31.8.12



Voto en blanco: el candidato-probeta en atmósfera de red


1ª quincena, setiembre 2012


Contrariamente al propósito de hacer cundir la alarma entre los partidos políticos, tal como intenta lograrlo Oscar Bottinelli con reiteradas advertencias[1], podemos hacerles plena confianza a los representantes públicos,  ante el crecimiento del voto en blanco, en su interpretación del asunto según el bochornoso gesto del avestruz. Estamos al respecto de la desistencia electoral  de cara a la consolidación de la inclinación contra-partidaria de un sector de la opinión pública, connotada además por la tendencia al crecimiento en número de quienes no quieren votar más de lo mismo[2].

El problema central no son los descreídos, como lo creen Bottinelli y muchos otros, sino lo mismo que los disuade de creer. No se trata de la manida consigna “el mismo perro con distinto collar” cara a una derecha fascistoide ya en los 60’, sino de una diversidad de posiciones que se subordinan al mismo lema fatalista: “el sistema político es insustituible”. Estamos todavía por conocer quien pretende borrar a los estados, aunque no dejamos de reconocer que desde la literatura romántica se ha insistido en trascender, en el sentido subjetivo, las formalidades públicas.

El Uruguay provee al respecto una referencia paradigmática. Dos por tres se nos ocurre que la Argentina, antítesis por excelencia de la sistematicidad partidaria, es decir ideológica, va a caer envuelta en llamas, quizás para regodeo de algunos uruguayos imbuidos de un universalismo exo-etno-céntrico (exótico por excéntricamente etnocéntrico)[3]. Lord Ponsomby sigue pisando fuerte desde el centro con efectos diferidos de diplomacia al servicio del plomo de la política de las cañoneras.  Mientras tanto la Argentina sigue aligerada de partidos, movilizada en movimientos y desafiando a las evaluadoras de riesgo, al tiempo que nosotros instalamos todas las papeleras del mundo, nos convertimos en el proveedor de commodities más juicioso del planeta y logramos que la Secretaria de Estado nos felicite por la mejor contribución posible a la pax romana en versión “combate al terrorismo internacional”.

Con esos antecedentes contextuales  parece por demás sorprendente que se configure, incluso en el Uruguay, un sector que dejó de leer lo político de la sociedad en la política de Estado. Pero asimismo, esa tendencia ya universal no es efecto de un “desencanto” a recuperar,  mediante la ingesta forzada de vitaminas ideológicas que revigoricen un alicaído tono moralista, sino de la enhiesta percepción del vínculo público como algo que prescinde, cada día un poco más, del lugar institucional. Esta percepción es consecuencia necesaria y paradójica (es decir contradictoria), de la contingente inclinación de los humanos a encontrar en la necesidad algo pesaroso.  A raíz de tal condición paradójica llegamos a conocer algo de nosotros (mismos y otros), sin cuya intervención nos desconoceríamos: la crítica, incluso y sobre todo, en el sentido primigenio (hipocrático) que unía “crisis” a “decisión” (krinein).

El desconocimiento soberbio de tal diferencia impronunciable (intente el lector vernáculo pronunciar distinto “diferensia”  que “diferencia”[4]), es decir de una diferencia (la de la “s” y la “c” en español rioplatense) que un sistema (fonético por ejemplo) no puede registrar, es lo que hunde al actual gobierno uruguayo, entre otros, en pos de demostrar sistemáticamente y necesariamente que “vamos mejor”. Desde que lo mejor sería efecto de una necesidad sistemática que comprobaría el reconocimiento, sentimos que nos va peor. El problema no está en el reconocimiento, sino en que “sistema” es un sucedáneo secularizado de la entelequia teológica.

Lo que caracteriza a un sistema es su autosuficiencia, o sea, su prescindencia respecto a todo otro. Como estamos en el lugar del otro, único posicionamiento desde el que un sistema puede ser reconocido, tal reconocimiento nos anonada como diferentes. Luego, convencernos de que la desocupación bajó, la salud mejoró, la educación es como la quiere la derecha, etc.[5] engendra dos inferencias obligadas: o que tales supuestos beneficios son obra de este gobierno, o que no vale la pena cambiar a este por otro, porque no sólo no haría mejor, sino que incluso podría llegar a hacer(lo) peor.

La primer inferencia se descarta por el absurdo, ya que la deniegan las declaraciones del propio enunciador que supuestamente la sostendría (el staff gubernamental para empezar). En efecto, se nos ha retorcido hasta el cansancio la escucha con la afirmación de que esto no es el socialismo (lo que supone que tal fantasma del pasado ideológico decimonónico presenta, actualmente, algún cumplimiento feliz que lo recomiende), sino un pálido reflejo del poder que sería necesario para alcanzarlo (lo que parece suponer, a su vez, que el poder es el objeto por excelencia de la cuestión pública).

