30.11.12


Parece mentira las cosas que leo por los textos de Montevideo


1ª quincena diciembre 2012



Parafraseando el estribillo de un famoso candombe-beat de Jaime Roos, podría decirse “Parece mentira las cosas que leo / por los textos de Montevideo”[1]. El autor explica que su primer éxito discográfico en ventas masivas se vinculaba a una emisión de Telecataplum, que comentaba registros obtenidos por Montevideo[2]. Además de sostenerse en una cadencia tremendamente evocativa y nostálgica, el sentido del estribillo se topaba, al remitirse caso por caso a la toma visual, de bruces ante cualquier escena ciudadana. Esa ubicuidad de referente, trastocado a cada vez por una toma visual diferente –según lo explica Roos, se unía sin embargo por una elipse del sentido con el resto de la letra, significativamente titulada Adiós Juventud.

Así como nada puede ganarse de la juventud perdida, como no sea añorarla, nada puede decirse de lo sorprendente, cuando se presenta bajo una faz inverosímil. La letra es montevideana y uruguaya no sólo porque el presente queda pendiente de un pasado mejor, carga nostálgica en la mochila del recuerdo, sino además porque la realidad queda a la merced de la inverosimilitud, contrapuesta a certidumbres perpetuas.

La letra de “Adiós Juventud” estampa el característico temor uruguayo a mover nada con relación a un modelo venerado, que tanto expresa la noción mítico-religiosa del “origen perdido” (la juventud), retomada por el evolucionismo del siglo XIX, como el intento de conservar un estado de pureza melancólica que se escuda tras el asombro, para protegerse del asalto de lo insospechado (que parece mentira).

Jaime Roos relata, sin embargo, en Brindis por Pierrot[3] la memoria vívida del Uruguay batllista, ya no sujeta a la sorpresa ante lo inverosímil sino a la evocación fantasmática, que sólo encuentra por compensación presente, una fruición de bohemia ante un fracaso de payaso. Inversamente, ese fracaso es el de todos los personajes que se rememoran en un mismo relato, afamados o costumbristas, a través de figuras ya distantes de una proximidad perdida. Brindis por Pierrot ofrece, entonces, la clave de la realidad que quisiera verse “por las calles de Montevideo”, pero que ha cedido paso a una colonización agresivamente extraña.

El sentimiento que anima esta actualización de blog, es justamente el contrario. Efecto de lo que se lee por los textos de Montevideo, cunde otro “parece mentira” gratificante, que infunde el atisbo de pasos prometedores.

En una valiente edición del Semanario Voces, que parece inaugurar el primero de una serie de artículos dedicados al “postfrenteamplismo”[4], Rafael Massa contrapone la tibieza que infunden los índices de relativa prosperidad, al resguardo de la crisis del mundo desarrollado, con el desencanto que gana a la militancia ante las claudicaciones del elenco partidario, de cara a la personalidad histórica de la izquierda vernácula. Se pregunta si un reagrupamiento prestigioso de militantes de siempre, que reivindican las mismas referencias que condujeron a este flan político, logrará producir otros efectos, tras la reiteración de las mismas causales que lo propiciaron a la postre.

En una columna de opinión en La Diaria[5], Aldo Marchesi destaca cierto auge del gentilicio (en el sentido lato que preserva la RAE para el adjetivo)  “progresista” , que provoca incertidumbre acerca de la acepción involucrada. Señala cómo la más rancia derecha se reivindicó en su momento -augural del capitalismo bajo otra dictadura- “progresista”, sin dejar de anotar que tal afiliación transformadora se etiquetaba con el inefable rótulo de “ciencia”. También acota que la imbricación escatológica entre progreso y conocimiento que predicaba la izquierda histórica, vino a ser severamente dañada, tras la segunda guerra mundial, por la emergencia de la tecnología como instrumento letal del poder. Señala, finalmente,  cómo aquella pureza científica de los padres fundadores del capitalismo uruguayo, que se veía a sí misma opuesta al descaro político de los  intereses particulares, condice con esta bonhomía de la integración al mercado mundial, que parece hacer tan buenas migas con el desarrollismo vernáculo de la tecno-ciencia.

