El
libro más hondo: una facultad de información y
comunicación
1ª
quincena octubre 2013
La noticia de la
instalación de la Facultad de Información y Comunicación pasó relativamente
desapercibida en los medios de comunicación uruguayos. No así entre la
comunidad académica que sustenta la facultad recién creada, en cuanto la
decisión del Consejo Directivo Central de la Universidad de la República del 1º
de octubre pasado, llega para culminar un proceso que arranca con la misma
instalación de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, en 1986,
mientras la Escuela de Bibliotecología y Ciencias Afines presenta una
trayectoria institucionalizada desde los años 50’.
No hay tema que pudiera
quedar al margen de esa contradicción que duró casi tres décadas entre la
comunicación y la universidad por un lado, así como entre la comunicación y la
información por el otro, desarrolladas por separado. La dificultad para
percibir la entidad universitaria de la comunicación y la información se
manifiesta en la misma universidad y no es un fenómeno uruguayo, sino
universal. Bastaría para considerar su significación, tener en cuenta que el
pensamiento occidental se caracteriza, en el siglo XX, por haber adoptado un “giro
lingüístico”.[1]
Sin embargo, la
tecnología ha radicalizado aún más esa percepción de un límite decisivo en el
lenguaje, en cuanto ha eliminado la barrera entre el lenguaje artificial y el
lenguaje natural a través de las tecnologías de la información y la
comunicación. De esa forma, cualquiera de nosotros puede emplear un lenguaje
natural, con toda su carga simbólica, a través de las operaciones perfectas de
un lenguaje artificial, que ponen al alcance de la decisión la vinculación
humana, a través de un artefacto.
Esta coyuntura
destituye tanto la cuestión del lenguaje en tanto recinto epistémico de un
saber riguroso (en tanto el lenguaje formal se pone al servicio del “imperfecto”
lenguaje natural), como la cuestión del lenguaje natural en tanto “esencia
semiótica” de la estructura social (en cuanto el lenguaje natural pasa a ser “programado”
por una inteligencia artificial). Una distancia surge dentro de otra, un límite
se pone por fuera de otro, ni la “ciencia” ni la “sociedad” constituyen en adelante
matrices de un “macro-orden”, ya que la “consistencia racional” se ha puesto al
servicio de la imagen más popular, mientras la “sociedad humana” cunde en vilo
de artefactos.[2]
Ante esa transformación
que pasa por todos los ámbitos, la llegada a la condición de facultad, tan anhelada
y con tantas razones válidas por las comunidades universitarias de la
Licenciatura en Ciencias de la Comunicación y de la Escuela Universitaria de Bibliotecología
y Ciencias Afines, debe tanto fortalecer el entusiasmo por una trayectoria
cumplida, como atizar la interrogación, ante los desafíos del presente.
El primero proviene sin
duda de la propia universidad. La creciente disolución de las soberanías nacionales
arrastra consigo, en aras de la globalización, al propio principio de
soberanía, que la modernidad había anclado en los estados-nación. Para bien y
para mal, los estados-nación son cada vez más dependientes de una racionalidad
supraestatal e infra-pública, que tanto acarrea el reclamo internacional por
Derechos Humanos como genera conflictos regionales atizados por empresas
transnacionales. El propio Uruguay al que pertenece la Facultad de Información
y Comunicación que se acaba de instituir, se ha conmovido con marchas adelante
y atrás, en el Parlamento y la Suprema Corte de Justicia, a raíz de fallos de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos. ¿Es necesario recordar, ante “el
retorno del conflicto de Botnia” la supeditación de los escenarios políticos regionales al influjo económico transnacional?
La misma
desarticulación del Estado-nación lleva al sistema político, ante la
imposibilidad de conducir procesos que lo desbordan por su naturaleza
tecnológica mundialista, a supeditarse al dictamen de consultorías económicas,
mediáticas y educativas. Todos estos caminos conducen a una nueva Roma
Hiperreal, habitada por expertos que no pertenecen a ningún lugar en particular
y menos a una universidad nacional.
