Voto
en blanco: el candidato-probeta en atmósfera de red
1ª
quincena, setiembre 2012
Contrariamente al
propósito de hacer cundir la alarma entre los partidos políticos, tal como intenta lograrlo Oscar Bottinelli con
reiteradas advertencias[1],
podemos hacerles plena confianza a los representantes públicos, ante el crecimiento del voto en blanco, en su
interpretación del asunto según el bochornoso gesto del avestruz. Estamos al
respecto de la desistencia
electoral de cara a la consolidación de
la inclinación contra-partidaria de un sector de la opinión pública, connotada
además por la tendencia al crecimiento en número de quienes no quieren votar
más de lo mismo[2].
El problema central no
son los descreídos, como lo creen Bottinelli y muchos otros, sino lo mismo que
los disuade de creer. No se trata de la manida consigna “el mismo perro con
distinto collar” cara a una derecha fascistoide ya en los 60’, sino de una
diversidad de posiciones que se subordinan al mismo lema fatalista: “el sistema
político es insustituible”. Estamos todavía por conocer quien pretende borrar a
los estados, aunque no dejamos de reconocer que desde la literatura romántica
se ha insistido en trascender, en el sentido subjetivo, las formalidades
públicas.
El Uruguay provee al
respecto una referencia paradigmática. Dos por tres se nos ocurre que la
Argentina, antítesis por excelencia de la sistematicidad partidaria, es decir
ideológica, va a caer envuelta en llamas, quizás para regodeo de algunos
uruguayos imbuidos de un universalismo exo-etno-céntrico (exótico por excéntricamente
etnocéntrico)[3].
Lord Ponsomby sigue pisando fuerte desde el centro con efectos diferidos de
diplomacia al servicio del plomo de la política de las cañoneras. Mientras tanto la Argentina sigue aligerada
de partidos, movilizada en movimientos y desafiando a las evaluadoras de
riesgo, al tiempo que nosotros instalamos todas las papeleras del mundo, nos
convertimos en el proveedor de commodities
más juicioso del planeta y logramos que la Secretaria de Estado nos felicite
por la mejor contribución posible a la
pax romana en versión “combate al terrorismo internacional”.
Con esos antecedentes
contextuales parece por demás
sorprendente que se configure, incluso en el Uruguay, un sector que dejó de leer
lo político de la sociedad en la política de Estado. Pero asimismo, esa
tendencia ya universal no es efecto de un “desencanto” a recuperar, mediante la ingesta forzada de vitaminas
ideológicas que revigoricen un alicaído tono moralista, sino de la enhiesta
percepción del vínculo público como algo que prescinde, cada día un poco más,
del lugar institucional. Esta percepción es consecuencia necesaria y paradójica
(es decir contradictoria), de la contingente inclinación de los humanos a
encontrar en la necesidad algo pesaroso. A raíz de tal condición paradójica llegamos a
conocer algo de nosotros (mismos y otros), sin cuya intervención nos
desconoceríamos: la crítica, incluso y sobre todo, en el sentido primigenio
(hipocrático) que unía “crisis” a “decisión” (krinein).
El desconocimiento
soberbio de tal diferencia impronunciable (intente el lector vernáculo
pronunciar distinto “diferensia” que “diferencia”[4]),
es decir de una diferencia (la de la “s” y la “c” en español rioplatense) que
un sistema (fonético por ejemplo) no puede registrar, es lo que hunde al actual
gobierno uruguayo, entre otros, en pos de demostrar sistemáticamente y
necesariamente que “vamos mejor”. Desde que lo mejor sería efecto de una
necesidad sistemática que comprobaría el reconocimiento, sentimos que nos va
peor. El problema no está en el reconocimiento, sino en que “sistema” es un
sucedáneo secularizado de la entelequia teológica.
Lo que caracteriza a un
sistema es su autosuficiencia, o sea, su prescindencia respecto a todo otro.
Como estamos en el lugar del otro, único posicionamiento desde el que un
sistema puede ser reconocido, tal reconocimiento nos anonada como diferentes.
Luego, convencernos de que la desocupación bajó, la salud mejoró, la educación
es como la quiere la derecha, etc.[5]
engendra dos inferencias obligadas: o que tales supuestos beneficios son obra
de este gobierno, o que no vale la pena cambiar a este por otro, porque no sólo
no haría mejor, sino que incluso podría llegar a hacer(lo) peor.
La primer inferencia se
descarta por el absurdo, ya que la deniegan las declaraciones del propio
enunciador que supuestamente la sostendría (el staff gubernamental para empezar). En efecto, se nos ha retorcido
hasta el cansancio la escucha con la afirmación de que esto no es el socialismo
(lo que supone que tal fantasma del pasado ideológico decimonónico presenta,
actualmente, algún cumplimiento feliz que lo recomiende), sino un pálido
reflejo del poder que sería necesario para alcanzarlo (lo que parece suponer, a
su vez, que el poder es el objeto por excelencia de la cuestión pública).