En un audio difundido por el boletín de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación[6], que a su vez registra la presentación del Directorio de Investigadores e Investigaciones de esa facultad, se desarrollan tres intervenciones en una mesa representativa del gobierno nacional, del gobierno académico y del gobierno de la propia facultad. Lo interesante de esas intervenciones, que se diferencian entre sí por su contenido y perspectiva, es que tratan por igual de las humanidades en tanto problemática del presente.  Emerge, a través de esas exposiciones, una condición epistémica y tradicional  al mismo tiempo, que traduce la sensibilidad de la comunidad. Por la misma latitud de la cuestión admitida, queda en evidencia la jugarreta de neutralidad epistémica, que oficiaba una reducción jíbara del saber, en aras de una barbarie justificada objetivamente. La diferenciación que se admite respecto a las humanidades lleva a preguntarse por otra diferenciación, que encierra la universidad de cara a sí misma, sobre todo cuando se pretende disolverla en el emprendimiento colectivo o en un repertorio de publicaciones arbitradas.

Quizás el aire de inverosimilitud con relación al registro acostumbrado, que comparten esas intervenciones sobre el canon frenteamplista, la etiqueta progresista o la reducción cientificista de las humanidades, se encuentre sintetizado en un artículo de Aldo Mazzuchelli[7] en torno al dron, en tanto emblema de la experiencia virtual. En efecto, pocos engendros se prestan mejor a subrayar como lo exógeno de la experiencia parasita lo endógeno de la suposición. El artículo plantea que la distancia entre la persona y la realidad, a través de la virtualidad, se vale del artefacto para gestionar la vida y la muerte, propia y ajena, de cara a todo lo que un sujeto puede exterminar impersonalmente, incluyendo al sicario de sí mismo. Este planteo sobre la virtualidad subraya que el cuerpo, entendido como el límite de la existencia propia, se encuentra involucrado en la virtualidad y por consiguiente, en el exterminio de sí mismo como otro.

El texto de Mazzuchelli revela hasta qué punto el presente pasa lejos, en experiencia y realidad, del origen histórico por evolución y de su purismo de una fuente de la subjetividad.  La continuidad ya no ofrece, ni entre los postergados y la izquierda, ni entre la ciencia y la liberación, ni entre las humanidades y la universidad, una ruta balizada de antemano. De ahí que podamos brindar por Pierrot, quien finalmente no llega a ser un personaje a interpretar, sino una vez escrito.






[1] El estribillo en cuestión es “Parece mentira las cosas que veo / por las calles de Montevideo”: Roos, J. “Adiós Juventud” en Musica.com http://www.musica.com/letras.asp?letra=1408012 (acceso el 29/11/12)
[3] Roos, J. “Brindis por Pierrot” en SitiodeLetras http://www.sitiodeletras.com/mostrar.php?lid=11407&artista=Jaime%20Roos&titulo=Brindis%20Por%20Pierrot (acceso el 30/11/12)
[4] Massa, R. “¿La inundación?” Voces (29/11/12) Montevideo, p.2.
[5] Marchesi, A. “El futuro del progreso” La Diaria (28/11/12) http://ladiaria.com.uy/articulo/2012/11/el-futuro-del-progreso/ (acceso el 29/11/12).
[6] Boletín Nº 58 de la FHCE, La impronta humanística (registro de audio) http://www.fhuce.edu.uy/images/comunicacion/videos/impronta/1fhcejornadas2012.mp3 (acceso el 29/11/12).
[7] Mazzuchelli, A. “Killing me softly with his drone” Henciclopedia http://www.henciclopedia.org.uy/Columna%20H/MazzucchelliDrone.htm (acceso el 29/11/12)