Fidel
Castro: la nación en un único socialismo
1a.
quincena, diciembre 2016
Uno
de los cuestionamientos más firmes al proyecto denominado
“socialismo real”, que cundió estratégicamente a partir de la
2a. Guerra Mundial, provino de la paradojica pretensión de
encarnar un proceso supuestamente universal a partir de un contexto
exclusivamente nacional: desarrollar el socialismo en un único país.
Por más que se sostuviera que ese Estado-nación (la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas) hegemonizaba una diversidad de
contextos idiosincráticos -sobre todo a partir del Pacto de
Varsovia, la propia articulación estatal de una nación supone
cierta organicidad que no puede sino imponerse como unidad de
orientación.
Esa
lectura se encuentra hoy refrendada por la obsolescencia de aquel
“socialismo real”, pero sobre todo reviste insuficiencia para
explicar el destino de la universalidad socialista, en cuanto siempre
la ha doblegado y atravesado la condición idiosincrática nacional.
Los nacionalismos han prevalecido desde la propia estructura
socialista, no en razón de cierta fragilidad económica inducida por un mayor desarrollo histórico del capitalismo, sino como efecto de
la propia evolución interna de la “dictadura del proletariado”,
tal como ocurre hoy con China comunista.1
Tal denominación de la potencia asiática no adquiere sentido
razonable sin entrecomillar el término “comunista”. Ese
entrecomillado del término “comunista” no alude a un “falso
comunismo” sino a una “verdadera China”.
Parece
inconducente, sobre todo, suponer que esa prevalencia del
nacionalismo sobre el socialismo parta de una pugna dirimida
exclusivamente entre dos orientaciones contrapuestas -respectivamente
“burguesa” y “proletaria”- del Estado-nación. Las dos son en
verdad efecto de un mismo paradigma moderno, que habilitó la
concepción de una totalidad natural y orgánica articulada a partir
de la significación racional de la actividad humana. En la dualidad
entre racionalidad y realidad estriba tanto el poderío como la
debilidad de la propuesta moderna, tal como la estampó Hegel: “Lo
real es racional y lo racional es real”. Conviene en este punto
recordar que los “jóvenes hegelianos de izquierda”, inspiradores
del naturalismo antropológico de Feuerbach y a través de éste
último, del “materialismo dialéctico” -denominación que
endosara la posteridad- de Marx, sostenían el primado del tramo de
la fórmula hegeliana que sigue a la conjunción: “(...lo racional
es real”.
En
esa identificación ideal de la forma consistió el principio de
universalidad moderno -que algunos persisten en denominar
sesgadamente “utopía”, cuando el “no-lugar” es algo que
debiera entenderse más allá de todo lugar efectivo y no como
universalidad de la subjetividad. Puesta a probar su validez “urbi
et orbi”, la idealidad -es decir la forma- subjetiva, que anida
en una supuesta condición universal del ser humano, se ha
fragmentado en tantas razones como contextos -nacionales en
particular. De ahí que la propia eficacia del primer tramo de la
expresión hegeliana: “Lo real es racional....)” haya parasitado
desde su propia enunciación la significación efectiva del
“socialismo real”, dotándolo de una carga de “realidad” que
se distancia ante todo de la significación genérica del propio
término “izquierda”, indeleblemente vinculado a la subversión
intelectual: “lo racional es real”.2
El
socialismo no es real sino en cuanto existe en un contexto, luego, su
realidad es la de ese contexto y su universalidad no puede sino
inspirarse en cierta visión singular, cargada de nacionalidad
marcada. Suponer que a partir de tal anclaje en la singularidad,
cierto “socialismo real” se propaga y extiende bajo la forma de
la fatalidad objetiva, supone ante todo “poner el carro delante de
los bueyes”, es decir, pretender que el segundo tramo del dictum
hegeliano “(...lo racional es real” cunde mecánicamente – o
sea, como mera naturalización del vínculo entre causa y efecto. La
