Tecnovirus:
el contagio de gobierno
2a.
quincena, abril 2020
Tecnología
gubernamental
La
pandemia de Covid-19 ha puesto de relieve la reversibilidad
gubernamental. No sólo porque los gobiernos nacionales han
desarrollado alternativamente, en ese contexto, recomendaciones o
disposiciones normativas, sino ante todo, porque estas regulaciones
apelan al propio gobierno de la población sobre sí. Sin esta forma
de gobierno de la población sobre sí misma, las medidas
gubernamentales de orden sanitario no revestirían ninguna eficacia.
La policía no ha sido concebida para verificar la forma ni el tiempo
en que los ciudadanos se lavan las manos o las mantienen a distancia
del aparato respiratorio de cada uno. Algunos gobernantes señalan,
inclusive desde una perspectiva macrosocial, que está fuera de todo
alcance represivo impedir la circulación del gran número, que se
desplaza para ganarse con que comer.1
Pese
a esta redistribución súbita del gobierno, sería un error
confundir la reversión de la gubernamentalidad con una
democratización vertical (ni “de arriba para abajo”, ni “de
abajo para arriba”). No se trata, en efecto, de una razón de
Estado que renuncia a sus poderes de coerción (jurídica) y coacción
(física), ni de una soberanía popular que ocuparía, de una vez por
todas, el rango que le corresponde por fueros revolucionarios.
Estamos, por el contrario, ante una redistribución de la
gubernamentalidad que corresponde a una acelerada recomposición del
poder, que abandona sin hesitación ninguna la tradicional
significación de “soberanía” (un principio único e indivisible
del poder), para adoptar la acepción hegemónica de “tecnología”
(un ordenamiento estratégico del saber).
Esta
redistribución del poder no es vertical, en la orientación
piramidal de la democracia representativa (electorado ciudadano,
instituciones públicas, autoridades nacionales), sino horizontal, en
la orientación de nodos empresariales del saber (investigación de
empresa, “responsabilidad social empresarial”, foros
mundialistas), a los que se contraponen sectores excluídos por la
globalización (movimientos antiglobalización, “estallidos
sociales”, reagrupamientos de la opinión pública).
El
virus que vino del poder
La
potencia tecnológica no sólo se expresa a través de una
redistribución de la gubernamentalidad, sino que también condiciona
la actividad de las distintas colectividades. El cálculo numérico
determina la “inteligencia artificial” y se convierte en el
vehículo efectivo del saber. Al tiempo que habilita la “puesta en
línea” (“on-line”) de las distintas actividades intelectuales
(el cálculo, la palabra, la imagen), este funcionalismo mediático
facilita la vigilancia de los archivos personales y la destrucción
de las bases de datos. Es decir, la linealidad que faculta “a
distancia” y en “tiempo real” la actividad de los particulares,
también abre paso al control mediático (“big data”) y la
vigilancia informática (“hackeo”).
Cierto
efecto en cascada de la industrialización mediática interviene
sobre un conjunto de campos articulados tecnológicamente entre sí.
Gravitando en la configuración de las comunidades, la conectividad
estratégica introduce una redundancia entre las imágenes y los
artefactos que las habilitan, que afecta por vía recurrente a la
misma naturaleza.2
La propia conducta humana permite entender, a través de
transformaciones recientes, esta mutación protagonizada por la
tecnología, que interviene con efecto derivado sobre el propio
hábitat natural.
Hace
apenas 31 años, Gianni Vattimo afirmaba que la tecnología de las
imágenes no sólo lideraba la recolección y el procesamiento
científico de información, sino que constituía además, la forma
concentrada del saber científico.3
Es decir, que lo propio de la actividad científica cristalizaba en
las tecnologías de la información y la comunicación. Sucede al
presente, tres décadas después, que esta afirmación vale incluso
para el desempeño cotidiano de cada uno. Desde el transporte
colectivo que “informa” en cuantos minutos lo abordaremos, hasta
el supermercado donde pagamos en un banco virtual, o también, el
acceso por anticipado a la butaca numerada de la sala de cine,
cualquier actividad en común requiere el ingreso a la red
“info-com”.
