Voto
volátil, de vuelo gallináceo en la globalización
1a.
quincena, noviembre de 2019
El
desapego ideológico del votante
Convencido
de participar de comicios republicanos que expresan y refuerzan el
estado de agregación de los vínculos sociales, el electorado
uruguayo se movilizó masiva y entusiastamente con oportunidad de las
elecciones nacionales del 27 de octubre pasado. Sin embargo el
resultado electoral de esa actividad comicial va en contra de la
convicción que lo nutre mayoritariamente, en cuanto refleja, ante
todo, la volatilidad del voto, es decir, su desapego ideológico.
La
ideología es el elemento articulador de la representación pública:
nadie confiaría en delegar un lugar que represente su propia
condición social, si tal delegación no expresara el mandato de un
designio compartido. La significación de “ideología” supone,
desde esa perspectiva representativa, que determinado orden social
puede ser sostenido a través de un conjunto coherente y ordenado de
significados, que se promueven programáticamente y se proyectan en
un modelo de organización pública, es decir, una “visión del
mundo”.
En
el caso uruguayo, la ya proverbial representación de tres fuerzas
(Partido Colorado, Partido Nacional, Frente Amplio) debe ahora
reconocer la existencia de una cuarta fuerza (Cabildo Abierto), que
casi iguala en caudal electoral al Partido Colorado, pero que sobre
todo, se configura como adversario de fuste en el breve plazo de un
semestre (de abril a noviembre de 2019). Cabildo Abierto parece
además incorporar buena parte del electorado del “Partido de la
Gente”, que en sus inicios reagrupaba a un 8% de la opinión, para
descender luego vertiginosamente hasta las elecciones, donde logró
un poco más del 1%.
La
alteración súbita de la adhesión afecta también, asimismo,
transversalmente al conjunto de los partidos, en cuanto el
crecimiento de Cabildo Abierto no puede explicarse mayoritariamente
por la caída del Frente Amplio, más allá de los votos que le
aportó, incluso según los datos disponibles, el sector de Mujica.1
Este paso desde el Frente Amplio a los partidos “históricos”, ya
sensible en Montevideo en 2014, se vuelve ahora notorio en el
interior del país, pero también se acompaña de turbulencias en el
potencial electorado de las fuerzas tradicionales (Partido Nacional y
Partido Colorado).
Tras
las elecciones internas de los partidos (que tuvieron lugar en el mes
de julio), el candidato vencedor en las “internas” del Partido
Colorado reagrupaba, según las compulsas de opinión pública, un
20% del electorado. Incluso se llegó a suponer tras ese vertiginoso
crecimiento (del 12/14 al 20%), que Ernesto Talvi podría amenazar
la posición de Luis Lacalle, candidato del Partido Nacional, que por
momentos no lo aventajaba sino por 4% del electorado. Sin embargo, en
la primera vuelta de las elecciones nacionales, Talvi con 12% y
fracción apenas superó por alrededor de 2% al candidato de Cabildo
Abierto, mientras Lacalle sumó alrededor de un 29% del electorado.
La
misma volatilidad afecta a las tendencias sostenidas en plazos
mayores, consideradas comparativamente con la anterior elección
nacional. Al otro día de las elecciones nacionales de 2014 Lucía
Topolanski se ufanaba, ante cámaras, del crecimiento del Frente
Amplio en el interior del país, explicándolo ante todo por la
instalación, determinada por el presupuesto nacional, de la
Universidad de la República en el conjunto del país. Desde el punto
de vista de Topolanski ese crecimiento sería entonces, efecto de un
“proyecto nacional” (sobre todo por el emblema “universitario”
con que lo presentaba).
Esa
tendencia favorable al Frente Amplio afectaba al interior urbano
(sobre todo las capitales departamentales) desde varias elecciones
atrás, pero se propagaba además en 2014 a las poblaciones de menos
de 5.000 personas, permitiéndole a la coalición frenteamplista
compensar una ligera pérdida que lo afectó, en esos mismos
comicios, en Montevideo. Cinco años después el Frente Amplio cae en
el interior del país, en promedio, un 11%, incluso si se
contabilizan Canelones, San José, Colonia y Florida, donde tuvo
menor merma.2
No parece que mientras tanto el caudal de universitarios ni de
centros universitarios haya disminuido en el interior del país,
incluso ha sido incrementado por la Universidad Tecnológica,
supuestamente dedicada a la tecnificación agraria, según el
designio de Mujica.
Pero
también caen electoralmente, dentro de los partidos mayoritarios y
como expresiones partidarias singulares, las tendencias que conviene
considerar como “efectos de sociedad” y que debieran por lo tanto
contar, en la perspectiva representativa, con carga ideológica
singular. Tal es el caso de los sectores que expresan un proyecto
“técnico” (es decir de instrumentalidad diferenciada), ya sea en
función los “principios democráticos” o la “eficacia de la
gestión pública”. El Partido Independiente y el sector
“Plataforma” del Frente Amplio, de García y Lustemberg caen muy
debajo de las expectativas.
También
se ven drásticamente reducidos los sectores que representaban “la
agenda de derechos” y por lo tanto podían indentificarse como
portadores de “tendencia social”. En particular se destaca la
insuficiente votación que alcanza “Casa Grande”, en cuanto
pierde su banca en el Senado Constanza Moreira. Otro tanto puede
decirse de cierto radicalismo tradicional dentro de la izquierda,
pero situado fuera del Frente Amplio desde 2009. La Unidad Popular
pierde incluso su única banca en diputados, aunque debiera haberlo
beneficiado la oposición frontal, que hizo suya, a la instalación
de la transnacional UPM en el país, que generó desde 2017 un
importante movimiento de opinión en su contra.
