad de la asistencia con la escucha de “La educación es un asunto demasiado político para dejarlo en manos de la política partidaria”, reiteración que obedece por mi lado, a un principio de piedad del pensamiento que me obliga, según Vattimo, a dar oídos a mis propias propensiones elocuentes con cierta caridad[3].

Suponiendo que mi inclinación enunciativa carece de profundidad, ya que me parece ante todo opuesta a una seriedad arraigada y germinal, entiendo que la verosimilitud que reviste no se sustenta en un descaecimiento moral de los protagonistas partidarios de la política, ya que esa descalificación de la probidad de las personas me llevaría a una percepción  que divide el bien del mal, antes de llegar a entender la incumbencia relativa de tales calificaciones con relación a casos, circunstancias y trayectorias. Tampoco aunque me esforzara, lograría entender cómo las estructuras partidarias generan una suerte de perversión que desvirtúa a sus personeros, si no las refiero a una profundidad explicativa de la naturaleza pública que, como decía anteriormente, mi frase inspiradora me impide endosar.

Decidido, sin embargo, a perseverar en el esfuerzo por entender fundadamente lo que me parece incontrovertible en su formulación, cedo a la tentación enunciativa de promulgar una convicción relativa a la índole política, estipulando provisoriamente que esa calidad corresponde a una actividad propia de los particulares. En tanto cunde entre un gran número, la política se manifiesta como suma de actividades protagonizadas por particulares que añaden cada uno su cuota de singularidad, de manera que ese conjunto heterogéneo y diverso de inclinaciones registradas configura “lo político”, en tanto se entiende por tal la actuación colectiva de los miembros de una población.

La asignación de una condición política singular a cada miembro de la población, concuerda con el régimen bio-político propio de la modernidad,   tal como la desarrolla Foucault a partir del bio-poder, en cuanto la vida propia de los “hombres infames” se consigna en los discursos que registran sus actuaciones[4]. Por consiguiente, la condición de particular y la inscripción discursiva de una trayectoria individual constituyen una unidad significativa, tanto en el sentido enunciativo como en la existencia pública.

Por contraposición a esa comparecencia discursiva de los cuerpos particulares en el conjunto público, los partidos políticos suponen la delegación de potestades enunciativas desde los miembros asociados hacia una corporación rectora (comité central, poderes públicos, organismos de dirección, etc.). Desde el centralismo democrático leninista hasta la democracia de opinión pública del presente, organizada esta última en la comunicación masiva a través de la reversibilidad entre medición (de la opinión) y mediación (a distancia), la consistencia social exige una transferencia discursiva desde los particulares hacia el lugar que dirime la hegemonía ideológica.

Sin embargo, tal pretensión a una jerarquía sustentada en la articulación social profunda de una condición biológica -es decir corporal- de la sociedad, se encuentra coartada por la actualidad pública que se interpone por -al menos- dos vertientes, en el camino a la comunicación masiva que ha tomado el organicismo, a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Las redes mediáticas tienden, en efecto, a articular el conjunto social en función de los propios medios masivos de comunicación, orquestados mundial y empresarialmente a partir de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, pero también a partir de la apropiación de estas mismas tecnologías por asociaciones políticas, sociales y educativas entre otras. Por esas dos vías, se genera una condición de la vinculación colectiva que no se subordina verticalmente al modelo ideológico-institucional, impugnado incluso por el auge de los movimientos sociales entre los 70’ y los 80’, sino que induce, tanto por la vía empresarial como por la vinculación comunitaria, una mutación de la identidad pública con efectos económicos, políticos y educativos.

