Tupachequismo:
el bufón en lugar del rey
2ª
quincena setiembre 2013
Sendic nunca habrá imaginado que de sus propias
filas saldría un émulo de Sanguinetti, de quien el fundador del MLN dijo: “es
un histrión”. Lejos de ser privativa del
MLN, la desnaturalización política
parece propagarse en el sistema uruguayo de partidos. Según Enrique Rubio el actual presidente no es
un candidato formado por el Frente Amplio, sino efecto de la conjunción de una
habilidad personal con la selección periodística, afirmación que no deja bien
parado ni al MPP ni al Frente Amplio.[1]
Ni la inclusión de Sanguinetti entre los
virtuosos de la actuación escénica, ni excluir a Mujica de la estirpe
frenteamplista permiten explicar, sin embargo, porqué el actual presidente
identifica la eficacia representativa con la provocación mediática.[2] En
particular, esa percepción del ejercicio de un poder estatal, medido con el
rasero de un oficio de locutor, habla mal por igual aunque por distintas
razones, tanto de las explicaciones más enjundiosas como de las más frívolas de
la actividad política del presente.
En
primer lugar, es difícil adjudicarle un rol de “traidor de clase” a quien anuncia a los cuatro vientos que ante todo se dedica a proferir retruécanos (el refrán dice “quien avisa no traiciona”). Pero también parece
difícil hablar de un “desgaste del gobierno” que afectaría a quien
declarativamente toma a cargo la oportunidad tal como luce. Nada, en efecto, de lo que dice Mujica supera
el rasero de una opinión tamizada por un largo ejercicio de la costumbre
política. De ahí que esa actuación trasunte tanta sensatez como ineficacia, una vez puesta en
perspectiva de un supuesto gobierno de las circunstancias.
Promueve
un efecto de concordancia con la Argentina que viene a reafirmar, por la obstinada
persistencia del conflicto que atraviesa los sucesivos microclimas
diplomáticos, que el diferendo entre los dos países obedece a un trasfondo
gravitante. Genera un ámbito de concordancia nacional por encima de sectores tradicionalmente contrapuestos, que ante
el hostigamiento presidencial a los funcionarios públicos y los docentes, termina
por socavar los pilares de sustentación de su propia fuerza política, que la sostuvieron
en medio de la peor crisis entre 1999 y 2004. Exhibe la multiplicación del
empleo como un logro estratégico para sustentar el bienestar de las
mayorías, pero lo expone al descrédito con la paralela indiferencia ante la
desigualdad de ingresos, mientras suma la amenaza de un proceso inflacionario
fuera de control.
La
opinión provee el origen del término paradoja (doxa: "opinión" en griego), a punto tal que la contradicción organiza la
discusión orientándola al desenlace de la decisión crítica. Tal gradiente no se
puede alcanzar, sin embargo, sin una percepción de la opinión razonable que respetándola, logre también superar la constatación trivial, a cuya obviedad de parecer “como te digo una cosa te digo la otra”.
Sin
embargo, ni la frustración explicativa a que conduce una “lectura de clase” del proceso histórico, ni la cansina versión periodística del “desgaste en el ejercicio del poder”, logran explicar porqué el
histrionismo puede abrirse paso a través de una actuación mediática, ni por qué
forzados a admitirlo por razones electorales, los propios aliados políticos
(por ejemplo Rubio) que genera lo perciben, sin embargo, como una intrusión
advenediza.
Quizás
una explicación registrada desde la propia identidad tupamara, aparentemente la
menos proclive al oportunismo de cargos y sin embargo la más inclinada a lucir
galardones institucionales, pueda remover una visión demasiado cargada de
apreciaciones “ideológicas” (en el peor sentido del término, si se encontrara
uno menos malo que otro). Con honestidad intelectual irreprochable, Samuel Blixen
presenta la trayectoria hiper-paradójica del actual ministro del interior, en
su momento, militante guerrillero.[3]
Esta trayectoria pasa del blanco al negro (o viceversa, según el lente con que se
mire), pero el color no le hace a la cuestión de la opción, cuando la
afiliación sigue la alternancia propia de la cinta de Moebius, cuya excelencia
formal la priva de doblar ningún codo. En el reverso de trayectoria que traza
Blixen, Bonomi siempre fue igual a sí mismo, pero en las sucesivas versiones
que acuña, no se reconoce un rumbo que la orientación seguida no pudiera
adoptar.
