El
alma de la guerra en el cuerpo del rey: más allá de París
2a.
quincena, noviembre 2015
I
Virilio
propone la tesis más sugerente respecto al presente de la guerra,
cuando afirma que el Panóptico foucaldiano se ha transformado en un
Panóptico de Luz.1
En vez de encontrarnos encerrados entre muros de hormigón, nos
encontramos encerrados en la velocidad y la vacuidad de las imágenes.
La explicación del poder que ejemplificara en su momento el
Panóptico está lejos de reducirse a la dominación de los
encarcelados, ya que supone como modelo del orden social en la
modernidad, el propio orden del cuerpo social, es decir, de la
comunidad moderna.
La
transferencia de la dominación panóptica a las “nuevas
tecnologías” presenta, pese a la seducción conceptual, una
significativa dificultad interpretativa. Declarándose
“fenomenólogo”,2
Virilio supone que la limitación que sufre el ámbito reflexivo de
la conciencia, en tanto supeditado a una circulación vertiginosa de
imágenes, coarta la libertad ante sí mismo. De ahí el carácter
carcelario que adquiere determinada circulación de imágenes a
distancia. El planteo panóptico que el mismo autor se propone
trasladar a una condición mediática presenta, sin embargo, una
dificultad en su asimilación a la velocidad de las imágenes. La
inclusión en la vigilancia carcelaria supone, en el concepto
original de Foucault, una inscripción de los cuerpos (tanto de
vigilantes como de vigilados), en el propio cuerpo social
representado por la vigilancia perpetua.
Sin
cuerpos que sostengan la actividad como tal, esta no puede radicarse
en el propio orden panóptico (que no es otro que el del cuerpo
social como tal), ni la actividad sobre sí mismo llegaría a asumir
las reglas del orden social, configurándose como conciencia. La
condición del cuerpo en su vínculo con la actividad (de vigilancia,
de vigilarse) permanece como condición capital del planteo del
orden, ante todo por una razón que comparten el orden y el cuerpo:
la sinonimia conceptual ¿podríamos suponer un cuerpo carente de
principio de orden o un orden carente de cuerpos que lo integren?
II
Esa
sinonimia conceptual corresponde a un gobierno teórico que determina
la soberanía. El mismo Foucault señala la ascendencia propia de la
soberanía estatal: la soberanía teológica.3
En tanto gobernado por un principio trascendente (y trascendental:
Unum, Verum, Bonum) el Orden impera en lo terreno como efecto
de una decisión que, por su propia perfección, existe fuera del
mundo. Como tal principio divino, sólo puede cundir con plenitud
como efecto entre sus efectos: el orden en este mundo. Trascendente a
este mundo terrenal en su proyección celestial, el orden que se
alcanza en la tierra provee la certidumbre de hallarse en buen camino
hacia el orden absoluto. Se confirma en un principio que proviene del
más allá (Pantocrator: Cristo triunfante) el vínculo entre la
actividad y los cuerpos: éstos muestran en lo que los mueve la
excelencia del orden que los promueve hacia un fin superior.
Los
cuerpos en tanto “puntos de anclaje” son también “punto de
despegue” de la misma actividad, no queda por lo tanto nada
sustantivo por fuera de un cotejo entre actividades que se sustancian
puntualmente en cuerpos, que a su vez transitan por distintos estados
de actividad entre sí. Dispar y contingente a la vez, la actividad
expresa en su modus operandi una
regulación del orden en su conjunto, es decir, del cuerpo social,
que Gabilondo ha
sintetizado en tres principios cardinales de la discontinuidad:
elementos heterogéneos, relaciones de fuerza, juego estratégico.4
El Orden en su conjunto y el de cada cuerpo en particular, está determinado por la discontinuidad entre las actividades (y por lo tanto entre los cuerpos particulares) en el interior del Cuerpo Social. Al explicar el cuerpo social como un efecto de la discontinuidad de los cuerpos particulares entre sí, Foucault logra explicar el poder como un efecto interno al orden social y no como algo exógeno o supérstite (superando, ante todo la genealogía de la explicación freudo-marxista, tributaria del dispositivo decimonónico). Ese es su gran hallazgo: al mismo tiempo determina la teoría (la de Foucault y más allá) en su conjunto, porque la actividad no es necesaria a los cuerpos, ni los cuerpos condensación de las actividades particulares, sino en razón de la contingencia que los sostiene en conflicto entre sí, en el propio interior de la discontinuidad social: el poder.
