9.7.18


La victoria moral de la selección uruguaya de fútbol


2ª. quincena, julio 2018


¿Vale la pena explicar el fútbol?


Hace 8 años, este blog se ocupaba del festejo popular a que dio lugar el 4º. lugar obtenido en el mundial de fútbol de Sudáfrica.1 Lo significativo del festejo de 2010 vino a ser subrayado, por contraposición, a través de una declaración del propio Tabárez: en el pasado de la selección no se admitía sino el triunfo.2 La declaración del D.T. uruguayo, en cuanto destaca la transformación que ha sufrido la percepción que se tiene del fútbol nacional por parte de la población, se hace cargo de dos cuestiones:
-el lugar del fútbol en la idiosincrasia uruguaya
-la trayectoria que lleva, gradualmente, a admitir limitaciones de calidad, según la frase (del propio Tabárez) “el camino es la recompensa”
La cuestión más importante es la primera. Gobierna, incluso inadvertidamente, a la segunda. Sería fuera de lugar, sino, adjudicar al deporte una significación que trascienda los intereses del desarrollo social o incluso, los intereses económicos, con lo cual no llegaría a revestir sentido alguno, respecto al fútbol en particular, ocuparse de una trascendencia supra-deportiva. Conviene entonces, entender primero porqué el tema supone (al menos para el Uruguay) un “interés general”.
Varias explicaciones, incluso conmensurables entre sí, han sido ensayadas para explicar esta singular importancia del deporte más popular del planeta entre los uruguayos. Estas explicaciones se vinculan a la cristalización de una organicidad social moderna que por primera vez trascendía a las identidades colectivas partidarias y daba un basamento común a la que ya se articulaba –desde inicios del siglo XX- como una sociedad de masas. Tal sociedad de masas suponía asimismo una comunicación de masas (la gran prensa y la radio, hacia la segunda década del siglo pasado) y por lo tanto procesos sinérgicos de identificación colectiva diferenciados.
Todas estas explicaciones sufren de un mismo defecto: intentan dar por explicable lo inexplicable, esto es, como una colectividad erige un tótem como equivalente universal de un sí mismo. Según lo ha planteado Lévi-Strauss, cualquier elemento puede satisfacer la función -es decir la “eficacia simbólica”- del signo (“significante flotante”, lo llamará Derrida y del filósofo lo retomará Laclau), una vez sometido a la necesidad de significación de una comunidad. Esta índole totémica del significante deportivo uruguayo surge por diferenciación, cuando se coteja la significación del fútbol en contextos comparables, que además fueron señalados por el mismo Tabárez en la declaración a la que hacemos referencia: Argentina, Brasil, Inglaterra, Alemania.


