21.4.20

Tecnovirus: el contagio de gobierno

2a. quincena, abril 2020

Tecnología gubernamental

La pandemia de Covid-19 ha puesto de relieve la reversibilidad gubernamental. No sólo porque los gobiernos nacionales han desarrollado alternativamente, en ese contexto, recomendaciones o disposiciones normativas, sino ante todo, porque estas regulaciones apelan al propio gobierno de la población sobre sí. Sin esta forma de gobierno de la población sobre sí misma, las medidas gubernamentales de orden sanitario no revestirían ninguna eficacia. La policía no ha sido concebida para verificar la forma ni el tiempo en que los ciudadanos se lavan las manos o las mantienen a distancia del aparato respiratorio de cada uno. Algunos gobernantes señalan, inclusive desde una perspectiva macrosocial, que está fuera de todo alcance represivo impedir la circulación del gran número, que se desplaza para ganarse con que comer.1

Pese a esta redistribución súbita del gobierno, sería un error confundir la reversión de la gubernamentalidad con una democratización vertical (ni “de arriba para abajo”, ni “de abajo para arriba”). No se trata, en efecto, de una razón de Estado que renuncia a sus poderes de coerción (jurídica) y coacción (física), ni de una soberanía popular que ocuparía, de una vez por todas, el rango que le corresponde por fueros revolucionarios. Estamos, por el contrario, ante una redistribución de la gubernamentalidad que corresponde a una acelerada recomposición del poder, que abandona sin hesitación ninguna la tradicional significación de “soberanía” (un principio único e indivisible del poder), para adoptar la acepción hegemónica de “tecnología” (un ordenamiento estratégico del saber).

Esta redistribución del poder no es vertical, en la orientación piramidal de la democracia representativa (electorado ciudadano, instituciones públicas, autoridades nacionales), sino horizontal, en la orientación de nodos empresariales del saber (investigación de empresa, “responsabilidad social empresarial”, foros mundialistas), a los que se contraponen sectores excluídos por la globalización (movimientos antiglobalización, “estallidos sociales”, reagrupamientos de la opinión pública).

El virus que vino del poder

La potencia tecnológica no sólo se expresa a través de una redistribución de la gubernamentalidad, sino que también condiciona la actividad de las distintas colectividades. El cálculo numérico determina la “inteligencia artificial” y se convierte en el vehículo efectivo del saber. Al tiempo que habilita la “puesta en línea” (“on-line”) de las distintas actividades intelectuales (el cálculo, la palabra, la imagen), este funcionalismo mediático facilita la vigilancia de los archivos personales y la destrucción de las bases de datos. Es decir, la linealidad que faculta “a distancia” y en “tiempo real” la actividad de los particulares, también abre paso al control mediático (“big data”) y la vigilancia informática (“hackeo”).

Cierto efecto en cascada de la industrialización mediática interviene sobre un conjunto de campos articulados tecnológicamente entre sí. Gravitando en la configuración de las comunidades, la conectividad estratégica introduce una redundancia entre las imágenes y los artefactos que las habilitan, que afecta por vía recurrente a la misma naturaleza.2 La propia conducta humana permite entender, a través de transformaciones recientes, esta mutación protagonizada por la tecnología, que interviene con efecto derivado sobre el propio hábitat natural.

Hace apenas 31 años, Gianni Vattimo afirmaba que la tecnología de las imágenes no sólo lideraba la recolección y el procesamiento científico de información, sino que constituía además, la forma concentrada del saber científico.3 Es decir, que lo propio de la actividad científica cristalizaba en las tecnologías de la información y la comunicación. Sucede al presente, tres décadas después, que esta afirmación vale incluso para el desempeño cotidiano de cada uno. Desde el transporte colectivo que “informa” en cuantos minutos lo abordaremos, hasta el supermercado donde pagamos en un banco virtual, o también, el acceso por anticipado a la butaca numerada de la sala de cine, cualquier actividad en común requiere el ingreso a la red “info-com”.

