Chile: alternancia fallida, alternativa de contragobierno
2a.
quincena, octubre 2019
La
explosión popular manifiesta, multiplicándose de forma
imprevisible, un movimiento fuera del cauce institucional, en
contextos que corresponden a una alternancia sucesivamente fallida.
Tal fue desde hace unos años atrás el caso de Francia, el de
España, el de Chile reiterado ahora una vez más, e incluso en
cierta medida el de Ecuador.1
Esta serie toma formas que tienden a marcarse en profundidad a partir
del fin del “ciclo socialdemócrata”, que encontrara un inicio en
Portugal, en 1974, pero que adquiriera sus formas más paradigmáticas
en Francia con la victoria de Miterrand en 1981 y en España, con el
ascenso del PSOE hacia el fin de la misma década. El descrédito de
la alternancia socialdemocracia/democracia-de-mercado parece haber
alcanzado un punto sin retorno en las explosiones sociales que
siguieron al desastre bancario, generado en los países del
Hemisferio Norte por la especulación inmobiliaria, que diera lugar a
la “crisis de las subprime” en 2008.2
La
alternancia tal como la propone la democracia representativa (un
partido sucede a otro según lo beneficie el resultado electoral), se
contrapone formalmente a la propia linealidad determinista de la
historia, en cuanto de seguir un rumbo impar, el proceso histórico
debiera transitar por un único camino reconocible por todos. Se
sostiene un relativismo sin fundamento relativista, por consiguiente,
cuando se afirma que la democracia representativa con anclaje en los
estados-nación provee “el mejor sistema posible”. La paradoja se
abate sobre el relativismo institucional republicano, desde que la
misma democracia moderna (y por consiguiente representativa) requiere
el relato fundacional de la Emancipación y el Progreso de la
Humanidad, con fundamento en un único sujeto-pueblo: la Nación.
Encarnada
de forma radical por el proyecto de una “sociedad sin clases”, la
perspectiva Moderna de un “destino de la Historia”, proponía un
fin de la dominación que también acarrearía el fin de la lucha de
clases (por la extinción marxista, o su alternativa, la abolición
anarquista del Estado). Heredada del cientificismo que cundió desde
el siglo XIX, esta perspectiva sólo engendró, hasta el presente,
dinámicas totalitarias seguidas de su abandono, sea por la vía de
la sublevación (como ocurrió en varios de los países satélites
de la Unión Soviética) o del descaecimiento de las aristas más
radicales de los respectivos regímenes (como en Cuba, o de otra
forma, en China).
El
dubitativo elogio “el mejor sistema posible” encuentra asimismo
la obsecuente aprobación de quienes dicen encontrarse en el polo
alternativo, supuestamente opuesto a la derecha mercadocrática, en
cuanto sólo se puede aducir, desde una reivindicación
institucionalista, la estricta observación de la normatividad y la
condena de las transgresiones institucionales. Las transformaciones
sociales por la vía republicana se encuentran particularmente
minimizadas, en su significación representativa por los días que
corren, como efecto del reciente artilugio de “golpes de estado
legales” (particularmente ilustrados, en la región, por el
tecnicismo de los “impeachment” de Lugo en Paraguay y de Rouseff
en el Brasil). Más allá del aval que le otorgan de hecho tirios y
troyanos, la expresión “el mejor sistema posible” es en sí
misma vergonzosa. No sólo porque recurre a un concepto tan
desprestigiado como “sistema”: ¿porqué sería deseable “el
mejor sistema”?, sino además porque se limita a lo posible, con lo
cual se excluye “avant la lettre” todo lo que trascienda
al raciocinio.
El
“mejor sistema posible” ha sido excedido ante todo, justamente
en todo lo que no es pensable como posible: la informalidad
representativa en lo posible que propugnaron los movimientos
sociales desde lo años 60', la libertad de empresa que ha campeado
sin razonabilidad posible desde el auge neoliberal de los 90'.
