28.11.16

Fidel Castro: la nación en un único socialismo


1a. quincena, diciembre 2016



Uno de los cuestionamientos más firmes al proyecto denominado “socialismo real”, que cundió estratégicamente a partir de la 2a. Guerra Mundial, provino de la paradojica pretensión de encarnar un proceso supuestamente universal a partir de un contexto exclusivamente nacional: desarrollar el socialismo en un único país. Por más que se sostuviera que ese Estado-nación (la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) hegemonizaba una diversidad de contextos idiosincráticos -sobre todo a partir del Pacto de Varsovia, la propia articulación estatal de una nación supone cierta organicidad que no puede sino imponerse como unidad de orientación.

Esa lectura se encuentra hoy refrendada por la obsolescencia de aquel “socialismo real”, pero sobre todo reviste insuficiencia para explicar el destino de la universalidad socialista, en cuanto siempre la ha doblegado y atravesado la condición idiosincrática nacional. Los nacionalismos han prevalecido desde la propia estructura socialista, no en razón de cierta fragilidad económica inducida por un mayor desarrollo histórico del capitalismo, sino como efecto de la propia evolución interna de la “dictadura del proletariado”, tal como ocurre hoy con China comunista.1 Tal denominación de la potencia asiática no adquiere sentido razonable sin entrecomillar el término “comunista”. Ese entrecomillado del término “comunista” no alude a un “falso comunismo” sino a una “verdadera China”.

Parece inconducente, sobre todo, suponer que esa prevalencia del nacionalismo sobre el socialismo parta de una pugna dirimida exclusivamente entre dos orientaciones contrapuestas -respectivamente “burguesa” y “proletaria”- del Estado-nación. Las dos son en verdad efecto de un mismo paradigma moderno, que habilitó la concepción de una totalidad natural y orgánica articulada a partir de la significación racional de la actividad humana. En la dualidad entre racionalidad y realidad estriba tanto el poderío como la debilidad de la propuesta moderna, tal como la estampó Hegel: “Lo real es racional y lo racional es real”. Conviene en este punto recordar que los “jóvenes hegelianos de izquierda”, inspiradores del naturalismo antropológico de Feuerbach y a través de éste último, del “materialismo dialéctico” -denominación que endosara la posteridad- de Marx, sostenían el primado del tramo de la fórmula hegeliana que sigue a la conjunción: “(...lo racional es real”.

En esa identificación ideal de la forma consistió el principio de universalidad moderno -que algunos persisten en denominar sesgadamente “utopía”, cuando el “no-lugar” es algo que debiera entenderse más allá de todo lugar efectivo y no como universalidad de la subjetividad. Puesta a probar su validez “urbi et orbi”, la idealidad -es decir la forma- subjetiva, que anida en una supuesta condición universal del ser humano, se ha fragmentado en tantas razones como contextos -nacionales en particular. De ahí que la propia eficacia del primer tramo de la expresión hegeliana: “Lo real es racional....)” haya parasitado desde su propia enunciación la significación efectiva del “socialismo real”, dotándolo de una carga de “realidad” que se distancia ante todo de la significación genérica del propio término “izquierda”, indeleblemente vinculado a la subversión intelectual: “lo racional es real”.2

El socialismo no es real sino en cuanto existe en un contexto, luego, su realidad es la de ese contexto y su universalidad no puede sino inspirarse en cierta visión singular, cargada de nacionalidad marcada. Suponer que a partir de tal anclaje en la singularidad, cierto “socialismo real” se propaga y extiende bajo la forma de la fatalidad objetiva, supone ante todo “poner el carro delante de los bueyes”, es decir, pretender que el segundo tramo del dictum hegeliano “(...lo racional es real” cunde mecánicamente – o sea, como mera naturalización del vínculo entre causa y efecto. La modernidad abjuró, en efecto, del “materialismo mecanicista” que la precedió (particularmente durante el siglo XVIII), al punto de convertir lo “abstracto” en sinónimo de “vacuo”. Lo concreto es definidamente nacional -en el sentido idiosincrático del término- y escasamente socialista en un sentido universal.3