La segunda inferencia ya descalifica de por sí al enunciador, porque si el actual elenco en el gobierno nos da más garantías relativas que los partidos que trajeron primero el cese de las libertades, para luego  venderle al electorado un gerenciamiento económico que hoy es un mamarracho célebre (mundialmente), entonces, como dice el tango “poca cosa resultaste/para que un hombre modesto/tu maldad tomara a pecho/entregándose al spleen”.

Sin embargo, aguijoneado por el “cuesta abajo en la rodada” ante la opinión pública, el gobierno insiste en justificarse con “resultados”[6]. Tal objeto de la objetividad pública supone que todos vemos lo mismo y que por consiguiente compartimos un mismo sistema de convicciones. Luego, pretender convencer mostrando lo indudable, no puede sino generar dudas sobre las intenciones que animan tal uso del índice (a dedo). Si es indudable, ya estamos convencidos, si no estamos convencidos, conviene no ofender la inteligencia del común pretendiendo que no vemos lo inobjetable.

El voto en blanco confirmado como tendencia del electorado, en consonancia con una tendencia mundial del presente, no es efecto de un desencanto descreído que lleva a la desistencia política, sino de una energía crítica que constata por sí misma las contorsiones con que un cuerpo de ideas acomoda el cuerpo al reino de las circunstancias bajo el lema “como te digo una cosa te digo la otra”.

Conviene recordar, para comprender tal desviación ideológica del desistente, que no se puede comprender sino comprendiendo, inherencia de la convicción que lleva a sostenerla en la duda, ante las dudas que engendra preguntarse. Primero, uno se pregunta y se pregunta por lo primero, no por los resultados.  El cientificismo en política es mal consejero, cuando pretende medir primero y convencer después. Los resultados pueden ser muy buenos, pero los sentimientos que engendran los mismos resultados, los peores. Sino no existirían los padres buenos pero infelices, los esposos fieles pero engañados, los mejores amigos pero traicionados por una oportunidad inmejorable ¿o no existen?

Luego, conviene recordar que convencidos de resultados inamovibles, los dirigentes frenteamplistas han pretendido vendernos “candidatos-probeta”[7], es decir, políticos de síntesis surgidos de laboratorios partidarios que hipotetizaban un votante inamovible. Indudable, en cuanto a no estar involucrado en ninguna duda de voto. Tal sistematicidad electoral, incluso por sus catastróficos resultados en la gestión política a posteriori, generó la mayor desconfianza, en cuanto el votante duda primero en saber qué votar, pregunta que es el “punto en el que recomienza todo el proceso” electoral, es decir, lo primero del votante es preguntarse qué votar. El descrédito (particularmente electoral) surge cuando la probeta partidocrática propone un “candidato de síntesis”, que para peor, se desintegra en la cancha de la actuación. En tales casos, no puede generarse sino un cuestionamiento del “sistema”, precisamente porque tal entidad pretende dar seguridades de serlo con prescindencia de lo que piense cada quien por su lado. Luego, prescindir científicamente del lado de pensamiento de cada quien, se parece a lo peor que se conoce en política, sobre todo si recordamos el pasado siglo XX.

El sentimiento de una sistematicidad electoral frenteamplista se  manifestó con oportunidad de la elección municipal de 2010. Sin embargo, en esa ocasión tal sentimiento se encontraba de antemano arraigado entre los votantes de izquierda, ya que pese a tratarse de una candidatura resuelta en órganos de gobierno del Frente Amplio, Ana Olivera no corresponde al perfil del candidato-probeta, en cuanto es una militante que ha dedicado su trayectoria y actuación a la actividad política. Ese mismo “efecto transferido” desde el aparato partidario sobre cualquier candidato que surgiera de una instancia interna, sin mediar antes consulta electoral generalizada a los adherentes, señala a las claras tanto una desestructuración del sistema de partidos, de cara a su credibilidad pública, como la trivialización que lo disminuye en aras de la publicidad mediática.

En efecto, si los partidos se ven obligados a consultar a cada uno de sus adherentes a la hora de decisiones relativamente secundarias (si consideramos las jerarquías constitucionales del Estado-nación), como la elección de gobernantes locales, entonces la representatividad está perforada en el sentido primordial de la delegación ciudadana.  Esta constatación que surge de la misma consulta electoral permanente que supone tal “democracia de votantes”, coloca a las estructuras partidarias en una supeditación estructural al aparato mediático de las encuestadoras de opinión y de la publicidad mercantil. Dado que las dirigencias se ven obligadas ya no a una “revolución permanente”, sino a una “compulsa incesante” y a una “seducción cotidiana”, el sentido estratégico de la representación, en tanto conducción de un proceso, se revierte en adaptación demagógica a la convicción más vacilante.