Al
tiempo que incentiva la programación y el control de las relaciones
con nuestros semejantes, la mediación virtual de la conducta humana
también interviene en el conjunto de la actividad productiva. Se
incorpora, por vía de consecuencia, la misma ergonomía artefactual
a la cadena de producción alimentaria, a través de la inmediatez
telemática de la comercialización y la producción asistida
informáticamente. Conviene entender que no se trata exclusivamente
de una tendencia que va del centro a la periferia del mercado mundial
(obviamente, a través de las transnacionales agro-alimentarias),
sino que asimismo se moviliza desde la periferia hacia el centro, por
redes de producción y comercialización desarrolladas a nivel local
(por ejemplo, en el caso de la deforestación de la Amazonia).
La
gestión “a distancia” moviliza a escala planetaria el lucro
empresarial, que induce a su vez, la producción intensiva de
proteínas de origen animal, en criaderos con nutrición artificial y
compensación farmaceútica del hacinamiento animal. La provisión
de forraje industrial requiere la deforestación o la forestación,
que empobrecen por igual los hábitats naturales y diezman las
especies salvajes. Este empobrecimiento mundializado de la cadena
alimentaria desequilibra las cargas virales de las distintas especies
e induce, incluso, la emigración de animales salvajes hacia los
centros urbanos, con la consiguiente transmisión patógena al
receptor humano (zoonosis).4
Proclamar
que el Coronavirus “no es sino un virus”, constituye la lectura
más inverosímil de la pandemia en curso. No sólo la serie de
epidemias que han cundido desde inicios de los años 80' manifiestan,
sumadas entre sí, un siniestro “aire de época” (sida, ébola,
“gripe aviar”, etc.), sino que una vez infectado el receptor
humano, la mortalidad varía según la opción pública en vigor. El
tecno-poder que propaga el virus también lo transmite a la condición
política que debiera combatirlo. El Coronavirus y otros patógenos
que lo precedieron con menos renombre, no sólo es promovido por la
funcionalidad que reduce la calidad de los procesos naturales, sino
que una privación concomitante interviene, por denegación social,
en la muerte ciudadana por inasistencia sanitaria.5
Inflexiones
tecnológicas del poder
Conviene
enumerar, en perspectiva, los rasgos más sugestivos de la actual
crisis sanitaria mundial:
a)
Aunque la pandemia revela cierto entramado público que se carga de
responsabilidades por negligencia ambiental o desamparo sanitario
(Bolsonaro, por ejemplo, suma una y otro), establecer un vínculo de
causa a efecto entre la intencionalidad gubernamental y la eclosión
viral parece fuera de lugar, desde que todo planteo estratégico
excluye la turbulencia incontrolable. Trump llegó a acusar a China
de haber “fabricado” la epidemia para perjudicar a los EEUU,
acusación signada entre líneas por el agravamiento sanitario de su
país en año electoral.
b)
Contrariamente a lo ocurrido en catástrofes públicas precedentes y
comparables (en particular el desastre financiero de las “subprime”
en 2008), la participación activa de sectores subalternos y
mayoritarios ha sido y seguirá siendo decisiva para el desenlace.
Este componente estratégico de la coyuntura pandémica señala,
incluso, la significación que adquieren los contextos comunitarios,
por ejemplo, en la disciplina colectiva que interviene relativamente
en la contención del contagio.
c)
La tecnología aparece directamente involucrada en el desarrollo del
evento infeccioso, ya no sólo como paradigma benefactor, ni como
protagonista involuntario de una “mala praxis” humana, sino en
cuanto vector de propagación del contagio. Al respecto se desarrolla
un consenso unánime acerca del efecto de diseminación mundial del
virus, como consecuencia del alcance planetario y masivo del
transporte aéreo.
d)
Más allá de la carga política que pauta la salud pública en cada
país, la entidad de la crisis sanitaria trasciende los márgenes
ideológicos y moviliza las especificidades de cada uno (por ejemplo,
la masividad del testeo de casos en Alemania). Aunque las medidas
administrativas adoptadas puedan ser objeto de distintas estimaciones
(por ejemplo, en relación a la celeridad de la contención
sanitaria), no surge un eje ideológico (por ejemplo,
izquierda/derecha) que permita ubicar, una vez la pandemia en curso,
las alternativas de conducción que intervienen.
