Parece
mentira las cosas que leo por los textos de Montevideo
1ª quincena diciembre 2012
Parafraseando el
estribillo de un famoso candombe-beat de Jaime Roos, podría decirse “Parece
mentira las cosas que leo / por los textos de Montevideo”[1]. El
autor explica que su primer éxito discográfico en ventas masivas se vinculaba a
una emisión de Telecataplum, que comentaba
registros obtenidos por Montevideo[2]. Además
de sostenerse en una cadencia tremendamente evocativa y nostálgica, el sentido
del estribillo se topaba, al remitirse caso por caso a la toma visual, de
bruces ante cualquier escena ciudadana. Esa ubicuidad de referente, trastocado
a cada vez por una toma visual diferente –según lo explica Roos, se unía sin
embargo por una elipse del sentido con el resto de la letra, significativamente
titulada Adiós Juventud.
Así como nada puede ganarse de la juventud perdida, como no sea añorarla, nada puede decirse de
lo sorprendente, cuando se presenta bajo una faz inverosímil. La letra es
montevideana y uruguaya no sólo porque el presente queda pendiente de un pasado
mejor, carga nostálgica en la mochila del recuerdo, sino además
porque la realidad queda a la merced de la inverosimilitud, contrapuesta a
certidumbres perpetuas.
La letra de “Adiós
Juventud” estampa el característico temor uruguayo a mover nada con relación a
un modelo venerado, que tanto expresa la noción mítico-religiosa del “origen
perdido” (la juventud), retomada por el evolucionismo del siglo XIX, como el
intento de conservar un estado de pureza melancólica que se escuda tras el
asombro, para protegerse del asalto de lo insospechado (que parece mentira).
Jaime Roos relata, sin
embargo, en Brindis por Pierrot[3]
la memoria vívida del Uruguay batllista, ya no sujeta a la sorpresa ante lo
inverosímil sino a la evocación fantasmática, que sólo encuentra por
compensación presente, una fruición de bohemia ante un fracaso de payaso.
Inversamente, ese fracaso es el de todos los personajes que se rememoran en un
mismo relato, afamados o costumbristas, a través de figuras ya distantes de una
proximidad perdida. Brindis por Pierrot
ofrece, entonces, la clave de la realidad que quisiera verse “por las calles de
Montevideo”, pero que ha cedido paso a una colonización agresivamente extraña.
El sentimiento que anima
esta actualización de blog, es justamente el contrario. Efecto de lo que se lee
por los textos de Montevideo, cunde otro “parece mentira” gratificante, que
infunde el atisbo de pasos prometedores.
En una valiente edición
del Semanario Voces, que parece inaugurar el primero de una serie de artículos
dedicados al “postfrenteamplismo”[4],
Rafael Massa contrapone la tibieza que infunden los índices de relativa
prosperidad, al resguardo de la crisis del mundo desarrollado, con el desencanto
que gana a la militancia ante las claudicaciones del elenco partidario, de cara
a la personalidad histórica de la izquierda vernácula. Se pregunta si un
reagrupamiento prestigioso de militantes de siempre, que reivindican las mismas
referencias que condujeron a este flan político, logrará producir otros efectos,
tras la reiteración de las mismas causales que lo propiciaron a la postre.
En una columna de
opinión en La Diaria[5],
Aldo Marchesi destaca cierto auge del gentilicio (en el sentido lato que preserva la RAE para el adjetivo) “progresista” , que provoca incertidumbre acerca de la acepción involucrada. Señala cómo la
más rancia derecha se reivindicó en su momento -augural del capitalismo bajo
otra dictadura- “progresista”, sin dejar de anotar que tal afiliación
transformadora se etiquetaba con el inefable rótulo de “ciencia”. También acota que la imbricación escatológica entre progreso y conocimiento que predicaba
la izquierda histórica, vino a ser severamente dañada, tras la segunda guerra
mundial, por la emergencia de la tecnología como instrumento letal del poder. Señala,
finalmente, cómo aquella pureza científica
de los padres fundadores del capitalismo uruguayo, que se veía a sí misma
opuesta al descaro político de los intereses particulares, condice con esta
bonhomía de la integración al mercado mundial, que parece hacer tan buenas
migas con el desarrollismo vernáculo de la tecno-ciencia.