La segunda inferencia
ya descalifica de por sí al enunciador, porque si el actual elenco en el
gobierno nos da más garantías relativas que los partidos que trajeron primero
el cese de las libertades, para luego venderle al electorado un gerenciamiento
económico que hoy es un mamarracho célebre (mundialmente), entonces, como dice
el tango “poca cosa resultaste/para que un hombre modesto/tu maldad tomara a
pecho/entregándose al spleen”.
Sin embargo,
aguijoneado por el “cuesta abajo en la rodada” ante la opinión pública, el
gobierno insiste en justificarse con “resultados”[6].
Tal objeto de la objetividad pública supone que todos vemos lo mismo y que por
consiguiente compartimos un mismo sistema de convicciones. Luego, pretender
convencer mostrando lo indudable, no puede sino generar dudas sobre las
intenciones que animan tal uso del índice (a dedo). Si es indudable, ya estamos
convencidos, si no estamos convencidos, conviene no ofender la inteligencia del común pretendiendo que no vemos lo inobjetable.
El voto en blanco
confirmado como tendencia del electorado, en consonancia con una tendencia
mundial del presente, no es efecto de un desencanto descreído que lleva a la desistencia política, sino de una energía
crítica que constata por sí misma las contorsiones con que un cuerpo de ideas
acomoda el cuerpo al reino de las circunstancias bajo el lema “como te digo una
cosa te digo la otra”.
Conviene recordar, para
comprender tal desviación ideológica del desistente,
que no se puede comprender sino comprendiendo, inherencia de la convicción que
lleva a sostenerla en la duda, ante las dudas que engendra preguntarse.
Primero, uno se pregunta y se pregunta por lo primero, no por los
resultados. El cientificismo en política
es mal consejero, cuando pretende medir primero y convencer después. Los
resultados pueden ser muy buenos, pero los sentimientos que engendran los
mismos resultados, los peores. Sino no existirían los padres buenos pero
infelices, los esposos fieles pero engañados, los mejores amigos pero traicionados
por una oportunidad inmejorable ¿o no existen?
Luego, conviene
recordar que convencidos de resultados inamovibles, los dirigentes
frenteamplistas han pretendido vendernos “candidatos-probeta”[7],
es decir, políticos de síntesis surgidos de laboratorios partidarios que hipotetizaban un votante inamovible. Indudable,
en cuanto a no estar involucrado en ninguna duda de voto. Tal sistematicidad
electoral, incluso por sus catastróficos resultados en la gestión política a posteriori, generó la mayor
desconfianza, en cuanto el votante duda primero en saber qué votar, pregunta
que es el “punto en el que recomienza todo el proceso” electoral, es decir, lo
primero del votante es preguntarse qué votar. El descrédito (particularmente
electoral) surge cuando la probeta partidocrática propone un “candidato de
síntesis”, que para peor, se desintegra en la cancha de la actuación. En tales
casos, no puede generarse sino un cuestionamiento del “sistema”, precisamente
porque tal entidad pretende dar seguridades de serlo con prescindencia de lo
que piense cada quien por su lado. Luego, prescindir científicamente del lado
de pensamiento de cada quien, se parece a lo peor que se conoce en política,
sobre todo si recordamos el pasado siglo XX.
El sentimiento de una
sistematicidad electoral frenteamplista se
manifestó con oportunidad de la elección municipal de 2010. Sin embargo,
en esa ocasión tal sentimiento se encontraba de antemano arraigado entre los
votantes de izquierda, ya que pese a tratarse de una candidatura resuelta en
órganos de gobierno del Frente Amplio, Ana Olivera no corresponde al perfil del
candidato-probeta, en cuanto es una militante que ha dedicado su trayectoria y
actuación a la actividad política. Ese mismo “efecto transferido” desde el
aparato partidario sobre cualquier candidato que surgiera de una instancia
interna, sin mediar antes consulta electoral generalizada a los adherentes, señala
a las claras tanto una desestructuración del sistema de partidos, de cara a su
credibilidad pública, como la trivialización que lo disminuye en aras de la
publicidad mediática.
En efecto, si los
partidos se ven obligados a consultar a cada uno de sus adherentes a la hora de
decisiones relativamente secundarias (si consideramos las jerarquías
constitucionales del Estado-nación), como la elección de gobernantes locales,
entonces la representatividad está perforada en el sentido primordial de la
delegación ciudadana. Esta constatación
que surge de la misma consulta electoral permanente que supone tal “democracia
de votantes”, coloca a las estructuras partidarias en una supeditación
estructural al aparato mediático de las encuestadoras de opinión y de la
publicidad mercantil. Dado que las dirigencias se ven obligadas ya no a una “revolución
permanente”, sino a una “compulsa incesante” y a una “seducción cotidiana”, el
sentido estratégico de la representación, en tanto conducción de un proceso, se
revierte en adaptación demagógica a la convicción más vacilante.