Este
conjunto de rasgos señala un desplazamiento significativo del
vínculo entre poder y tecnología, que se inscribe en eventos de
mayor significación, en cuanto tendencias sostenidas del presente.
1)
Se instalan contextos de “alternancia fallida”, donde a un
gobierno de un signo político le sigue otro del opuesto y así
sucesivamente, hasta manifestar el descrédito del sistema político
ante la población. Se ha visto esta secuencia en Europa, desde hace
unos años cunde en América Latina, con un pico en Chile y
desarrollos incipientes en Argentina, Brasil, Bolivia y Uruguay.
2)
Desde 2018 distintos contextos son sacudidos por “estallidos
sociales”, como efecto de un rechazo generalizado de la población
ante las consignas gubernamentales, particularmente, en aquellos
países signados por la antedicha “alternancia fallida” (Chile,
Francia, en otra medida, Ecuador).
3)
Emerge una convocatoria a través de “redes sociales”
contrapuesta a la legitimidad institucional-representativa (como
ocurrió en los “estallidos sociales” de Francia y Chile). Se
trata de una tendencia que adopta, incluso, signos ideológicos
diversos. Con esa base mediática autónoma surge en el Uruguay, uno
de los países con mayor el arraigo del sistema de partidos, una
organización liderada por sectores empresariales del campo (Un Solo
Uruguay), que a su vez, se proclama ajena al sistema de partidos.
4)
Se desarrolla al presente una recomposición de la hegemonía
internacional, con un manifiesto declive de la potencia económica y
geopolítica de los EEUU. Estas transformaciones modifican el
equilibrio interno de cada país, transforman los mapas del
status-quo y producen desenlaces imprevistos. Se destaca una
volatilidad mayúscula de los electorados y la desarticulación de
las identidades públicas tradicionales, como en el caso de las
elecciones de Trump y Bolsonaro.
La
hipótesis nostálgica
Constituyéndose
después de la 2a. Guerra Mundial en la sinergia entre la
tecnología y la estrategia (disuasión nuclear, carrera espacial,
internet), el poder ha conllevado un “contagio de gobierno”, que
no sólo ha inducido la zoonosis del Coronavirus (la infección del
receptor humano), sino que corresponde asimismo, a un conjunto de
transformaciones comunitarias. Se plantea por vía de consecuencia,
la búsqueda de una orientación alternativa, tanto de los efectos
de la pandemia como de las condiciones de desarrollo que la enmarcan.
Esas coordenadas quizás pueden sintetizarse como sigue:
i)
la declinación paulatina, aunque ya pronunciada, de los regímenes
de soberanía institucional (una fuente única e indivisible del
poder), incluso cuando se sostienen en consolidadas tradiciones
democrático-representativas.
ii)
el despliegue de vinculación política a través de estructuras
virtuales, por parte de colectivos crecientemente diferenciados de la
gubernamentalidad soberana.
Desde
ya asoman lecturas de este contexto que, ante el desamparo, proclaman
la necesidad de un retorno al pasado. Se proclama cierto retorno a un
orden mayor, que no tiene en cuenta el destino que han sufrido, desde
los años 80' del siglo pasado, las iniciativas de “Nuevo Orden
Mundial” (de la economía, de la información, del medio ambiente,
etc.). Al tiempo que estos anhelos son compartibles como designios
de justicia, conviene analizar su alcance de cara al presente.
No
es la primera vez, en efecto, que la “hipótesis nostálgica” del
retorno a un orden abandonado viene a ser proclamada de forma
altisonante. Se considera que la crisis financiera de las “subprime”
en 2008 constituye, en razón de la desarticulación económica
internacional que le siguió, el principal antecedente de la pandemia
de Covid-19. Muchas voces se alzaron, por aquel entonces, para
proclamar el inevitable retorno al “Estado
planificador-benefactor”. Sucedió sin embargo, que los obituarios
del neoliberalismo no impidieron gozar de excelente salud a los
muertos que se enterraba: tras el desfalco financiero, los elencos
“democrático-representativos” volvieron a sostener a los autores
de la rapiña con fondos frescos sustraídos a las mismas víctimas.6
Incluso
quienes han constatado el derrumbe de los sistemas de representación
democrático-representativa no parecen decididos, en todos los casos,
a suscribir la inflexión que separa, en Foucault, la biopolítica de
la gubernamentalidad.7
Franquear este paso supone, en efecto, aceptar que la Soberanía
(“herencia de una teología apenas secularizada”8)
es el antecedente teológico-político del sujeto, incluso y
particularmente, con relación a la “razón de Estado”.
