Bolsonaro,
la bestia y el soberano
1a.
quincena noviembre 2018
Verdades
obscenas y mentiras de patas cortas: el después puede ser peor
Invitado
por mi estimado colega Carlos Ruiz, participé en septiembre de 2015
del “Seminario
internacional sobre educación pública y privatización”,
organizado por la Universidad de Chile. En calidad de expositor
uruguayo, me tocó integrar el panel de apertura del evento.
Compartía la mesa con dos colegas, que a su vez provenían del
Brasil y la Argentina. La intervención norteña destacó los avances
que había significado, para la educación brasileña, el acceso al
gobierno del Partido de los Trabajadores, primero en dos períodos de
Lula, luego con Dilma Roussef. Aunque las actas del evento no se han
publicado, recuerdo de memoria viva que esa colega subrayó los
beneficiosos efectos educativos que había significado la “bolsa
familia”, distribuida entre los sectores más desfavorecidos.
Asimismo puso de relieve la transformación en el acceso a las
universidades públicas brasileñas, según una discriminación
positiva que beneficiaba a los afrodescendientes.
Por
mi lado los ribetes de la exposición fueron muy diferentes. Destaqué
como, pese a la significativa participación de la educación pública
en el conjunto de los niveles de enseñanza del país, con
predominio incuestionable en el plano de la investigación superior,
sin olvidar la sinergia con un sector de empresas públicas que
generan cerca del 20% del PBI; los sucesivos gobiernos del Frente
Amplio se habían afanado en privatizar la educación pública, dando
la espalda a las tradiciones laicas y republicanas del Uruguay. Traje
a colación las “creaciones institucionales”, desde la “UTEC”
hasta el programa “One Laptop per Child” de Nicholas Negroponte
-sigilosamente rebautizado por prurito patrio “Plan Ceibal”; en
cuanto ponían fondos públicos y misiones educativas en manos de
empresas, políticos profesionales y universidades privadas, de
forma que se configuraba un proceso de privatización tan solapado
como perverso.1
Mi
insensibilidad a los climas de los auditorios debe ser mayúscula, ya
que imbuido de una verdad tan aplastante en el plano crítico como
escrupulosamente exhibida en cifras, proyección mediante, sólo me
percaté de cierto desajuste entre mis propósitos y la recepción
del nutrido auditorio cuando una colega argentina intervino, desde el
público, para aclarar lo que hasta entonces me parecía diáfano.
Puedo recordar sus palabras, en términos aproximados, como sigue:
“Quizás podamos entender lo que el colega uruguayo dice, si
tenemos en cuenta que el presidente Tabaré Vázquez acaba de
decretar la esencialidad de servicio público para Magisterio, por la
cual se obliga a las maestras en huelga a trabajar bajo amenaza de
severas sanciones”. Caí entonces en la cuenta de que mis colegas
latinoamericanos allí presentes, salvo algunos solidarizados rostros
trasandinos, quizás no habían recibido con el mayor agrado mi
denuncia de la privatización de la educación pública, que con
talante de promoción progresista, cundía en el Uruguay.
Configura
una verdad obscena que compensaciones relativas, por más justas que
puntualmente resulten, puedan modificar el destino público, cuando
se dispensan bajo la misma estrategia, desde los mismos lugares y con
los mismos medios que han generado esa desigualdad. Configura una
mentira de patas cortas que propiciar consignas empresariales, que
nunca han favorecido la igualdad social, pueda reconocerse como una
opción en beneficio de las mayorías. Las verdades obscenas y las
mentiras de patas cortas de los “progresismos” pueden llevar a
los peores “regresismos”, hoy en Brasil, mañana en el Uruguay.