En este punto el voto
en blanco pasa a cumplir una función higiénica entre las convicciones, ya que
pone de manifiesto que ni la publicidad ni las encuestadoras logran subordinar
toda creencia a la captación, por cualquier vía, del anodino “votante del
centro” (que conlleva la justificación ideológica del descompromiso, en razón
del esfuerzo desplegado para persuadir al remilgoso). El que vota en blanco no
es un indiciso, sino quien se dice
que lo gravitante para la sociedad quedó al costado de la urna (utensilio que,
recordémoslo, también admite restos mortuorios).
Por esa razón, todo
criterio que subordine el voto en blanco a una perspectiva ideológicamente
sistemática, sea de “democracia representativa” o de “programa socialista”, no
puede sino contraponerse a la inclinación de sensibilidad que habilita la desistencia electoral[8].
En el Uruguay el
intento de una refundación de izquierda de la democracia representativa es
inherente al trasfondo batllista de la cultura política del país,
permanentemente tentada por la inefable obtención de una sociedad integrada
democráticamente desde el Estado, o sea, una social-democracia. Tal tendencia
se expresa en sectores que desde el propio Frente Amplio han llamado al voto en
blanco en elecciones pasadas, pero que luego han dado lugar en su tribuna a cualquier-corsario,
que justifique con la ecuanimidad del bestiario el sempiterno “todos tenemos
lugar”, cuya fantasía de aniquilación es la renovación del célebre “Habrá
patria para todos o no habrá patria para nadie”[9]. En
tal perspectiva de revival batllista subrepticio, el “voto en blanco” es
asumido como una estrategia para remover las estructuras partidarias, pero no
como una vía alternativa para fortalecer una idiosincrasia inédita de
intervención pública.
En otra tendencia, el
voto en blanco es percibido como justificada reacción de una base social con “destino
socialista”, ante el abandono que sufre por parte de las estructuras que
debieran representarla. En este caso, la desistencia
electoral es llamada a escandalizar la conciencia participativa, generando una
tensión movilizadora en torno a la misma sistematicidad social que le daría, en
definitiva, un norte de representación coherente con supuestos intereses
comunes a las mayorías.
La cuestión clave del
voto en blanco supone admitir que la democracia no pasa hoy por los aparatos ni
los sistemas, sino por la idiosincrasia de los particulares. Paradójicamente,
tal tendencia es reforzada por la integración mediática de la sociedad en red,
en cuanto no sólo cada uno se encuentra interpelado in situ, incluso por la ya pálida estrategia de los medios masivos
(radio y televisión ante todo), sino que además se incrementa el número y sobre
todo la costumbre de interactuar desde un pronunciamiento (conflictivamente
llamado a ser) propio. Asimismo, el desafío que generan las redes, no es que
sean sociales, sino que registran ante
todo la coerción procedimental de los artefactos tecnológicos, que las
subordinan relativamente a intereses empresariales y a un criterio de
eficiencia operativa. Sin embargo, en ese cotejo entre la democracia de los
particulares y los aparatos tecnológicos de índole empresarial, la instancia
pública ya abandonó la escena presencial de las instituciones y se instaló en la
dinámica simbólica de los mensajes a distancia (de texto, de correo
electrónico, de redes sociales, etc.).
[1] Bottinelli, O. “A
medio camino entre elección y elección”
La Onda Digital (07708/12) http://www.laondadigital.com/LaOnda/LaOnda/589/A3.htm
[2] “Media media” Montevideo Portal (20/08/12) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_176509_1.html
[4] Derrida destaca
la deconstrucción en la inconmesurabilidad de los sistemas entre sí, para
empezar en lo que concierne a la impronunciabilidad fonética de la diferencia
escrita en la palabra différance (por
différence) en francés. Esta
impronunciabilidad no se encuentra respetada por la habitual traducción al
español de différance por “diferancia”
(en cuanto “diferancia” sí se diferencia fonéticamente de “diferencia” en
español).
[5] “En el
cumpleaños 187 de la Patria, el Gobierno destacó políticas sociales, trabajo,
educación, salarios, energía, descentralización y exportaciones” La Red21 (31/08/12) http://www.lr21.com.uy/politica/1055917-en-el-cumpleanos-187-de-la-patria-el-gobierno-destaco-politicas-sociales-trabajo-salarios-energia-educacion-descentralizacion-y-exportaciones
[6] “No se fía” Montevideo Portal (28/08/12) http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_177766_1.html
[7] Ver en este
blog “Tragedia progresista: Frankestein no votó al candidato-probeta”
(31/10/09) http://ricardoviscardi.blogspot.com/2009/10/tragedia-progresista-frankenstein-no.html
[8] Sobre el
reproche a quienes votan en blanco porque con su aporte electoral “se habría
elegido un diputado” ver “Cierren la muralla” La Diaria (02/08/12) http://ladiaria.com.uy/articulo/2012/7/cierren-la-muralla/
[9] Consigna del
levantamiento revolucionario liderado por Aparicio Saravia en aras de los
derechos cívicos a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. La misma
consigna fue retomada, casi un siglo después, por el Movimiento de Liberación
Nacional (Tupamaros) a inicios de la década del 70’.