Identificar la crítica foucaldiana del poder con la biopolítica
(que Foucault abandonó tras apenas dos años de trabajo),9
conduce a una “economía” del poder cristalizada socialmente,
que en su sentido de conjunto reedita un fantasma de sujeto-soberano
(incluso y sobre todo como “Multitud”, “Estado de Excepción”
o “Inmunidad”).
A
partir de la reflexión foucaldiana la cuestión del poder se
distingue del planteo de la Ilustración, que sigue constituyendo la
matriz de la “nostalgia política”. La cuestión política del
poder es inseparable, en las condiciones actuales, de la tecnología
y por consiguiente, del saber. Lejos de contraponerse como
alternativos, tal como lo quiso la Ilustración y trató de
replantearlo el marxismo tardío de los 50'-70', el poder y la
tecnología se refuerzan estratégicamente entre sí.
Tecnología
y Estrategia: una misma red de poder
En
dos textos que publica entre 1981 y 1984, Focault habilita una
reflexión sobre el poder y la tecnología. En Omnes et Singulatim
analiza la constitución del poder como “razón de Estado”. El
análisis que despliega señala que lejos de prolongar la
significación teológica de Soberanía, la “razón de Estado”
deja de corresponder a un Orden riguroso y permanente (ni divino, ni
natural). Se configura desde entonces una “razón de Estado”,
que no se enmarca sino en la propia potencia, así como en los límites que
encuentra en la potencia de otros.10
La
significación de este planteo de Foucault estriba en que altera la
relación entre verdad y poder. Desde el punto de vista de la “razón
de Estado” que se configura entre el Renacimiento y el siglo XVII,
el poder no se concibe como efecto de la verdad de un Orden
permanente e inalterable, sino que por el contrario, la verdad se
conjuga en términos de efectos contingentes. El alcance del planteo reside en que cuestiona la tradición según la cual el
poder corresponde a un “orden establecido” (desde el “sistema
capitalista” al “sistema de lugares” de los analistas del
discurso). El poder se lauda, para Foucault, en “juegos de verdad”,
como efecto de la pugna de fuerzas -heterogéneas y contrapuestas-
entre sí.
Conviene
también destacar, para este análisis, la articulación que presenta
Foucault entre tecnología y estrategia, consideradas “vertientes”
de una misma actividad en “Qué es la Ilustración? ».
Una vez que las actuaciones no son
consideradas a partir de lo que cada quien declara sobre sí mismo,
sino a partir de lo que efectivamente los particulares hacen y la
manera en que lo hacen,11
interviene un doblez cómplice entre tecnología y estrategia.12
Marcada por una gestión de la actividad, esta inclinación efectiva
no se vincula, para Foucault, a una singularidad hermética, sino que
por el contrario, se planta de cara al contexto que la interpela.
Al
tiempo que extrae la tecnología de una costra de aplicación
objetiva o de fundamento científico, para vincularla a la
singularidad de las actuaciones, Foucault libera a la estrategia de
un designio de totalización, para vincularla a una intervención
emergente (actuante), en la emergencia (acontecimiento). A su vez
esta articulación de la tecnología y la estrategia entre sí, que
las convierte en vertientes de una misma “ontología crítica de
nosotros mismos”, es posible porque Foucault disuelve el sujeto en
la subjetivación, es decir en un “cuidado de sí” que nunca es
por sí solo, sino que siempre es, además, ante los demás.13
No existe ni substancia ni sujeto que pueda resistir a la fluencia,
en un devenir cada quién a partir de sí mismo, pero sólo en cuanto
lo propio de sí es interpelado por los demás. Tampoco existe poder
que pueda, por consiguiente, considerarse ajeno a la tecnología (de
hacerse a sí mismo) y a la estrategia (de ser ante otros).