Al tiempo que incentiva la programación y el control de las relaciones con nuestros semejantes, la mediación virtual de la conducta humana también interviene en el conjunto de la actividad productiva. Se incorpora, por vía de consecuencia, la misma ergonomía artefactual a la cadena de producción alimentaria, a través de la inmediatez telemática de la comercialización y la producción asistida informáticamente. Conviene entender que no se trata exclusivamente de una tendencia que va del centro a la periferia del mercado mundial (obviamente, a través de las transnacionales agro-alimentarias), sino que asimismo se moviliza desde la periferia hacia el centro, por redes de producción y comercialización desarrolladas a nivel local (por ejemplo, en el caso de la deforestación de la Amazonia).

La gestión “a distancia” moviliza a escala planetaria el lucro empresarial, que induce a su vez, la producción intensiva de proteínas de origen animal, en criaderos con nutrición artificial y compensación farmaceútica del hacinamiento animal. La provisión de forraje industrial requiere la deforestación o la forestación, que empobrecen por igual los hábitats naturales y diezman las especies salvajes. Este empobrecimiento mundializado de la cadena alimentaria desequilibra las cargas virales de las distintas especies e induce, incluso, la emigración de animales salvajes hacia los centros urbanos, con la consiguiente transmisión patógena al receptor humano (zoonosis).4

Proclamar que el Coronavirus “no es sino un virus”, constituye la lectura más inverosímil de la pandemia en curso. No sólo la serie de epidemias que han cundido desde inicios de los años 80' manifiestan, sumadas entre sí, un siniestro “aire de época” (sida, ébola, “gripe aviar”, etc.), sino que una vez infectado el receptor humano, la mortalidad varía según la opción pública en vigor. El tecno-poder que propaga el virus también lo transmite a la condición política que debiera combatirlo. El Coronavirus y otros patógenos que lo precedieron con menos renombre, no sólo es promovido por la funcionalidad que reduce la calidad de los procesos naturales, sino que una privación concomitante interviene, por denegación social, en la muerte ciudadana por inasistencia sanitaria.5

Inflexiones tecnológicas del poder

Conviene enumerar, en perspectiva, los rasgos más sugestivos de la actual crisis sanitaria mundial:

a) Aunque la pandemia revela cierto entramado público que se carga de responsabilidades por negligencia ambiental o desamparo sanitario (Bolsonaro, por ejemplo, suma una y otro), establecer un vínculo de causa a efecto entre la intencionalidad gubernamental y la eclosión viral parece fuera de lugar, desde que todo planteo estratégico excluye la turbulencia incontrolable. Trump llegó a acusar a China de haber “fabricado” la epidemia para perjudicar a los EEUU, acusación signada entre líneas por el agravamiento sanitario de su país en año electoral.

b) Contrariamente a lo ocurrido en catástrofes públicas precedentes y comparables (en particular el desastre financiero de las “subprime” en 2008), la participación activa de sectores subalternos y mayoritarios ha sido y seguirá siendo decisiva para el desenlace. Este componente estratégico de la coyuntura pandémica señala, incluso, la significación que adquieren los contextos comunitarios, por ejemplo, en la disciplina colectiva que interviene relativamente en la contención del contagio.

c) La tecnología aparece directamente involucrada en el desarrollo del evento infeccioso, ya no sólo como paradigma benefactor, ni como protagonista involuntario de una “mala praxis” humana, sino en cuanto vector de propagación del contagio. Al respecto se desarrolla un consenso unánime acerca del efecto de diseminación mundial del virus, como consecuencia del alcance planetario y masivo del transporte aéreo.

d) Más allá de la carga política que pauta la salud pública en cada país, la entidad de la crisis sanitaria trasciende los márgenes ideológicos y moviliza las especificidades de cada uno (por ejemplo, la masividad del testeo de casos en Alemania). Aunque las medidas administrativas adoptadas puedan ser objeto de distintas estimaciones (por ejemplo, en relación a la celeridad de la contención sanitaria), no surge un eje ideológico (por ejemplo, izquierda/derecha) que permita ubicar, una vez la pandemia en curso, las alternativas de conducción que intervienen.