No
llores por mí, Modernidad
El
espanto que causa Bolsonaro por sus declaraciones, como ayer Trump o
aún antes Le Pen, proviene de la reiteración histórica, con efecto
al presente, de una total ausencia de reciprocidad entre el ideal de
emancipación popular y la fidelidad pública a ese designio fatal
del Progreso. Ese desajuste que ya sacudió la confianza en la
racionalidad representativa de las instituciones durante la primera
mitad del siglo pasado, dejando una estela de horror bélico con
decenas de millones de víctimas, vuelve a repetirse ahora, pero ya
no por la vía del asalto putchista a la legalidad o del
pogrom antisemita, sino por un delicado y sereno ensobrado de
papeleta con destino a la urna electoral. Aparece la musa del sufragio universal violando a vista y paciencia de todos, donde menos
se pensaba, las mejores intenciones humanistas. Ante el escándalo
moral que cunde (incluso más allá del sentimiento democrático)
cuando se vota por el suplicio de los valores republicanos, se
registran en el Uruguay reacciones que pueden ordenarse en tres
grupos:
a)
estamos de nuevo ante la “bestia fascista”.2
La irracionalidad nitzscheana del capitalismo se abate contra los
avances históricos del movimiento popular y usa todos los ardides
del poder (sólo alcanzamos el gobierno y todo el poder siempre nos
fue ajeno) para desencadenar la violencia contra “la izquierda”
(que todo sabemos que y/o quien es, antes incluso de querer pensar
algo al respecto). Ahora la bestia nazi-fascista se abate por
cascadas de whatsapps programados, en modalidad “fake news”, por
el capital monopólico internacional.3
Este
Megarelato de fuerte inspiración estalinista y significativo arraigo
vernáculo, ha encontrado en Bolsonaro un cuco aún más eficaz que
“Un solo Uruguay”, o incluso un anatema más contagioso que el
repertorio de repudiables atesorado con finalidades “políticamente
correctas” (para alivio de más de un demonio conjurado, que ya se
veía arder entre las llamas de la hoguera pre-electoral). Mientras
salpica de un poco de “antipolítica” y de post-verdad la
inverosimilitud del pogrom fascista vía whatsapp (sin dejar
de fomentar, a través del Plan Ceibal, la base mediática en la que
hace presa la misma “bestia fascista” que se denuncia), esta
lectura post-stalinista no deja de mirar de reojo las urnas que
espera llenar de miedo dentro de un año. Sería bueno saber, en
tiempos de cocción programático-electoral, si la liquidación de la
publicidad oficial en los medios de comunicación, o la prohibición,
por ejemplo, de los espacios que financia la publicidad de la
promitente-inversora UPM en distintos medios (incluso a través de
campañas de “responsabilidad social” en el interior del país),
se sumarán a la criminalización de la manipulación vía whatsapp y
al espantapájaros “antipolítica y post-verdad”.
b)
la tradicional mesnada electoralista espera que el viento derechista
se arremoline en el Uruguay de la misma forma que en el Brasil y la
Argentina. Tras haber hecho fácil presa del “candidato-probeta”4
inventado por la flojera intelectual del mujiquismo (no fue el
primero, habrá que ver si será el último), percibe sin embargo que
también le tocará pagar la factura mediática “corrupción”,
una vez que suene la bocina electoral. De ahí que haya un apronte
contra la “anti-política”,5
sobre todo en cuanto “Un solo Uruguay”, del que se esperaba la
afiliación a pie-juntillas, declaró de arranque su independencia de
toda estructura partidaria. Mientras tanto la promoción de votantes
del desengaño retoma sotto-voce todos los temas de Bolsonaro
confiando, con total carencia de lucidez, en que las mismas recetas
evangelistas contra la violencia y la disolución de las costumbres
cundirán asimismo en el Uruguay.
c)
la crítica que proviene de los sectores que se aprestan a formular
una alternativa al aparato frenteamplista, desde la coalición misma,
o incluso desde un campo no necesariamente partidario, hace hincapié
en los incumplimientos programáticos, o incluso, en la agresión
globalista que supone la promoción de una racionalidad neoliberal y
las consiguientes políticas de compensación social, destinadas a
paliar el despojo. Se entiende que la postergación económica, la
promoción de derechos irrelevantes para las mayorías, o incluso la
carencia de apelación a los activos tradicionales de la
transformación política, son avizorados por una base social
desplazada como otras tantas concesiones a la misma dominación que
se prometía combatir. Desde esta perspectiva, se plantea que el giro
hacia la derecha de los electorados de los países vecinos, así como
el mismo sesgo que se percibe en la opinión pública uruguaya,
corresponden a un sentimiento de abandono, que cunde junto con la
creciente desigualdad social y tiende a manifestarse como desafección
electoral hacia los progresismos latinoamericanos.
Estas
tres lecturas comparten, pese a muy diferentes sesgos estratégicos,
el supuesto de una organicidad efectiva que vincularía, entre sí,
las instituciones públicas de la democracia representativa con la
evolución del par costumbres/principios (el habitus) en la
población. Convendría recordar lo que dijera Foucault con fina
ironía: aparte del poder, sólo existe el contrapoder, que se le
opone.6
En una sociedad pautada por la tecnología, donde la condición
supérstite del Soberano ha periclitado definitivamente, el poder
tiende a hacerse tan ubicuo como los expertos y la población se la
toma cada tanto (cuatro o cinco años) con algún monigote que dice
ser gobierno. ¿No se advirtió con que rapidez declinan en todo el
mundo, pocas semanas después de una elección, los índices de
popularidad? Bolsonaro no será una excepción, Mujila o Lujica
tampoco lo serían.
Meu
Deus de direita
En
el mismo año electoral en que se preveía una holgada victoria de
Lula en caso de ser candidato, su antónimo ideológico gana las
elecciones con la misma holgura que se vaticinaba para el primero.