modernidad abjuró, en efecto, del “materialismo mecanicista” que
la precedió (particularmente durante el siglo XVIII), al punto de
convertir lo “abstracto” en sinónimo de “vacuo”. Lo concreto
es definidamente nacional -en el sentido idiosincrático del término-
y escasamente socialista en un sentido universal.3
El
surgimiento de los estados-nación latinoamericanos en el marco de la
propia configuración moderna que siguió a la revolución francesa
y a las “revoluciones democráticas” que jalonaron el siglo XIX
en Europa, marca una concomitancia efectiva entre el nacionalismo y
el socialismo en América Latina. El pensamiento de Mariátegui es de
los primeros en afirmar desde el punto de vista teórico una
significación “indo-americana” del marxismo,4
pero en ciertas experiencias singulares, particularmente la del
batllismo en el Uruguay, la concreción moderna une la condición
nacional a los contenidos socialistas. El propio viraje que toma el
peronismo, en cuanto a partir de una inspiración fascista inicial
asume una orientación “antimperialista” de sesgo
anticapitalista, señala a las claras la concomitancia entre la faz
nacional y la faz socialista de la universalidad moderna en América
Latina. Esta concomitancia se encuentra, una y otra vez, propiciada
por el enfrentamiento de los estados-nación latinoamericanos con un
contexto marcado por la presencia de las grandes potencias y
particularmente a partir de la 2a. Guerra Mundial, de los EEUU.
El
presidente uruguayo Luis Batlle Berres, heredero político y familiar
de José Batlle y Ordóñez, fundador este último de la
socialdemocracia uruguaya, se dirige al gobierno de la República
Francesa en 1951, dos años antes del asalto al cuartel del Moncada,
para concitar apoyo ante el creciente influjo estadounidense en la
región sudamericana.5
El inicio de la sublevación contra el régimen de Batista,
claramente vinculado a la presencia estadounidense en Cuba comienza
sólo cinco años más tarde (se cumplieron este 25 de noviembre 60
años del inicio del viaje del Granma desde México a Cuba).
Cuando
Marx analiza las formas de transformación de una sociedad, plantea
dos modalidades: la transformación económica, como efecto de un
proceso interno, o como efecto de la conquista de una sociedad sobre
otra.6
Ningún derechista, de Vargas Llosa a Sanguinetti pasando por Trump,
ha podido hasta el presente probar que un proyecto nacional pudiera
sostenerse a partir de la injerencia extranjera -como no sea una
réplica mimética. Fidel Castro logró demostrar que podía mantener
ciertas formas de equilibrio social a partir de un bloqueo económico
internacional, tanto más duro cuanto progresivamente generalizado, a
partir incluso del descaecimiento de la Unión Soviética que le
proveía un apoyo alternativo. Las falencias que aquejaron al
proyecto socialista cubano y que vinieron a ser admitidas por el
propio Fidel Castro, pusieron de manifiesto las misma índole de
deficiencias -desmotivación económica y esclerosis ideológica- que
conllevaron la caída del “socialismo real”. Esta constatación
no invalida la motivación soberana, demuestra por el contrario como
la organicidad nacional se ata a “modelos” que pautan su destino,
incluso de forma falaz. En esa “idealidad” consiste justamente la
función “utópica” de la subjetividad moderna, así como la
claudicación que la afecta, una vez que confunde concreción con
universalidad.
La
afiliación nacionalista de la revolución cubana al “modelo
soviético”, que terminaría por sellar su destino en lo interno,
no deja de vincularse a una cuestión nacional anti-estadounidense,
que sólo logró canalizarse a través de un único socialismo. En
este sentido también en Cuba la cuestión nacional predominó en
influjo y destino sobre el proyecto socialista, pero con la
particularidad de que lo nacional cubano encontró, enfrentado a la
presión de EEUU en el marco de la “Guerra Fría”, canalización
efectiva a través del “socialismo real”.