Este conjunto de rasgos señala un desplazamiento significativo del vínculo entre poder y tecnología, que se inscribe en eventos de mayor significación, en cuanto tendencias sostenidas del presente.

1) Se instalan contextos de “alternancia fallida”, donde a un gobierno de un signo político le sigue otro del opuesto y así sucesivamente, hasta manifestar el descrédito del sistema político ante la población. Se ha visto esta secuencia en Europa, desde hace unos años cunde en América Latina, con un pico en Chile y desarrollos incipientes en Argentina, Brasil, Bolivia y Uruguay.

2) Desde 2018 distintos contextos son sacudidos por “estallidos sociales”, como efecto de un rechazo generalizado de la población ante las consignas gubernamentales, particularmente, en aquellos países signados por la antedicha “alternancia fallida” (Chile, Francia, en otra medida, Ecuador).

3) Emerge una convocatoria a través de “redes sociales” contrapuesta a la legitimidad institucional-representativa (como ocurrió en los “estallidos sociales” de Francia y Chile). Se trata de una tendencia que adopta, incluso, signos ideológicos diversos. Con esa base mediática autónoma surge en el Uruguay, uno de los países con mayor el arraigo del sistema de partidos, una organización liderada por sectores empresariales del campo (Un Solo Uruguay), que a su vez, se proclama ajena al sistema de partidos.

4) Se desarrolla al presente una recomposición de la hegemonía internacional, con un manifiesto declive de la potencia económica y geopolítica de los EEUU. Estas transformaciones modifican el equilibrio interno de cada país, transforman los mapas del status-quo y producen desenlaces imprevistos. Se destaca una volatilidad mayúscula de los electorados y la desarticulación de las identidades públicas tradicionales, como en el caso de las elecciones de Trump y Bolsonaro.

La hipótesis nostálgica

Constituyéndose después de la 2a. Guerra Mundial en la sinergia entre la tecnología y la estrategia (disuasión nuclear, carrera espacial, internet), el poder ha conllevado un “contagio de gobierno”, que no sólo ha inducido la zoonosis del Coronavirus (la infección del receptor humano), sino que corresponde asimismo, a un conjunto de transformaciones comunitarias. Se plantea por vía de consecuencia, la búsqueda de una orientación alternativa, tanto de los efectos de la pandemia como de las condiciones de desarrollo que la enmarcan. Esas coordenadas quizás pueden sintetizarse como sigue:

i) la declinación paulatina, aunque ya pronunciada, de los regímenes de soberanía institucional (una fuente única e indivisible del poder), incluso cuando se sostienen en consolidadas tradiciones democrático-representativas.

ii) el despliegue de vinculación política a través de estructuras virtuales, por parte de colectivos crecientemente diferenciados de la gubernamentalidad soberana.

Desde ya asoman lecturas de este contexto que, ante el desamparo, proclaman la necesidad de un retorno al pasado. Se proclama cierto retorno a un orden mayor, que no tiene en cuenta el destino que han sufrido, desde los años 80' del siglo pasado, las iniciativas de “Nuevo Orden Mundial” (de la economía, de la información, del medio ambiente, etc.). Al tiempo que estos anhelos son compartibles como designios de justicia, conviene analizar su alcance de cara al presente.

