Del
exilio a la globalización: reivindicación, redes y cooperación[1]
2ª
quincena, noviembre 2013
El tema que hemos
elegido presenta ex profeso cierta dificultad desde el punto de vista de la
formulación proposicional, pero los temas trascendentes no pueden someterse a
la univocidad de la expresión, so pena de asfixiarlos bajo una campana de
cristal.
Sin embargo, el vínculo
entre exilio y globalización, en el contexto de “Ciudadanías Contemporáneas”, se refiere a la entidad singular del Uruguay. Con ese anclaje particular,
se entiende que la aceleración tecnológica que se introduce por la información
y la comunicación, a partir de los años 90’, es posterior al auge
del exilio uruguayo, que se cierra hacia el fin de la década del 80’. Esa
secuencia une el exilio del último cuarto del siglo pasado con la globalización
que cunde como efecto de internet, con señalada primacía de las tecnologías
virtuales de la comunicación sobre la decimonónica “transformación de la
naturaleza”.[2]
Sin duda, el presente
universalmente determinante también lo es para nuestro país. Pero en este caso,
la relevancia de ese presente de la globalización, también retrotrae al
antecedente de la emigración y el exilio masivos. La diáspora uruguaya
constituye, en efecto, un precedente protagonizado por la entidad nacional, que
anticipa por la vía de la elaboración y transmisión de experiencia, incluso
sumando el paso de generaciones, este presente de hoy, signado por la impronta
mundialista sobre los aconteceres vernáculos.
La significación de la
experiencia incorporada en el exterior del país sólo se aquilata si se estima
la entidad que alcanza la globalización, con relación a la circunstancia actual
del Uruguay. Fallos internacionales instruidos por organismos de DDHH (Corte
Interamericana de derechos Humanos) o involucrados en estrategias financieras
(OCDE) han impelido en los dos últimos años, incluso con signo político
contrapuesto, decisiones propias del Estado uruguayo, el que ha recurrido, a su
vez, a una instancia jurídica mundial (Corte
Internacional de La Haya) para demandar justicia en un litigio con un país
hermano. Se despliega ante nuestros ojos una significativa remodelación de los
vínculos internacionales, que generan un entramado tan denso y trabado, que
llega a distender el vínculo entre la soberanía estatal y la idiosincrasia
nacional.[3]
Este devenir
institucional es efecto, a su vez, de condicionantes culturales y conductas
sociales con mayor alcance de determinación. Tanto en el plano del saber como en
las costumbres, la condición orgánica de los procesos cede paso ante la
sinergia multilateral de las redes. La polaridad sujeto-objeto, protagonizada
por una consubstanciación edificante del fundamento y la objetividad, es
substituida por la tensión de una trama, que modula los conflictos como efectos
heterogéneos en una misma red.
Desde esta perspectiva
vinculada a los registros singulares que sin embargo repercuten en el conjunto,
conviene tener presente los antecedentes
del exilio. Ante una dispersión multilateral de experiencias, puede
considerarse un caso particular, propio del exilio uruguayo en Francia.
En el año 1974 se funda
el Centro de Reencuentro de Refugiados Latinoamericanos en París, que en la
denominación ya expresa el proyecto de un reagrupamiento del exilio, en razón
de la circunstancia por la que atravesaba una comunidad en el extranjero. Este
Centro cumplió una prolongada función de base locativa de organismos de
solidaridad y grupos políticos en el exilio, pero pese a su intención
originaria, no llegó nunca a congregar una actividad específica vinculada al
extrañamiento en Francia de un significativo número de exiliados
latinoamericanos. Tal dificultad colectiva manifestaba, ya por entonces, la resistencia a
una identificación en tanto comunidad expatriada, ante un extrañamiento que interpelaba un
carácter nacional entre los mismos exiliados.
Quizás la experiencia
de Casa del Uruguay, iniciada en París en el año 1976, pueda expresar la
dificultad de la interacción en el exilio ante la circunstancia del desarraigo.
El propio nombre del reagrupamiento fue objeto de severo debate, en cuanto si
bien la denominación “Casa del Uruguay” se asociaba a cierta resignación
folklórica ante el alejamiento del país, por otro lado se esgrimió el argumento
de que tal denominación no presentaba el riesgo de una manipulación política,
que la opusiera a grupos de solidaridad o la subordinara a organizaciones
políticas presentes en el mismo contexto. Con esa pauta inicial Casa del
Uruguay quedó vinculada, en el registro simbólico, a una acepción apolítica, resistida
sin embargo por la propia identidad política de una comunidad exiliada. Con esa
pauta inicial se trivializaba, ya en un temprano inicio, una genuina proyección
estratégica de los uruguayos en el exterior, de cara a un destino de colectividad
singularizada por la circunstancia del extrañamiento.