Conviene
preguntarse si esa afiliación a un régimen ya por entonces
marcadamente totalitario (los “juicios de Moscú preceden a la
gesta del Granma) era inevitable. Esta pregunta en parte ya ha
sido respondida por la epopeya del Che y por la caída del “sistema
socialista”. No sólo el Che Guevara lideró una concepción
“moral” del proceso socialista incluso en lo económico, sino que
además Cuba militó acerbamente -sobre todo en el período de la
“Tricontinental”- por la revolución en el continente americano y
en el Tercer Mundo.7
Conviene
entonces considerar que en verdad el destino del planteo “socialista”
ya estaba en decadencia tras la 2a Guerra Mundial, en particular en
razón del ascenso de la tecnología como vector del poder mundial.
Tanto la carrera espacial como la disuasión nuclear y las
consecuencias estratégicas que advendrían de los respectivos
“paraguas nucleares” de las grandes potencias, señalaban ya por
entonces un “non plus ultra” que pasaba por una
demarcación interna de fronteras -neta en Europa a partir de 1945,
antes que por una guerra de conquista imperial. El rol de las grandes
potencias y de los estados-nación (que hoy Trump pretende
rehabilitar) iría debilitándose progresivamente, a través de esa
demarcación intrafronteriza que pauta el ocaso de las estrategias
modernas, surgidas al amparo de la concepción orgánica de las
sociedades.
En
ese transcurso que llevó desde un mundo donde se trataba ante todo
de “materias primas, industrias y transformación, de clases y de
desigualdades sociales” a otro hecho de “redes de datos, de
flujos transfronterizos, de datos de información”,8
más allá de su adhesión a un paradigma en decadencia, Cuba pautó
con la orientación de Fidel Castro un momento de dignidad
latinoamericana, que no comenzó en el asalto al Moncada y todavía
está muy lejos de cerrarse.
Tal
como lo había vaticinado Rubén Darío en A Roosevelt, ante
un
gobierno de EEUU que aplicaba la política del “Gran Garrote”
sobre la región centroamericana:
“(...Tened
cuidado. ¡Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del
León Español...)”
1
Desde una lectura del proceso particular de la Unión Soviética y
situándola como precedente del proceso cubano, la misma tesis se
defiende en Mansilla, H.C.F. “Socialismo y nacionalismo como
agentes de modernización acelerada” (2007) Cuadernos
del Cendes, No. 64,
http://www.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1012-25082007000100003
(acceso
el 27/11/16)
2
Sobre el
carácter subversivo de la razón moderna ver Viscardi, R. “”Qué
quiere decir “hablar” en Sartre?” (2010) Ariel
No.
5
https://arielenlinea.wordpress.com/2010/07/15/%C2%BFque-quiere-decir-%E2%80%9Chablar%E2%80%9D-en-sartre-ricardo-viscardi/
(acceso
el 27/11/16)
3
La condena del “mecanicismo” llega hasta Althusser, ver
Althusser, L. (1980) Lire le Capital II,
Paris, Maspéro, p. 56.
4
Fernández, O. “¿Defensa o transformación del marxismo?” en
Mariátegui, J. Defensa del marxismo (edición comentada)
(2015) Universidad de Valparaíso, Valparaíso, p.102.
5
“Este es quizá uno de los puntos menos destacados en el libro de
Sanguinetti, quien en política exterior prioriza las críticas de
Batlle Berres a la política de subsidios de EEUU, que perjudicaba a
Uruguay, o el apoyo a la formación del Estado de Israel”.
Trujillo, V. “Sobrino,
lider y leyenda” El
Observador (25/07/16)
http://www.elobservador.com.uy/sobrino-lider-y-leyenda-n284088
6
Marx, K. (1968) Introducción
General a la Crítica de la Economía Política/ 1857, Siglo
XXI, México, pp.47-48
http://www.socialismo-chileno.org/febrero/Biblioteca/Marx/1857-Karl-Marx-Introduccion-general-a-la-critica-de-la-economia-politica.pdf
(acceso
el 27/11/16)
7 2a.
Declaración de La Habana (1962)
http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1962/esp/f040262e.html
(acceso el 27/11/16)
8 Wolton,
D. (1992) Elogio del Gran Público,
Gedisa, Barcelona, p.95.