16.11.13


Del exilio a la globalización: reivindicación, redes y cooperación[1]


2ª quincena, noviembre 2013




El tema que hemos elegido presenta ex profeso cierta dificultad desde el punto de vista de la formulación proposicional, pero los temas trascendentes no pueden someterse a la univocidad de la expresión, so pena de asfixiarlos bajo una campana de cristal. 

Sin embargo, el vínculo entre exilio y globalización, en el contexto de “Ciudadanías Contemporáneas”, se refiere a la entidad singular del Uruguay. Con ese anclaje particular, se entiende que la aceleración tecnológica que se introduce por la información y  la comunicación,  a partir de los años 90’, es posterior al auge del exilio uruguayo, que se cierra hacia el fin de la década del 80’. Esa secuencia une el exilio del último cuarto del siglo pasado con la globalización que cunde como efecto de internet, con señalada primacía de las tecnologías virtuales de la comunicación sobre la decimonónica “transformación de la naturaleza”.[2]
 
Sin duda, el presente universalmente determinante también lo es para nuestro país. Pero en este caso, la relevancia de ese presente de la globalización, también retrotrae al antecedente de la emigración y el exilio masivos. La diáspora uruguaya constituye, en efecto, un precedente protagonizado por la entidad nacional, que anticipa por la vía de la elaboración y transmisión de experiencia, incluso sumando el paso de generaciones, este presente de hoy, signado por la impronta mundialista sobre los aconteceres vernáculos.

La significación de la experiencia incorporada en el exterior del país sólo se aquilata si se estima la entidad que alcanza la globalización, con relación a la circunstancia actual del Uruguay. Fallos internacionales instruidos por organismos de DDHH (Corte Interamericana de derechos Humanos) o involucrados en estrategias financieras (OCDE) han impelido en los dos últimos años, incluso con signo político contrapuesto, decisiones propias del Estado uruguayo, el que ha recurrido, a su vez,  a una instancia jurídica mundial (Corte Internacional de La Haya) para demandar justicia en un litigio con un país hermano. Se despliega ante nuestros ojos una significativa remodelación de los vínculos internacionales, que generan un entramado tan denso y trabado, que llega a distender el vínculo entre la soberanía estatal y la idiosincrasia nacional.[3]

Este devenir institucional es efecto, a su vez, de condicionantes culturales y conductas sociales con mayor alcance de determinación. Tanto en el plano del saber como en las costumbres, la condición orgánica de los procesos cede paso ante la sinergia multilateral de las redes. La polaridad sujeto-objeto, protagonizada por una consubstanciación edificante del fundamento y la objetividad, es substituida por la tensión de una trama, que modula los conflictos como efectos heterogéneos en una misma red. 

Desde esta perspectiva vinculada a los registros singulares que sin embargo repercuten en el conjunto,  conviene tener presente los antecedentes del exilio. Ante una dispersión multilateral de experiencias, puede considerarse un caso particular, propio del exilio uruguayo en Francia. 

En el año 1974 se funda el Centro de Reencuentro de Refugiados Latinoamericanos en París, que en la denominación ya expresa el proyecto de un reagrupamiento del exilio, en razón de la circunstancia por la que atravesaba una comunidad en el extranjero. Este Centro cumplió una prolongada función de base locativa de organismos de solidaridad y grupos políticos en el exilio, pero pese a su intención originaria, no llegó nunca a congregar una actividad específica vinculada al extrañamiento en Francia de un significativo número de exiliados latinoamericanos. Tal dificultad colectiva  manifestaba, ya por entonces, la resistencia a una identificación en tanto comunidad expatriada,  ante un extrañamiento que interpelaba un carácter nacional entre los mismos exiliados. 

Quizás la experiencia de Casa del Uruguay, iniciada en París en el año 1976, pueda expresar la dificultad de la interacción en el exilio ante la circunstancia del desarraigo. El propio nombre del reagrupamiento fue objeto de severo debate, en cuanto si bien la denominación “Casa del Uruguay” se asociaba a cierta resignación folklórica ante el alejamiento del país, por otro lado se esgrimió el argumento de que tal denominación no presentaba el riesgo de una manipulación política, que la opusiera a grupos de solidaridad o la subordinara a organizaciones políticas presentes en el mismo contexto. Con esa pauta inicial Casa del Uruguay quedó vinculada, en el registro simbólico, a una acepción apolítica, resistida sin embargo por la propia identidad política de una comunidad exiliada. Con esa pauta inicial se trivializaba, ya en un temprano inicio, una genuina proyección estratégica de los uruguayos en el exterior, de cara a un destino de colectividad singularizada por la circunstancia del extrañamiento. 