Una
descripción general de la volatilidad electoral señalaría lo
siguiente: a) se manifiesta en la aparición al cabo de un semestre,
de una fuerza que le pisa los talones a un partido histórico (el
Partido Colorado) y se convierte en el fiel de la balanza en lo que
hace a las mayorías de un parlamento fraccionado b) en el
corrimiento vertiginoso de importantes franjas de votantes en el
contexto de los cuatro partidos electoralmente mayoritarios, pero que
también reciben ocasionalmente caudal ajeno emigrado en ese mismo
contexto c) en la desaparición de todo indicador, sea histórico o
social, de tendencias de opinión firmes en el electorado, ante la
regresión que sufre el Frente Amplio en el interior del país (así
como en Montevideo, donde pierde un 8% de su electorado), pero
asimismo en razón de la laminación de sectores que parecían
expresar tendencias firmes del electorado, ya sea vigentes en la
actualidad o revigorizadas por la coyuntura.
Sin
ideología no hay delegación representativa que vuele alto
En
el cuestionamiento de la noción de ideología, Foucault3
establece tres objeciones a) se opone a ciencia b) supone un sujeto
c) se superpone a la actuación social efectiva. Estas tres
objeciones pueden resumirse en un postulado: el discurso político no
se sostiene en una substancia. No es posible por lo tanto entenderlo
como consistencia objetiva (la “ciencia social”), no proviene de
un principio soberano (el sujeto popular), ni es el efecto de una
“base” (la clase social). Pero Foucault tampoco dice que la
función ideológica de la representación substancialista no haya
existido nunca, ni que se trate de una especie extinguida, incluso
admite (en el mismo pasaje), que “ideología” es un término a
manejar “con precaución”.
La
prudencia de Foucault en el tratamiento de la ideología quizás
obedece a la transición que relata, pocas páginas después, desde
el “intelectual universal” al “experto con poder sobre la vida
y la muerte”. Describe esa transición como un paso, desde la
verdad como representación de la existencia pública, a la verdad
como efecto del saber en el discurso. De ahí que Foucault entienda
la verdad como efecto propio de la posición específica de los
intelectuales respecto al poder y no como una toma de posición
(“comprometida”) subordinada a las corporaciones partidarias o
sindicales. Esto supone que la sociedad deja de existir como un orden
natural y (naturalmente) previo al saber, en cuanto el saber
protagoniza discursos y por consiguiente accede per se al
vínculo social (y por lo tanto, a la significación política).
La
mediación de los medios propios
El
escenario que plantea Foucault a mediados de los años 70', ya supone
por entonces que cada estamento de la sociedad configurará un poder
sostenido de forma directa en el saber. Esta perspectiva ha
cristalizado estratégicamente, en cuanto la articulación de los
procesos de producción, intercambio y difusión, llega a ser
provista por las tecnologías de la información y la comunicación.
La actividad pública y la función ideológica propia a cada sector
pasan a inscribirse, por consiguiente, en ese anclaje mediático de
las perspectivas públicas que Nicole D'Almeyda ha denominado
“Sociedad del enjuiciamiento”.4
Tal enjuiciamiento proviene de que todo organismo, empresarial,
cultural o político, etc. puede establecer su propio procedimiento
de diferenciación, a través de un perfil singular, propositivo y
crítico. Esta situación da lugar a la “comunicación
organizacional” y habilita las actuaciones de “community
manager”, que suscitan posicionamientos, relacionamientos,
estrategias y alianzas, que cunden en la propia red de la sociedad, o
si se quiere, en la incorporación del affectio societatis a
la red.
En
un contexto donde cada empresa económica, organismo social,
asociación cultural, etc, establece su propia “misión”,
“identidad colectiva”, “historia institucional”, etc. la
ideología deja de ofrecer una “visión del mundo”
supra-sectorial y pasa a significar una “estrategia discursiva”
corporativa, que cunde incluso (y sobre todo en el Estado) como
“privatización de lo público”. En cuanto el Uruguay sigue
fuertemente apegado a formas de reproducción política gobernadas
por la articulación ideológica de las instituciones
representativas, es decir, el Estado y las estructuras partidarias,
tiende a cierta esquizofrenia entre la convicción mayoritaria -acerca de la determinación supérstite del devenir público- y la
efectiva canalización de la actividad pública en la sociedad-red.
La
volatilidad del voto hoy, como la creciente distancia entre la
participación y las “identidades colectivas” ayer, son síntomas
de un devenir que mañana, ante la obsolescencia de una alternancia
reducida a la entidad ideológica de la representación estatal,5
puede reencontrarse con el presente de la participación:
incorporarse a la escena pública sin otra mediación que la de los
medios propios.
1"Manini
Ríos: la gente está desesperada, votaron a Mujica y ahora a mí”
Uy.press
(20/09/2019)
https://www.uypress.net/auc.aspx?98870
2Botinelli
E. entrevistado por Tejeiro P. y Rodríguez M. Factum
(30/10/2019)
https://portal.factum.uy/analisis/2019/ana191030b.php
3Foucault,
M. (1977) Microfísica
del poder,
Ed. de la Piqueta, Valencia, pp.181-182. Ed. Digital
https://eva.fcs.edu.uy/pluginfile.php/116669/mod_resource/content/0/Mod2%20obligatorio1%20Foucault%201978%20Nietzsche%2C%20la%20genealog%C3%ADa%2C%20la%20historia%20MICROF%C3%8DSICA%20DEL%20PODER%20%281-14%29.pdf
4D'Almeyda,
N. (2007) La société du jugement,
Colin, Paris.
5Ver
en este blog “Chile: alternancia fallida, alternativa de
contragobierno”
https://ricardoviscardi.blogspot.com/2019/10/alternativaa-la-alternancia.html