En este caso, por
encima de la circunstancia del exilio se manifiesta la estructura simbólica del
poder dominante entre los uruguayos, con un registro político-partidario de
inclusión/exclusión, consignado en una memoria cultural que prevalece por
encima de fronteras nacionales. La disminución de la reivindicación colectiva ante la
situación de extrañamiento, que pese a
adoptar una forma amortiguada se manifestó a través de Casa del Uruguay en
Francia, redundó en la limitación de una vertiente del movimiento democrático
dentro y fuera del país. Además significó, en tanto antecedente primigenio, cierto
freno opuesto a la perspectiva autónoma de una organización de los uruguayos en
el exterior.
Esa perspectiva
autónoma no estuvo presente, en efecto, en momentos en que la Comisión del reencuentro de los uruguayos,
que se inició en pleno período totalitario, desplegó su labor tendiente a la
reinserción de los exiliados, ante las posibilidades que ofrecía el retorno a
las garantías democráticas. El movimiento generado dentro de fronteras para
favorecer la reinserción de los compatriotas forzados al extrañamiento expresó
un sentimiento nacional de indudable calidez y generosidad, incluso con efectos
solidarios de relevante entidad. Sin embargo, estuvo ausente, por encima del
sentido de apoyo fraterno a un sector excluido de la colectividad nacional, la
perspectiva singular de este último, en tanto protagonista de un trayecto
generativo y trascendente.
Reducido a la capacitación
socio-profesional o a la experiencia
pragmática, el aporte primordial de una puesta en crisis del sí mismo uruguayo,
mirado a la luz de la experiencia hecha en otros contextos, no llegó a
expresarse como faceta crucial del retorno al país, una vez que éste fue
posible. El período de residencia
prolongada en el extranjero de un contingente masivo y mayormente juvenil, circunstancia
inédita para la comunidad uruguaya en su historia, no pudo manifestarse en
tanto síntesis de una alternativa en el retorno, que de hecho se protagonizó
personal y sectorialmente.
Esa relación jerárquica entre el proceso
político uruguayo y la población residente en el exterior comienza a revertirse
paulatinamente con la aceleración de los vínculos internacionales, a partir de
la revolución en las tecnologías de la información y la comunicación, desde
inicios de la década de los 90’. Desde entonces se presentan condiciones
alternativas de vinculación por encima de fronteras, tanto en el campo de la organización política
mundial, como en las relaciones empresariales o el desarrollo cultural, con un
marcado ascenso de las redes de cooperación. Descaece relativamente, por consiguiente, la
gravitación de los estados-nación en los contextos particulares de los
distintos países, acentuándose una tendencia iniciada tras la 2ª Guerra Mundial,
al tiempo que asciende la posibilidad de una sinergia por encima de las
fronteras nacionales, pautada por el incremento de las redes y la cooperación.
Esta coyuntura de
globalización de las comunidades supone tanto una interpelación para la
comunidad uruguaya dentro y fuera de fronteras, como una pauta que debe
considerarse desde el punto de vista estratégico de la vinculación. Si bien la
experiencia del extrañamiento de por sí supone una relativización crítica de
las pertenencia idiosincrática a costumbres y registros nacionales, el
desarrollo de redes a distancia exige una incorporación mayor de la vinculación
internacional. Tal posibilidad no es una característica de la situación de
dispersión relativa de la población uruguaya, con un trascendente porcentaje
demográfico en el exterior del país, sino una característica de las redes
internacionales protagonizadas bajo distintas pertenencias, que esa situación particular
de la comunidad uruguaya puede implementar en provecho propio, o por el
contrario, transitar como mera circunstancia aleatoria.
En cuanto se apoyan en
la tecnología, las redes internacionales pueden inclinarse tanto al desarrollo de aparatos
redundantes con su propia eficiencia, como al arraigo que favorece protagonismos
trascendentes. En cuanto exige mayor diferenciación relativa de las partes,
mediadas a distancia por la propia interactividad, que las une en conexión y
las separa en circunstancia, la vinculación
tecnológica propende tanto a multiplicar los canales como los enunciadores. Sin
embargo, la incidencia sobre los equilibrios colectivos puede favorecer orientaciones de significativa divergencia estratégica.