El lado oscuro de Maracaná


Frecuentemente he recurrido a un anécdota para relatar, entre amigos, esta significación diferenciada del mito idiosincrático uruguayo, que encuentra en el fútbol uno de sus dos relatos ejemplares, junto con la política electoral.
En una oportunidad compartía una cena con un brasileño que había asistido al “maracanazo”. Este señor ya entrado en años me comentó aquel partido, subrayando ante todo la calidad futbolística del equipo uruguayo, su destacada capacidad técnica. En su memoria y en su registro, ese rasgo era el que se destacaba, al recordar el desastre emocional sufrido por el público brasileño en 1950. Me encontré, ante aquel relato, extrañamente confrontado a mi propia memoria personal. Jamás surge, en el relato de Maracaná tal como lo ha registrado la memoria uruguaya, la calidad técnica como el elemento destacado y relevante del triunfo de 1950. Por el contrario, cuando se focaliza con ese registro cualquier enfrentamiento con los equipos brasileños, la consigna es “no hay que dejarlos agrandarse: si te hacen uno te hacen seis”. Esto supone un tácito reconocimiento de que los brasileños son superiores técnicamente y refrenda el criterio que cristalizó con el “maracanazo”: la superioridad uruguaya, cuando prima, no lo hace por la calidad, sino por consistencia psicológica.
Cualquiera que recuerde el relato arquetípico de Maracaná en la memoria uruguaya, se encontrará ante todo con Obdulio Varela poniéndose la pelota bajo el brazo para “enfriar el partido” y la frase de arranque “los de afuera son de palo” (que en verdad fue del “mono” Gambetta). El corolario es que el gol de Chiggia “enmudeció a Maracaná” (pero no en un sentido que subrayara la calidad del legendario jugador, sino porque “nunca tantos sufrieron tanto por tan pocos”).3 Maracaná es las Termópilas del fútbol mundial.
El fútbol uruguayo celebra una integridad moral, tradicionalmente denominada “garra”, cuya forma negativa es la “vergüenza" (de perder) y que ha encontrado en este mundial 2018 un curioso equivalente: la “orghumildad” (oxímoron de “orgullo” y “humildad”). No somos mejores futbolísticamente por la calidad de juego, sino por serlo psicológicamente, dotados por un maná de consistencia moral.
Esta consistencia moral hace tabla rasa de las calidades que fueron inicialmente el diferencial del fútbol uruguayo y rioplatense, así como, más tarde, del sudamericano en general: la habilidad técnica. En el período que va del “desastre de Puerto Sajonia” (Uruguay no pudo clasificar al Mundial del 58’) hasta la era Tabárez, la “garra” se entendió como “pierna fuerte” y dio lugar al más triste papel en el mundial del 74, donde la actuación de la “vergüenza” fue ante todo vergonzosa. Ese período quedaría pautado por los golpes a los adversarios, a través de una “leyenda negra” (que convenía a intereses espúreos) sobre el fútbol uruguayo en el plano internacional.4


La posición de la obligación


El problema al que se enfrenta esta formación mito-social uruguaya tras la “era Tabárez”, es llegar a saber si el reconocimiento que primó desde entonces acerca de nuestras “limitaciones” no reproduce, más allá de aportar un buen punto de partida crítico, ante todo una instrucción moral.5 Si así fuera, lo que ahora se denomina “orghumildad” seguiría obrando en contra de la calidad, al refrendar, cuando festejamos un 4º puesto en 2010 y (quizás desde ya) celebramos haber “salido 5º”6 ocho años después (es decir por fuera del podio cuatripartito de los semifinalistas), cierta primacía extra-deportiva por encima de la calidad futbolística (una cosa es el influjo de rasgos propios sobre calidades particulares –en este caso futbolísticas, otra, suponer que ciertas calidades deportivas provienen de intangibles anímicos). Inversamente, se advierte que lejos de los temores ideológicos acerca de cierto “pan y circo” a que se prestaría un deporte de masas, el influjo sobre una adhesión juvenil, exhacerbada mediáticamente por añadidura, modula conductas de una mayoría.
Incluso la insistencia de Tabárez sobre nuestra “realidad” (tamaño, recursos, proyección) nos dejaría en un lugar que explica tan poco nuestro pasado como el presente de Croacia (que ya es semifinalista cuando se escribe este blog). El estereotipo moral del fútbol uruguayo se habría desplazado, a través de un relato cargado de la modestia más ufana, hacia la mera justificación de la mediocridad y explicaría por qué el fútbol uruguayo sigue siendo tan limitado, sobre todo, en la creación de juego de medio campo hacia adelante.