El surgimiento de los estados-nación latinoamericanos en el marco de la propia configuración moderna que siguió a la revolución francesa y a las “revoluciones democráticas” que jalonaron el siglo XIX en Europa, marca una concomitancia efectiva entre el nacionalismo y el socialismo en América Latina. El pensamiento de Mariátegui es de los primeros en afirmar desde el punto de vista teórico una significación “indo-americana” del marxismo,4 pero en ciertas experiencias singulares, particularmente la del batllismo en el Uruguay, la concreción moderna une la condición nacional a los contenidos socialistas. El propio viraje que toma el peronismo, en cuanto a partir de una inspiración fascista inicial asume una orientación “antimperialista” de sesgo anticapitalista, señala a las claras la concomitancia entre la faz nacional y la faz socialista de la universalidad moderna en América Latina. Esta concomitancia se encuentra, una y otra vez, propiciada por el enfrentamiento de los estados-nación latinoamericanos con un contexto marcado por la presencia de las grandes potencias y particularmente a partir de la 2a. Guerra Mundial, de los EEUU.

El presidente uruguayo Luis Batlle Berres, heredero político y familiar de José Batlle y Ordóñez, fundador este último de la socialdemocracia uruguaya, se dirige al gobierno de la República Francesa en 1951, dos años antes del asalto al cuartel del Moncada, para concitar apoyo ante el creciente influjo estadounidense en la región sudamericana.5 El inicio de la sublevación contra el régimen de Batista, claramente vinculado a la presencia estadounidense en Cuba comienza sólo cinco años más tarde (se cumplieron este 25 de noviembre 60 años del inicio del viaje del Granma desde México a Cuba).

Cuando Marx analiza las formas de transformación de una sociedad, plantea dos modalidades: la transformación económica, como efecto de un proceso interno, o como efecto de la conquista de una sociedad sobre otra.6 Ningún derechista, de Vargas Llosa a Sanguinetti pasando por Trump, ha podido hasta el presente probar que un proyecto nacional pudiera sostenerse a partir de la injerencia extranjera -como no sea una réplica mimética. Fidel Castro logró demostrar que podía mantener ciertas formas de equilibrio social a partir de un bloqueo económico internacional, tanto más duro cuanto progresivamente generalizado, a partir incluso del descaecimiento de la Unión Soviética que le proveía un apoyo alternativo. Las falencias que aquejaron al proyecto socialista cubano y que vinieron a ser admitidas por el propio Fidel Castro, pusieron de manifiesto las misma índole de deficiencias -desmotivación económica y esclerosis ideológica- que conllevaron la caída del “socialismo real”. Esta constatación no invalida la motivación soberana, demuestra por el contrario como la organicidad nacional se ata a “modelos” que pautan su destino, incluso de forma falaz. En esa “idealidad” consiste justamente la función “utópica” de la subjetividad moderna, así como la claudicación que la afecta, una vez que confunde concreción con universalidad.

La afiliación nacionalista de la revolución cubana al “modelo soviético”, que terminaría por sellar su destino en lo interno, no deja de vincularse a una cuestión nacional anti-estadounidense, que sólo logró canalizarse a través de un único socialismo. En este sentido también en Cuba la cuestión nacional predominó en influjo y destino sobre el proyecto socialista, pero con la particularidad de que lo nacional cubano encontró, enfrentado a la presión de EEUU en el marco de la “Guerra Fría”, canalización efectiva a través del “socialismo real”.