Esto quiere decir que un porcentaje muy significativo del electorado,
según algunos alrededor de un 15%, podría haber votado por
cualquiera de los polos entre los que se sitúa el espectro político
brasileño.7
Si a ello le sumamos la abstención de un 21% del cuerpo electoral,
llegamos a alrededor de un 40% de corrimiento imprevisible, al que
hay que sumarle el 7% de voto anulado. Cerca de la mitad del
electorado brasileño se ubica fuera del espectro ideológico del
contexto político, lo que quiere decir que el sistema de partidos es
inexistente como tal, en cuanto no cumple su función primordial, a
saber, la orientación ideológica de la población. Sin duda ese
espectro partidario del Brasil no es trasladable a muchos otros
contextos, pero sí es comparable ese grado de labilidad ideológica
con relación a otros países.
Por
esa misma falencia democrática en la que podría abundarse
analíticamente,8
Brasil muestra hoy al mundo el mejor ejemplo de la decadencia de la
representación institucional (más allá sobre todo, de la función
particular de la democracia representativa). Si se compara la
versatilidad camaleónica de las afiliaciones ideológicas norteñas,
incluso en relación a un contexto de baja densidad ideológica como
los EEUU, se advertirá la diferencia con el “voto vergonzante a
Trump”. Mientras de su propia confesión las encuestas fallaron en
los EEUU porque, entre los muchos desencantados, eran legión los
desocupados que no osaban declarar que votaban al íncubo
republicano, en Brasil las encuestadores no toparon contra pruritos
ideológicos que falsaran los datos recogidos. Convendría recordar
que en Francia el centro-derecha y la izquierda se unieron en su
momento ante la amenaza que representaba Le Pen: exactamente lo
contrario de lo que acaba de ocurrir en Brasil, donde la
macro-miríada de partidos que compone el parlamento apostó
simplemente al que se perfilaba claro ganador.
En
cuanto el sistema político incorpora al conjunto de las
instituciones públicas, colocándolas bajo instrucción ideológica
partidaria, el Brasil padece una configuración política fallida.
Esta falencia democrática es histórica y se pone de relieve tanto
en el vertiginoso y masivo pasaje de los políticos profesionales de
un partido a otro, como en el altísimo grado de corrupción
institucional, o en los estamentos confesionales dentro de los
partidos. Esta inestabilidad democrática explica el prestigio que
adquieren instituciones de relativa consistencia corporativa, como
las Fuerzas Armadas y las distintas iglesias, a las que convendría
agregar algunas empresas mediáticas. Por encima de estos escasos
pero sólidos pilares pervive el Estado Federativo, heredero de la
tradición imperial.
Los
imperios no son, por fuerza de su índole, democráticos. Brasil pudo
conservar una unidad que el resto de América Latina perdió, a costa
de sacrificar la democracia en el altar de la soberanía imperial.
Toda soberanía se funda en el precepto teológico de un principio
único e indivisible, en el que Derrida vio la doble faz consecutiva
de la bestia y el soberano.9
Cuando por detrás de la Soberanía protectora que hoy reclama el
pueblo brasileño, asome la inevitable ferocidad de la bestia,
cundirá desde el llano el recurso al contragobierno.
1Viscardi,
R. (2018). La Universidad de la República (Uruguay) ¿Un ente
testigo de la evolución universitaria?. Revista Electrónica de
Educación y Pedagogía, 2 (2) 26-37. Recuperado
de https://www.aacademica.org/ricardo.g.viscardi/12.pdf
2“Miranda
sobre Brasil: no se trata de la derecha, es el fascismo que se
instala al lado” El
Observador (28/10/18)
https://www.elobservador.com.uy/nota/miranda-sobre-brasil-es-el-fascismo-el-que-se-instala-al-lado--20181027204430
3Fornaro,
M. “La campaña sucia de Bolsonaro”. Recuperado de
https://www.facebook.com/100012887768741/videos/560011931105061/
4Ver
en este blog “Raúl Sendic en el nombre del padre: el grado cero
del candidato-probeta”
https://ricardoviscardi.blogspot.com/2017/09/raulsendic-en-el-nombre-del-padre-el.html
5
“Jornadas
de formación del IBO: “A la antipolítica le decimos: más
política”, dijo Peña”
La
Diaria (29/10/18)
https://ladiaria.com.uy/articulo/2018/10/jornadas-de-formacion-del-ibo-a-la-antipolitica-le-decimos-mas-politica-dijo-pena/
6“Las
confesiones de Michel Foucault” (reportaje de Roger-Pol Droit
trauducido por J. Palma), en Taciturno. Recuperado
de:http://www.taciturno.be/IMG/pdf/entrevista_foucault.pdf
7Lula
aparecía en las primeras encuestas con un 40% del electorado, ver
Calvo, J. “Bolsonaro y la perplejidad” La
Diaria, (17/10/18)
https://ladiaria.com.uy/articulo/2018/10/bolsonaro-y-la-perplejidad/
8Piketty,
Th. “Brésil: la Première
République
menacée »
Le
Monde (16/10/18)
http://piketty.blog.lemonde.fr/2018/10/16/bresil-la-1ere-republique-menacee/
9Derrida,
J. (2010) Seminario La bestia y el soberano, Manantial, Buenos
Aires.