La moral no juega liberada


En este punto del análisis, la explicación mito-histórica se revierte sobre la futbolística. Tomados individualmente, los jugadores uruguayos quizás no lleguen por equipo en la suma a calzar los puntos de los brasileños o los argentinos, pero presentan un conjunto significativo de calidades, con casos descollantes en la delantera y en la defensa, e incluso con una nueva generación de mediocampistas de notoria calidad y proyección. Pero el problema se plantea cuando estos futbolistas, en vez de jugar en un equipo internacional, juegan en la selección uruguaya, es decir, imbuidos de una personalidad colectiva nacional.
A partir de esa sinergia idiosincrática prima la desposesión de la pelota, sobre todo del mediocampo para adelante. La premura por atacar incluso sin jugadas claras (lo que se llama en la jerga futbolística “pelota dividida”), la dificultad para circular por la cancha como no sea en intento de desborde, llevan a una pauta de imprecisión perpetua y a una intencionalidad predecible para el adversario. La obnubilación con el ataque inmediato termina, quiérase o no, en el “pelotazo”, a veces bajo formas disimuladas de “pase al vacío”, o de “pase filtrado” (que suelen terminar en los pies del adversario).
Estas características señalan la dificultad para jugar sin la pelota, moviéndola en función de una circulación que siga a la de los hombres y no lo contrario. Más allá de que por momentos, individualidades como Suárez o Cavani puedan combinarse como lo hacen en sus equipos actuales, en general prima en nuestros jugadores un criterio de posición antes que de posesión del balón, ante todo, cuando vuelven a jugar en un equipo uruguayo, en este caso, la selección nacional. Así como en la función política la línea recta no es la más eficaz, tampoco lo es en el fútbol la obsesión con el ataque frontal. El resultadismo puede en última instancia volverse contra el resultado, sobre todo cuando por demasiado defender, a veces una diferencia mínima, se termina sitiado por el adversario.
Quienes ahora se escudan en la casuística de la lesión de Cavani, del error de Muslera o de lo mal que salieron otros, para festejar haber quedado afuera habiendo llegado tan cerca, debieran reflexionar en el grupo de clasificación que le tocó a Uruguay, en las pobres performances iniciales y en como lo que no se dio para Portugal, anunció -con las mismas señales pero ya sin Cavani-, lo que terminó por ocurrir ante Francia.
Nadie puede negar los aportes que ha significado el período de Tabárez al frente de la selección nacional. En primer lugar por haber limitado el influjo de los intereses particulares, de contratistas y periodistas ante todo, cuando no de un curioso híbrido de las dos funciones, que hacían y deshacían a su antojo los equipos y las trayectorias de los jugadores, sin hablar de la corrupción que se ha revelado en el propio plano institucional. Además Tabárez combatió la identificación de la “garra” con la “pierna fuerte”, construyó un juego de equipo basado en estrategias y colocó valores compartidos por encima de estrellatos fugaces.
Queda por delante saber si el anclaje moral no inhibe, más allá de criterios probos -e incluso como efecto de una postura rigorista del jugador, una sinergia de juego total, como lo supone un equipo compacto que juega con y sin la pelota, que avanza y retrocede en bloque, donde los jugadores circulan a la par que la pelota y no meramente detrás de ella. Denotada la calidad internacional de sus jugadores y afirmada una cantera que sigue aportando el baby fútbol y la pasión de los clubes nacionales, queda por saber si ese acerbo se pondrá al servicio de una libertad de abrir el juego, por toque y circulación, condición y no renuncia en la búsqueda del resultado.

1Ver en este blog “Efecto de festejo (Jabulani): estar en la red”: http://ricardoviscardi.blogspot.com/2010/07/efecto-de-festejo-jabulani-estar-en-la.html
2La clase del Maestro: la importancia del fútbol como parte de la identidad nacional” La República (29/06/18) http://republica.com.uy/la-clase-del-maestro/
3 La expresión es paráfrasis de la que homenajeó a los aviadores británicos que resistieron a inicios de la 2a. Guerra Mundial los embates de la Lutwafe: “Nunca tantos le debieron tanto a tan pocos”.
4“Una mirada de afuera: cómo Uruguay pasó de la brutalidad en el campo al Far Play futbolístico” Uruguay Portal (2/07/18) http://www.futbol.com.uy/Rusia-18/Una-mirada-de-afuera-como-Uruguay-paso-de-la-brutalidad-en-el-campo-al-Fair-Play-competitivo-uc687809
5“Tabárez: “quizás nuestra realidad es esta y en esta oportunidad no la pudimos superar”, Montevideo Portal (6/07/18) http://www.futbol.com.uy/Deportes/Tabarez--Quizas-nuestra-realidad-es-esta-y-en-esta-oportunidad-no-la-pudimos-superar--uc688252
6Uruguay terminó 5o. en Rusia” El Observador (7/07/18) https://www.referi.uy/uruguay-termino-quinto-rusia-n1252550