Conviene preguntarse si esa afiliación a un régimen ya por entonces marcadamente totalitario (los “juicios de Moscú preceden a la gesta del Granma) era inevitable. Esta pregunta en parte ya ha sido respondida por la epopeya del Che y por la caída del “sistema socialista”. No sólo el Che Guevara lideró una concepción “moral” del proceso socialista incluso en lo económico, sino que además Cuba militó acerbamente -sobre todo en el período de la “Tricontinental”- por la revolución en el continente americano y en el Tercer Mundo.7

Conviene entonces considerar que en verdad el destino del planteo “socialista” ya estaba en decadencia tras la 2a Guerra Mundial, en particular en razón del ascenso de la tecnología como vector del poder mundial. Tanto la carrera espacial como la disuasión nuclear y las consecuencias estratégicas que advendrían de los respectivos “paraguas nucleares” de las grandes potencias, señalaban ya por entonces un “non plus ultra” que pasaba por una demarcación interna de fronteras -neta en Europa a partir de 1945, antes que por una guerra de conquista imperial. El rol de las grandes potencias y de los estados-nación (que hoy Trump pretende rehabilitar) iría debilitándose progresivamente, a través de esa demarcación intrafronteriza que pauta el ocaso de las estrategias modernas, surgidas al amparo de la concepción orgánica de las sociedades.

En ese transcurso que llevó desde un mundo donde se trataba ante todo de “materias primas, industrias y transformación, de clases y de desigualdades sociales” a otro hecho de “redes de datos, de flujos transfronterizos, de datos de información”,8 más allá de su adhesión a un paradigma en decadencia, Cuba pautó con la orientación de Fidel Castro un momento de dignidad latinoamericana, que no comenzó en el asalto al Moncada y todavía está muy lejos de cerrarse.

Tal como lo había vaticinado Rubén Darío en A Roosevelt, ante un gobierno de EEUU que aplicaba la política del “Gran Garrote” sobre la región centroamericana:

(...Tened cuidado. ¡Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del León Español...)”



1 Desde una lectura del proceso particular de la Unión Soviética y situándola como precedente del proceso cubano, la misma tesis se defiende en Mansilla, H.C.F. “Socialismo y nacionalismo como agentes de modernización acelerada” (2007) Cuadernos del Cendes, No. 64, http://www.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1012-25082007000100003 (acceso el 27/11/16)
2 Sobre el carácter subversivo de la razón moderna ver Viscardi, R. “”Qué quiere decir “hablar” en Sartre?” (2010) Ariel No. 5 https://arielenlinea.wordpress.com/2010/07/15/%C2%BFque-quiere-decir-%E2%80%9Chablar%E2%80%9D-en-sartre-ricardo-viscardi/ (acceso el 27/11/16)
3 La condena del “mecanicismo” llega hasta Althusser, ver Althusser, L. (1980) Lire le Capital II, Paris, Maspéro, p. 56.
4 Fernández, O. “¿Defensa o transformación del marxismo?” en Mariátegui, J. Defensa del marxismo (edición comentada) (2015) Universidad de Valparaíso, Valparaíso, p.102.
5 “Este es quizá uno de los puntos menos destacados en el libro de Sanguinetti, quien en política exterior prioriza las críticas de Batlle Berres a la política de subsidios de EEUU, que perjudicaba a Uruguay, o el apoyo a la formación del Estado de Israel. Trujillo, V. “Sobrino, lider y leyenda” El Observador (25/07/16) http://www.elobservador.com.uy/sobrino-lider-y-leyenda-n284088
6 Marx, K. (1968) Introducción General a la Crítica de la Economía Política/ 1857, Siglo XXI, México, pp.47-48 http://www.socialismo-chileno.org/febrero/Biblioteca/Marx/1857-Karl-Marx-Introduccion-general-a-la-critica-de-la-economia-politica.pdf (acceso el 27/11/16)
7 2a. Declaración de La Habana (1962) http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1962/esp/f040262e.html (acceso el 27/11/16)
8 Wolton, D. (1992) Elogio del Gran Público, Gedisa, Barcelona, p.95.