No es la primera vez, en efecto, que la “hipótesis nostálgica” del retorno a un orden abandonado viene a ser proclamada de forma altisonante. Se considera que la crisis financiera de las “subprime” en 2008 constituye, en razón de la desarticulación económica internacional que le siguió, el principal antecedente de la pandemia de Covid-19. Muchas voces se alzaron, por aquel entonces, para proclamar el inevitable retorno al “Estado planificador-benefactor”. Sucedió sin embargo, que los obituarios del neoliberalismo no impidieron gozar de excelente salud a los muertos que se enterraba: tras el desfalco financiero, los elencos “democrático-representativos” volvieron a sostener a los autores de la rapiña con fondos frescos sustraídos a las mismas víctimas.6

Incluso quienes han constatado el derrumbe de los sistemas de representación democrático-representativa no parecen decididos, en todos los casos, a suscribir la inflexión que separa, en Foucault, la biopolítica de la gubernamentalidad.7 Franquear este paso supone, en efecto, aceptar que la Soberanía (“herencia de una teología apenas secularizada”8) es el antecedente teológico-político del sujeto, incluso y particularmente, con relación a la “razón de Estado”. Identificar la crítica foucaldiana del poder con la biopolítica (que Foucault abandonó tras apenas dos años de trabajo),9 conduce a una “economía” del poder cristalizada socialmente, que en su sentido de conjunto reedita un fantasma de sujeto-soberano (incluso y sobre todo como “Multitud”, “Estado de Excepción” o “Inmunidad”).

A partir de la reflexión foucaldiana la cuestión del poder se distingue del planteo de la Ilustración, que sigue constituyendo la matriz de la “nostalgia política”. La cuestión política del poder es inseparable, en las condiciones actuales, de la tecnología y por consiguiente, del saber. Lejos de contraponerse como alternativos, tal como lo quiso la Ilustración y trató de replantearlo el marxismo tardío de los 50'-70', el poder y la tecnología se refuerzan estratégicamente entre sí.

Tecnología y Estrategia: una misma red de poder

En dos textos que publica entre 1981 y 1984, Focault habilita una reflexión sobre el poder y la tecnología. En Omnes et Singulatim analiza la constitución del poder como “razón de Estado”. El análisis que despliega señala que lejos de prolongar la significación teológica de Soberanía, la “razón de Estado” deja de corresponder a un Orden riguroso y permanente (ni divino, ni natural). Se configura desde entonces una “razón de Estado”, que no se enmarca sino en la propia potencia, así como en los límites que encuentra en la potencia de otros.10

La significación de este planteo de Foucault estriba en que altera la relación entre verdad y poder. Desde el punto de vista de la “razón de Estado” que se configura entre el Renacimiento y el siglo XVII, el poder no se concibe como efecto de la verdad de un Orden permanente e inalterable, sino que por el contrario, la verdad se conjuga en términos de efectos contingentes. El alcance del  planteo reside en que cuestiona la tradición según la cual el poder corresponde a un “orden establecido” (desde el “sistema capitalista” al “sistema de lugares” de los analistas del discurso). El poder se lauda, para Foucault, en “juegos de verdad”, como efecto de la pugna de fuerzas -heterogéneas y contrapuestas- entre sí.

Conviene también destacar, para este análisis, la articulación que presenta Foucault entre tecnología y estrategia, consideradas “vertientes” de una misma actividad en “Qué es la Ilustración? ». Una vez que las actuaciones no son consideradas a partir de lo que cada quien declara sobre sí mismo, sino a partir de lo que efectivamente los particulares hacen y la manera en que lo hacen,11 interviene un doblez cómplice entre tecnología y estrategia.12 Marcada por una gestión de la actividad, esta inclinación efectiva no se vincula, para Foucault, a una singularidad hermética, sino que por el contrario, se planta de cara al contexto que la interpela.

Al tiempo que extrae la tecnología de una costra de aplicación objetiva o de fundamento científico, para vincularla a la singularidad de las actuaciones, Foucault libera a la estrategia de un designio de totalización, para vincularla a una intervención emergente (actuante), en la emergencia (acontecimiento). A su vez esta articulación de la tecnología y la estrategia entre sí, que las convierte en vertientes de una misma “ontología crítica de nosotros mismos”, es posible porque Foucault disuelve el sujeto en la subjetivación, es decir en un “cuidado de sí” que nunca es por sí solo, sino que siempre es, además, ante los demás.13 No existe ni substancia ni sujeto que pueda resistir a la fluencia, en un devenir cada quién a partir de sí mismo, pero sólo en cuanto lo propio de sí es interpelado por los demás. Tampoco existe poder que pueda, por consiguiente, considerarse ajeno a la tecnología (de hacerse a sí mismo) y a la estrategia (de ser ante otros).