En un audio difundido
por el boletín de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación[6],
que a su vez registra la presentación del Directorio
de Investigadores e Investigaciones de esa facultad, se desarrollan
tres intervenciones en una mesa representativa del gobierno nacional, del
gobierno académico y del gobierno de la propia facultad. Lo interesante de esas
intervenciones, que se diferencian entre sí por su contenido y perspectiva, es
que tratan por igual de las humanidades en tanto problemática del presente. Emerge, a través de esas exposiciones, una
condición epistémica y tradicional al mismo
tiempo, que traduce la sensibilidad de la comunidad. Por la misma latitud de
la cuestión admitida, queda en evidencia la jugarreta de neutralidad epistémica,
que oficiaba una reducción jíbara del saber, en aras de una barbarie justificada
objetivamente. La diferenciación que se admite respecto a las humanidades lleva
a preguntarse por otra diferenciación, que encierra la universidad de cara a sí
misma, sobre todo cuando se pretende disolverla en el emprendimiento colectivo
o en un repertorio de publicaciones arbitradas.
Quizás el aire de
inverosimilitud con relación al registro acostumbrado, que comparten esas
intervenciones sobre el canon frenteamplista, la etiqueta progresista o la
reducción cientificista de las humanidades, se encuentre sintetizado en un artículo de
Aldo Mazzuchelli[7]
en torno al dron, en tanto emblema de la experiencia virtual. En efecto, pocos
engendros se prestan mejor a subrayar como lo exógeno de la experiencia
parasita lo endógeno de la suposición. El artículo plantea que la distancia
entre la persona y la realidad, a través de la virtualidad, se vale del
artefacto para gestionar la vida y la muerte, propia y ajena, de cara a todo lo
que un sujeto puede exterminar impersonalmente, incluyendo al sicario de sí
mismo. Este planteo sobre la virtualidad subraya que el cuerpo, entendido como
el límite de la existencia propia, se encuentra involucrado en la virtualidad y
por consiguiente, en el exterminio de sí mismo como otro.
El texto de Mazzuchelli
revela hasta qué punto el presente pasa lejos, en experiencia y realidad, del
origen histórico por evolución y de su purismo de una fuente de la
subjetividad. La continuidad ya no
ofrece, ni entre los postergados y la izquierda, ni entre la ciencia y la
liberación, ni entre las humanidades y la universidad, una ruta balizada de
antemano. De ahí que podamos brindar por Pierrot, quien finalmente no llega a
ser un personaje a interpretar, sino una vez escrito.
[1] El estribillo
en cuestión es “Parece mentira las cosas que veo / por las calles de Montevideo”:
Roos, J. “Adiós Juventud” en Musica.com
http://www.musica.com/letras.asp?letra=1408012
(acceso el 29/11/12)
[2] Telecataplum, Por las calles de Montevideo https://www.youtube.com/watch?v=GbJje7aZW0o&playnext=1&list=PLFF6237E764AB08F4&feature=results_video
(acceso el 29/11/12).
[3] Roos, J. “Brindis
por Pierrot” en SitiodeLetras http://www.sitiodeletras.com/mostrar.php?lid=11407&artista=Jaime%20Roos&titulo=Brindis%20Por%20Pierrot
(acceso el 30/11/12)
[4] Massa, R. “¿La
inundación?” Voces (29/11/12)
Montevideo, p.2.
[5] Marchesi, A. “El
futuro del progreso” La Diaria
(28/11/12) http://ladiaria.com.uy/articulo/2012/11/el-futuro-del-progreso/
(acceso el 29/11/12).
[6] Boletín Nº 58
de la FHCE, La impronta humanística (registro
de audio) http://www.fhuce.edu.uy/images/comunicacion/videos/impronta/1fhcejornadas2012.mp3
(acceso el 29/11/12).
[7] Mazzuchelli, A.
“Killing me softly with his drone”
Henciclopedia http://www.henciclopedia.org.uy/Columna%20H/MazzucchelliDrone.htm
(acceso el 29/11/12)