Aunque
Foucault haya muerto una década antes del desarrollo de la red de
redes, el individuo subjetivado sin sujeto que nos ha legado
adquiere particular significación, ante el desarrollo tecnológico
que gobierna el presente. Contrariamente a una percepción que
vincula unilateralmente la tecnología y en particular las “redes
sociales”, a los aparatos de poder mundial y a la vigilancia
generalizada, los teóricos de la tecnología han destacado la
condición individuada que adviene con la artefactualidad. Raymond
Williams subrayó, ya en 1974, el aspecto clave de la apropiación
personal de las emisiones en el desarrollo de la radio y la
televisión.14
Gilbert Simondon abrió un campo inédito de investigación en torno
a la individuación, en cuanto la vinculó a la especificidad del
proceder técnico que pauta, históricamente, las distintas
inclinaciones de la actividad humana.15
Actuante
sin esencia definitiva, esta individuación que promueve la
tecnología no puede confundirse con la adhesión a un orden total y
último. Es la cuestión del Orden, por cierto, que está en
cuestión. Si cierto contagio de gobierno actúa por vía mediática,
para replicar el virus de la funcionalidad artefactual en la propia
naturaleza, otro contagio de gobierno concierne, alternativamente, a
cada quién en cuanto participe de la red. Son dos “contagio de
gobierno” contrapuestos. Ante la pandemia de Covid-19 conviene
acentuar, de la apelación de los gobernantes al gobierno de las
poblaciones sobre sí mismas, el lado anclado en la
gubernamentalidad: todos somos gobernantes, nadie es soberano.
1“Talvi dijo que la cuarentena obligatoria es inaplicable” Montevideo Portal (15/04/20) https://www.montevideo.com.uy/Noticias/Talvi-dijo-que-la-cuarentena-obligatoria-es-inaplicable--uc750170
4Ribeiro,
S. “No le echen la culpa al murciélago” (reportaje de C. Korol)
Página
12
(03/04/20)
https://www.pagina12.com.ar/256569-no-le-echen-la-culpa-al-murcielago?utm_medium=Echobox&utm_source=Facebook&fbclid=IwAR1HrtVaif7GTSwLwoYa11p4Sdy4TsZQ7PwN8AfBkgIMU_na0AOEi6ava_M#Echobox=1585927966
(texto recomendado por el Prof. Daniel Panario)
5Sidera,
A. “Bergamo, la masacre que la patronal no quiso evitar”, CTXT
(10/04/20)
https://ctxt.es/es/20200401/Politica/31884/Alba-Sidera-Italia-coronavirus-lombardia-patronal-economia-muertes.htm?fbclid=IwAR1chk4aioTP8wEwNLUEwSPka8hlY32NLp2rxfrJRYYQpPAo4jZj1DhjACo#.XpCg3lBPv4M.twitter?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=publico
6Casado,
L. “Individualismo, mercado y globalización: víctimas del
Coronavirus” Uy.press
(13/04/20)
https://www.uypress.net/auc.aspx?103739
7Viscardi,
R. “Chalecos Amarillos: ¿de la “pesadilla” a un despertar?,
Universidades
en Ciberdemocracia,
http://entre-dos.org/node/212
8Derrida,
J. (2001) L'université sans condition. Paris:
Galilée, p. 20. (trad. R.V.)
9 Foucault, M. (2004) Securité,
Territoire, Population, Paris:
Gallimard-Seuil,
pp.
381-382.
10Foucault,
M. (2004) “Omnes et Singulatim”, recopilado en Michel
Foucault Philosophie, Paris:
Gallimard, p. 693.
11Foucault,
M. (2004) op.cit. p. 878.
12Foucault,
M. (2004) op.cit. p. 879.
13Foucault,
M. (2004) op.cit. p. 881.
14Williams,
R. (2011) Televisión: tecnología y forma cultural. Buenos
Aires: Paidós, p.43.
15Simondon,
G. (2007) El modo de existencia de los objetos técnicos.
Buenos Aires: Prometeo, p. 259.