Aunque Foucault haya muerto una década antes del desarrollo de la red de redes, el individuo subjetivado sin sujeto que nos ha legado adquiere particular significación, ante el desarrollo tecnológico que gobierna el presente. Contrariamente a una percepción que vincula unilateralmente la tecnología y en particular las “redes sociales”, a los aparatos de poder mundial y a la vigilancia generalizada, los teóricos de la tecnología han destacado la condición individuada que adviene con la artefactualidad. Raymond Williams subrayó, ya en 1974, el aspecto clave de la apropiación personal de las emisiones en el desarrollo de la radio y la televisión.14 Gilbert Simondon abrió un campo inédito de investigación en torno a la individuación, en cuanto la vinculó a la especificidad del proceder técnico que pauta, históricamente, las distintas inclinaciones de la actividad humana.15

Actuante sin esencia definitiva, esta individuación que promueve la tecnología no puede confundirse con la adhesión a un orden total y último. Es la cuestión del Orden, por cierto, que está en cuestión. Si cierto contagio de gobierno actúa por vía mediática, para replicar el virus de la funcionalidad artefactual en la propia naturaleza, otro contagio de gobierno concierne, alternativamente, a cada quién en cuanto participe de la red. Son dos “contagio de gobierno” contrapuestos. Ante la pandemia de Covid-19 conviene acentuar, de la apelación de los gobernantes al gobierno de las poblaciones sobre sí mismas, el lado anclado en la gubernamentalidad: todos somos gobernantes, nadie es soberano.


1“Talvi dijo que la cuarentena obligatoria es inaplicable” Montevideo Portal (15/04/20) https://www.montevideo.com.uy/Noticias/Talvi-dijo-que-la-cuarentena-obligatoria-es-inaplicable--uc750170
2Flusser, V. (2015) El universo de las imágenes técnicas. Buenos Aires: Caja Negra, p. 36. 
3Vattimo, G. (2010) La sociedad transparente. Barcelona: Paidós, p. 94.
4Ribeiro, S. “No le echen la culpa al murciélago” (reportaje de C. Korol) Página 12 (03/04/20) https://www.pagina12.com.ar/256569-no-le-echen-la-culpa-al-murcielago?utm_medium=Echobox&utm_source=Facebook&fbclid=IwAR1HrtVaif7GTSwLwoYa11p4Sdy4TsZQ7PwN8AfBkgIMU_na0AOEi6ava_M#Echobox=1585927966 (texto recomendado por el Prof. Daniel Panario)
6Casado, L. “Individualismo, mercado y globalización: víctimas del Coronavirus” Uy.press (13/04/20) https://www.uypress.net/auc.aspx?103739
7Viscardi, R. “Chalecos Amarillos: ¿de la “pesadilla” a un despertar?, Universidades en Ciberdemocracia, http://entre-dos.org/node/212
8Derrida, J. (2001) L'université sans condition. Paris: Galilée, p. 20. (trad. R.V.)
9 Foucault, M. (2004) Securité, Territoire, Population, Paris: Gallimard-Seuil, pp. 381-382.
10Foucault, M. (2004) “Omnes et Singulatim”, recopilado en Michel Foucault Philosophie, Paris: Gallimard, p. 693.
11Foucault, M. (2004) op.cit. p. 878.
12Foucault, M. (2004) op.cit. p. 879.
13Foucault, M. (2004) op.cit. p. 881.
14Williams, R. (2011) Televisión: tecnología y forma cultural. Buenos Aires: Paidós, p.43.

15Simondon, G. (2007) El modo de existencia de los objetos técnicos. Buenos Aires: Prometeo, p. 259.