Haciendo
agua por distintas vías con un mismo efecto de descrédito, “el
mejor sistema posible” sólo auspició a través de la alternancia
electoral tan encomiada, el desencanto primero, la protesta después
y finalmente ahora, en Francia con los Chalecos Amarillos, en Ecuador
con la revuelta indígena y cuando se escriben estas líneas en
Chile, con la revuelta popular, la furia social en grado de
sublevación.
A
la victoria electoral de la izquierda siguió, en Francia, en España,
en Chile y de otra forma en Ecuador, una victoria electoral de la
derecha e inclusive se repite, en los tres casos, la “alternancia”.
Sin embargo tal “alternancia democrática”, lejos de aportar una
alternativa, ha suscitado las formas más acerbas de insurgencia
popular.3
Detrás de este proceso se encuentra, sin duda, el descaecimiento de
los estados-nación como efecto de las dinámicas totalitarias de la
Guerra Fría primero y de una mercadocracia rampante luego, que
vuelven obsoletos e inoperantes los designios de la electoralidad
republicana.
Interpelada
en el propio nivel de su existencia social por la estructura
mediática del poder tecnológico, particularmente por el auge de
las nuevas tecnologías (información y comunicación), la población
se convierte no sólo en el público consumidor, sino también en el
soporte efectivo de un campo social cada vez más mediático y por lo
tanto, cada vez más anclado en cada quién. La multiplicación
tecnológica de las formas de existencia pública a través de los
medios conlleva, mutatis mutandi,
que el “público objetivo” se vea
investido de un protagonismo que le otorga, in crescendo,
un lugar de objetividad pública.4
Al
presente algunos auguran, en
el Uruguay, la alternancia
partidaria como efecto de las
elecciones que tendrán lugar en pocos días más.5
Ante ese
escenario posible
conviene tomar nota de la irrelevancia de
efectos que tiende a
adueñarse de tal substitución institucional. En tal sentido el caso
chileno resulta el más sugestivo, como antecedente del proceso de
una alternancia posible en el Uruguay. Uno
y otro país presentan bajo
formas semejantes,
configuraciones partidarias análogas a las europeas, incluso en sus
orígenes, así como un fuerte apego histórico a la
institucionalidad republicana.
Esta misma inscripción social de las sensibilidad
representativa parece
constituir el antecedente que habilita, más allá de fronteras
nacionales,
la movilización de la población, una vez que ésta ve burladas
premisas de legitimidad ancladas en la memorial social.
Tal
parece ser, en el caso de Uruguay, la rápida y creciente
movilización contra la instalación de la multinacional UPM, como
rechazo sin precedentes aunque sí con antecedentes, ante el
notorio
desconocimiento de la institucionalidad democrática por la vía de
los hechos. En cuanto ninguno de los partidos con gravitación
institucional ha señalado una firme oposición al desmán que
significa la instalación de la multinacional, cabe pensar que un
eventual cambio de mayorías
electorales se presenta, desde ya, con el signo de “la peor
alternancia posible”.
1"Estamos
en guerra” dijo Sebastián Piñera luego de tres días de
protestas y disturbios” Montevideo
Portal
(20/10/19)
https://www.montevideo.com.uy/Noticias/-Estamos-en-guerra--dijo-Sebastian-Pinera-luego-de-tres-dias-de-protestas-y-disturbios-uc733202
2Ver
al respecto Viscardi, R. “Chalecos amarillos: ¿de la “pesadilla”
a un despertar? Universidades
en Ciberdemocracia http://entre-dos.org/node/212
3Ver
al respecto Méndez, H. “Los Chalecos amarillos: expectativas e
interrogantes” Boletín
No 12 de Universidades en Ciberdemocracia,
http://entre-dos.org/node/219
4Ver
al respecto “Contragobernar: entrevista a Ricardo Viscardi”,
leites.neocities.org
https://leites.neocities.org/20150924_entrevista_a_ricardo_viscardi_sobre_contragobernar.html
5Bottinelli,
O. “Las certezas y las incertidumbres de la elección del domingo
27” Factum
https://portal.factum.uy/analisis/2019/ana191017.php