El Orden en su conjunto y el de cada cuerpo en particular, está determinado por la discontinuidad entre las actividades (y por lo tanto entre los cuerpos particulares) en el interior del Cuerpo Social. Al explicar el cuerpo social como un efecto de la discontinuidad de los cuerpos particulares entre sí, Foucault logra explicar el poder como un efecto interno al orden social y no como algo exógeno o supérstite (superando, ante todo la genealogía de la explicación freudo-marxista, tributaria del dispositivo decimonónico). Ese es su gran hallazgo: al mismo tiempo determina la teoría (la de Foucault y más allá) en su conjunto, porque la actividad no es necesaria a los cuerpos, ni los cuerpos condensación de las actividades particulares, sino en razón de la contingencia que los sostiene en conflicto entre sí, en el propio interior de la discontinuidad social: el poder.
III
La
invención del alma del vasallo por el (doble) cuerpo del rey
estampa, mejor aún que el
propio diagrama de la cárcel panóptica, la identificación entre
actividad y cuerpo.5
Allí Foucault nos dice que si el exceso del poder del rey provoca un
desdoblamiento de su propio cuerpo (la teoría del “doble cuerpo
del rey” sostiene, en Kantorovicz, que el Cuerpo del Rey es el
personal suyo y además el de sus hombres de armas), otro tanto
ocurrirá en el cuerpo del vasallo como efecto de tal exceso de poder
real. El desdoblamiento que hace imperar el poder real por su propio
“exceso” impone, a su vez, un desdoblamiento del cuerpo del
vasallo, también genera
en este último un "doble cuerpo del
vasallo", de forma que se configura un “incorporal”, es decir: un
alma. El alma del vasallo en este planteo, es
efecto del propio cuerpo del rey en su desdoblamiento “por exceso”
de poder, que incluye entre
sus efectos una “duplicación” sucedánea.
En cuanto el vasallo se encuentra sometido
a la diferencia de potencial
propia del “doble cuerpo
del rey” (del orden que el soberano hace imperar en un dominio)
genera bajo ese efecto de exceso un doble de su propio cuerpo: un
alma.
Este
pasaje de Vigilar y Castigar ejemplifica, en un tópico de “exceso
de poder”, el lugar de la actividad con relación al cuerpo y a los
cuerpos entre sí: regula por diferencia de potencial lo propio a
los cuerpos particulares.
IV
El
poder en Foucault puede ser entendido como poder mediático a
condición de admitir
la equivalencia que se establece entre actividad y cuerpo,
equivalencia que es inseparable de un cotejo de los cuerpos y la
actividades entre sí, bajo un criterio de contingencia.6
La emisión a distancia condiciona, en tanto actividad que se
despliega entre los cuerpos, la regulación que opera en el orden
mundial, determinado por la circulación tecnológica de las
imágenes. Los lugares
respectivos de los cuerpos y de las actividades están por igual
condicionados, en París o más allá, por una actividad que regula
los cuerpos en tanto cotejo entre sí de actividades: en la
ciudad-luz o en cualquier otro lugar. Imbuído cada quien de su
lugar, su cuerpo y su actividad, unos y otros compartimos cierta
relación en el interior de un orden contingente y dispar (porque lo
son los potenciales de actividad y de cuerpos particulares,
determinados por la discontinuidad entre sí).
Parece
vana en tal sentido la perspectiva de una “solución global” al
“terrorismo”. Lo que habría que plantearse a ese respecto, es
ante todo si la globalidad no es en nuestro presente el propio
“cuerpo del rey”. Por otro lado si cuando hablamos de
“terrorismo” no hablamos ante todo de un desdoblamiento que busca
refugio en la inmolación. Conviene recordar que la invasión, lejos
de ser militar, es al día de hoy ante todo mediática, como nos lo
señala Virilio (op.cit.pp.21-22). La agresión “terrorista” también. Por esa
razón no habrá solución “global” que no pase por los cuerpos
particulares, por sus diferencias de actividad y por lo tanto, entre
cuerpos y actividad, de potencial de poder.
Antes
que atacar a los “terroristas” habrá que irlos a buscar para
encontrarlos, para conocer su alma, pronta a inmolarse entre nosotros,
a estallar como imagen simétrica del terror que los bombardea.
1Virilio,
P. (1997) Cibermundo,
Dolmen, Santiago, p.56.
2Virilio,
P. (2011) L'administration de
la peur,
Textuel, Paris, p.25.
3Foucault,
M. (1975) Surveiller et punir, Gallimard, Paris, p.33.
4Gabilondo,
A. (1991) El discurso en acción, Anthropos, Madrid, p.170.
5Foucault,
M. (1975) Vigilar y Castigar,
Gallimard, Paris, p.34.
6En
el último párrafo de ¿Qué es la Ilustración? La
contingencia es presentada como el fundamento de la
“ontología crítica de nosotros mismos”, la propuesta teórica
que cierra la obra de Foucault.