Con el cuestionamiento de una represión análoga a la que se ejerciera durante el régimen de “hombre
fuerte” de Pacheco Areco, Blixen termina
por describir la actual gestión del
ministro del interior con rasgos que lo asocian, en la secuencia histórica, a
la misma represión pachequista que condujera, por aquel entonces, al mismo
Bonomi de hoy a la militancia clandestina. Quizás esta contradicción en la trayectoria de
“doble bucle” de Bonomi lo lleve, en el centro del vínculo de unión de dos
círculos (el del pachequismo y el del mujiquismo) al mismo punto de reinicio.[4] Quizás,
asimismo, reeditar la secuencia histórica que marca la paradójica supervivencia
ideológica de Bonomi sea más eficaz, para la explicación del “irresistible
ascenso” del histrionismo presidencial, que el sempiterno ajuste coyuntural de
una camaleónica “lucha de clases” o la insoportable levedad del ser de la
democracia representativa en tanto “mejor sistema posible” (como si la
democracia soportara un “sistema”).
En
efecto, conviene recordar que la propia izquierda uruguaya en la que prosperaba
el MLN y se forjaba el Frente Amplio de aquel entonces, satirizaba la figura
política de Pacheco Areco en tanto “Rey de Palos”. La figura del juego de
cartas españolas aludía a una mera condición de imagen, que era de doble sentido:
por un lado se presentaba con un perfil de “hombre fuerte”, por otro lado, la
fortaleza que trasuntaba era pura superficie sin otro trasfondo que un juego de
naipes. La ironía de izquierda tableaba, presentando al régimen de gobierno
bajo una condición pueril, entre en dos planos: por un lado marcaba la denuncia de la
represión que ejercía, por el otro, subrayaba la superficialidad de las
soluciones que presentaba el pachequismo. Sin embargo, lo que permitía unir en
la figura de un naipe los dos aspectos, era la superficialidad
del acontecer político que ya cundía en la opinión pública, en particular, en andas
de la búsqueda de un “hombre fuerte”.
Cabe
recordar acerca de aquella inclinación masiva, que la
constitución “naranja”, plebiscitada en 1967 con las elecciones nacionales,
conllevaba como principal contenido el presidencialismo, con el deliberado
propósito de poner freno a la “ineficacia” del gobierno colegiado. Asimismo, los
quilates que reviste la figura de Seregni no pueden hace olvidar que su
candidatura se cargaba de un valor suplementario, en razón de la autoridad
militar que revestía su grado de general del ejército, tanto de cara a la
opinión pública como a la disuasión interna de las propias fuerzas armadas. En
un sentido políticamente opuesto, pero no menos significativo, cabe recordar
que el mismo clima demagógico de búsqueda de “mano dura” alentó la
candidatura por la extrema derecha del General Aguerrondo y en una versión de
probidad administrativa, la del General Gestido, cuyo deceso viniera a suplir
de forma provisoriamente catastrófica el mismo vicepresidente Pacheco Areco.
El
Uruguay era desde el fin de la 2ª guerra mundial un país altamente mediatizado,
no sólo por el gran tiraje de la prensa masiva, sino ante todo por el temprano
y amplio desarrollo radiofónico, que se articulaba de manera particularmente
eficaz con la versión periodística y partidaria. La campaña ruralista de
Nardone que hizo posible, a partir de mediados de los años 50’ la victoria del
Partido Nacional en 1958, fue protagonizada desde las ondas radiales. Con más
razón aún, el Uruguay de los 60’ estaba desde ya sujeto a un influjo mediático
decisivo en la conformación del reclamo de “mano dura”, que es el antecedente
propio en que se funda, tanto el inicio de la carrera política de Bonomi, como
el ascenso del MLN en que Mujica militaba por entonces.
En cierto sentido, por
demás revelador, ni el uno ni el otro parecen haber vuelto la página en la que
se puede leer el contexto gravitante de aquel entonces, que parece persistir en
la memoria, en aras de una inspiración política instrumental. Esta acelerada
regresión que conlleva la memoria, cuando no la gobierna el replanteo crítico del presente, ni olvida ni aprende.
Lo
que no olvidaron es lo que forjó el ascenso del MLN y que llevara, por una vía
negativa, al acelerado crecimiento de la organización clandestina: la
resonancia mediática de las acciones militares, que en un contexto de alternativas
de bloques, presentaba a la guerrilla como la única opción acumulativa ante la
derechización represiva del Estado. Lo que no aprendieron es que los medios de
comunicación no son el mero instrumento que interviene entre una
intencionalidad y una realidad, sino que modulan los principios y moldean el
contexto.
La
lección aprendida a medias parodia el texto. El histrión del saber no ha
incorporado sino una gestualidad de lectura, lo que dice se deshilacha puesto
al filo de la explicación. El texto se convierte en el único ejemplo posible de
la significación aducida, el contexto no va más allá de la lectura a la letra.