En efecto, la creación de universidades
estatales no autonómicas, con gobiernos universitarios integrados por
empresarios, políticos y sindicalistas, entre los que se admite algún
universitario,[3]
tal como se van instalando en el Uruguay, pauta una doble necesidad: ningún
poder puede existir al margen del saber, por lo tanto, es necesario que el
saber deje de gozar de la soberanía autonómica que le otorgaba el Estado-nación
soberano. La disolución de la soberanía estatal propia de las configuraciones
orgánicas de la modernidad (lo que llamábamos “el país”, un todo integrado en
su propio eje nacional), conlleva asimismo la disolución de las soberanías
universitarias ancladas en la soberanía nacional de Estado.[4]
Es la propia tradición del principio “onto-teológico” de soberanía[5]
el que cambia de plano entre nosotros y lo que está en juego es, por
consiguiente, su proyección en el presente.
Ante ese presente de relativizaciónde las entidades nacionales tal proyección autonómica de la universidad no puede, sin embargo, surgir de un contexto que la manifiesta según un orden
previo y mayor a la comunicación humana, sino que debe surgir a través de esta
última, como trayecto que articula la memoria con pautas de conducción actualizadas. Inversamente, esa instrucción que proviene del pasado puede expresarse
por medio de una comunidad actual, cuando se manifiesta vocacionalmente.
En el año 1995 junto
con Pablo Astiazarán, entrañable colega que recordamos con pesar y gratitud, impartimos en la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación
el “Seminario de cuestiones especiales y de actualidad de la comunicación”. El
centro del seminario estuvo dado por el análisis de la relación entre
democracia y comunicación tal como la plantea Dominique Wolton, en tanto ese
planteo permite vincular entre sí tres elementos articuladores de la
comunicación en la modernidad: Representación, Razón y Técnica.
El seminario fue un
éxito, ante todo por la calidad de las intervenciones de los estudiantes, que
se tradujeron en monografías nutridas de aportes. La sugestión de esas intervenciones
salía al paso, a contracorriente, de un prejuicio epistémico que por entonces y
hasta mucho después obstaculizó la consideración de los estudios en comunicación,
que cierto logocentrismo descalifica
desde una perspectiva purista del significado.
Decidimos con Pablo
traducir esa experiencia en un libro, del que escribimos la intervención más
corta de todos nuestros textos: un prólogo que no llegaba a una carilla entre
los dos. La publicación cumplía, más allá de la promoción académica y la
difusión del saber a la que se destinaba,[6]
una función política: ponía de manifiesto que un ámbito universitario que muchos
denostaban por “escasamente académico” proyectaba desde sus propios
estudiantes, sin embargo, un potencial de análisis de significativo alcance ante la
actualidad.
Sucede que la potencia
de una facultad es la vocación de sus estudiantes. Por eso, al destacar la
potencia intelectual de la vocación de los estudiantes de comunicación, también
ayudábamos a poner de relieve, con Pablo, la injusticia universitaria que se
cometía disminuyendo ese potencial académica y presupuestalmente. Esa inversión de situaciones y de
procedimientos (la calidad que se ponía de relieve era la de los estudiantes y no la del cuerpo docente) era posible y legítima porque cierta concepción de la universidad
ancla en un mandato de la comunidad, que sin embargo, no se reduce al todo
social.
De la misma forma, la
noción de libro se separa de la de texto, como lo señala Derrida, para
establecer un “límite más allá del límite”,[7]
que permite distinguir el mandato de la circunstancia y se vincula a un destino.
En una circunstancia universitaria que se derrumba, ante un Estado-nación que descaece,
la Facultad de Información y Comunicación pone en tensión registros de la
memoria que quizás la actualidad no se permita escuchar, pero que resuenan en
cierto río subterráneo a la institución.
[1]Rorty,R. (1967) The linguistic turn. Recent essays in philosophical method, The University of Chicago Press, Chicago.
[2] Sfez, L. (2010) La
communication, PUF, Paris, pp.6-7.
[3] Porley, C. “Al
final salió” Brecha digital
(16/11/12) http://brecha.com.uy/index.php/politica-uruguaya/900-al-final-salio
[4] Conviene
recordar la legendaria frase de Carlos Quijano “La universidad es el país”.Derrida vincula
la soberanía universitaria a una “profesión de fe” Derrida, J. (2001) L’université
sans condition, Galilée, Paris, pp.33-34. Versión en castellano Derrida, J. “La
Universidad sin condición” en Derrida en
castellano http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/universidad-sin-condicion.htm
(acceso el 4/10/13)
[5] El programa de
Publicaciones de la Comisión Sectorial de Investigación Científica de UdelaR. Ver Viscardi, R. Astiazarán P. (1997) Actualidad de la comunicación, CSIC-UdelaR, Montevideo.
[6] Derrida, J. (1967) L’écriture
et la différence, Seuil, Paris, p.429.