Asimismo, el desarrollo tecnológico tiende a una convergencia de medios que introduce el teléfono en el computador y el computador en la televisión, propendiendo a una sinergia mediática que favorece la interactividad entre los particulares, de forma que las llamadas “redes sociales” configuran, en paralelo, una asociación de particulares que se vinculan a distancia. Esta asociación sin lugar ni lapso no sólo opone, remitida a una lectura foucaldiana, la singularidad enunciativa de los discursos particulares a la regimentación ideológica de los conglomerados dirigentes, sino que además configura una vinculación por eslabonamiento en redes, que prospera a partir de la discontinuidad del artificio y desdeña apoyarse en la continuidad de la naturaleza. De ahí que la superficie eslabonada de las redes artificiales escape a la seria y básica profundidad natural de los procesos orgánicos, en cuyo registro moderno el término “organización” vale tanto para los conjuntos biológicos como para las entidades públicas. Este paso desde la organización natural a la red artificial determina que lo político de la vinculación, por decisión de los particulares, escape de forma creciente y desbordante al control de las organizaciones partidarias, que pretenden conservar el control bio-político de una población organizada con criterio de masa biológica.

Por consiguiente, la noción de una desistencia político-partidaria de la educación desde el punto de vista de una colectividad de redes, se vincula ante todo al desvanecimiento creciente de la configuración ideológico-institucional propia de los partidos políticos, como consecuencia del surgimiento de formas de asociación colectiva que minan su autoridad y su prestigio, tanto a nivel de los principios de actuación como en el plano de la costumbres de las mayorías.

Por otro lado, la propia noción de educación sufre una torsión conceptual como efecto de su inscripción en un habitus radicalmente alternativo. Así como la articulación de la educación con todos los planos de la vida asociativa corresponde al criterio de “lo político”, que ya surge de la clave de lectura bio-política como el conjunto de las actividades colectivas de los particulares, la sinergia de una colectividad configurada en red, por eslabonamiento mediático, supone condiciones radicalmente diferentes de acceso a la cultura y el saber. La índole diferenciada de este acceso se expresa elocuentemente en el doble sentido que presenta el término “mediatización”, en tanto la ambivalencia que encierra no es equívoca por indiferenciación, en cuyo caso bastaría con despejar la confusión distinguiendo, como lo hacía Aristóteles, los parónimos que reviste una misma palabra. Por el contrario, este equívoco prodiga semánticamente una comprensión única con dos vertientes de sentido articuladas entre sí. En efecto, el eslabonamiento en red de la vinculación artificial es “mediatizada” en el sentido dieciochesco de “encarcelada”, ante todo porque también se encuentra “mediatizada” en el sentido de la tecnología mediática, en cuanto lo que nos vincula a distancia presenta, como condición de posibilidad, el ingreso en la clausura de un código cifrado[5].

La franquía de la contraseña en tanto marca idiosincrática no sólo precipita la singularidad en la universalidad de un código, sino que por sobre todo articula el código sobre la invariabilidad de la cifra. A las antípodas de la descalificación saussuriana del código como equivalente de la lengua, el vínculo cifrado es el efecto propio del artefacto programado, cuya eficiencia vinculante -a través de la provisión de la clásica imagen acústica en particular, estriba en la invariabilidad de la cifra, en tanto su rigor formal admite incluso la expresión numérica.  El número constituía para Kant, dentro de la categoría de la relación, el “invariante relacional”[6], término que deja en claro la índole de relación encadenada que nos encontramos obligados a mantener para  incorporarnos a las “redes sociales”.

La educación, lejos ya de condecir con el humanismo de la “Prosa del Mundo” que describiera Foucault[7], en la infinita filigrana interpretativa que contextualiza la naturaleza en versiones germinales, condice hoy con una “Cifra del Mundo” que nos presenta on-line una versión numérica del acceso al universo.  Aquello que nos “mediatiza” en tanto nos permite incluirnos en códigos compartidos por nuestros semejantes, también nos “mediatiza” en tanto nos vincula si -y sólo si- admitimos precipitarnos en la insipidez numérica.

La cuestión de la educación se vincula hoy, en esa perspectiva, a la adquisición de la capacitación que permita internarse en la cifra del mundo que provee internet, pero también a desvincularse de una identidad numérica que pasa llave al cerrojo de una relación invariante. Tal criterio induce a una autonomía sustentada en la anomalía emergente, antes que en la personalidad formalizada, cuestión que nos devuelve a la actualidad política de la educación.