En este caso, por encima de la circunstancia del exilio se manifiesta la estructura simbólica del poder dominante entre los uruguayos, con un registro político-partidario de inclusión/exclusión, consignado en una memoria cultural que prevalece por encima de fronteras nacionales. La disminución  de la reivindicación colectiva ante la situación de extrañamiento, que  pese a adoptar una forma amortiguada se manifestó a través de Casa del Uruguay en Francia, redundó en la limitación de una vertiente del movimiento democrático dentro y fuera del país. Además significó, en tanto antecedente primigenio, cierto freno opuesto a la perspectiva autónoma de una organización de los uruguayos en el exterior. 

Esa perspectiva autónoma no estuvo presente, en efecto, en momentos en que la Comisión del reencuentro de los uruguayos, que se inició en pleno período totalitario, desplegó su labor tendiente a la reinserción de los exiliados, ante las posibilidades que ofrecía el retorno a las garantías democráticas. El movimiento generado dentro de fronteras para favorecer la reinserción de los compatriotas forzados al extrañamiento expresó un sentimiento nacional de indudable calidez y generosidad, incluso con efectos solidarios de relevante entidad. Sin embargo, estuvo ausente, por encima del sentido de apoyo fraterno a un sector excluido de la colectividad nacional, la perspectiva singular de este último, en tanto protagonista de un trayecto generativo y trascendente.

 Reducido a la capacitación socio-profesional  o a la experiencia pragmática, el aporte primordial de una puesta en crisis del sí mismo uruguayo, mirado a la luz de la experiencia hecha en otros contextos, no llegó a expresarse como faceta crucial del retorno al país, una vez que éste fue posible.  El período de residencia prolongada en el extranjero de un contingente masivo y mayormente juvenil, circunstancia inédita para la comunidad uruguaya en su historia, no pudo manifestarse en tanto síntesis de una alternativa en el retorno, que de hecho se protagonizó personal y sectorialmente.

 Esa relación jerárquica entre el proceso político uruguayo y la población residente en el exterior comienza a revertirse paulatinamente con la aceleración de los vínculos internacionales, a partir de la revolución en las tecnologías de la información y la comunicación, desde inicios de la década de los 90’. Desde entonces se presentan condiciones alternativas de vinculación por encima de fronteras,  tanto en el campo de la organización política mundial, como en las relaciones empresariales o el desarrollo cultural, con un marcado ascenso de las redes de cooperación.  Descaece relativamente, por consiguiente, la gravitación de los estados-nación en los contextos particulares de los distintos países, acentuándose una tendencia iniciada tras la 2ª Guerra Mundial, al tiempo que asciende la posibilidad de una sinergia por encima de las fronteras nacionales, pautada por el incremento de las redes y la cooperación.

Esta coyuntura de globalización de las comunidades supone tanto una interpelación para la comunidad uruguaya dentro y fuera de fronteras, como una pauta que debe considerarse desde el punto de vista estratégico de la vinculación. Si bien la experiencia del extrañamiento de por sí supone una relativización crítica de las pertenencia idiosincrática a costumbres y registros nacionales, el desarrollo de redes a distancia exige una incorporación mayor de la vinculación internacional. Tal posibilidad no es una característica de la situación de dispersión relativa de la población uruguaya, con un trascendente porcentaje demográfico en el exterior del país, sino una característica de las redes internacionales protagonizadas bajo distintas pertenencias, que esa situación particular de la comunidad uruguaya puede implementar en provecho propio, o por el contrario, transitar como mera circunstancia aleatoria. 

En cuanto se apoyan en la tecnología, las redes internacionales pueden  inclinarse tanto al desarrollo de aparatos redundantes con su propia eficiencia, como al arraigo que favorece protagonismos trascendentes. En cuanto exige mayor diferenciación relativa de las partes, mediadas a distancia por la propia interactividad, que las une en conexión y las separa en circunstancia,  la vinculación tecnológica propende tanto a multiplicar los canales como los enunciadores. Sin embargo, la incidencia sobre los equilibrios colectivos puede favorecer orientaciones  de significativa divergencia estratégica. 