La
reversión que significa la substitución de la soberanía por la mediación tecnológica
no es una subversión de régimen institucional (como la que lleva del régimen de
excepción a las garantías democráticas), sino una reversión del régimen
institucional como tal: el lugar del soberano ha desaparecido substituido por
la industria tecnológica de la comunicación. Vattimo señala como esa substitución
del soberano por una democracia de técnicos conlleva el fin de la perspectiva
del poder de Estado, sobre todo, entendida filosóficamente, es decir, en tanto
que perspectiva.[5]
Por eso no se trata del bufón en el
lugar del rey, sino del bufón en (…) lugar del rey. Lo primero supondría que desde
algún lugar se mantiene la perspectiva que siempre supone “el lugar del rey” (y
ante todo en el Orden de la representación clásica). Lo segundo supone que un
bufón hace las veces de rey, sin otra perspectiva que la diversión del público.
Foucault
aborda la cuestión del lugar del rey en dos pasajes de Las palabras y las cosas. En el primero se trata del lugar al que
apunta la tela de Velázquez, en cuanto señala que la tela se divisa desde el lugar de quien (espectador o rey) la representa
en el orden que presenta (pintada de cara a quien se retrata). Ese orden
contiene un bufón. Pero el lugar del bufón no es intercambiable con el lugar del
rey, porque el bufón no puede sostener el orden de la representación, ya que
tal lugar supone, como su propia condición de existencia, el orden de
representación que sólo sostiene el rey, desde el gobierno de la escena que
propone la propia tela.[6]
En
el segundo, Foucault trata del lugar del rey en tanto lugar de la crítica.[7] El
doblete empírico-trascendental no llega a ser redoblamiento de lo subjetivo, revertido
sobre lo empírico que enfrenta, si la misma crítica no se revierte sobre lo “dado
a la representación”, para retomar ese plano arrostrado desde un
lugar “que todavía es una representación”.[8] El
lugar del rey en la modernidad es el lugar de la crítica, porque sólo desde ese
lugar lo subjetivo se revierte en lo empírico y le dicta una apropiación representativa.
En
Blow Up Antonioni plantea, por los
mismos años 60’ en que Pacheco asolaba el Uruguay, la escena tecnológica ya perceptible
por entonces. Absortos en el intrascendente ir y venir de la pelota, dos
tenistas son rodeados por una nube de payasos, que festejan por festejar lo que
los otros juegan por jugar, sin desenlace soberano de perspectiva posible para
unos ni para otros. Por el contrario, el fotógrafo ensimismado en la modelo que
lo seduce de cuerpo versátil descubre, en el momento del revelado, el crimen
captado inadvertidamente en el entorno. Antonioni entendió que la mirada
centrada ya no puede encontrar nada, en un mundo de enfoques interactivos, pero
sí obtiene un punto revelador la actividad entregada.[9]
Bonomi
no es la negación de la mano dura, ni Mujica la superación del pachequismo,
porque tanto uno como otro pretenden ocupar el “lugar del rey” mientras tanto, como lo señala Vattimo, “no hay más soberanos”. Una vez más conviene
recordar, que ya sea en Mujica o en Bonomi, como ayer en Pacheco, no se trata
ni se trataba de estilo, de expresión o de condiciones personales, sino ante
todo de la gravitante cuestión del presente.
Reeditar falsamente un lugar que ya no es
viable, una vez que la tecnología ha suplantado a la ideología,[10]
supone retornar por la vía más acérrima al ejercicio del poder más arbitrario,
porque se ha asumido lo político desde una perspectiva pragmática, por lo tanto,
fatalmente dictada por el mismo oportunismo mediático que persigue.
[1] Silva, L. Uval,
N. “El otro poder” La diaria
(13/09/13) http://ladiaria.com.uy/articulo/2013/9/el-otro-poder/
[2]
“Andá a los programas bobos que son los que ve la gente que vota” El País (12/09/13) http://www.elpais.com.uy/informacion/mujica-topolansky-programas-bobos-votantes.html
[3] Blixen, S. “El túnel
del tiempo” Compañero (10/09/13) http://www.pvp.org.uy/?p=4326
[4] Sobre la
eficacia de la figura geométrica en la estrategia crítica ver Derrida, J.
(1967) “Force et signification” dans L’écriture
et la différence, du Seuil, Paris, pp.29-30.
[5] Vattimo, G.
(2010) “El final de la filosofía en la edad de la democracia” en Ontología del declinar, Biblos, Buenos
Aires, pp.256-259.
[6] Foucault, M. (1966) Les
mots et les choses, Gallimard, Paris, pp.27-30.
[7] Op.cit. pp.318-323.
[8] Op.cit.p.375.
[9] Antonioni, M.
(1966) Blow Up (Deseo de una mañana de
verano) Filmaffinity http://www.filmaffinity.com/es/film488376.html
[10] Sobre la
substitución de la ideología por la tecnología, ver en este blog “Brasil vs. Uruguay: el partido del
contragobierno” http://ricardoviscardi.blogspot.com/2013/07/brasil-vs-uruguay-el-partido-del.html