El intento del sistema uruguayo de partidos de liquidar toda autonomía de la Enseñanza, particularmente en el Codicen, con engendros tales como el doble voto para el presidente de este organismo, o el fracasado “acuerdo educativo”[8] que pergeñaron los partidos políticos erigiéndose en órganos rectores de la enseñanza[9], acaba de conocer un engendro en reiteración real. En efecto, la creación en carpetas parlamentarias de una Universidad Tecnológica se presenta como un dechado de liquidación de la autonomía en cualquier versión de la misma que se conozca[10]. Se trata en efecto, de una universidad pública cuyas autoridades, además de no provenir de la voluntad política del demos universitario, serían directamente provistas por una pléyade de instituciones representativas de los poderes del presente: el propio gobierno, las corporaciones empresariales, los poderes sindicales y finalmente, incluso y se diría que por condescendencia, los propios protagonistas universitarios.

Esta reiteración real del conato de regimentación partidaria de la educación no debe verse como una tendencia ascendente en el proceso social y educativo, sino como el manotazo de ahogado de un sistema partidario cada vez más acotado por la índole mediática de la sociedad tecnológica, circunstancia que determina la tendencia de ese sistema a decretar un dominio que se pierde cotidianamente. En esa perspectiva, debemos prepararnos teórica y asociativamente, desde el plano de la educación y particularmente desde la autonomía universitaria, para enfrentar nuevos embates partidocráticos, ante cuya inminencia conviene tener presente que, lejos de representar la actualidad política de lo político, no traducen sino la obsolescencia partidaria de la representación orgánica.




[1] Intervención en la mesa (integrada junto con Raúl Gil y Antonio Romano) “La educación…¿siempre llega tarde?”  del Lanzamiento del debate educativo 2012-2013, Comisión de asuntos gremiales del Centro de Estudiantes de Humanidades y Ciencias de la Educación, FHCE, Montevideo, 20 de septiembre, 2012.
[2] Esta descripción figurativa del tópico de la profundidad en tanto determinación, corresponde tanto a la metáfora del “árbol de la ciencia”, que presenta Descartes en Los principios de la filosofía, como al comentario de esa imagen cartesiana que desarrolla Heidegger en Qué es metafísica?, ver Heidegger, M. (2000) “¿Qué es metafísica?” en Hitos, Alianza, Madrid, p. 299.
[3] Acerca de “piedad del pensamiento” en Vattimo, con relación a la problemática educativa: Darós, W. La educación débil en la sociedad posmoderna http://williamdaros.files.wordpress.com/2009/08/w-r-daros-la-educacion-debil-en-la-sociedad-posmoderna.pdf (acceso el 20/09/12)
[4] Me explico al respecto en Viscardi, R. (en prensa en los anales on-line del evento) “La mediatización en la comunicación artefactual: algunas interrogantes vinculadas a la cuestión del sentido” 1er Congreso de la Sociedad Filosófica del Uruguay, Montevideo, 10 al 12 de mayo 2012.
[5] Op.cit.supra
[6] Viscardi, R. (2004), “La sabia contingencia: una idiosincrasia planetaria”. En Revista Comunicación, Nº 2, p.191.    
[7] Foucault, M. (1966) Les mots et les choses, Gallimard, Paris, pp.32-59.
[8] “Larrañaga denunció el incumplimiento del acuerdo educativo multipartidario” El País (02/07/12) http://www.elpais.com.uy/120702/ultmo-649637/ultimomomento/Larranaga-denuncio-incumplimiento-de-acuerdo-educativo-multipartidario/ 
[9] Viscardi, R. “Reflexiones de Leviatán” en Tiempos de Crítica Nº1 (16/03/12) (Rev. Caras y Caretas) pp.10-11.
[10] “Quién conduce?” Montevideo Portal (19/09/12) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_179606_1.html