Contrariamente a cierta difusión mediática, las tecnologías de la información y la comunicación no propenden al desarrollo de una problemática instrumental, simplificada ante todo por la convergencia de medios en canales multi-mediáticos, sino a la problemática antropológica de la interacción entre comunidades. Si esta perspectiva se encuentra ausente, es altamente probable que la prioridad otorgada al aparato tecnológico no aumente la integración de las redes de cooperación, sino que por el contrario las convierta, tal como sucede en muchos contextos de desarrollo tecnológico acrítico, en vectores de exclusión que determinan la marginación de vastos sectores postergados. Esta circunstancia puede darse incluso en un mismo país, como acaba de suceder con el Plan Ceibal, publicitado durante años bajo el rótulo de " “paso de siete leguas” de la educación uruguaya. Desde el mismo organismo se ha declarado recientemente, para asombro de una opinión pública que había acreditado el milagro educativo, que la disponibilidad de artefactos no reviste, por sí sola, significación pedagógica.[4]
 
A través de un reduccionismo análogo a la selección ideológica, el culto de los sistemas tecnológicos puede favorecer una visión acrítica de la experiencia en el extranjero, oponiéndola falsamente, ayer a la trascendencia política, hoy a la eficacia conectiva. Un ejemplo emblemático al respecto lo ofrece, en el presente, el impacto de estas tecnologías sobre el desarrollo internacional de las universidades. La comunidad universitaria mundial presenta, por su propia vocación originaria, un campo altamente sensible a la vinculación internacional. Sin embargo, si el desarrollo de las posibilidades de cooperación a distancia no se traduce en una política integral, termina por reducir la condición universitaria a la vinculación académica. En la actualidad se registra, entre distintos organismos académicos uruguayos, la tendencia a relativizar aquella tendencia que predicaba, bajo la fatídica sentencia “publicas o mueres”, que la indexación de revistas científicas y la cantidad de artículos publicados proveían, mediante la medición de la información disponible, suficiente calificación de una actividad intelectual.[5]
 
Ahora, lo que distingue a las universidades en el plano del desarrollo cultural de los contextos nacionales, a partir de su arraigo nacional, consiste en la potencialidad para arraigar el desarrollo académico en las condiciones propias de un contexto histórico y singular. Por esa razón, conviene considerar el desarrollo de redes de cooperación universitaria en tanto alternativas específicas –particularmente en aquellas ofertas de formación que pueden ser deficitarias en un contexto y compensadas desde otros países,  así como en tanto posibilidades de traducción institucional –en cuanto acciones incipientes en algunos campos, puedan ser apoyadas desde el extranjero. En ese sentido la comunidad uruguaya puede beneficiarse altamente del desarrollo de redes de cooperación, en cuanto la perspectiva no se reduzca a estándares de reconocimiento institucional, sino que los trascienda en la inclusión de circunstancias y desafíos territoriales singulares, que sin embargo, se encuentran convocados a expresarse en una comunidad de vínculos por encima de fronteras.





[1] Este texto retoma como base una ponencia en “Jornadas Ciudadanas”, organizadas por Ronda Cívica por el Voto, Ministerio de Relaciones Exteriores, Montevideo, diciembre 2012. Por razones de fuerza mayor, la intervención en aquel evento del año pasado no pudo tener lugar.
[2] Ver al respecto en este blog Humanidades del poder: los contenidos de Antel Arena http://ricardoviscardi.blogspot.com/2013/05/lashumanidades-del-poder-los-contenidos.html
[3] Ver en este Blog El mayordomo de la mundialidad 
http://ricardoviscardi.blogspot.com/2011/12/el-mayordomo-de-la-mundialidad-auge_1443.html
[4] “Todos tenemos el Plan” Montevideo Portal (18/09/13)
http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_213773_1.html
[5]  Criterios para la evaluación de las postulaciones al ingreso (SNI 2013) y permanencia en el Sistema Nacional de Investigadores”, ANII, http://www.sni.org.uy/sites/default/files/Criterios_espec_ficos_de_evaluaci_n_por_areas_SNI_2013%20web.pdf (ingreso el 15/11/13)