En este punto el voto en blanco pasa a cumplir una función higiénica entre las convicciones, ya que pone de manifiesto que ni la publicidad ni las encuestadoras logran subordinar toda creencia a la captación, por cualquier vía, del anodino “votante del centro” (que conlleva la justificación ideológica del descompromiso, en razón del esfuerzo desplegado para persuadir al remilgoso). El que vota en blanco no es un indiciso, sino quien se dice que lo gravitante para la sociedad quedó al costado de la urna (utensilio que, recordémoslo, también admite restos mortuorios).

Por esa razón, todo criterio que subordine el voto en blanco a una perspectiva ideológicamente sistemática, sea de “democracia representativa” o de “programa socialista”, no puede sino contraponerse a la inclinación de sensibilidad que habilita la desistencia electoral[8].

En el Uruguay el intento de una refundación de izquierda de la democracia representativa es inherente al trasfondo batllista de la cultura política del país, permanentemente tentada por la inefable obtención de una sociedad integrada democráticamente desde el Estado, o sea, una social-democracia. Tal tendencia se expresa en sectores que desde el propio Frente Amplio han llamado al voto en blanco en elecciones pasadas, pero que luego han dado lugar en su tribuna a cualquier-corsario, que justifique con la ecuanimidad del bestiario el sempiterno “todos tenemos lugar”, cuya fantasía de aniquilación es la renovación del célebre “Habrá patria para todos o no habrá patria para nadie”[9]. En tal perspectiva de revival batllista subrepticio, el “voto en blanco” es asumido como una estrategia para remover las estructuras partidarias, pero no como una vía alternativa para fortalecer una idiosincrasia  inédita de intervención pública.

En otra tendencia, el voto en blanco es percibido como justificada reacción de una base social con “destino socialista”, ante el abandono que sufre por parte de las estructuras que debieran representarla. En este caso, la desistencia electoral es llamada a escandalizar la conciencia participativa, generando una tensión movilizadora en torno a la misma sistematicidad social que le daría, en definitiva, un norte de representación coherente con supuestos intereses comunes a las mayorías.

La cuestión clave del voto en blanco supone admitir que la democracia no pasa hoy por los aparatos ni los sistemas, sino por la idiosincrasia de los particulares. Paradójicamente, tal tendencia es reforzada por la integración mediática de la sociedad en red, en cuanto no sólo cada uno se encuentra interpelado in situ, incluso por la ya pálida estrategia de los medios masivos (radio y televisión ante todo), sino que además se incrementa el número y sobre todo la costumbre de interactuar desde un pronunciamiento (conflictivamente llamado a ser) propio. Asimismo, el desafío que generan las redes, no es que sean sociales, sino que  registran ante todo la coerción procedimental de los artefactos tecnológicos, que las subordinan relativamente a intereses empresariales y a un criterio de eficiencia operativa. Sin embargo, en ese cotejo entre la democracia de los particulares y los aparatos tecnológicos de índole empresarial, la instancia pública ya abandonó la escena presencial de las instituciones y se instaló en la dinámica simbólica de los mensajes a distancia (de texto, de correo electrónico, de redes sociales, etc.).

  





[1] Bottinelli, O. “A medio camino entre elección y elección” La Onda Digital (07708/12) http://www.laondadigital.com/LaOnda/LaOnda/589/A3.htm

[2] “Media media” Montevideo Portal (20/08/12) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_176509_1.html

[3] Viscardi, R. "Entre el Discurso y su Objeto" (1986) Relaciones 26, Montevideo.

[4] Derrida destaca la deconstrucción en la inconmesurabilidad de los sistemas entre sí, para empezar en lo que concierne a la impronunciabilidad fonética de la diferencia escrita en la palabra différance (por différence) en francés. Esta impronunciabilidad no se encuentra respetada por la habitual traducción al español de différance por “diferancia” (en cuanto “diferancia” sí se diferencia fonéticamente de “diferencia” en español).

[5] “En el cumpleaños 187 de la Patria, el Gobierno destacó políticas sociales, trabajo, educación, salarios, energía, descentralización y exportaciones” La Red21 (31/08/12) http://www.lr21.com.uy/politica/1055917-en-el-cumpleanos-187-de-la-patria-el-gobierno-destaco-politicas-sociales-trabajo-salarios-energia-educacion-descentralizacion-y-exportaciones

[6] “No se fía” Montevideo Portal (28/08/12) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_177766_1.html

[7] Ver en este blog “Tragedia progresista: Frankestein no votó al candidato-probeta” (31/10/09) http://ricardoviscardi.blogspot.com/2009/10/tragedia-progresista-frankenstein-no.html

[8] Sobre el reproche a quienes votan en blanco porque con su aporte electoral “se habría elegido un diputado” ver “Cierren la muralla” La Diaria (02/08/12) http://ladiaria.com.uy/articulo/2012/7/cierren-la-muralla/

[9] Consigna del levantamiento revolucionario liderado por Aparicio Saravia en aras de los derechos cívicos a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. La misma consigna fue retomada, casi un siglo después, por el Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) a inicios de la década del 70’.