Contrariamente a cierta
difusión mediática, las tecnologías de la información y la comunicación no
propenden al desarrollo de una problemática instrumental, simplificada ante
todo por la convergencia de medios en canales multi-mediáticos, sino a la
problemática antropológica de la interacción entre comunidades. Si esta
perspectiva se encuentra ausente, es altamente probable que la prioridad
otorgada al aparato tecnológico no aumente la integración de las redes de
cooperación, sino que por el contrario las convierta, tal como sucede en muchos
contextos de desarrollo tecnológico acrítico, en vectores de exclusión que
determinan la marginación de vastos sectores postergados. Esta circunstancia
puede darse incluso en un mismo país, como acaba de suceder con
el Plan Ceibal, publicitado durante años bajo el rótulo de " “paso de siete leguas” de la educación uruguaya. Desde el mismo organismo se ha declarado recientemente, para asombro de una opinión pública que había acreditado el milagro educativo, que la disponibilidad de artefactos no reviste, por sí sola, significación pedagógica.[4]
A través de un
reduccionismo análogo a la selección ideológica, el culto de los sistemas
tecnológicos puede favorecer una visión acrítica de la experiencia en el
extranjero, oponiéndola falsamente, ayer a la trascendencia política, hoy a la
eficacia conectiva. Un ejemplo emblemático al respecto lo ofrece, en el
presente, el impacto de estas tecnologías sobre el desarrollo internacional de
las universidades. La comunidad universitaria mundial presenta, por su propia
vocación originaria, un campo altamente sensible a la vinculación internacional.
Sin embargo, si el desarrollo de las posibilidades de cooperación a distancia
no se traduce en una política integral, termina por reducir la condición
universitaria a la vinculación académica. En la actualidad se registra, entre
distintos organismos académicos uruguayos, la tendencia a relativizar aquella tendencia
que predicaba, bajo la fatídica sentencia “publicas o mueres”, que la indexación
de revistas científicas y la cantidad de artículos publicados proveían, mediante
la medición de la información disponible, suficiente calificación de una
actividad intelectual.[5]
Ahora, lo que distingue
a las universidades en el plano del desarrollo cultural de los contextos
nacionales, a partir de su arraigo nacional, consiste en la potencialidad para
arraigar el desarrollo académico en las condiciones propias de un contexto histórico
y singular. Por esa razón, conviene considerar el desarrollo de redes de
cooperación universitaria en tanto alternativas específicas –particularmente en
aquellas ofertas de formación que pueden ser deficitarias en un contexto y
compensadas desde otros países, así como
en tanto posibilidades de traducción institucional –en cuanto acciones
incipientes en algunos campos, puedan ser apoyadas desde el extranjero. En ese
sentido la comunidad uruguaya puede beneficiarse altamente del desarrollo de
redes de cooperación, en cuanto la perspectiva no se reduzca a estándares de
reconocimiento institucional, sino que los trascienda en la inclusión de
circunstancias y desafíos territoriales singulares, que sin embargo, se
encuentran convocados a expresarse en una comunidad de vínculos por encima de
fronteras.
[1] Este texto
retoma como base una ponencia en “Jornadas Ciudadanas”, organizadas por Ronda Cívica por el Voto, Ministerio de
Relaciones Exteriores, Montevideo, diciembre 2012. Por razones de fuerza mayor,
la intervención en aquel evento del año pasado no pudo tener lugar.
[2] Ver al respecto
en este blog Humanidades del poder: los
contenidos de Antel Arena http://ricardoviscardi.blogspot.com/2013/05/lashumanidades-del-poder-los-contenidos.html
[3] Ver en este
Blog El mayordomo de la mundialidad
http://ricardoviscardi.blogspot.com/2011/12/el-mayordomo-de-la-mundialidad-auge_1443.html
http://ricardoviscardi.blogspot.com/2011/12/el-mayordomo-de-la-mundialidad-auge_1443.html
[4] “Todos tenemos
el Plan” Montevideo Portal (18/09/13)
http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_213773_1.html
http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_213773_1.html
[5] “Criterios
para la evaluación de las postulaciones al ingreso (SNI 2013) y permanencia en
el Sistema Nacional de Investigadores”, ANII,
http://www.sni.org.uy/sites/default/files/Criterios_espec_ficos_de_evaluaci_n_por_areas_SNI_2013%20web.pdf
(ingreso el 15/11/13)